Trasversales
Francisco Javier Vivas

PSOE: gran debacle ...y ¿gran debate?

Revista Trasversales número 25, febrero 2012

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Una jornada particular

El día 20 de noviembre de 2011 pasará a la historia electoral de este país como la jornada en que las urnas mostraron la mayor desaprobación con que los electores sancionaron la gestión gubernamental del Partido Socialista Obrero Español y premiaron, de forma tan abrumadora como inmerecida, la labor de oposición del Partido Popular.
En adelante, esta fecha ya no marcará únicamente el aniversario de la muerte de Franco, sino la victoria electoral que culmina el ascenso del Partido Popular, que en gran medida acoge a sus herederos políticos. Desde su origen, en 1976, como alianza de minúsculas asociaciones dirigidas por personalidades de la dictadura, y poca representación parlamentaria en la etapa constituyente (1.500.000 votos, 16 diputados y 2 senadores, en 1977), el PP se ha convertido en el partido hegemónico en 2011, al alcanzar, con 10.830.000 votos, holgada mayoría en las cámaras con 186 diputados y 136 senadores, además de contar con la amplia representación municipal y autonómica recibida en las elecciones del pasado mayo.
No obstante hay que matizar este triunfo, porque, frente al hundimiento del PSOE, que ha perdido 4,4 millones de votos, el PP sólo ha ganado 560.000 electores respecto al año 2008. En unas condiciones muy favorables y ante errores de bulto de su adversario la derecha ha sabido mantener su clientela y, a pesar de los casos de corrupción que la salpican, convencer a unos cuantos más. España no es azul sólo por la convicción de unos sino por ausencia de otros, de gran parte de electores del PSOE, que, con 110 diputados frente a los 118 de 1977, ha obtenido los peores resultados de la etapa democrática y queda, posiblemente por largo tiempo, muy maltrecho en la oposición.
En el PSOE, la causa principal de la derrota se ha buscado fuera, en el efecto devastador que la crisis económica ha tenido para los partidos gobernantes. Pero Ignacio Urquizu (“¿Reiniciando el PSOE?”, El País, 7-12-2011), aludiendo al descalabro, señala grados en los negativos efectos de la crisis sobre los partidos gobernantes, pues, aduce que, en 19 consultas electorales celebradas desde 2008, no es lo mismo perder 2,6 puntos respecto a las elecciones previas, como sufrió el Partido Laborista Australiano, que perder 15 puntos, como le ha ocurrido al PSOE.
Este autor señala como causas de la desafección de los votantes progresistas la complacencia en el Estado de bienestar y la atención a los derechos civiles, dejando de lado la redistribución de la riqueza a través del sistema fiscal. Otra es la calidad de la democracia, cuyas deficiencias critica el movimiento del 15-M, y la tercera es la pérdida de conexión de los partidos con los grupos mejor formados de la sociedad. Para Urquizu, detrás de los resultados electorales del PSOE hay una pérdida de confianza entre el electorado de izquierda y una falta de conexión con los grupos de mayor nivel educativo. Y con los jóvenes, hacia los cuales debe volcar el PSOE toda su energía, concluye Belén Barreiro, en otro artículo (“¿Qué hacer después del 20-N?”, El País, 6-12-2011).
En la reunión del Comité Federal inmediata a las elecciones, Rubalcaba apuntó una consoladora explicación de la derrota, que marcaba el camino a seguir: No hay derechización de la sociedad española. El PP se ha quedado a medio millón de votos de los que alcanzó el PSOE en 2008. Si el PSOE aglutina los votos de la mayoría progresista del país, puede ganar las elecciones generales. El PP no ha logrado superar el techo electoral en las mejores condiciones para haberlo hecho. Si no lo ha hecho ahora, no lo hará nunca. Eso marcará nuestro trabajo electoral para el futuro.
Barreiro (ibíd.) comparte esta opinión e indica que el triunfo del PP no responde a la hegemonía ideológica de la derecha en España. Los populares ganan en un país que apenas ha variado sus ideas políticas. Tampoco responde a la superioridad como partido: tanto el líder como la organización llegan al poder a pesar de la mala valoración ciudadana (...) La explicación de la debacle socialista se resume en dos palabras: crisis y paro, dos problemas ante los cuales el Gobierno ha mostrado a los sectores de más bajo perfil político su incapacidad, y ante los más progresistas, en particular ante los jóvenes, su incoherencia ideológica.
La explicación de Barreiro y Rubalcaba, que abunda en el tópico de que España es de izquierdas, es estática y optimista, porque prolonga en el tiempo la actual correlación de fuerzas, que la derecha no va a respetar. Como viene haciendo desde hace años, el Partido Popular no se quedará quieto y tratará de derechizar aún más el país, imponiendo desde el poder que le otorga la mayoría absoluta en ambas cámaras las reformas acordes con su ideario y difundiendo sus valores y actitudes con la ayuda de sus aliados naturales, la Iglesia y las organizaciones empresariales, de sus aliados políticos en la Unión Europea y de las derechas nacionalistas, para llevarse por delante el gaseoso progresismo de Zapatero.
La opinión de Barreiro y Rubalcaba sobre la no derechización de la sociedad española está influida por su perspectiva, que es la progresiva derechización del PSOE. Y las pruebas más recientes de ambas derechizaciones están en la victoria del Partido Popular en las elecciones locales y autonómicas y en la abrumadora mayoría de electores que han respaldado con sus votos, tanto al PSOE como al PP, la salida de la crisis aceptando las medidas de austeridad dictadas por la derecha europea, en tanto que los partidos que ofrecían otras opciones han obtenido resultados minoritarios. Por desgracia, es difícilmente cuestionable que la derecha es ideológicamente hegemónica en Europa y en España.
Por otra parte, tomar la crisis como la única o principal referencia del desastre electoral encierra una alarmante paradoja, pues deja ver que un partido socialista se hunde ante una crisis del capitalismo, tan grave que ha llevado a sus defensores a proponer su refundación. Si el capitalismo se hundiese, lo esperable sería que arrastrara consigo a sus defensores, pero se constata que se lleva por delante a quienes se tienen por sus detractores, lo cual indica que goza de mejor salud que sus adversarios.
El quid de la cuestión está en conocer las razones por las que el PSOE se ha hundido en una ocasión tan propicia para la izquierda. Y ante una situación tan paradójica hay que buscar algo más lejos las causas de esa incapacidad y de esa incoherencia ideológica y desentrañar por qué el Gobierno y el Partido Socialista estaban tan mal preparados para afrontar esta crisis económica. Tan mal dotados, por otra parte, como el resto de la izquierda, problema cuyo análisis vamos a posponer.

