Trasversales
Lois Valsa

La red social: la paradoja de Zuckerberg como paradoja de la Era de la (In)Comunicación

Revista Trasversales número 20, otoño 2010

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La red social, David Fincher, 2010
 
Internet no está escrito con lápiz, Mark, está escrito con tinta
 
 Con su nueva película, la octava en su filmografía, el gran director que es David Fincher me ha vuelto a sorprender con su último giro o, si se quiere, nuevo giro de timón. En esta revista (número 7, verano 2007) ya había comentado aquella otra magnífica película suya que era Zodiac: historias del mundo global (2007). Ahora, una vez más, un impulso admirativo me ha animado a decir algunas cosas sobre ésta última, La red social (The social network, EE.UU., 2010). En primer lugar, el director vuelve a plantearse otro reto y a plantearnos de otra manera distinta la importantísima cuestión de la fragmentariedad del mundo, y de la información, dividido en muchos compartimentos estancos e inconexos que solo permiten visiones subjetivas que a su vez nos dificultan, e incluso a veces nos impiden una verdadera visión de conjunto. ¿Cómo contar, pues, una historia hoy en día sobre todo de un personaje real, además de famoso, al que hay que acercarse mediante una ficción?

Otra vez el director, a partir de un buen guión de Aaron Sorkin (conocido por sus estupendas series televisivas como El Ala Oeste de la Casa Blanca/The West Wing, 1996-2006), basado en el libro The Accidental billionaires de Ben Mezrich, mezcla documental y ficción para mostrarnos a Mark Zuckeberg, el personaje/persona (sus máscaras y sus contradicciones) creador de la red social The Facebook primero y luego Facebook. Y tiene, claro está, que ir más allá y a más profundidad que en un simple biopic, y más allá de la narración convencional (debemos recordar también su rara y curiosa película El curioso caso de Benjamín Button, The curious case of Benjamín Button, 2008, por no citar otras suyas). Sin embargo, a pesar de su continua experimentación, Fincher siempre acaba volviendo clásico todo lo que toca, es el suyo un nuevo clasicismo de la era digital.
Para esta película, Fincher, además de partir del sensacional guión de Sorkin, quien siempre ha destacado en sus guiones por sus puntos de vista claramente éticos, y quién en este guión ha plasmado algunos de los mejores diálogos, rápidos e inmejorables, vistos en cine, ha contado también con dos montadores de primera (Angus Wall y Kira Baxter), quienes ya habían colaborado con el director en otras películas; y con la música electrónica de Trent Reznor, uno de los músicos más importantes de EEUU, y de Atticus Ross, que refuerzan la objetividad que pretenden el guionista y el director. No es pues de extrañar que la película haya sido elegida por la Asociación de Críticos de EEUU como la mejor cinta del año 2010 (Premio a la mejor película del año, mejor director, mejor actor y mejor guión adaptado. En fin: la máxima ganadora del certamen).
De entrada, Fincher, a pesar de que él intenta ser totalmente objetivo, defiende que la objetividad no existe (“la mera naturaleza de la gramática visual podría condicionar el significado de las imágenes”, decía en una entrevista a ABC.es). En dicha entrevista también afirmaba que ésta no era una obra sobre la vida de este supergenio de la informática e Internet, y creador de la mayor comunidad online, sino que, de una manera objetiva que buscaba la imparcialidad, se centraba en el personaje de Mark Zuckerberg, o mejor aún en la disputa legal de éste con sus socios, y en la fundación de Facebook. ¡No le gustan las películas fáciles de buenos y malos! El problema es que quizá al querer plantearla de una forma tan objetiva cae en una frialdad excesiva, carente de emoción, no logrando penetrar en la profundidad sicológica del personaje. De esta forma su interior se nos vuelve inaccesible. Esta enorme pieza de artesanía no tiene alma ni vida. Al no querer adoptar un punto de vista nos deja fuera del tema ya que sus personajes nos resultan lejanos y resulta difícil empatizar con ellos. Parece que le preocupa más la verdad del acercamiento que causarnos cualquier tipo de emoción.

Sin embargo, de nuevo hay que alabar la potente base documental, igual que en Zodiac (investigación sobre el asesino en serie que aterrorizó la ciudad de San Francisco, a lo largo de veinte años, en los años setenta), el trabajo artesanalmente bien hecho de Fincher y su equipo, con precisión casi periodística, que conlleva que su película sea compleja por la gran densidad del material fílmico, además de por los continuos saltos atrás en el tiempo que no siempre nos resultan claros en su expresión. Pero lo que sí resulta clarísimo es que si en aquella película el centro lo ocupaba aquel personaje real que “rompía el orden del mundo” y los que intentaban descifrar su código de muerte, en ésta es otro personaje real y los juicios contra él de sus demandantes el verdadero núcleo de esta película. En este sentido, Fincher, valiente a la hora de enfrentarse a alguien tan poderoso, cree que han sido amables con él en el retrato que nos presentan de Mark Zuckerberg (el multimillonario de veintiséis añitos y uno de los “capos” de la Red); e incluso su guionista dice que entiende que “Facebook esté en contra de la cinta. Es tan predecible como comprensible… Pero la estamos contando desde su punto de vista y el punto de vista de Eduardo Saverin y Cameron y Tyler Winklevoss”.

