Trasversales
Lois Valsa

La experiencia totalitaria (o la simetría de los totalitarismos nazi/estalinista y del ultraliberalismo)

Revista Trasversales número 25, abril 2012

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LA EXPERIENCIA TOTALITARIA, Tzvetan Todorov, Galaxia/Círculo, 2010.

La existencia humana es un jardín imperfecto (Montaigne)

Porque quiero saber la verdad, y el que busca la verdad tiene que empezar buscando dentro de sí (El último encuentro, Sándor Marai)

Aunque soy historiador comparto con los novelistas la afición al relato y con los filósofos la búsqueda de sabiduría (Todorov)

Esta obra de Todorov (Sofía, Bulgaria, 1939) es una antología de ensayos (1990-2010) un poco menos extensa que la versión francesa (La signature humaine, 2009) de la que ha sido traducida pero de la que recoge lo esencial. La “experiencia totalitaria” es no solo una crítica de los totalitarismos, de la experiencia totalitaria tanto nazi como estalinista que supone el sometimiento de todos los aspectos de la vida a la persecución de un ideal, sino también del mesianismo democrático ilustrado y del ultraliberalismo. Entre el mesianismo comunista y las nuevas formas utópicas se observa una continuidad sorprendente (página 37). Todorov critica, pues, tanto el liberalismo “cientificista” como el socialismo “cientificista” y el ultraliberalismo de estado: Me refiero evidentemente al pensamiento liberal que desde hace varias décadas se ha convertido en una doctrina nueva a la que podemos llamar “ultraliberalismo” (página 39). El ultraliberalismo comparte también con el marxismo la convicción de que la existencia social de los hombres depende fundamentalmente de la economía. Concluye Todorov: Así pues, el ultraliberalismo no solo es enemigo del totalitarismo, sino que es además, al menos en determinados rasgos, un hermano-enemigo, una imagen inversa, pero también simétrica (página 44). Esta síntesis es, a mi manera de ver, el eje de la magnífica introducción que hace el autor a su libro.

Una introducción, pues, de Todorov a su obra que es de lectura obligada si se quiere entender su sentido. Además, en la introducción de este libro ya está sabiamente condensada, la propuesta moral que guía a Todorov en su análisis de la “experiencia totalitaria”: no es posible entender el mal que llevan a cabo los otros si nos negamos a preguntarnos si seríamos capaces de cometerlo nosotros también y si no lo entendemos, ¿qué esperanza tenemos de impedir que vuelva a producirse? La educación moral-siempre imperfecta, siempre frágil y siempre por empezar- exige superar las trampas del nihilismo, del egocentrismo y del maniqueísmo (página 19). El problema para él radica, pues, en creerse en posesión del bien y de pensar que el adversario porta el mal. A estas alturas de su vida, Todorov desde luego ya ha desarrollado una ingente obra de investigación que nos permite explicar esta alta dosis de sabia concentración. En este libro el autor nos muestra, además, el desarrollo de una escritura, la suya, que ha cultivado casi todos los géneros literarios. Una escritura que, a partir de los años noventa, se centró ya en la faceta de historiador y abordó temas como la conquista de América, la inmigración y la segunda guerra mundial, para acabar especializándose en el tema de la diversidad y la alteridad, o sea en “el otro” y su descubrimiento incluso a través de choques culturales.

Todorov, al tiempo que señala que la enfermedad de las elites intelectuales, al separar el mundo de las ideas y la realidad, no vio venir la caída del Muro de Berlín (1989), explica cómo él mismo solo con su caída, que fue una gran lección para él, logró concentrarse en el estudio del totalitarismo, asunto que evitaba, y que hasta ese momento había permanecido fuera de su horizonte: fue preciso que el comunismo se derrumbara para que pudiera verlo como un todo del que ya no formaba parte y empezara a analizarlo (página 13). El muro, pues, como venda o muro mental que le impedía ver y analizar la situación real, tanto que ni siquiera había prestado atención a la aparición en Francia del Archipiélago GULAG de Solzhenitsyn. Con su experiencia de haber vivido, antes de llegar a Francia en 1963, en un país totalitario creía que estaba más que suficientemente informado. Todo ello a pesar de que ya había abordado, en 1982, temas sociales como las relaciones entre miembros de diferentes culturas, por ejemplo en La conquista de América: el problema del otro (México, Siglo XXI, 1987; reedición: Madrid, Siglo XXI, 2010); y que el tema del totalitarismo apareciese ya en Nosotros y los otros: reflexión sobre la diversidad humana ( México, Siglo XXI, 1991; reedición: Madrid, Siglo XXI, 2010). Sin embargo, fue solo la caída del Muro, que para él significó un nuevo punto de partida en su experiencia personal y profesional, la que hizo que, a partir de 1990, empezase a escribir los fragmentos que luego se convertirían en su primer libro sobre el tema, Frente al límite (México, Siglo XXI, 1993).

