Trasversales
Luis M. Sáenz

¡Fuera Gadafi!: La lucha del pueblo libio y la intervención internacional

Revista Trasversales número 21,  marzo 2011

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1
. Si aspiramos a relaciones humanas igualitarias y libertarias, la solidaridad con las revoluciones y rebeliones en marcha en el mundo árabe y en Irán es ineludible e indivisible. Nuestro lugar es contra Mubarak, contra Ben Alí, contra Gadafi, contra Al Khalifah, contra Saleh, contra Ahmadinejad y la teocracia, contra Bachar el Asad, contra Mohamed VI, contra Buteflika, contra los Abdelaiz, contra Simon Peres, Benjamín Netanyahu y el colonialismo racista israelí, contra el autoritarismo de Haniya y Abbas, con la gente corriente en rebelión, con las mujeres que papel tan destacado están jugando en esta revolución aunque incluso en ella son postergadas.

2. Las élites políticas y económicas del planeta quieren parar este extraordinario proceso de rebeliones en resonancia. El mensaje emitido desde Egipto y Túnez, las gentes corrientes somos capaces de todo si nos unimos, les inquieta más aún que el corto plazo de sus negocios. Desautorizarle guía sus maniobras. Evitar que otro autócrata sea expulsado del poder desde abajo y sin que las élites tengan asegurado el control del recambio, sea en Libia o en Bahréin, se ha convertido en el objetivo esencial de la estrategia contrarrevolucionaria puesta en marcha, de la que participan todos los Estados del mundo aunque sus tácticas puedan ir desde apoyar a Gadafi (Cuba, Nicaragua, Venezuela) a atacar tardíamente a sus tropas (EEUU, Francia, Reino Unido, España...). El desconcierto inicial de las élites va dejando paso a una estrategia contrarrevolucionaria que combina promesas, cambios ministeriales y tibias reformas con la intensificación y generalización de la represión. Gadafi marcó el camino, declarando la guerra sin cuartel al pueblo libio. Tras él, Arabia Saudita y Emiratos Árabes han enviado tropas a Bahréin para sostener al régimen de Saleh. En Yemen y Siria la represión está siendo brutal...

3. Los gobernantes de EEUU y los de la UE permitieron que Gadafi se recuperase cuando había perdido el control de casi todo el país y habría bastado una moderada ayuda a las fuerzas rebeldes para arrojarle al mismo basurero que a Mubarak y Ben Alí. Contemplaron pasivamente como, apoyado sobre una enorme superioridad militar y sobre cuantiosos medios económicos, Gadafi ocupaba de nuevo casi todo el territorio de la Libia liberada y preparaba el asalto a sangre y fuego de Bengasi y de los últimos reductos de la rebelión. Eso es lo que las personas que nos concentramos varias veces en apoyo de la revolución libia denunciamos gritando "Gadafi matando, Europa mirando". Sí, EEUU y la UE miraron hasta asegurarse de que los éxitos militares de Gadafi emitiesen el contramensaje antídoto del llegado desde Egipto y Túnez: "mirad lo que os ocurrirá a las gentes corrientes si os creéis que podéis echar a los autócratas". Ya verían luego qué hacer con Gadafi. En su momento podrá declarársele apestado, pero antes había que dejar que se expandiese una epidemia de gadafismo, desmoralizando a los pueblos, dando cobertura a la ocupación de Bahréin por las tropas de Arabia Saudita y de los Emiratos para sostener al régimen, para abrir brechas en la unidad de las revoluciones árabes.

4. En España, como en otros países, voces ciudadanas se alzaron exigiendo apoyo a la revolución libia desde el respeto a su autonomía. Pidiendo una beligerancia solidaria sin injerencia, que diese al pueblo sublevado la ayuda que éste solicitase, dentro de los límites razonables que nunca han sobrepasado sus apremiantes demandas de apoyo. Eso fue lo que se expresó en el llamamiento En apoyo del pueblo libio, fuera Gadafi, iniciativa ciudadana apoyada por cientos de personas:

A la atención de doña Trinidad Jiménez, ministra de Asuntos Exteriores

Las personas y entidades firmantes expresamos nuestra indignación ante la indiferencia y pasividad con la que Estados e instituciones internacionales permiten que Gadafi masacre al pueblo libio y aplaste por la fuerza la rebelión popular, sin adoptar urgentemente las medidas que la situación requiere.

No queremos que se espere a la derrota de la revolución libia para que entonces las grandes potencias puedan decidir a su conveniencia entre mantener a Gadafi como socio comercial y gendarme de las costas mediterráneas o sustituirle, sin contar con el pueblo libio, por un régimen títere en el que tampoco tengan cabida las aspiraciones populares de libertad, justicia y dignidad.

