Trasversales
Samuel Holder

Descubriendo a Oskar Negt y a la corriente cálida de la teoría crítica

Revista Trasversales número 17 invierno 2009-2010


Texto publicado en el N º 41 de la revista Carré rouge y traducido al castellano, con autorización de su autor, a partir de la versión en francés...
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Samuel Holder es uno de los fundadores del interesantísimo sitio Culture et Révolution


Los temas abordados por el filósofo, sociólogo y pedagogo Oskar Negt están en el corazón de las experiencias y preocupaciones de todas aquellas personas que luchan de una u otra manera contra el sistema de dominación capitalista, ya sea en Europa, el Caribe, Perú, China o Irán. Su pensamiento puede ser muy estimulante para superar la repetición y el refrito de fórmulas, percepciones y prácticas políticas que se han hecho ineficaces o paralizadoras.
Bajo el efecto de la crisis mundial, algunos filósofos y sociólogos críticos, incluidos los desaparecidos Michel Foucault, Pierre Bourdieu y Cornelius Castoriadis, parecen encontrar actualmente un público más amplio y atento. Marx es leído y estudiado de nuevo y con miradas nuevas, en relación a los problemas de nuestra época. Este vivo, aunque aún modesto, interés es un dato crucial para encarar la transformación de la sociedad sobre nuevas bases. Oskar Negt ha publicado una treintena de libros, traducidos a muchos idiomas, pero en Francia sigue siendo casi desconocido [(NT) En España se han publicado algunas de las obras de Oskar Negt, como Kant y Marx. Un diálogo entre épocas (Ed. Trotta, 2004), “Esfera pública y experiencia: Hacia un análisis de las esferas públicas burguesa y proletaria”, con Alexander Kluge, en Modos de hacer : arte crítico, esfera pública y acción directa (Ediciones Universidad de Salamanca, 2001)]. Ser un pensador alemán, dialéctico y radical no facilita su acogida en Francia, aunque en ella sean muchos los que reivindican a Karl Marx. Así, el interés por los grandes pensadores alemanes del siglo XX, como Walter Benjamin y Theodor W. Adorno, ha llegado de manera tardía y limitada a Francia, donde la autosuficiencia es una fuerte tendencia en muchas esferas académicas y activistas.
Sin embargo, es posible tener un acceso útil al pensamiento de Oskar Negt a través de extractos de varias de sus obras, presentados y traducidos por Alexander Neumann y recopilados bajo el título L’espace public oppositionnel (ed. Payot, marzo 2007, 239 pp.).

En la “corriente cálida” de la teoría crítica


Antes de señalar algunos aspectos del pensamiento de Oscar Negt, conviene situarle en la corriente investigadora, aún viva, denominada Escuela de Frankfurt y a la que resulta más justo referirse como Teoría crítica [para una presentación histórica y crítica de esta corriente, vease Jean-Marie Vincent, La théorie critique de l’école de Francfort (éd. Galilée, 1976) y varias de sus contribuciones en la revista Variations, fundada por él mismo, especialmente “La Théorie critique n’a pas dit son dernier mot” (Variations nº 11). Las últimas entregas de la revista se pueden descargar gratuitamente.

En resumen, ¿qué es la “teoría crítica”?
A raíz de la Revolución Alemana de los Consejos en 1918, un grupo de investigadores inspirados, entre otras fuentes, en los trabajos de Marx y del psicoanálisis fundaron en 1923 en Frankfurt un instituto para estudiar en particular los siguientes temas: “Huelga de masas, sabotaje, vida internacional del sindicalismo, el análisis sociológico del antisemitismo, bolchevismo y marxismo, partido y masas, estilos de vida de los diferentes segmentos sociales”.
Los principales iniciadores de esta corriente, Max Horkheimer y Theodor W. Adorno,  tenían la intención de realizar investigaciones empíricas y teóricas con un enfoque interdisciplinar de las ciencias sociales, manteniendo su independencia respecto a los partidos que reivindicaban la socialdemocracia o el comunismo. Creían que la lealtad a un partido entrañaba el riesgo de tener una visión estática de los problemas políticos y sociales, y de estar bajo la presión intelectual de los estrechos intereses de estos partidos. Su autonomía implicaba el riesgo de aislamiento, de separación del movimiento obrero o de adaptación a la sociedad burguesa.
Los desastres históricos que se produjeron a causa del sabotaje que socialdemocracia y estalinismo infligieron al movimiento obrero, y la destrucción de éste por los nazis así como el genocidio de los judíos europeos y de los gitanos fueron grandes desafíos que pusieron a prueba el proyecto original, pero que no le redujeron a la nada.

