Trasversales
Javier Cordón, Marcelino Fraile y Jesús Jaén

Revolución y contrarrevolución en Libia (versión papel)

Revista Trasversales número 22 primavera 2011

Javier Cordón, Marcelino Fraile y Jesús Jaén

Revolución y contrarrevolución en Libia (versión papel)


El 17 de marzo, Naciones Unidas aprobaba la resolución 1973 donde se daba luz verde a la creación de una zona de exclusión aérea en Libia. A las 17 horas y 45 minutos aviones franceses bombardeaban objetivos militares de Gadafi. La intervención internacional era ya un hecho.
A las pocas horas se producían reacciones entre diferentes sectores de izquierda convocando concentraciones y manifestaciones contra la agresión imperialista. Hasta en el Congreso de los Diputados hemos vuelto a escuchar un “No a la Guerra” por parte de IU. Para una gran parte de la izquierda español, la guerra civil en Libia no empezó con la revolución popular el 17 de febrero sino con la intervención de los aviones franceses el 19 de marzo. ¿Hasta ese día qué había? ¿Eran virtuales o inexistentes los bombardeos de Gadafi sobre la población civil que costaron la vida de seis mil civiles? ¿Por qué IU no exigió -como lo haría más tarde- el cese de los bombardeos por Gadafi?
Mientras tanto, los verdaderos representantes de esa izquierda a nivel internacional, es decir Castro, Ortega y Chávez, marcaban la pauta a seguir. Según ellos, Muamar era un buen amigo, un antimperialista víctima de la contrarrevolución, de la CIA. Las declaraciones de los tres dirigentes a favor de Gadafi y en contra de la revolución libia han sido un escándalo mayúsculo. Aún más grave es, todavía si cabe, la posición de Hugo Chávez apoyando al dirigente sirio Al Assad y extendiendo su teoría “conspirativa” de la CIA también a las movilizaciones democráticas en Siria que ya han costado más de cien muertos.
Nosotros tenemos una interpretación opuesta. El proceso revolucionario que se vive en Libia, forma parte de una oleada revolucionaria mucho más grande que abarca el Norte de África y Oriente Medio. Dicha oleada ha derribado ya a dos dictadores en Túnez y Egipto respectivamente. La revolución penetra en Yemen, Siria, Bahreim, Argelia, Marruecos y, por supuesto, Libia.

Características del Régimen de Gadafi

Uno de los principales problemas que tienen muchos sectores de la izquierda es la falta de un análisis marxista del régimen libio. El hecho de que su origen esté en una revolución anticolonial no quiere decir que, tras 42 años, mantenga las mismas características. Más bien todo lo contrario.  Nos inclinamos a pensar que éste perdió hace muchos años su carácter antimperialista. El régimen de Gadafi evolucionó desde ese punto hasta llegar a un régimen aliado de los principales gobiernos y Estados occidentales. Amigo íntimo de Berlusconi, Aznar y Tony Blair, se jactaba hasta hace muy poco de sus relaciones internacionales y de haberse puesto a la cabeza de la lucha contra el terrorismo internacional que preconizó la Administración Bush.

Podríamos hablar de un régimen dictatorial apoyado en su clan familiar y tribal (y por lo que hemos podido ver en una “guardia pretoriana” formada por miles de mercenarios subsaharianos). Sus relaciones y su base capitalista están fuera de toda duda. Gadafi y su familia acumulan una fortuna inmensa en Italia, EEUU y paraísos fiscales, conseguidas a base de la expropiación a los seis millones de ciudadanos libios y trabajadores inmigrantes.
El hecho de que Hugo Chávez o Fidel Castro consideren a Gadafi un aliado y amigo, no es ningún aval; es una muestra más de la falta de compromiso de éstos con los pueblos que luchan por conquistar las libertades. Ayer fue Irán, hoy Libia y Siria. Mañana probablemente será… ¿Argelia?