Por otra parte, en sus primeros trabajos sobre el totalitarismo no abordaba de frente el análisis político del régimen sino las formas que adoptaba la vida moral en los países sometidos a esta dictadura y su manifestación extrema y a la vez emblemática que habían sido los campos de concentración (“me proponía observar, a partir de testimonios y relatos de los supervivientes como funcionan los campos y también la metamorfosis de la moral en esas condiciones extremas o sea la moral frente al límite”. Todorov establece la diferencia entre moral del sacrificio y moral del riesgo en Une tragedia française (París, Seuil, 1994; edición revisada y corregida: París, Points-Seuil, 2004), obra en la que se resalta el papel de los “salvadores” que representan los mediadores que no toman partido por ninguno de los bandos como una elección individual (por ejemplo, el caso de Germaine Tillion en la guerra de Argelia). Concluía Todorov que un acto solo era moral si son los otros los beneficiarios del mismo y nos lo exigimos a nosotros mismos porque dar lecciones de moral nunca ha sido un gesto virtuoso. Para añadir, finalmente, que la actitud del salvador no es propia de una tradición nacional o de un medio social, sino que se trata de una elección individual (página 20).

Luego se dedicó a analizar la ideología totalitaria de forma más directa en otra obra, El hombre desplazado (Madrid, Taurus, 1998), que trataba sobre los campos en Bulgaria, y, más tarde, en el primer capítulo de Memoria del mal, tentación del bien (Barcelona, Península, 2002). En relación a la tentación del bien del mesianismo comunista señalaba en una entrevista más reciente: “El comunismo es la gran ideología mesiánica con tintes de religión seglar de la época contemporánea. El fascismo no, no duró mucho, no se desarrolló excesivamente” (Entrevista a “El País Semanal”, 10/10/10). En la “experiencia totalitaria” sigue líneas ya abiertas en ese último libro en cuyo capítulo primero investigaba “la memoria del mal y la tentación del bien”. Sigo pensando que el proyecto totalitario se apoya en una hipótesis antropológica e histórica según la cual la guerra muestra la verdadera naturaleza humana, y por eso, para tomar el poder y para conservarlo, legitima los medios violentos: la revolución y el terror. Se otorga un fundamento que se presenta como científico, aunque en realidad solo es cientificista, que le permite deducir la dirección de la historia y los fines últimos de la humanidad. Al mismo tiempo promueve un mesianismo secular, o utopismo, la promesa de traer el paraíso a la tierra y la salvación para todos. Este pensamiento, fortalecido por sus objetivos, sus legitimaciones y su aparato represivo, permite establecer un régimen totalitario que se fundamenta en la unificación y la no diferenciación de la sociedad, y que exige suprimir las diferencias entre lo público y lo privado, y por lo tanto la libertad de los individuos, y a la vez someter todas las formas de vida social, y sobre todo económica al poder del Estado (página 20).

De esta forma, en su análisis continua la línea de los milenarismos cristianos de la Edad Media y el Renacimiento hasta el mesianismo “secular” que sigue la estela de la Ilustración, tras la Revolución Francesa. Dado que las tradiciones quedaban sustituidas por la crítica racional, y la teología por la antropología, la salvación ya no llegaría, después de la muerte, sino en un futuro próximo, aquí, en la tierra (página 21). Por todos los medios tratará de distinguir el proyecto comunista del mesianismo secular anterior (el proselitismo de la Ilustración y el proyecto colonial). El comunismo basaba su fuerza, pues, en su promesa de salvación en la tierra. En el contenido del ideal propuesto y también en la estrategia para imponerlo que era controlar totalmente la sociedad y eliminar grupos enteros de población. El mesianismo comunista se introduce así en el vacío liberal con respecto a un ideal común nuevo en relación a la religión y encarna lo absoluto aquí en la tierra. Al tiempo, Todorov trata de la pervivencia del “mesianismo democrático” en la tentación del bien de la “injerencia humanitaria”, que intenta impartir el bien y sus ideales por la fuerza y con el ejército y así legitima la guerra, la ocupación y la violencia, para instaurar el bien. En esta actitud se observa, como ya se ha señalado antes, entre el mesianismo comunista y las nuevas formas utópicas una continuidad sorprendente. Y acaba apreciando, por último, entre totalitarismo y ultraliberalismo, aunque en apariencia la doctrina ultraliberal se formule en oposición frontal con el totalitarismo, una verdadera simetría.