Adorno y Horkheimer, obligados a exiliarse a Estados Unidos, pusieron radicalmente en cuestión un marxismo petrificado que, para ellos, estaba en bancarrota. Examinaron la genealogía de una ideología de la razón instrumental y del progreso, que había contribuido a ocultar los problemas y a cegar ante la barbarie que había surgido y barrido durante los años treinta y cuarenta, cuyas raíces sólo podrían comprenderse por medio de nuevos análisis. En su opinión, las formas de la barbarie se mantuvieron latentes después de 1945, incluso en países aparentemente democráticos, como Estados Unidos o Alemania. La crítica de la economía política no podía disociarse de una crítica de la industria de la cultura, de los medios de comunicación y de todos los fenómenos de cosificación de las relaciones sociales [el libro de Adorno, Minima Moralia, Reflexiones desde la vida dañada (Akal, 2005) es una crítica social de los fenómenos de la vida cotidiana]. Emprendieron una vasta investigación, sobre todo en cuanto a los fenómenos psicológicos y sociales que conducen a la formación de personalidades autoritarias, incluso dentro de las clases populares.
No renunciaron, por tanto, a realizar investigaciones sobre la emancipación, aunque básicamente se centraron en los obstáculos a la emancipación. Después de la Segunda Guerra Mundial, el Instituto de Frankfurt fue restablecido. Desde este centro de investigación, que influyó a muchos estudiantes en Alemania Occidental, surgió una nueva generación de sociólogos y filósofos, entre ellos Oskar Negt, nacido en 1934, que escribió su tesis de Filosofía bajo la dirección de Adorno y trabajó con Jürgen Habermas varios años.
Sin embargo, desde los años sesenta hasta ahora han aparecido orientaciones diferenciadas u opuestas que, de alguna manera, ya coexisten en el propio Adorno. La posición de neutralidad académica y de repliegue filosófico  ante los debates y acciones colectivas activas entre la juventud y el mundo asalariado llegó a prevalecer en algunos investigadores, siendo el principal de ellos Habermas, que deliberadamente abandona la herencia subversiva de la teoría crítica.
Por el contrario, Oscar Negt y muchos otros pensadores de diferentes países constituirán, de hecho, lo que Alexander Neumann ha llamado la “corriente cálida” de la teoría crítica. Como él señala, el término había sido utilizado anteriormente por Ernst Bloch, para distinguir “la polarización histórica del marxismo europeo entre una corriente fría, doctrinaria, economicista y calculadora, y una corriente cálida, interesada en la subjetividad política y en lo inesperado” [Alexander Neumann, “Le courant chaud de l’école de Francfort”, Variations n° 12].

Por definición, la teoría crítica, en la versión de su  corriente cálida, no pretende estabilizarse en un sistema. Es constantemente crítica de sí misma y se sitúa en un espacio dinámico, en la encrucijada entre la filosofía, las ciencias sociales, la estética, la literatura y los movimientos políticos, asociativos y sindicales. No pretende dominar sobre nada porque quiere sacar a la luz todos los dispositivos de dominación que dan lugar, de forma compleja, a reacciones de sumisión, regresión, indignación o abierta rebelión.
En estas condiciones, no es de extrañar que Oskar Negt haya evolucionado desde los sesenta hasta hoy, trabajando incansablemente sobre conceptos fundamentales tales como el de espacio público de oposición o proletario.