Una revolución en curso

Espoleados por los acontecimientos revolucionarios en Túnez y Egipto, los trabajadores y el pueblo libio se encuentran entre los millones de árabes que han decidido tomar el destino en sus manos. Las revoluciones en los países árabes han presentado hasta la fecha -al menos- tres características.
La primera es su carácter popular. Han participado tanto trabajadores como la juventud estudiantil, clases medias, desempleados, etc. Es una gran alianza entre diferentes clases sociales. Aunque el movimiento obrero y sindical ha ido tomando protagonismo cada vez con más fuerza.
La segunda, su contenido. Se trata de movilizaciones y revoluciones democráticas. Tanto por sus objetivos como por sus limitaciones. Los triunfos conseguidos son parciales. En Túnez, pero principalmente en Egipto, el aparato de Estado sigue casi intacto, principalmente si hablamos de las Fuerzas Armadas.
La tercera,  su dinámica. Nos encontramos, al igual que tras la caída del Muro de Berlín, con un proceso de revoluciones populares y democráticas, pero también un proceso de carácter internacional. No pensamos que resulte exagerado afirmar que lo que se vive desde el Norte de África hasta Oriente Medio es un único proceso regional que, aunque tiene desigualdades muy grandes, refleja el proceso de mundialización de la economía y la existencia de una gran nación árabe.

La prensa comparó las revoluciones árabes con las revoluciones de los países del Este. Algunos elementos son parecidos: su carácter popular, democrático e internacional, pero otros son radicalmente distintos. Mientras en el Este de Europa se daban las condiciones objetivas para un proceso de restauración capitalista (unas economías estatistas en crisis), en cambio, en Oriente Medio y el Norte de África existen posibilidades reales de transformar la lucha democrática y social en un combate contra el sistema y su régimen neoliberal, debido a las enormes desigualdades sociales y la miseria económica. El tiempo dirá.
Otro aspecto importante son las direcciones o no direcciones en este proceso revolucionario. La ausencia de importantes organizaciones anticapitalistas hace más que posible la influencia de partidos, corrientes o movimientos islamistas y, sobre todo, pro-occidentales.
Lo que está en juego hoy en Libia es mucho. Si Gadafi gana la guerra afectará al conjunto del proceso revolucionario que se vive en toda la región. El resto de dictadores habrán encontrado “soluciones a sus problemas”. Por eso en el último mes hemos podido comprobar dos cosas: la primera que el recurso a la violencia contrarrevolucionaria ha ido en aumento como se está viviendo en Yemen y Siria. Y la segunda, que, a medida que avanzaba Gadafi, disminuían las movilizaciones en otros países.

Y las contrarrevoluciones en curso

Para intentar frenar, desviar o llevar a su terreno a la revolución árabe en general y a la libia en particular; se han lanzado o puesto en marcha, no uno, sino múltiples frentes contrarrevolucionarios. Éstos no son un cuerpo único, tienen muchos portavoces, o para que se entienda mejor, son como una hidra de varias cabezas. Las maniobras de los autócratas árabes -para perpetuarse en el poder- son ahora muy diversas ¡Han aprendido muy bien la experiencia de Túnez y Egipto! Para ello están empleando diversos medios: militares, parapoliciales y políticos.
Muamar el Gadafi no ha sido una excepción a esta regla. Primero contemporizó, después bombardeó, más tarde hizo un guiño a Occidente afirmando que tras las revueltas estaban una panda de drogadictos y Al Qaeda, después se dejó seducir por las propuestas conciliadoras de Chávez en el sentido de establecer una tregua y abrir un diálogo, y, finalmente, ha declarado que los bombardeos de la ONU son una cruzada contra el mundo árabe. Todo un repertorio de mentiras para mantenerse en el poder. Ahora vuelve a la farsa de la negociación con los gobiernos europeos.

Por otra parte están las democracias imperialistas y sus organismos internacionales títeres como la ONU. También están aprendiendo de la revolución en curso y afianzando sus estrategias.  Ante la debilidad actual de algunos regímenes árabes y su crisis inminente, se reorientan los estados de Europa y EEUU, se reorientan las oligarquías o burguesías árabes y se reubican las Fuerzas Armadas. Las clases medias giran ante el empuje de la revolución democrática buscando una salida junto a la juventud y los trabajadores. No parece, al menos de momento, que en el programa de la revolución árabe figuren consignas antiamericanas o antimperialistas, más bien parece que todo se concentra en torno a reivindicaciones democráticas, salariales y sociales.
Aprovechando estos márgenes de maniobra, los gobiernos de Europa y EEUU se han situado en la primera línea de fuego y política. Apareciendo ahora como salvadores de la población, dicen defender los derechos humanos y la democracia en el mundo. Viajan, reconstruyen relaciones diplomáticas, y salvan la cara ante su propia opinión pública. Antes eran amigos de las dictaduras, ahora lo son de las democracias. Nos encontramos así con las dos caras de una misma moneda. Unos como Gadafi son la contrarrevolución sin más; otros lo son pero intentando controlar la transición de una dictadura a la democracia. 