Vemos así como todo su trabajo de investigación previo le ha servido a Todorov de gran ayuda a la hora de fundamentar su análisis del proyecto totalitario y para poder concretarlo aquí en esta “experiencia totalitaria”. Por otra parte, esta “experiencia totalitaria” es un paso más en la manifestación del humanismo crítico que preside el largo y ancho itinerario de su obra. Su propuesta humanista es, pues, la de un humanismo crítico que reflexiona sobre los eternos problemas del ser humano, ya sea de una forma más abstracta en sus primeras obras, ya sea de una forma más concreta (problemas y ejemplos) en esta última, sobre todo porque Todorov tiene claro que los actos morales jamás pueden dirigirse a abstracciones como humanidad, pueblo o clase obrera sino al individuo concreto. De esta forma va tratando problemas como el bien y el mal, la memoria y la verdad, la justicia y la compasión. Todorov, al tiempo que es un lúcido analista, ha desarrollado una gran capacidad comunicativa basada en una didáctica que ha asimilado muy bien a los clásicos. Su curiosidad renacentista se desplaza de una materia a otra con gran facilidad y sagacidad, de un tema a otro con enorme intuición logrando ligar lo que parecía lejano en el tiempo y distante en la memoria. Todo ello se puede apreciar muy bien en este libro en el que, superando en su empeño peligros de superficialidad y anacronismo que a veces le han criticado, logra dar sentido a ensayos muy dispersos en el tiempo y en el espacio.

Si entramos ya en el contenido propiamente dicho de la obra, en primer lugar hay que señalar que su propuesta sigue siendo fragmentaria para no caer en otro utopismo sistemático que es lo que él precisamente critica. Así se va configurando, pues, a partir de la introducción, en varios textos y apartados: Retratos, Historias y Temas. En la primera parte, en los “retratos”, toma a Germaine Tillion y a Raymond Aron como referentes morales. A Tillion como referente, contra los maniqueísmos, de un humanismo resistente frente a los atropellos vengan de donde vengan (sea de los totalitarismos nazi o estalinista o de las masacres de Francia en Argelia o las de los terroristas argelinos). En esto nos recuerda a Camus y sus personajes. Su pregunta fundamental es: ¿Debe prevalecer la justicia sobre la compasión? Todorov siempre presta más atención a las preguntas que a las respuestas. Por otro lado, con la figura de Aron nos muestra a un intelectual que es capaz de llegar a la soledad por defender sus principios. Estas figuras que nos presenta Todorov son ejemplares, coherentes, independientes y, claro está, “marginales”: tratan de responder a los requerimientos políticos y éticos de su tiempo. E incluso llega a señalar, en los casos de Bajtín y Jakobson, dos de los más importantes teóricos de la literatura en la Rusia totalitaria, las diferencias e incluso contradicciones entre sus actitudes vitales e intelectuales.

La propuesta de humanismo crítico de Todorov bucea, además, en la memoria para buscar lo “ejemplar” en personalidades morales para él ejemplares: de eso tratan sus “Historias”. Por ejemplo, el caso de los judíos búlgaros. Hanna Arendt había escrito en Eichman en Jerusalén (1965) que en el momento en que el ejército rojo se acercaba a las fronteras de Bulgaria ni un solo judía había sido deportado, ninguno había muerto por causas que no fueran naturales, y, añadía, que yo sepa nadie ha intentado explorar el comportamiento del pueblo búlgaro, que es único en este ámbito de poblaciones mixtas (Barcelona, 2006, Nuevas ediciones de bolsillo). Todorov se dedica entonces a investigar el por qué de este “milagroso cumplimiento del bien” y encuentra factores diversos que solo la acción conjunta hizo posible. Sin embargo, en esta historia ejemplar es muy importante por su valentía y, además, por su estrategia para evitar el sistema nazi, el comportamiento de Peshev quién, con sus compañeros, no se resigna: En la Europa de 1943, sometida al poder nazi, es probablemente el único hombre de estado que supo plantar cara a la infamia y que consiguió detener la persecución de los judíos. En adelante ya nadie puede decir: yo no sabía, yo no debía, yo no podía (página 185).