No hay democracia sin socialismo, ni socialismo sin democracia


Este es el título del primero de los textos de Oscar Negt incluidos en su libro disponible en francés. Data de 1976. Es una respuesta a la controversia planteada por los conservadores oponiendo “libertad” a “socialismo”. Más allá de este aspecto circunstancial, la sagacidad de Negt en la forma de pensar la relación entre democracia y socialismo no ha perdido actualidad. Él constata que el socialismo ha sido muy desacreditado por el estalinismo. Pone de relieve “el estilo misionero con el que la derecha y la extrema derecha se han apropiado de los conceptos de democracia y libertad”, así como “el desgaste total del concepto de democracia” al confrontarse con la realidad. Bajo el manto de la legitimidad democrática, los Estados occidentales encubren todo tipo de opresiones, discriminaciones y restricciones de las libertades públicas.
Cada generación tiene que hacer un trabajo de reapropiación de los conceptos indisociables de socialismo y democracia en el contexto específico de la época y en las condiciones sociales del presente. Se trata de recuperar el contenido revolucionario de la democracia, su núcleo original: la abolición de la dominación de un ser humano sobre otro y el pleno desarrollo de sus capacidades [p. 32].

Por el contrario, en el corazón de las democracias burguesas se encuentran tres formas de dominación: “la dominación legal apoyada sobre el imperio burocrático, la dominación tradicional y la dominación carismática”, tipología ya formulada por el sociólogo Max Weber.
El contenido de la democracia socialista es muy diferente. Su concepto positivo y a la ofensiva “no se dirige sólo a la razón de los seres humanos”, pues “se dirige a sus emociones, a su imagen de la liberación y a sus intereses inmediatos”. Despliega una dialéctica de la espontaneidad y de la organización, de la autogestión y de la centralización, del rencuentro de dos energías, es decir, la capacidad de la memoria de las luchas emancipatorias y el potencial de la utopía.
Esta relación viva, en la que cada personalidad con sus rasgos específicos debe poder ocupar plenamente su lugar, también tiene implicaciones sobre la forma de encarar las luchas y en cómo éstas se organizan.

Oskar Negt expresa algunos escollos que aún no han desaparecido:
Cuando esta dialéctica no se logra, la formación de las opiniones sigue siendo mecánica: o bien se sigue el curso oculto o visible de una estructura de mando ejercida de arriba hacia abajo,  en una especie de platonismo administrativo de los grandes dirigentes o de los comités centrales que todo lo saben, o bien se sostiene un discurso que acompaña a una práctica que quiere ser vanguardista pero que en realidad es partidista” [p. 40].
La manera de organizarse revela la sociedad que se quiere. Por tanto, es preciso “privilegiar el derecho a la experimentación abierta y a la particularidad en el debate sobre el contenido, los objetivos y los asuntos organizativos...”. “El pluralismo sólo puede desplegarse realmente en una sociedad que no someta a los seres humanos a condiciones de clase, reduciéndoles a meros anexos de la maquinaria productiva,  y en tal caso se transforma en una necesidad existencial” [p. 52]

