Trasversales
Lois Valsa

Esencia y hermosura: textos entre el sentir y el pensar

Revista Trasversales número 26, junio 2012

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MARÍA ZAMBRANO. Esencia y hermosura. Antología. Selección y relato prologal de José-Miguel Ullán. Galaxia/Círculo, Barcelona, 2010. Con ocasión de la reciente y magnífica publicación del tercer volumen de sus “Obras Completas” (*), que ocupa un lugar central en su pensamiento, este texto sobre una antología anterior de sus escritos quiere ser, además de un homenaje a María Zambrano, una introducción preparatoria para adentrarse en una lectura más completa y profunda de la obra de esta pensadora.
(*) OBRAS COMPLETAS III (Edición de siete libros al cuidado de Jesús Moreno Sanz y sus colaboradores). Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 1ª edición noviembre 2011.




Se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente
(Hacia un saber sobre el alma, María Zambrano)
Es tan genuina que parece fantasmal (Julio Cortázar)

Al leer esta importante selección de textos de María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1991) que hizo el poeta José-Miguel Ullán (Villanueva de los Aires, 1944-Madrid, 2009), autor también del informado, sentido y vivo “relato prologal” que, por desgracia debida a su muerte, no pudo terminar, y de la nota bibliográfica final, me he quedado asombrado ante los múltiples registros de su rica y variada prosa poético-filosófica que rompe cualquier tópico sobre los géneros literarios. Antes de nada hay que señalar que, con esta selección cronológica, el poeta Ullán, para María Zambrano un “cantor”, pretendía que nos acercásemos a su inspirada obra de una manera directa, es decir sin glosas mediadoras: Van los textos seleccionados, al tiempo que completos en su modalidad de fragmento, desprovistos de notas de editor. Para que así recobren de lleno su autoría- cosa que empieza o vuelve a ser necesaria en las publicaciones de María Zambrano, tan trufadas de glosas ajenas-... (Página 603, Nota bibliográfica). Así podremos, como él (recordar es subir una cuesta), llegar a sentir su presencia, “hasta volver a oír su voz alentadora entre la neblina y las llamas”: ¡Ah! Pero recordar es también el verdadero corazón de la vida.

De esta manera, vamos recuperando, de primera mano, no sólo la escritura sino también la vida de una gran conversadora que otorgaba una gran importancia a las “maneras de hablar”. Esto lo recordaba muy bien Jorge Guillén, quien no se cansaba de repetir que, en su ya larga vida, nunca había conocido a otra persona con la capacidad de María Zambrano para “mantener al interlocutor en vilo, seducido por el interés de lo que decía y la manera de decirlo”. Para Bergamín, en cambio, su mejor estilo, si no su mejor obra, era el epistolar (página 39). Parecida seducción siente uno también ante su escritura, ante sus maneras de escribir. Sean cuales sean los temas tratados en este libro (filosofía, historia, literatura) he sentido siempre la misma sorpresa: fuese el tema más filosófico o más poético, más artístico o más literario, más histórico–político o más familiar, en fin más hermético o menos hermético, siempre he sentido el mismo asombro, siempre una imantación que arrastra a su lectura voraz. Una lectura que, sin embargo, hay que dosificar para lograr su mayor disfrute e incluso repetir varias veces para alcanzar una mayor profundidad abisal. A lo largo y ancho de su lectura, una y otra vez, he exclamado: ¡Qué maravilla! ¡Qué belleza! Pues mira, donde dice belleza, haz que hoy diga hermosura (Nota, página 603) ¡Siempre la misma esencia y hermosura!