Las tentaciones del PSOE

En la actual coyuntura, la principal tentación del PSOE puede ser la de tapar el roto con un zurcido.
Abrumado por el desastre, perdido el rumbo y el liderazgo, e impelido por el deseo de reducir las consecuencias de la derrota del 20-N sobre la elecciones andaluzas del mes de marzo, la mayor tentación es actuar con prisa para encontrar el sustituto de Zapatero y dar la sensación de que el partido recupera la normalidad. Hay quien piensa -pronto me lo fiais- que las elecciones europeas de 2014 pueden señalar la recuperación del PSOE de cara a las próximas generales.
Pero la búsqueda del líder, la lucha por el poder y el debate sobre la forma de elegir al Secretario General (candidaturas, primarias, elección french style o lo que resultare) tienen el peligro de desplazar, o aplazar sine die, el debate sobre las ideas, y cambiar las personas pero no las ideas no es una buena idea. Ya ocurrió en el XXXVº Congreso, cuando, sin un análisis autocrítico sobre los mandatos de González, Zapatero fue elegido Secretario General.
Hoy, el descafeinado programa del PSOE está públicamente tan maltrecho como la figura del exjefe del Gobierno y necesita un repaso general para ver dónde y cómo se ha ido quedando en jirones por las esquinas, pero no parece haber intención, al menos públicamente expresada, de abordar semejante revisión y asumir las oportunas responsabilidades.
Al contrario, como las consultas electorales han repartido derrotas por doquier, todos los indicios apuntan a que hay que huir de la autocrítica como de la peste. Todos son perdedores -el único barón a salvo, por ahora, es Griñán-; en eso no hay ventajas ni desventajas, pues todos están unidos por la derrota. Y, ahora, cuando llega el momento del relevo, se echan en falta las voces críticas en el Partido cuando gobernaba con mayoría. Han faltado las críticas desde dentro, las voces discrepantes pero leales. Las opiniones no triunfalistas, si es que las hubo, fueron sofocadas para hacer piña con el Gobierno ante al acoso brutal de la derecha. Esas voces gozarían de mucha legitimidad a la hora de abordar la ineludible rectificación.
Zapatero, en la reunión del Comité Federal del 26 de noviembre, admitió errores de gestión y comunicación, pues los imprescindible ajustes de 2010 -no había alternativa- no hallaron explicación en un discurso global y coherente, pero no fue mucho más lejos. Posteriormente ha realizado una breve reflexión autocrítica, que también resulta insuficiente ante el descalabro sufrido, aunque la última derrota electoral se haya cargado en la cuenta de Rubalcaba. Sería deseable que, en el cercano congreso del PSOE, el Secretario General fuera un poco más explícito, algo más humilde y aclarase que si no había alternativa es porque él carecía de otra o de si consideraba la propuesta de Merkel, Sarkozy y Trichet como la más conveniente para salir de la crisis. En cuyo caso no caben lamentaciones por las consecuencias sobre las rentas más bajas ni retóricas alusiones a la defensa del Estado del bienestar, porque lo que exigen los mercados financieros es acabar con él o reducirlo a la mínima expresión.
Las responsabilidades en la derrota, como miembros del Gobierno y como candidatos que han recibido antológicos rechazos en las urnas, alcanzan a los dos aspirantes a sucederle en la Secretaría General.
Chacón no se da por aludida y mira hacia delante. Desecha, por el momento, una reflexión crítica sobre su actuación como miembro de la Ejecutiva del PSOE, vicepresidenta del Congreso, ministra de la Vivienda (cuando la burbuja inmobiliaria estaba a punto de estallar) y de Defensa en los gobiernos de Zapatero, asegurando que no hacen falta transiciones ni interregnos, pues el partido necesita levantarse ya con el objetivo de gobernar cuanto antes.
