Trasversales
José Luis Redondo

La Unión Europea ante la crisis

Revista Trasversales número 26,  junio 2012

Textos del autor
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En el marco de una de las crisis más graves del sistema capitalista, la UE está actuando de forma que la aumenta y sume a Europa en la recesión.
El sistema, para poder mantener la tasa de ganancia, necesita bajar el coste de la fuerza de trabajo y además limitar los gastos indirectos, como los que conlleva el Estado de Bienestar europeo. La eliminación de estas conquistas han convertido a Europa en el centro de la crisis como una acción ejemplar para otros países. Sin embargo, estas medidas disminuyen la capacidad de consumo y, por lo tanto, la de realizar los productos y servicios que se producen en el sistema. La política que está imponiendo la UE a los Estados que la forman está contribuyendo a agravar la crisis, produciendo recesión y deteriorando las condiciones de vida de la mayor parte de la población.
La política de ajustes se ha convertido en la destrucción de las condiciones de vida de países como Grecia, Portugal,  Irlanda, España e Italia.
Esta política depresiva viene reforzada porque el euro es una moneda sin un Tesoro común, con un Banco Central que sólo puede actuar sobre la inflación, la compra de la deuda en el mercado secundario se está haciendo forzando sus competencias. Así, los fondos y el capital financiero especulan con las deudas de los Estados de la Unión con mayores debilidades, elevando los intereses que éstos tienen que pagar por el dinero prestado. Medidas tan sencillas como lanzar eurobonos o dar a la máquina de producir euros a fondo, se están evitando por el respeto idolátrico a los acuerdos sobre la constitución del Banco Central. A esto hay que añadir el pacto de estabilidad impuesto por  Alemania, que obliga a reducir los déficit de los Estado al  3% en 2 años. Mantra voluntarista que se sigue manteniendo en contra de los hechos y cuyas consecuencias están golpeando actualmente a España. Sólo ahora, cuando Alemania está dejando de crecer y con la presidencia de Hollande en Francia, empieza a hablarse tímidamente de estímulos al crecimiento y de relajación de los tiempos para el ajuste.
Esta situación se sitúa en el marco de las desigualdades entre los países centrales europeos y los del círculo periférico. La potencia exportadora de Alemania se dirige a países en recesión, que cada vez pueden comprarla menos productos. Así se robustece la espiral de deterioro y al tiempo aumentan las desigualdades entre las poblaciones del centro y de la periferia, igualmente se amplían al interior de cada uno de los países de la Unión.
El comportamiento del gobierno de la derecha alemán respecto a la crisis griega ha sido paradigmático. Ha retrasado las ayudas de la UE hasta que los bancos alemanes han limpiado gran parte de la deuda griega. El apoyo a sus bancos, por encima de a sus ciudadanos, se ha dado también en Gran Bretaña, Irlanda y España.
El compromiso del pago de las deudas públicas ha tenido que priorizarse frente a otras necesidades y se está introduciendo en las Constituciones, como se hizo a toda prisa durante el gobierno de Zapatero: todo para los bancos, nada para el pueblo.
La ideología a través de teorías económicas neoliberales, ha impregnado a fuerzas políticas de derechas y socialdemócratas. El intercambio entre los consejos de administración de las grandes compañías y los gobiernos es continuo. Directivos de Goldman Sachs están en el Banco Central, en el gobierno griego y en el italiano. Nunca antes se ha dado esta toma de los gobiernos por agentes del gran capital, ya no se confía en intermediarios, ya que desconfían de poder seguir asegurando sus ganancias.
Así se trata de reducir los déficit rápidamente, aunque todo vaya a peor, y de desmantelar el Estado de Bienestar. Al Estado se le quiere para asegurar el orden público y para apoyar a las grandes empresas cuando tienen dificultades, es lo que está pasando con la banca europea.
Se están cruzando dos procesos, por una parte el capital financiero globalizado y sin control especula contra las deudas públicas, por otra parte Alemania y países afines imponen medidas que corroen el desarrollo, producen recesión e impiden salir de la crisis e incluso acabar con el déficit y las deudas públicas. La separación entre deudas públicas y privadas es cada vez menor, como se muestra con la financiación de los bancos españoles al 1% en el Banco Central para comprar deuda hasta el 6% y luego asegurar sus ganancias en el propio Banco Central. En realidad los bancos, como entidades privadas están dejando de tener sentido, puesto que no prestan dinero a la economía real.
Desde el punto de vista político Europa, ha dejado de ser un centro mundial. El área del Pacífico se está convirtiendo en predominante por sus relaciones económicas y políticas.
A esto debe añadirse la parálisis del proceso de unidad política y económica. Se ha construido una moneda común que no puede afrontar una crisis de esta magnitud, que por primera vez puede romperse por la salida de Grecia del euro.
Los órganos de la UE han quedado como comparsas, en este último año se ha hecho la política que le ha interesado a Alemania, llevando a rastras a Francia para aparentar un duopolio de poder. La Comisión, el Presidente de la Unión y el Consejo de los Estados han cantado la canción que les tocaban, el Parlamento ha mostrado su impotencia. Las  medidas de rescates y de fondos se han tomado tarde y mal y han estimulado la renacionalización, cada uno de los Estados ha intentado salir por su cuenta sin conseguirlo. Los países de la periferia, con problemas parecidos, han sido incapaces de presionar hacia otra política de estímulos al crecimiento o de reestructuración del poder económico.
Sin duda, la exposición excesiva de los préstamos del mercado produce dependencia de éstos y hace débiles a los países en esta situación. Sin duda la austeridad no es mala cuando es imprescindible reducir el gasto, el problema es si los recortes e impuestos afectan a los sectores con más ingreso, o se hacen sobre los trabajadores y el gasto social.
El daño es profundo, la UE en su forma de afrontar la crisis está contribuyendo a su propia descomposición. Está dejando de ser una aspiración para los ciudadanos, que cada vez esperan más malas noticias procedentes de los órganos de la Unión.
Los auténticos golpes de Estado que se han dado sobre Grecia e Italia, imponiendo gobiernos tecnocráticos, están destruyendo las formas democráticas. Del mismo modo lo hacen al obligar a cambiar políticas nacionales y seguir una única senda al servicio del capital, como ha pasado en España.