SOLICITAMOS al Gobierno de España y a las instituciones de la Unión Europa

Que retiren todo reconocimiento a las misiones diplomáticas del régimen de Gadafi y que todos sus bienes y propiedades, así como las de los mandatarios del régimen, sean embargados y puestos a disposición de la Libia libre y resistente.

Que se reconozca de inmediato, no sólo en tanto que "interlocutor político" sino con plena representación y rango diplomático, al Consejo Provisional Nacional libio o a cualquier otra forma de coordinación de la que pueda dotarse el pueblo libio en lucha.

Que se preste a la revolución libia de la forma más urgente posible todo la ayuda que ésta solicite a través de los organismos de que se ha dotado o se dote, sea esta ayuda del tipo que sea, política, diplomática, humanitaria, armamentista o militar.

Que no se adopten iniciativas unilaterales que no cuenten con el apoyo del pueblo libio en su lucha por la libertad, la justicia y la dignidad.

Que esta solidaridad comprometida, sin injerencias, sea la línea de conducta propuesta en el ámbito de todas las instituciones internacionales en las que España y la UE están presentes.

Esto es lo que por esta vía y por cualquier otra que podamos utilizar reclamamos al Gobierno español y a la Unión Europea.

Puedes sumarte a esta petición en...

http://actuable.es/peticiones/en-apoyo-del-pueblo-libio-fuera-gadafi



Esta era, a mi entender, la línea de actuación más coherente para quienes apoyamos las revoluciones y rebeliones en el mundo árabe y en Irán. Conscientes del cinismo e hipocresía de los Estados, de la connivencia de las élites políticas con las élites económicas y de lo ajena que la geoestrategia es a la ética y al humanismo, no podíamos admitir sin protesta que quienes nos gobiernan hagan lo que les dé la gana con nuestros recursos y en nuestro nombre. Si los pueblos de Egipto y Túnez han sido capaces de echar a Mubarak y Ben Alí, bien podríamos aquí influir en la política exterior del Gobierno. ¿Acaso no conseguimos sacar a las tropas españolas de Irak?

Al reclamar la ruptura diplomática con el régimen de Gadafi se recogía, desde nuestras responsabilidades como ciudadanas y ciudadanos de España, la exigencia de renuncia hecha por la comunidad de residentes libios a la delegación diplomática en España del régimen de Gadafi. Al reclamar el reconocimiento pleno, con rango diplomático, del Consejo Nacional Transitorio, también se recogía una petición explícita de la comunidad libia, pues, sea cual sea nuestra valoración sobre un organismo en el que, a mi entender, hay algunas personas procedentes del gadafismo y con nula credibilidad democrática, esa es, hoy por hoy, la entidad de coordinación e interlocución del que se ha dotado la rebelión.

Y al pedir que se prestase la ayuda que la Libia liberada y la Libia resistente pidiese, sin entrar a decir cual sí, cual no, se expresaba una voluntad de solidaridad sin injerencia, una solidaridad sin prepotencia, una solidaridad sin pretensión de saber mejor que el pueblo libio que es lo que éste necesitaba. Por mucha inteligencia política que se tenga, nadie que viva en paz tiene autoridad ética para decir qué ayuda pueden pedir y qué alianzas pueden hacer quienes, bajo los bombardeos, están a la espera de que tropas mercenarias asalten a sangre y fuego su ciudad. Hacerlo es una variante más de soberbia eurocéntrica y de imperialismo ideológico.

Lamentablemente, la línea de actuación del Gobierno de España y de la UE no fue prestar esa ayuda. Ante la solicitud de entrega de armas hecha por el CNTL a la ministra de Asuntos Exteriores de España, ésta respondió que el embargo de armas no afectaba sólo al régimen de Gadafi, ya armado hasta los dientes, sino que también se aplicaba a la Libia liberada. Los mismos Estados que han permitido y fomentado la venta de armas a esa dictadura y que dieron sonadas y bufonescas acogidas a ese dictador adoptaron una postura de canalla "simetría" que aseguraba a Gadafi su ventaja previa, por mucho que le acusasen, con razón, de cometer crímenes contra la humanidad.