El expresivo lema “Mucho PSOE por hacer”, que ahora, no antes, agrupa a los más disconformes, no va acompañado de concreciones respecto a cuánto y cómo se aborda lo que queda por hacer. Eso falta en el emotivo y vago proyecto de Chacón, que poco se ha distinguido por sus ideas, y de sus camaradas de la Nueva Vía, que parecen apostar por otro relevo generacional tan falto de sustancia como el del XXXVº Congreso. Lo más claro es la prisa por devolver al partido su fuerza, su frescura y su capacidad de liderar, pero sin decir cómo, la insistencia en abrir espacios para elegir al Secretario General y utilizar la capacidad de las redes sociales para salir del aislamiento. Chacón, al frente de los jóvenes y de las jóvenas, agradece al carroza Rubalcaba los servicios prestados, que son mayores que los suyos, y le envía al museo de la historia junto con Zapatero, a hacer compañía a la vieja guardia.
Rubalcaba tampoco es partidario de iniciar una refundación ni una profunda autocrítica sobre la gestión de los gobiernos de Zapatero, de los que él formó parte cualificada, aunque cuenta en su haber con más méritos que Chacón. Rubalcaba, que defiende el programa que ya utilizó en la campaña electoral, pretende colocar al PSOE en condiciones de conformar una alternativa a la recesión económica mundial, para lo cual es preciso revitalizar el proyecto de la socialdemocracia para que, en España y en la Unión Europea, la salida a la crisis no sea la que imponen los mercados.
Ambos contendientes defienden por principio las conquistas del Estado del bienestar, pero tal defensa mal se compadece con las medidas que aplicaron cuando gobernaban. La gran incógnita sigue siendo la concreción del programa económico para salir de la crisis, que cada candidato someterá al congreso, pero, sobre todo, la justificación de tal programa sin las urgencias y presiones que recibió Zapatero. Es decir, ¿albergan dudas los contendientes sobre la idoneidad de las medidas impulsadas por el FMI y la Unión Europea para salir de la recesión? Y en consecuencia: ¿Alguno de los aspirantes a la Secretaría General va a proponer un programa económico distinto al de Merkel, Draghi y Sarkozy? ¿Conciben alternativas a la presión de los mercados o seguirán presos de la decisión de Zapatero de que no se puede hacer otra cosa que aceptar los dictados de la UE y el FMI? Al fin y al cabo, si se hace recaer la mayor parte de la responsabilidad de la derrota electoral en la gestión de la crisis, la discusión sobre otras posibles soluciones debería ser un elemento central del debate y de la renovación.
Un (posible) tercero en discordia, García-Page, alcalde de Toledo, también alude, aunque de forma más alambicada, a la socialdemocracia, cuando, en una entrevista, señala: No creo que haya que plantearse una refundación del partido, ni que tengamos que bucear en la historia. Yo reinterpretaría la socialdemocracia y, sobre todo, las formas de gestionarla. ¿Reinterpretar la socialdemocracia? Pero, ¿no es eso lo que han venido haciendo hasta ahora? ¿Reinterpretar la forma de gestionar la socialdemocracia? ¿Acaso no estamos ante los resultados de esa gestión? Y en todo caso, ¿por qué no bucear en la historia? ¿Quizá porque hay demasiados episodios que producen sonrojo?
Martínez Olmos, diputado por Granada, defiende un PSOE nuevo con los valores de siempre. Pero, ¿cuáles son los valores de siempre, en un partido que se transmutó para refundarse -el PSOE renovado frente al PSOE histórico- y se ha transformado tras cada estancia en el poder? That is the question.