Apoyar, ayudar y solidarizarnos con esta Revolución

En el caso de Libia, consideramos esencial señalar lo que, a nuestro entender, son posiciones de principios para un revolucionario. Creemos que todo internacionalista tiene que apoyar la victoria militar de los rebeldes y, por lo tanto, la derrota de Gadafi. Esta es hoy la principal tarea. Y una gran diferencia con muchos “izquierdistas”. No son diferencias menores, ¡estamos ante el proceso revolucionario más importante de los últimos años! Chávez ha defendido el diálogo con Gadafi y lo apoya abiertamente. ¡Nada tenemos que ver con él! Si estuviéramos en territorio libio estaríamos pegando tiros en lados distintos. ¿Y qué decir de los “pacifistas” de última hora con su lema No a la Guerra? ¿Por qué no se acordaron de la paz cuando Gadafi ha estado masacrando impunemente a la población? ¿Qué significaba el lema de No a la Guerra en las manifestaciones convocadas por la izquierda? ¿Que se rindieran los rebeldes asediados en Bengasi? ¿Que les obliguemos a negociar con Gadafi, como en el fondo quieren las democracias imperialistas? 

La guerra civil en Libia ha llevado a una contradicción suprema, las democracias de Occidente (antiguos amigos de Gadafi), en lugar de apoyarlo, lo están bombardeando. ¿Y esto por qué? Como decíamos anteriormente si bien tienen fines parecidos (derrotar el proceso revolucionario) se plantean estrategias diferentes. Uno por supervivencia, y los otros para evitar males todavía mayores.
La intervención militar de la ONU en Libia levantó una oleada de rechazo en un sector de la izquierda (¿ves? ¡Ya lo decíamos nosotros!). Los rebeldes no son revolucionarios sino agentes del imperialismo (según ellos). ¿Y Gadafi? La víctima. El mundo al revés.
Pero la realidad es otra, Gadafi reaccionó a las movilizaciones de su pueblo bombardeando y disparando sobre la población civil. Bengasi estuvo a punto de caer en manos de Gadafi, y, con ésta, la revolución. Algo parecido a la entrada de Franco en Madrid en 1939, analogía que no sólo hacemos nosotros sino el propio Gadafi. Ante esta situación desesperada, el mando de los rebeldes pidió ayuda a las potencias imperialistas. Pidieron ayuda material, armas y alimentos, además de una zona de exclusión aérea; descartando la entrada de tropas terrestres en territorio libio.

¿Se han vuelto locos los rebeldes libios pidiendo ayuda? ¿Podemos aconsejarles nosotros desde nuestros confortables asientos que en nombre de la pureza revolucionaria no acepten ninguna ayuda exterior y menos de las democracias imperialistas? ¿Queremos que gane la revolución o queremos que sea aplastada por la enorme superioridad militar y logística de Gadafi? ¿No estamos viendo que los rebeldes carecen de preparación y medios? ¿No nos estamos dando cuenta que las democracias imperialistas están actuando en un doble juego para imponerse ellas y dejar debilitados a los rebeldes?
Más aún, ¿estaban locos también los republicanos cuando pidieron en 1936 ayuda a Francia e Inglaterra? ¿Acaso no criticaron los internacionalistas de aquella época el abandono de las democracias a la República (la política de No Intervención), mientras Hitler mandaba la legión Cóndor y Mussolini tropas de combate en Guadalajara? ¿Qué les teníamos que decir a los partisanos de la Francia ocupada por Hitler en 1941? ¿Que no reclamasen la ayuda de los aliados norteamericanos? ¿Que se negasen al desembarco de Normandía porque en lugar de la barbarie nazi vendrían los imperialistas de EEUU, Canadá e Inglaterra? ¿Y qué les decíamos a los judíos de los campos de exterminio? La realidad es así y no puede ser reemplazada por esquemas abstractos como pretende un sector de la izquierda.
Los internacionalistas luchamos por la victoria de la revolución pero desempeñando sólo el papel que nos corresponde. Es decir, exigir a nuestros gobiernos y a la Comunidad internacional el envío de armas, medicinas y víveres. La concreción de estas propuestas corresponden a los que se están jugando la vida sobre el terreno; y en ese sentido la petición de una zona de exclusión aérea ha partido de ellos (aunque remarcando que no quieren una invasión de tropas extranjeras).

