Trasversales
Juan Manuel Vera

Sobre The Wire

Revista Trasversales número 22, primavera 2011

Textos del autor en Trasversales



The wire describe un mundo en el que el capital ha triunfado por completo, la mano de obra ha quedado marginada y los intereses monetarios han comprado suficientes infraestructuras políticas para poder impedir su reforma
David Simon


Mientras contemplaba las cinco temporadas de la serie The wire mi admiración crecía más que aritméticamente a medida que la inmensa arquitectura narrativa desplegaba su complejidad de puntos de vista y su riqueza de matices y emociones. Además, sus imágenes tienen, al menos para mí, una extraña capacidad para no despegarse de la mente aunque pasen meses y para continuar siendo motivo de reflexión. De hecho, en más de una ocasión, he acudido a revisar un episodio para confirmar recuerdos o buscar nuevos hilos.
La serie es una creación de David Simon, a la cabeza de un elenco de grandes guionistas y directores, bajo el manto de la productora televisiva HBO. A lo largo del tiempo ha generado una legión de entusiastas. Ello es enormemente significativo porque indica que esta obra toca alguna fibra especial de cada vez más gente, sobre todo jóvenes, que han encontrado un producto que se enfrenta frontalmente a la lógica de tantas series de episodios, policiacas o no, esforzadamente construidas para reconciliar a los espectadores con la sociedad en la que viven, y para hacerles creer en la capacidad de las instituciones realmente existentes -sea la justicia, la prensa, la policía o el gobierno- para defender paradigmas efectivos de verdad o de justicia.

Me gustaría destacar su radical sentido político, lleno de fuerza y rabia, y de sentido común, todo ello tan necesario en estos tiempos. También, su gran capacidad latente para expresar las posibilidades e imposibilidades actuales de la transformación social.

Metáfora y realidad de la ciudad

The wire retrata la crisis de Baltimore, una ciudad industrial en declive de los Estados Unidos, de mayoría negra, donde se ha producido una progresiva degradación de sus barrios populares y una pérdida de su identidad. Desde ese punto de vista, el mundo donde se desarrolla The wire es profundamente simétrico a muchos otros enclaves obreros de hace décadas y a la realidad de muchas otras ciudades de cualquier continente. Los policías y los traficantes que protagonizan la serie se desenvuelven en ese escenario, cuya comprensión es esencial para poder elucidar las contradicciones y callejones sin aparente salida en que se encuentran encerrados.
En su primera temporada The wire mostraba los terrible efectos de la guerra contra la droga en los barrios marginados de Baltimore, generando un gran alegato sobre las verdaderas consecuencias de dicha guerra, y del prohibicionismo en general, y el sinsentido al que ha conducido a la ciudad (y a tantas ciudades y a países enteros, pensemos en Méjico). Tras ver dicha descripción desgarradora, sin embargo, los creadores de la serie sólo habían mostrado una pequeña parte de su hoja de ruta.
La segunda temporada describe el declive del Baltimore obrero, sindical, industrial. También la decadencia de los valores de solidaridad y confianza en el futuro que tenían las anteriores generaciones. En las ruinas de ese Baltimore aparece el embrión de otra ciudad, que comienza con las especulaciones inmobiliarias y que no deja apenas resquicios para los desechados. De alguna manera es una descripción complementaria respecto de la de los barrios de la primera temporada.
En su tercera entrega se introduce el análisis de los mecanismos de poder de la ciudad. Aparecen los intereses oligárquicos, la corrupción o incompetencia de los altos funcionarios, los mecanismos que hacen inviables las reformas y las razones institucionales que no permiten plantear la búsqueda de soluciones a los problemas de la gente. Así se cierra cualquier ilusión de conciliación entre quienes padecen la degradación social de la ciudad y sus élites. A estas alturas de la serie, ya está esbozada toda su enorme ambición. Pero aún le era necesario profundizar más.
En la cuarta temporada el eje es la educación, tanto desde el punto de vista de la degradación del espacio escolar como del papel de las escuelas públicas en la agenda política. Conecta así con todo lo anterior, los barrios, los chicos de las esquinas, la pérdida de expectativas sociales y los mecanismos que mantienen todo como está.
En la quinta y última entrega, los guionistas de The wire introducen el papel de la prensa como un último elemento del caleidoscopio de la ciudad, necesario para evidenciar la ausencia de espacio para una opinión pública auténticamente democrática.
Todo ello contribuye a que podamos ver las calles y despachos de la ciudad real como metáfora de un mundo globalizado sometido a lógicas desregulatorias y de destrucción de los espacios colectivos de trabajo y de participación. Al final, la descripción del entramado institucional que contiene The wire, es un poderoso recordatorio de la necesidad de juzgar a los responsables políticos por los resultados de sus acciones o inacciones y no por los principios a los que apelan.