En primer lugar, resulta muy oportuno que el libro comience, precisamente, como introducción afectiva del sentir de María Zambrano, con Las veinte cartas al pintor Juan Soriano (1956-1983) hasta ahora inéditas excepto tres (por cierto, algún día habrá que recuperar el epistolario completo de la autora y no estaría mal la edición exenta de su obra completa). Juan Soriano admiraba mucho (“era auténtica con sus defectos y sus virtudes”) a María: “decía palabras soñadas que, en efecto, te dejaban maravillado”. Y María admiraba la obra del pintor “cuya pintura fue alimento para mi ser a través de mis ojos, sin duda ví en ella una verificación de la aurora” (“La aurora de la pintura en Juan Soriano”, 1954). También admiraba la pintura de Luis Fernández (“El misterio de la pintura española en Luis Fernández”, 1951), quien representaba para ella “el mundo hermético de las entrañas en estado puro”. Estos dos textos del libro (En algunos lugares de la pintura, 1989) nos dan una sintética visión sobre su singular manera de acercarse al arte (“Así, una obra de arte es tanto más verdadera cuanto más revela del secreto apenas desflorado de la condición humana”); a la pintura en general (“y la pintura ha vencido a la sombra rescatándola sin borrarla dando vida a las tinieblas”); y a la española en concreto (”Si toda pintura es silenciosa, la española lleva consigo un silencio aún más intenso, lindante con lo absoluto”). También le hace un Homenaje a Velázquez (“Un capítulo de la palabra: El idiota”) en España, sueño y verdad (1965).

A continuación de las cartas, otros textos nos dan cuenta de su “pensar y sentir”. Por ejemplo, algunos son de análisis ético-político, ya sea bajo el poderoso magisterio de Ortega (bebió en fuentes orteguianas pero luego desarrolló su propio concepto de la “razón poética”); o en el amor a la filosofía de Spinoza (“no volvería a estudiar filosofía; si acaso, la Ética de Spinoza, ese diamante de pura luz… Lo amaba, amaba, sí, esa claridad destructora”, página 345, Delirio y destino, 1953, publicado en 1989). Concretamente, los de Horizonte del liberalismo (1930), en los que nos sorprende la finura de análisis de esta intelectual humanista en su crítica rotunda de la economía liberal: Porque hoy el liberalismo de muchos es el liberalismo capitalista, el liberalismo económico burgués, y no el humano (página 176); y en el carácter premonitorio de su análisis en relación a la crisis actual: Y es que cuando el mundo está en crisis y el horizonte que la inteligencia otea aparece ennegrecido de inminentes peligros; cuando la razón estéril se retira, reseca de luchar sin resultado y la sensibilidad quebrada sólo recoge el fragmento, el detalle, nos queda sólo una vía de esperanza: el sentimiento, el amor, que, repitiendo el milagro, vuelva a crear el mundo (página 177).

Otros textos se refieren a los intelectuales en España: Los intelectuales en el drama de España (1937), que incluye dos curiosos subtextos como "La inteligencia y el fascismo" y "El fascismo y el intelectual en España" al tiempo que el hermoso texto San Juan de la Cruz, de la “noche oscura” a la más clara mística en el que compara a San Juan con Spinoza; o, y esto nos puede dar una idea del amplio registro de la autora, La agonía de Europa (1945) y Persona y democracia (1958). O, por último, Las palabras del regreso (1995), un regreso del exilio que no se produjo hasta el veinte de noviembre de 1984, y unas palabras con las que recuerda, entre otras ideas y en repaso memorialístico, el advenimiento de la República, a su amada Roma, a Valle-Inclán o a sus dos amigos Bergamín y Dieste. Estos textos, aparecidos entre 1985 y 1990, son un exponente de la última etapa de María Zambrano en la que desarrolla un pensamiento simbólico y la idea de “razón poética”. Llamaba mucho la atención su forma de guiarse por lo simbólico para acceder a “lo que Dios quiera” (página 71, Relato Prologal). Su filosofía, sin duda, brota de la ausencia, de su largo exilio, o mejor de sus exilios: No borrar lo que ha sido, no borrar el exilio, quizá seguir siendo exiliada en España sería una gran hazaña, digo yo, moral (página 69, Relato Prologal).