Mientras Gadafi iba ocupando gran parte del territorio liberado, bombardeando a la población y acercándose a Bengasi, la UE, EEUU y la ONU seguían ignorando la petición expresa formulada por la Libia rebelde de que se crease una "zona de exclusión aérea", sin presencia de tropas extranjeras sobre el territorio. Pues lo cierto es que, como señala la comunidad libia en España en un reciente comunicado, "la intervención de las Naciones Unidas ha sido solicitada por el pueblo libio como grito de auxilio y como última esperanza para defenderse del bombardeo indiscriminado de las brigadas de Gadafi (...) Antes de que interviniesen las Naciones Unidas, nuestro pueblo llevaba resistiendo 35 días a pecho descubierto, con el resultado de al menos 8.000 victimas civiles acreditadas, y cuando la ciudad de Bengasi se enfrentaba a la amenaza de un inminente genocidio".

Sí, las potencias occidentales hicieron oídos sordos a Libia hasta que comenzó el asalto a Bengasi, cuando ya se había extendido la impresión de que las fuerzas de la revolución libia no podrían detener a Gadafi y se iba a producir la masacre "a lo franquista" anunciada por éste. Ese era el objetivo buscado: ilustrar la "impotencia de la gente corriente".

5. Sólo en ese momento, y "superando" en pocas horas las muchas pegas que se habían puesto alegando la complejidad técnica de la creación de una zona de exclusión aérea y de un apoyo militar sin tropas sobre el terreno, el consejo de seguridad de la ONU votó la resolución que permitía las medidas necesarias para proteger a la población civil y la creación de una zona de exclusión aérea.

Esta decisión y los posteriores ataques contra las tropas asaltantes y contra algunos centros neurálgicos del régimen gadafista ha abierto una seria brecha táctica entre quienes somos solidarios con la revolución libia y queremos la derrota de Gadafi, ya que una parte consideramos que esa intervención, solicitada por la Libia rebelde, ha sido muy tardía y que ahora es el mal menor, mientras que otra parte considera que es una agresión imperialista y que hay que exigir su paralización inmediata.

Sin duda, sería fácil encontrar una fórmula que idealmente sintetizase nuestros deseos. Es bonito y sale gratis pedir a la vez que cese la intervención y que se derrote a Gadafi de inmediato. Pero al pueblo libio, a la población de Bengasi, Misrata, Zintan y Abjabiya, no le saldría gratis que cese la intervención porque, a estas alturas y tras un mes de traición occidental, todo apunta a que sin la intervención Gadafi ya habría ocupado lo que queda de la Libia liberada y comenzado la anunciada represión "a lo Franco". Ese sería, y a muy corto plazo, el resultado de la suspensión de la intervención auspiciada por el Consejo de Seguridad de la ONU el 17 de marzo. Sí, podemos hacer bonitos discursos sobre la confianza en la capacidad del pueblo libio para vencer a Gadafi, y de hecho estuvo a punto de conseguirlo si se le hubiese prestado ayuda en el momento adecuado, pero lo cierto es que las guerras no siempre las ganan quienes tienen la razón y que los discursos sobre que la guerra no es medio para resolver conflictos, correctos en general, tampoco han detenido nunca las guerras ya puestas en marcha por quienes están dispuestos a aplastar a un pueblo.

Con la información de que dispongo, creo que el 17 de marzo estaba en marcha una ofensiva final contra la Libia rebelde que se habría saldado con la victoria militar gadafista y con varias masacres, a las que seguiría una oleada de represión en todo el país. En estos momentos, creo que la relación de fuerzas no ha cambiado lo suficiente para que si la intervención internacional cesase no ocurriese tal desastre.

Mis razones, por tanto, para no pedir el fin de la intervención, sino más bien exigir su prolongación hasta asegurar, al menos, los objetivos proclamados por la ONU, son dos: la primera, humanitaria, salvar a la población de Bengasi, Misrata, Zintan y Abjabiya, quizá a la de Libia entera, de un baño de sangre implacable; la segunda, política, porque para Libia, pero también para todo el mundo árabe, es decisivo que Gadafi no aplaste la revolución.

Y al decir esto no ignoro que las motivaciones de los Estados participantes en la operación no son las proclamas; que tratarán de beneficiar sus intereses y los de los grandes grupos económicos a ellos ligados pasando factura por su ayuda; que su estrategia es desactivar la revolución en marcha, con todos los medios a su alcance; que igual que han abandonado al pueblo libio a su suerte durante un mes, pueden traicionarle y dejarle empantanado en cualquier momento; que son cómplices de otros regímenes represores, que ven con buenos ojos la santa alianza contra la rebelión cívica en Bahréin, que han permitido todo tipo de tropelías contra el pueblo palestino... Todo eso es cierto, hay que decirlo y hay que tenerlo en cuenta. Pero si alguien está a punto de matarme, no rehusaré la ayuda de un cabrón que todos los días me roba al salir de casa, aunque sólo lo haga para poder seguir robándome, lo que no quiere decir que después permita que lo siga haciendo.