El problema es que este genial cretino, este “geek”, este inadaptado social, que en momentos pasados, pensemos por ejemplo en los años ochenta o noventa, y no digamos los setenta o sesenta, habría tenido escaso eco, en nuestra actualidad mediática del siglo XXI ha encontrado el momento idóneo para su proyecto y ha podido dar rienda suelta a sus frustraciones con las chicas y a su rencor con el elitismo de las fraternidades universitarias de Harvard y sus clubs, por ejemplo, en este caso, el club de remo. Así, a través de la Red en la que hoy en día se tejen las relaciones sociales, este genial cretino ha podido y logrado encontrar una plena válvula de escape a su ego. El anodino rostro del actor Jesse Gisenberg expresa además en todo momento maravillosamente bien a ese Mark Zuckeberg tan patético como genial, tan ingenuo como maquiavélico que me ha traído a la memoria, pero ya en otra era informativa, al Charles Foster Kane de Orson Welles. Por otra parte, Aaron Sorkin decía que si Mark Zuckerberg tuviese una joroba se parecería bastante a Ricardo III.

Con este personaje, el genial Fincher, también niño prodigio que dirigía a los ocho años y que ni siquiera llegó a pisar la escuela de cine, construye una gran paradoja sobre un tipo que es incapaz de relacionarse socialmente pero que es capaz, sin embargo, de crear un artefacto de relación social con 500 millones de usuarios y hacer una fortuna de 6.900 millones de dólares. Y esto, indudablemente, pasa a ser una metáfora del mundo en que vivimos. Estamos, pues, ante una mente creadora destructora casi inhumana, ante un trepa que traiciona a sus amigos en un mundo inhóspito entregado al espectáculo consumista (incluido al consumo de Internet). Pero, a diferencia de anteriores películas suyas en las que el protagonista era un marginal (parece que a Fincher le gusta el tema de la inteligencia destructiva), ahora está incrustado en el mismo sistema y logra llegar a su cúspide social. Es quizá por ello que en el juicio, en la ley, es dónde, queriendo o sin quererlo, Fincher, quizá se plantea y nos plantea los límites legales que debe poner el mismo sistema para frenar los abusos de algunos de sus individuos más agresivos y depredadores (conferencia de Gates en la película a la que asiste el chico y alguien le recuerda que se parecen. En la realidad Zuckerberg va a participar en una organización filantrópica de Gates). Zuckerberg ha sido elegido ahora persona del año 2010 por Time: el creador de Facebook es calificado de visionario. Curiosamente, y en relación con lo que estaba diciendo antes, Zuckerberg ha “destronado” precisamente a Assange, fundador de Wikileaks, por debilitar gobiernos, quien había sido el ganador de la votación popular.
Al tiempo, Fincher nos deja planteado un debate de fondo: ¿Cómo se enfrenta el cine a la globalización, en este caso de los medios de comunicación? ¿Cómo contar una historia en el mundo global de hoy en día? En un mundo postpostmoderno tan paradójico y tan fragmentado e inconexo en el que nos enfrentamos a la dificultad de poder lograr una buena comunicación precisamente en la Era de la Comunicación. De la misma forma que el personaje de esta película, que es incapaz de relacionarse socialmente, es, sin embargo, capaz de inventar un artefacto comunicativo, una red social, como Facebook. Además, el director vuelve a mostrarnos la dificultad de contar una historia que comporta muchos puntos de vista como las piezas de un rompecabezas. ¿Cómo llegar a demostrar algo en medio de la complejidad y el caos? ¿Cómo narrar y filmar un mundo complejo en la frontera de lo real y lo virtual, de la realidad y de la ficción? ¿Podremos aún lograr contar una historia completa de los hechos o solo podremos llegar a mostrar ya fragmentos de una realidad desmembrada?: por ejemplo los diferentes puntos de vista de los enjuiciados del caso Facebook cuya defensa el director intentar mostrarnos a la vez. En esta película se recurre, pues, a lo legal, en un formato jurídico (demandas contra el ciudadano Zuckerberg) para enfrentar una realidad descompuesta en múltiples y variados fragmentos en el mundo de después de la desintegración de los Grandes Relatos.

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