Nosotros deberíamos haber defendido el derecho de los rebeldes a pedir ayuda militar a Naciones Unidas. Están en su derecho y además es comprensible que lo hagan en medio de una situación de desesperación total. Esta postura, se complementa con otras exigencias que las organizaciones revolucionarias deberían haber hecho desde hace semanas: ¡Que se envíe ayuda material, es decir, armas, medicamentos y comida! ¡Que el gobierno del PSOE y los demás reconozcan a los portavoces de los rebeldes como los únicos interlocutores válidos! ¡Ruptura inmediata de relaciones con Gadafi y bloqueo de todo tipo de ayudas! Teníamos que haber defendido concentraciones y movilizaciones frente a las embajadas…. Pero nada de esto se hizo en los meses de febrero y marzo.
Por el contrario, hemos asistido a un coro de voces clamando contra la intervención y contra la guerra. ¿Acaso se puede comparar la agresión del imperialismo a Irak con una guerra civil que ha sido provocada por la reacción del aparato militar del coronel Gadafi contra un proceso de revolución en marcha? Oponerse a una intervención militar del imperialismo en Vietnam, Irak o Afganistán, nada tiene que ver con la situación de guerra y revolución que estamos viviendo en Libia.
Decir No a la Guerra de Irak era una consigna “revolucionaria” porque intentábamos parar una agresión de EEUU; pero decir No a la Guerra de Libia es una consigna “reaccionaria” (por muy humanitaria que se quiera hacer aparecer) porque lo que nos proponen es que continúe el viejo régimen de Gadafi, se desarmen los revolucionarios y, como consecuencia de ello, al resto de los pueblos árabes se les prohíba el uso de la violencia revolucionaria frente a la violencia de las clases dominantes. A esto nosotros le llamamos pacifismo reaccionario.

¿Porqué un sector importante de la izquierda no apoya la revolución libia?

Vamos a tratar de contestar a la pregunta recordando que esta postura no es ni mucho menos novedosa. La caída de los regímenes en la Europa del Este enfrentó dos grandes posturas en la izquierda. Para muchos de nosotros se trataban de revoluciones independientemente de sus direcciones y su programa. Algunas personas y organizaciones apoyamos las revoluciones antiburocráticas contra el conjunto del estalinismo mundial.
Los partidos comunistas tenían dos varas de medir. Una cosa era oponerse por ejemplo a la guerra de Vietnam y otra a la invasión de Checoslovaquia (1968) o Hungría (1956) por parte de la Unión Soviética. La una era una causa justa y antimperialista (estamos completamente de acuerdo). Y la otra la extensión de la Revolución de Octubre (sic), aunque las víctimas de la ocupación militar fueran los consejos de obreros y los estudiantes. La guerra fría ofreció al estalinismo un marco objetivo adecuado para “teorizar” sobre la revolución y la contrarrevolución mundial estableciendo un esquema muy simple (la teoría de los campos). Quienes apoyaban a Stalin, Kruchev, Breznev o Gorbachov estaban en el campo bueno. Los que no, eran contrarrevolucionarios sin muchos matices. No estamos exagerando, para los partidos estalinistas algunos en la izquierda éramos agentes del imperialismo y muchos lo pagaron con sus vidas.

Como indicábamos unos párrafos más arriba, cuando estallaron las revoluciones en 1989 en Europa del Este, miles de militantes comunistas influenciados por el estalinismo no vieron otra cosa que una contrarrevolución del imperialismo con el objetivo de restaurar el capitalismo. Todo se trataba de una gran conspiración de la CIA al servicio de los turbios intereses norteamericanos. Se podrá decir que al final estas revoluciones acabaron trayendo el capitalismo, pero no es del todo correcto. Como señalaron sesenta años antes, primero Rakovsky (uno de los dirigentes de la Oposición de Izquierda rusa) y luego Trotsky, la burocracia estalinista era el factor fundamental de restauración capitalista, gracias a su práctica política reaccionaria. Hoy en día tenemos un ejemplo imponente al alcance de cualquiera, ¿Quién sino en China ha traído el capitalismo? La burocracia.
Todas estas experiencias teóricas y prácticas desgraciadamente no se han traspasado a las nuevas generaciones (llamémoslas antisistema). En lugar de transmitirse un legado internacionalista y revolucionario, están aprendiendo de fuentes  que, bajo unos códigos antimperialistas y antineoliberales, nos vuelven a reproducir, ahora en Libia, la teoría de los campos de la guerra fría.


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