La situación española


En España, desde el giro que dio el gobierno de Zapatero, se han aplicado políticas depresivas y regresivas. La llegada de Rajoy a la Moncloa  ha acentuado la regresión. Las medidas económicas han producido recesión y aumento del número de parados, que se dirigen hacia los 6 millones, con cada vez más familias en situación de pobreza. La reforma laboral, además de aumentar y hacer más baratos los despidos, pretende debilitar a los trabajadores, dejándolos solos ante los empresarios al destruir el poder sindical de negociación.
El programa del Partido Popular combina el neoliberalismo con aspectos del nacionalcatolicismo. Con la excusa de que hay que disminuir el déficit está imponiendo, casi clandestinamente, el desmontaje del débil Estado social que teníamos, sin dar explicaciones ni hacer debate público. Se está destruyendo el modelo de una sanidad para todos convirtiéndolo en una sanidad  pública como seguro, al final dirigida a los pobres y canibalizada por las empresas privadas de sanidad. La educación se degrada con menos recursos, menos profesores y más alumnos por aula, se encarece la universidad y se dificultan las becas. Disminuye el I+D+i, condenando al país a competir a la China con salarios más bajos o a esperar otro relanzamiento de la burbuja inmobiliaria. Se difunden criterios para que los ciudadanos se conformen con pagar doblemente por servicios públicos, medicinas, autovías, etc, como si no se debieran cubrir con los impuestos. Se pretende que estas prácticas dividan y segmentan a la población. Se pretende privatizar lo que queda de público, empezando por trenes y aeropuertos. Sin embargo, las subvenciones a la Iglesia permanecen inalteradas, los presupuestos de la monarquía disminuyen sólo un 2% y las Sicav permanecen inalteradas. Al mismo tiempo se corroe el Estado de las autonomías difundiendo, Esperanza Aguirre dixit, que es muy caro para los tiempos que corren.
Se lleva la involución hacia todo que lo que no  gusta a la Iglesia. Ahí está el aborto, el matrimonio homosexual, pendiente del Tribunal Constitucional, la Educación para la Ciudadanía, en una cadena que acaba de comenzar.
Toda esta revolución contrarreformista se hace al socaire de la crisis, casi en silencio y con la construcción de un lenguaje que no es más que una neolengua que dice lo contrario de lo que es. Así, reformas por recortes, modernizar el Estado por liquidarlo, flexibilizar los salarios por reducirlos, flexibilizar el número de alumnos por clase por aumentarlos, gravar la regularización por amnistía fiscal, mantener la gratuidad de la sanidad por aumentar el coste de los medicamentos, etc., en un continuo de creación lingüística que sólo pretende ocultar la realidad. Entre el shock y el miedo de lo que vendrá y la mentira permanente se pretende paralizar la contestación. Al tiempo se busca penalizar toda resistencia, hasta la pasiva, considerándola un enfrentamiento con la “autoridad”.

Es posible la resistencia y el cambio

Los movimientos sociales todavía son débiles para frenar e invertir la deriva actual de la UE. Aunque ya se han dado huelgas generales, cada vez producen menos impactos, debido al peso de los servicios en las sociedades modernas y a la pérdida de centralidad del trabajo. Son más útiles la ocupación de las calles y la resistencia civil, acciones que repercutan simbólicamente sobre la opinión pública. Todas las acciones pueden combinarse con la presión sindical y política. La interrelación europea es muy intensa y la situación parece que puede cambiar con la victoria de Hollande en Francia, el rechazo a los ajustes en Grecia y el probable avance de la izquierda y los verdes en Alemania.
Está claro que aunque las luchas son predominantemente nacionales, no pueden tener éxito si se dan sólo en cada uno de los Estados por separado. Hace falta combinar las acciones para que sean conjuntas en toda la Unión. Ya no es sólo cómo se afronta la crisis sino cómo se sale de ella. Puede salirse con una ruptura parcial del euro, con el deterioro de las condiciones de vida de la mayor parte de la población, con el aumento de la pobreza y de la frustración (sobre todo entre mujeres y jóvenes), con el crecimiento de los nacionalismos excluyentes y de las fuerzas ultraderechistas y xenófobas, los inmigrantes pueden ser los chivos expiatorios de todas las frustraciones.
Sin embargo, como en toda crisis, está la posibilidad de cambiar la relación de fuerzas, aunque ahora parezca lejano. Se puede frenar el poder de los bancos y mercados con nuevas regulaciones, se puede poner las bases de una moneda sólida, de mayor gobernación económica y política, y puede hacerse aumentando el poder de decidir construyendo una democracia a escala europea.
Por otra parte la insistencia en la austeridad y en no endeudarse excesivamente, deberían servir para situar a las opiniones públicas ante los límites del crecimiento, este no puede seguir indefinidamente. Hay que abrir la perspectiva de una Europa que persiga otros valores, sin duda opuestos a los vigentes en las sociedades capitalistas. Con menores desigualdades, con otras formas de vida basados en lo cualitativo y no en lo monetario, en la solidaridad de los ciudadanos. Otra Europa que pueda servir de referencia a otros pueblos.

Mayo 2012



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