Por otro lado, otros textos suyos se acercan más a lo literario y a las relaciones de filosofía y literatura o incluso al teatro: van desde Unamuno (1940, publicado en 2003), La confesión: género literario (1943), El pensamiento vivo de Séneca (1944), La Cuba secreta (1948, publicado en 1996) que incluye dos textos, Martí, camino de su muerte, y otro sobre su adorado Lezama, José Lezama Lima en La Habana, y La España de Galdós (1960) y El sueño creador (1965), donde defiende la legitimidad poética del soñar que ejemplifica en ensayos como La Celestina: una semitragedia y la novela-tragedia: El castillo, de Kafka; o, por último, la obra de teatro, La tumba de Antígona (1967), “a prudente distancia de la de Sófocles, no puede darse la muerte” (Ullán, página 31, R.P.). María Zambrano, por cierto, se dolía del “silencio coral” con el que fue recibida esta obra. De todas formas, hay que señalar que estos textos, a pesar de su alto nivel y calidad, no dejan de ser “laterales” en el conjunto del legado de una autora que ha desarrollado sobre todo un pensamiento filosófico-poético. Porque María Zambrano, en su evolución dicotómica de filósofa y poeta, cristiana y republicana, intelectual comprometida y mística, va dejando en el camino las “influencias” para llegar a su decir esencial poético-filosófico, sobre todo en los textos que se centran ya en la pura relación, “conflictiva” muchas veces, entre filosofía y poesía, entre filósofos y poetas (los grandes seguidores de María Zambrano han sido sobre todo, curiosamente, poetas).

Estoy hablando de textos como Filosofía y poesía (1939) donde traza una evolución de los amores y los desamores de la filosofía y la poesía desde Platón hasta hoy en que se ignoran y se excluyen (“la filosofía-angustia es el vértigo de la libertad y la poesía es el vértigo del amor”); o sobre todo en Hacia un saber sobre el alma (1950) con dos partes: en una, Por qué se escribe, se plantea la derrota de la palabra (Y de esa derrota…nace la exigencia de escribir para Salvar a las palabras de su vanidad, de su vacuidad…, páginas 307 y 309), y en la otra, Diótima de Mantinea, muy poéticamente filosofa sobre los sueños; y se decanta en El hombre y lo divino (1955), “libro bellísimo y perturbador” (Ullán, página 23), en el que, en el prólogo a la segunda edición (1973), su autora escribía que no había otro título que mejor le conviniera al conjunto de su obra. Este libro consta de tres partes: Apolo en Delfos, El vaso de Atenas y El libro de Job que es su pieza clave (para ella tiene la forma de “un auto sacramental”), en la que trata no tanto de la soledad de Job (soledad que sorberá hasta las heces de su cáliz el hombre de Occidente, página 390), como del abandono en el que cayó Job, y del abandono como punto privilegiado donde se anulen las fuerzas poseedoras y posesivas frente a la soledad específica del filósofo.

Finalmente, la poesía (“en la poesía hay también angustia, pero es la angustia que acompaña a la creación”) es desde luego el faro que ilumina el filosofar de María Zambrano en la enmienda a la totalidad que hace a la Gran Filosofía Sistemática y al Absolutismo de la Razón que ha generado la crisis de Occidente y del mundo contemporáneo: Y así, el sistema es la forma de la angustia y la forma del poder.... La poesía, en verdad, vive alejada de esto. Poder y voluntad no le interesan ni entran en su ámbito (página 244, Filosofía y poesía). Por ello, defiende la razón poética frente a la razón instrumental del racionalismo económico individualista. Razón poética que no es alezeia sino revelación graciosa y gratuita (página 227, Pensamiento y poesía en la vida española). Como se muestra en los textos más poemáticos, y también, si se quiere, más herméticos o místicos, como los de Claros del bosque (1977), “el libro que no he podido leer entre los míos”, que consta de tres partes: "La preexistencia del amor" (a mi manera de ver es el texto donde más se habla de los místicos, por ejemplo Miguel de Molinos, en este libro), "La metáfora del corazón" y "El espejo de Atenea"; o De la Aurora (1986) del que en este libro se nos ofrece un pequeño fragmento igual que de Los Bienaventurados (1990).
En definitiva: descubrir el secreto y comunicarlo son los dos acicates, según María Zambrano, que mueven al escritor. En el acto de escribir el escritor su obra es entonces, al hacerse patente el secreto, cuando se crea esta comunidad del escritor con su público. Y la palabra llega a ser un sueño compartido. Con su espiritual y visionario legado la humanista y humanísima María Zambrano puede ser considerada nuestro intelectual más universal y trascendente (El alma como conditio sine qua non de la mística: Su existencia constituye un obstáculo para la razón analítica… Vuelo del alma al que ningún análisis científico puede dar alcance (páginas 502 y 504, Claros del bosque), nuestra poeta mística por excelencia del siglo XX. ¡Cómo resuena sin cesar en su hermosa escritura el manantial cristalino de San Juan de la Cruz!
 

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