De esta historia concluye Todorov: parece que el mal se perpetúa con gran facilidad mientras que el bien siempre es difícil, escaso y frágil.. Y sin embargo, posible (p. 186)

Por el contrario, en la historia Stalin de cerca nos acerca al cínico pragmatismo del padrecito Stalin, y del nacional comunismo en que convirtió su doctrina, tal como lo muestran los “Diarios” (1923-1949) del dirigente comunista búlgaro Dimitrov. (1882-1949). Nos muestra su baile de terror en el que sus subordinados nunca sabían a qué atenerse. Y en la tercera historia, Artistas y dictadores, señala las estrechas relaciones entre las vanguardias artísticas y las revolucionarias, en relación al futurismo italiano y las vanguardias de Alemania y los futuristas y constructivistas rusos, con Mussolini, Hitler y Stalin. En suma: las de las vanguardias y los totalitarismos.

En la última parte, Temas, por un lado, para Todorov es muy importante el papel de la justicia y sus límites y expresa sus dudas sobre la justicia internacional y los juicios por crímenes contra la humanidad. Para él, la finalidad de la justicia debe seguir siendo la justicia y no la educación: la pedagogía de los tribunales los puede llevar a cometer injusticias. Y, por otro lado, está el tema complementario del papel de la memoria. Todorov toma, en primer lugar, como ejemplo de “la memoria como remedio contra el mal” el testamento de Primo Levi que seguimos necesitando porque tendemos a identificarnos con las víctimas pero no con los verdugos por lo que no llegamos a extraer lección útil del pasado. Levi, pues, nos hace tomar conciencia del mal tanto fuera como dentro de nosotros mismos. Esta memoria como remedio contra el mal nos la muestra través de los ejemplos de Klaus Barbie, Paul Touvier y Maurice Papon y sus actos en Francia durante la Segunda guerra mundial. O el ejemplo del genocidio de Camboya en que el antropólogo testigo Bizot comprende la inhumanidad poniéndose en el lugar de su verdugo Duch. Y, por último, analiza la concepción tradicional del ser humano que tienen el sudafricano Tutu y su Comisión como original solución a las tradiciones jurídicas. Porque para Todorov el fin es el bienestar de la comunidad: la armonía social es el bien soberano que busca la justicia “reparadora” entre extremos de venganza e impunidad total. Concluye con Romain Gary: Pero es preciso rendirse ante la evidencia de que el lado inhumano forma parte de lo humano (página 296). El mal, según Todorov, no se puede erradicar por lo que hay que entenderlo, limitarlo y domesticarlo admitiendo que también está presente en nosotros. Nuestro enemigo no es la moral sino el egocentrismo y el maniqueísmo. Por lo tanto, el pasado debe leerse en lo que tiene de “ejemplar” y el buen uso de la memoria es el que sigue a una causa justa no el que beneficia nuestros intereses.

En definitiva, la “experiencia totalitaria” es un paso más en la estrategia intelectual de Todorov que ha ido evolucionando desde su primera etapa de razonamientos más abstractos y académicos: el “primer” Todorov que se interesaba por la literatura, la filosofía del lenguaje y la semiología junto a Genette y a Barthes, con quién se formó cuando llegó a París en 1963. En esta etapa había llegado a ser uno de los teóricos más importantes del estructuralismo aunque luego criticó sus excesos en La literatura en peligro, 2009. Para pasar luego, como ya hemos visto y señalado antes, a una etapa más comprometida con un “humanismo crítico” en el que investiga y relaciona con lucidez los estudios de civilizaciones y culturas, la historia de las ideas políticas, el espíritu de la Ilustración, las guerras coloniales y los totalitarismos nazi y comunista. El comunista muy similar en su concepción del poder al del “ultraliberalismo” actual. En este sentido, creo que Todorov nos abre otra vía de investigación muy importante para lograr analizar y entender como “ciertos rasgos del ultraliberalismo democrático empiezan a proyectar sombras igualmente mesiánicas y totalitarias”. Para lograr así comprender “el discurso neoliberal” (Todorov lo denomina “ultraliberal”) que lleva dominando el mundo y sus instituciones desde hace más de treinta años y que es el que, sin duda, nos ha llevado a la gran crisis actual que, como señalaba hace poco Edgar Morin, y no hay que olvidarlo, es una enorme crisis de “civilización”. O como señalaba Todorov en la entrevista: Actualmente, el poder económico y financiero actúa por encima del político. La separación de ambos no es tan clara como debería. Es una situación contraria, pero equiparable al totalitarismo comunista soviético. Entonces el poder económico estaba plegado al político…Por eso era desastroso. Ahora es al revés. Asistimos al extremo opuesto. Los poderes económicos dominan al resto (Entrevista a “El país semanal”, 10/10/2010). 


 

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