Ética y acción pública

Por supuesto que situar una descomunal intriga policial, con grandes elementos de tragedia griega, en el marco del análisis de los problemas de una ciudad es insólito. También lo es la crítica del poder y del funcionamiento de las instituciones de la comunidad.
Más asombroso resulta el sofisticado tratamiento que contiene The wire sobre la cuestión de la verdad (verdad policial, verdad judicial, verdad política, verdad social) una vez que se han situado las diferentes perspectivas que cada agente tiene y la imposibilidad para el espectador de asumir una única interpretación. Como en la vida, fuera de la ficción, cada partícipe sólo conoce una parte de lo que llamamos realidad y no existe ese paraguas tranquilizador omnisciente que en las series al uso permite reconstruir un conocimiento completo y fiable de los acontecimientos. Los espectadores contemplamos una gran parte de esa realidad pero ninguno de sus protagonistas dispone de la clave común que permita tejer una única verdad. Hay tantas verdades como sujetos en acción y tantas interpretaciones como posiciones de sujeto.
Otro elemento formidable que encuentro en The wire es el análisis de los comportamientos individuales de todos sus personajes. Dejando fuera el maniqueísmo, son construidos como sujetos responsables éticamente, en el sentido de que toman decisiones que no son evidentes en el plano ético y que tienen consecuencias imprevisibles, como todo lo que hacemos en la vida real. En este sentido, The wire renuncia al determinismo moral. Cada acción es el producto de muchas circunstancias pero, al final, siempre hay un sujeto responsable de lo que hace o no hace. Esa responsabilidad ética es esencial para entender el problema político subyacente. Aunque nadie tenga en su mano cambiar las cosas, lo que cada uno hace contribuye a mejorarlas o a empeorarlas. Hay decisión en las acciones y en las omisiones, no da igual lo que cada uno haga.
En este sentido, The wire es una serie completamente alejada de cualquier nihilismo, a pesar de que el sobrecogedor escenario podría propiciarlo. Viene a decir algo así como: sí, ya sabemos que las cosas están mal, pero tú estás ahí y no puedes refugiarte en lo mal que están para quedarte quieto. En ese marco, común para todos, por ejemplo, hay policías corruptos, policías indiferentes y policías íntegros, aunque en ocasiones los corruptos hagan cosas aceptables, los indiferentes puedan dejar de serlo y los más íntegros provoquen desastres. Igual ocurre con los profesores, los traficantes, los políticos, los abogados, etc. Eso sí, cuando más integrados están en la lógica del sistema y en sus intereses, ya sean el de las instituciones oficiales o el de los poderes mafiosos, menos esperanza se puede poner en sus acciones.
A través de ese principio de responsabilidad individual se visualiza que la posibilidad, sea más o menos improbable, de transformar un orden inaceptable depende, únicamente, de cómo actué la gente, de qué sentido construya de sí misma y del mundo que la rodea. Y, sobre todo, de las acciones que de ello se deriven. Todo acaba conduciendo a un llamamiento contra la resignación. Nos dicen que en cualquier situación hay algo que hacer y, en todo caso, no da igual lo que se haga. Eso sí, también es evidente que los efectos de las acciones no son predecibles y, en ocasiones, acaban siendo perjudiciales para la finalidad pretendida.
Viendo la serie, más de una vez se me han venido a la cabeza las reflexiones de Richard Rorty sobre el relato norteamericano del orgullo nacional, las razones que había tenido esa sociedad para confiar en el futuro, la forma en que ha perdido su épica del progreso y, por supuesto, las dificultades de reconstruir un proyecto de izquierdas. Recuerdo como insistía, en su libro Forjar nuestro país, en la necesidad de poner en acción lo que quedaba del proyecto histórico de la democracia norteamericana para hilvanar una propuesta de acción y de medidas concretas. No se alejan mucho de esas conclusiones las que cabe extraer del gran relato que David Simon y todos sus colaboradores han puesto en nuestras pantallas hablándonos de una ciudad de su país, pero también de todo el mundo globalizado. 

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