Trasversales
Miquel Monserrat

Pa negre: poderes al desnudo

Revista Trasversales número 21,  invierno 2010-2011

Textos del autor
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Una sociedad no es un cuerpo unitario en el que se ejercería un poder unitario y solamente uno, sino que es, en realidad, una yuxtaposición, una vinculación, una coordinación, y también una jerarquía, de diferentes poderes, que sin embargo mantienen su especifidad” (Michel Foucault)

Agustí Villaronga hace un cine arriesgado, con resultados desiguales pero nunca anodinos. El autor de El niño de la luna, El mar, Tras el cristal o Aro Tolbukhin: en la mente del asesino, nos da, con Pa Negre, una excepcional e incómoda película, en la que hay verdugos inmundos y víctimas y víctimas-verdugos y verdugos-víctimas. Situada en la posguerra española, no es una película sobre nuestra posguerra, sin dejar de serlo pues de ella habla al hablar de mucho más. No es “reconciliadora”, todo lo contrario, ni “imparcial”, en ningún modo, ni “de bandería”, sin ser neutral, sino un feroz alegato contra todas las opresiones y contra todos en la medida de que todos, o casi todos, ejercemos violencia, clamorosa o sorda, contra otros seres; sin duda, grita contra el franquismo y la oligarquía, pero es un grito incómodo porque no empieza ni acaba allí, es más universal y no permite encontrar acomodo y “buena conciencia” tras una etiqueta política, ya sea “antifranquista”, “anticapitalista”, “anarquista” o cualquier otra.

Sostenida sobre un guión perfecto y complejo, en parte inspirado en algunas muy buenas novelas de Emili Teixidor, que sirven como materiales de construcción para un relato cualitativamente diferente en “historia” y en intenciones, actores y, sobre todo, actrices nos estremecen con interpretaciones tan sobrias como furiosas, impecables como implacable es la vida que relatan. Multitud de odios y abusos pasan ante nuestros ojos, clasismo, machismo, homofobia, yo diría que incluso sidafobia aunque parezca anacronismo (en la novela de Teixidor es evidente), sin que eso trace bandos definitivos y sin amalgamar a los personajes en una pasta indiferenciada de universal culpabilidad, pues no hay alegato contra la humanidad ni trivial “todos somos culpables” que anestesia e impide descubrir las culpas que sí tenemos y tomar partido aquí y ahora. Al ver esta película, podemos preferir -yo prefiero a Nuria, a Enriqueta, al tísico- y podemos odiar -al alcalde, al maestro, a los Manubens, sobre todo al señor Manubens, poder oculto que, sin ser el Poder, impregna y se sirve de todos los otros poderes pero no se muestra nunca-, pero no encontraremos a “los buenos”. Tal vez haya verdugos absolutos, que en nada son víctimas y de los  que nos sentimos en lejanía radical, pero en cada víctima alienta la potencia de un verdugo, lo que no debe hacernos olvidar que cada víctima, en tanto que tal, lo es absolutamente. Sólo así podremos eludir la desmesura del odio y del desprecio, y la monstruosidad de “elegir las víctimas”.


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