Espacio Público y experiencia

La noción de espacio público se utiliza habitualmente de manera tan común y banal como la noción de opinión pública, vinculada a ella. Eso hace más necesario examinar y precisar su significado. Habermas le ha dedicado un trabajo minucioso. Partiendo de un estudio de sus maneras de emerger, como pueda ser la aparición del espacio público burgués de la República inglesa del siglo XVII y el surgimiento en ella del pluralismo de los partidos y de la prensa, Habermas ha identificado un modelo de espacio público ideal capaz de ser lugar para la publicidad de las ideas y saberes, el lugar por excelencia de la deliberación y el lugar para la búsqueda de un consenso entre los ciudadanos. Habermas ha construido este modelo en un periodo en el que, irónicamente, el espacio público burgués  comienza a convertirse, cada vez más, en un espacio virtual de manipulación de las mentes a través de los medios de comunicación, y un espacio en el que los debates se reducen cada vez más a una feria de opiniones limitada al pequeño mundo de los políticos, los burócratas sindicales y los expertos oficiales en economía, “seguridad”, encuestas, bioética, etc.
Históricamente, cuando ha habido un espacio público los burgueses lo han utilizado para resolver sus diferencias y algunos de sus problemas, y para defender sus intereses marginando o neutralizando a sectores enteros de la sociedad. Bajo su control, el espacio público es “una síntesis social ilusoria” [p. 116].
Estos grupos sociales excluidos de la deliberación pública actúan y toman la palabra con ocasión  de revoluciones y de diversos movimientos, en torno a espacios como clubes, comités, coordinadoras o consejos que inventan y a los que dan vida por fuera del espacio público burgués que pretende representar a toda la sociedad.

A partir de estas experiencias de democracia directa y de autonomía presentes en 1848 y en la Comuna de París, en los consejos de la Revolución alemana de 1918, en la España de 1936, la Hungría de octubre de 1956 o en 1968, Oskar Negt cuestiona el modelo de Habermas e introduce el concepto de espacio público de oposición o proletario. Precisa que esa expresión no sólo afecta a la experiencia de los trabajadores, designa a toda potencia humana de rebeldía, en busca de un modo propio de expresión [p.  222]. Es un proceso de desbordamiento del espacio público burgués, una mediación entre seres humanos cuyas vidas son arruinadas, disminuidas y rotas por el proceso de explotación capitalista. Así pueden expresar sus subjetividades, habitualmente reprimidas, humilladas y devaluadas por esa misma dinámica del capital que moviliza en su beneficio una multitud de engranajes cuya visibilidad no es siempre evidente. Las personas involucradas son, evidentemente, las personas trabajadoras o desempleadas, las mujeres, las y los jóvenes, las personas sin hogar y las de cualquier grupo social que ya no soporten sufrir tal o cual injusticia o violencia generada por la valorización del capital.
Llegados a este punto, Negt logra, a mi entender, no conducirnos hacia persistentes callejones sin salida respecto a la comprensión de las luchas y del proyecto de una sociedad humana desembarazada de la basura capitalista.

La gente trabajadora ya no pueden ser considerada como una fuerza mesiánica llamada ineludiblemente a  convertirse en el sujeto histórico que liberaría a la humanidad de sus cadenas, tras alcanzar una conciencia de clase. Este enfoque es abstracto y reduccionista. No ayuda a la clase trabajadora a desarrollar sus capacidades presentes y futuras. Devalúa a priori, en tanto que secundarias, todas las otras formas de rebelión y protesta individual o colectiva contra la dominación capitalista. Con la excusa de la misión histórica de la clase trabajadora, se sumergen en la demagogia obrerista y en la cosificación del proletariado, dando sólo una atención superficial a la experiencia total y diversa de los propios trabajadores del mundo entero. Se pierde de vista que estas múltiples experiencias son portadoras contradictoriamente de elementos de emancipación, pero también de aspectos de ceguera ante sus propios intereses, por razones que deben ser estudiadas cuidadosamente.
Negt también señala otra dificultad que debemos encarar: “Las sociedades que ofrecen un suelo fértil a los miedos existenciales generan seguidismo conformista y sumisión a la autoridad” [p. 185].