Asignatura pendiente

Suspensos que no se recuperan nunca, asignaturas que no se aprueban, capítulos de la vida que formalmente nunca se cierran o cuentas que nunca se saldan eran conclusiones de la homónima película de Garci.
Cada cual tiene, como parte de su pasado, asignaturas pendientes que arrastra como puede, porque la recuperación ya no es posible, se estima demasiado costosa o porque suscita la perspectiva de un nuevo fracaso. Quedan entonces como parte del equipaje vital, como epígrafes inconclusos de la biografía íntima de cada uno.
Pero un partido político orientado hacia el futuro no puede estar largo tiempo atado a un fardo, hipotecado por episodios del pasado, que, aunque hayan merecido la atención de sociólogos o politólogos, no han sido debidamente explicados y expiados por sus dirigentes, confiando en la generosa indulgencia de los votantes ante la perversidad, cierta o presunta, del adversario o en que queden sepultados por esa apisonadora de la memoria que es la rabiosa actualidad.
Zapatero, en 2004, aseguró a sus seguidores que no les fallaría, porque el ejercicio del poder no iba a cambiarle. Les falló, porque cambió. Pero, ¿qué tenía en la cabeza cuando hizo tal promesa? La frase, un desliz freudiano, indica que Zapatero pensaba que el ejercicio del poder había cambiado a González. ¿Sólo a González? No, la estancia en el Gobierno había cambiado a González y había cambiado profundamente al partido. Como la estancia en el Gobierno ha cambiado a Zapatero y, arrastrado por él, ha cambiado al PSOE hasta dejarlo irreconocible para millones de electores, incluso para muchos de los que le han votado. De lo cual se extraen varias conclusiones: una, que el PSOE es un partido cuyos máximos dirigentes cambian, desplazándose a la derecha, cuando están en el Gobierno. Dos, que es un partido que cambia dócil y profundamente detrás de sus dirigentes. Tres, que tales cambios amenazan con desnaturalizar el partido. Cuatro: que los cambios en la naturaleza del partido debilitan su perfil y lo hacen más vulnerable a las presiones externas.
Advirtiendo esa progresiva pérdida de identidad, desde filas amigas se ha acusado a Zapatero y al Gobierno de carecer de guión o de hoja de ruta y de no saber explicar sus decisiones ni justificar medidas que eran acertadas. Pero tal actitud no se debe a errores en materia de comunicación, carencia que se remonta a la época de González, sino a la dificultad de engarzar medidas coyunturales en un discurso único, porque detrás no existía un programa coherente que sirviera de marco de referencia y les diera entidad. Como efecto de esa desnaturalización, el Gobierno daba la impresión de que carecía de guión, pero en realidad le faltaban una cartografía adecuada para saber dónde estaba (Hispania terra incognita) y una brújula que le marcara el Norte, pero sobre todo necesitaba un psiquiatra para saber quién era. La gran asignatura pendiente del PSOE es tenderse en el diván y hacer un examen crítico sobre su trayectoria reciente; un examen de conciencia, como dirían sus afiliados católicos, sin el cual no hay dolor de corazón ni propósito de enmienda. Y cuando se acepta que se tiene una conciencia demasiado laxa, para que la enmienda sea verosímil hay que cumplir la penitencia, que no es otra cosa que asumir las responsabilidades políticas pertinentes.
En el XXXVº Congreso (julio de 2000) se perdió la ocasión de efectuar ese examen retrospectivo sobre los controvertidos mandatos de González, en los cuales, junto con innegables aciertos, habitualmente exhibidos, había no pocos aspectos merecedores de atención y aún de reconvención. No sólo el problema de la corrupción, gravísimo en sí mismo, o el del GAL, sino otros asuntos que contribuyeron a desdibujar la identidad del PSOE.
En primer lugar, al ocupar las instituciones, el partido se confundió con el Estado deviniendo en un instrumento dispensador de puestos, cargos y prebendas y, con la eficaz labor de la comisión de conflictos, en un disciplinado séquito del Jefe del Gobierno y Secretario General.
En segundo lugar, aparecieron actitudes poco ejemplares en el ejercicio del poder. El abuso de la mayoría absoluta y ciertas formas de autoritarismo, de caciquismo y de prepotencia marcaron no sólo la actividad de las instituciones sino que levantaron una barrera ante la ciudadanía, inducida a la pasividad, a pagar impuestos y a callar ante los incuestionables aciertos del Gobierno.
En tercer lugar, bajo la poderosa influencia de la revolución conservadora, un acusado pragmatismo permitió ir cambiando el programa sobre la marcha para adaptarlo al discurso económico dominante, por el que se abandonaron ideas aceptadas poco tiempo antes. El socialismo como proyecto de construcción de las condiciones sociales que hagan posible la felicidad de todos los hombres, poético objetivo del XXIXº Congreso (1981), que expresaba retóricamente el deseo de un cambio profundo, fue reducido poco después a proporciones más modestas: que España funcione.
De la progresiva eliminación de la economía capitalista, anunciada por Felipe González en el XXVIIIº Congreso (1979), mediante el control del sistema de producción y una nueva distribución del trabajo, las rentas y el consumo, se pasó a la simple gestión del capitalismo, palabra que se sustituyó por la economía. El capitalismo ya no era un modo de producir que explotaba a los trabajadores y repartía desigualmente la riqueza, sino el sistema que había que gestionar con lo que se tenía más a mano: las teorías neoliberales difundidas por Reagan y Thatcher, y aceptadas por la socialdemocracia europea. Felipe González siempre ha sentido una fascinación por la señora Thatcher, no física sino ideológica sobre su contundente manera de gobernar, diría un dolido Nicolás Redondo, tras la ruptura del PSOE con la UGT que condujo a la huelga general de 1988.
Sin llegar a la inconsistencia de Zapatero en el ámbito internacional, también había aspectos a revisar en las relaciones de los gobiernos de González con la OTAN, el Mercado Común o el Vaticano, pero los casi mil delegados que asistieron al XXXVº Congreso, de los que las tres cuartas partes lo eran por primera vez, respaldaron la decisión de hacer tabla rasa con el pasado inmediato y dar por zanjada la etapa felipista con un relevo generacional. Si ese cónclave se saldó con una faena de aliño la etapa de González, en el próximo congreso una faena similar podría saldar la de Zapatero.