El verdadero problema que me plantea mi decisión es de carácter ético. Soy consciente de que toda intervención militar, incluso cuando se hace con las mejores intenciones y la máxima prudencia, y no creo que ese sea el caso, causa dolor y muerte entre población inocente. Es prácticamente imposible que eso no ocurra. Mi opción tomada es culpable, pero no por que sea "poco antiimperialista", sino porque pagarán por ella personas ajenas al terror gadafista. No es una opción "limpia", que permita dormir con la conciencia tranquila, sobre todo cuando yo no me atrevo a irme a luchar al lado de quienes defienden Bengasi. Lo que pasa es no sería menos culpable si pido el fin de la intervención, la consigo y en tres días Gadafi ocupa toda Libia a costa de una masacre. La ética no tiene que ver con los deseos ni con el cumplimiento de "normas de comportamiento" inmutables, sino con las consecuencias de lo que hacemos (no dijo de los "fines", digo de las consecuencias). Puedo decir "que Gadafi deje de matar y que se cancele la intervención", pero si en realidad mis actos sólo pueden contribuir a conseguir lo segundo y lo lograse, no podría lavarme las manos si las tropas de Gadafi arrasasen Bengasi y se recrudeciesen las "sacas", los "paseos", las torturas y las ejecuciones en todo el país, de la mismo forma que no puedo lavármelas de los desastres que pueda causar la intervención, dado que no pido que pare.

Entre dos males, elijo el mal menor. Convencido, pero no tranquilo ni a gusto. En esta controversia deberíamos actuar cada cual con la máxima energía, pero evitar tonos de autosuficiencia y de superioridad moral. Y, sobre todo, huir de la verborrea ideológica que oculta las condiciones reales y los límites que nos imponen. De aquello que pidamos, asumamos nuestra responsabilidad en sus consecuencias.

6. La nueva situación no reduce la necesidad y urgencia de la movilización ciudadana en solidaridad con la revolución libia, con la revolución árabe en general y con la revolución iraní. Una cosa es que, en circunstancias excepcionales, pueda haber una convergencia coyuntural de intereses entre una revolución y algunos Estados, en el caso de Libia una convergencia sobre el desarrollo de acciones armadas contra la estructura militar y de poder gadafista, y otra muy distinta pensar que Obama, Cameron, Sarkozy o Zapatero son aliados de la revolución libia, árabe e iraní. De eso nada, las alianzas reales y duraderas a promover sólo pueden ser alianzas de las luchas, alianzas de la gente corriente frente a las élites.

A mi entender, tenemos que seguir reclamando al Gobierno español y a la UE que tomen las decisiones incluidas en el llamamiento ciudadano antes reproducido. Tenemos que mantener una estrecha vigilancia para que la revolución libia no sea traicionada y abandonada de nuevo, y también para que la intervención, dirigida por personas y estructuras de las que no podemos fiarnos, se centre en cumplir los objetivos anunciados sin extralimitarse, sin desviarse hacia otros intereses y sin poner en cuestión la autodeterminación individual y colectiva de la población. Tenemos que recuperar la solidaridad con el resto de los pueblos en rebelión, con gran urgencia hacia los de Bahréin, Yemen, Siria e Irán, dado el nivel alcanzado por la represión, pero también con todos los demás, así como aprovechar el momento para arreciar esfuerzos por el fin de la opresión colonial israelí sobre el pueblo palestino. Y tenemos que aprender, dejar de lado nuestra soberbia de sabelotodo europeos y ponernos a aprender de un acontecimiento grandioso y singular.

Todo esto sabiendo que no hay garantías de nada. Hoy, hay que apoyar la revolución. Lo que salga de ella, ya lo veremos. A medio plazo, el alcance de la revolución no se medirá tanto por la evolución institucional, aunque es muy importante que sea hacia mayor libertad y democracia, sino por la transformación de las personas y de las relaciones entre ellas. Las revoluciones pueden ser aplastadas desde fuera, por la fuerza, o reconducidas hacia nuevas formas de poder de las élites, pero también pueden derrotarse a sí mismas si desembocan en choques étnicos o interconfesionales, si olvidan la experiencia de singularidad, comunidad y fraternidad vivida o si se quedan en revoluciones cuyos frutos sólo recogen los hombres, manteniendo la exclusión de las mujeres. Tal vez esto último, el reto de la igualdad entre mujeres y hombres, sea la prueba de fuego que dentro de unos años permita hacer un balance de los frutos de lo que hoy ocurre en el mundo árabe y en Irán. Pero ahora hay que apoyar las revoluciones en marcha, porque en ellas germina una posibilidad de emancipación, sin garantía alguna.



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