¿De qué lado está el PSOE?

Ante los graves problemas que un partido que aspira a gobernar tiene delante: una crisis económica de larga duración, con los años duros que ya han pasado y lo que aún queda por pasar, la hegemonía de la derecha en España y en Europa y la agónica situación de la Unión Europea en un mundo en plena reconfiguración, el PSOE está siendo interpelado para que defina en qué lado de la raya se encuentra.
La derecha europea exige nuevos ajustes, nuevos castigos a las mujeres, los parados, los asalariados, los dependientes, los jóvenes, los enfermos, los ancianos y los niños, que van a vivir aún peor. Se trata de una ofensiva en toda regla contra logros económicos y derechos sociales y sindicales, obtenidos tras largos años de luchas, sacrificios y esfuerzo económico y fiscal de las clases subalternas (los ricos y los grandes empresarios apenas tributan), que van a reducirse o a desaparecer. Derechos que dejarán de serlo y que harán más pobres a los pobres, más desfavorecidos, más subalternos, más sometidos y menos ciudadanos, para acercarse al viejo sueño de la derecha: menos igualdad y menos libertad para los que no son ricos.
La opción el PSOE está en sumarse al bien financiado y promovido coro de los que proclaman cada día que el Estado de bienestar no se puede mantener, el sistema de pensiones no se puede sostener y el régimen laboral es inviable, pero no quieren hablar de subir los impuestos a las grandes fortunas. O bien en rechazar por antisocial, además de por inútil, la salida a la crisis dictada por la Unión Europea y el FMI, y explorar otros caminos que además de ser útiles en España para no cargar el mayor coste de la crisis sobre las clases subalternas, sirvan para los más desfavorecidos de otros países, en un mundo que está en fase de reorientación.
Ha llegado el momento de definirse de una manera tan lapidaria como lo hacen la derecha y los ricos y decir con quién se juega los cuartos, si con los ricos o con los pobres; con los rentistas o con los trabajadores; con las grandes fortunas y los financieros o con los asalariados, pequeños empresarios y autónomos; con los dependientes de la red asistencial del Estado o con los podadores de tales servicios.
Y ante la ofensiva de la derecha española y europea, por no decir mundial, en el PSOE deben prepararse, sin excusas ni subterfugios, para responder con claridad y, sobre todo, con sinceridad, a la pregunta que tarde o temprano les formularán sus electores: ¿de qué lado estáis?


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