Otro callejón sin salida consiste en ahogar a todos los movimientos en un gran todo indiferenciado, ya sea los ciudadanos  o la sociedad civil (Negri habla, por su parte, de la multitud), con todos los conceptos abstractos y mitificadores que le acompañan, como puedan ser la República, la Democracia, la Comunidad internacional o el Estado del bienestar. Esta posición ignora por completo lo que de decisivo tiene el proceso de valorización del capital en la reproducción de las relaciones sociales.
Las muy ricas aportaciones de Negt respecto a este tema integran en un solo movimiento del pensamiento la comprensión de la formación de las personalidades dentro de la familia, la escuela y la empresa. Explica, por ejemplo, que la temporalidad espontánea de los niños a través de la que expresan sus necesidades entra en contradicción con la temporalidad del capital, que pone en marcha un proceso disciplinario al que cada trabajador deberá someterse durante toda su vida.

Trabajo y dignidad humana

Lejos de subestimar la importancia de los asalariados, Oskar Negt aborda todas las dimensiones de su existencia, sobre todo en “Travail et dignité humaine” y en “Histoire et subjectivité rebelle”, escrita en común con el escritor y cineasta Alexander Kluge [el título Histoire et subjectivité rebelle tiene un contenido irónico y polémico respecto a la famosa obra del filósofo Georg Lukacs, publicada en 1923, Historia y conciencia de clase].
Entre otras experiencias, Negt ha dirigido un largo trabajo de formación sociológica en el sindicato IG Metall, que le ha proporcionado abundante material sobre la existencia obrera y sobre la evolución de los métodos de explotación de la mano de obra. Su análisis de la jornada laboral y del muy limitado tiempo de no-trabajo se inscribe en su convicción de que el “trabajo vivo” se encuentra en el corazón de la comprensión del capitalismo y sus excesos. “(...) Debemos reemplazar la economía política del trabajo muerto, es decir, del capital y de la propiedad, por una economía política del trabajo vivo, allá donde la necesidad de la emancipación humana está en juego, con el fin de acercarse a una forma de organización racional del bien común” [p. 190]. El propósito del trabajo vivo debe estar vinculado a un bien común. “¿Cómo sería posible este tipo de economía, si no es apelando a la participación política de seres autónomos capaces de actuar por sí mismos?”

En consecuencia, la pérdida del empleo significa una pérdida total de la realidad, causando ansiedades y una violencia interiorizada que puede terminar volviéndose contra uno mismo o contra un chivo expiatorio en la familia, la escuela o cualquier otro lugar. “El miedo a esta pérdida de realidad implica a su vez una mayor disposición para la adaptación o para una hiperadaptación conformista”.
La vitalidad de prácticas democráticas dignas de ese nombre y la perspectiva de una sociedad armoniosa, sin guerra y sin violencia, está fuertemente ligada, para Oskar Negt, al peso y a la riqueza humana del trabajo asalariado, permitiendo  formas de auto-respeto y de reconocimiento social que son destruidas al caer en el desempleo.

Dialéctica de los espacios públicos burgués y  proletario

Esta cuestión nos lleva de nuevo a la de la dialéctica que se produce continuamente entre un espacio público burgués, que se ha transformado profundamente en las últimas décadas a través de la manipulación de las mentes por los medios de comunicación, y el espacio público proletario que, en diferentes momentos, puede retraerse, rayar en una total ausencia o expandirse a muchos grupos sociales.
Los intereses de los trabajadores y de todas las categorías oprimidas sólo pueden desplegarse y dar lugar a otra sociedad si se organizan en un espacio propio que necesariamente vaya más allá de las organizaciones instituidas. En este proceso de constitución sus agentes están llamados, por supuesto, a utilizar los recursos del espacio público burgués que estén a su alcance y, posiblemente, a subvertir algunas de sus formas.
Sin embargo, hay que comprender los obstáculos que se alzarán. Los medios de comunicación generan una segunda realidad, ordenando y deformando la información, proporcionando calculadas ficciones  que obren como objetos de deseo para alimentar los afectos de la audiencia. Todo esto tiene un impacto acuciante en el contexto de un estilo de vida que no deja a nadie tiempo para la crítica y la reflexión. Lo virtual tiende a reemplazar las experiencias vividas por los sujetos sociales.

Por su parte, en las organizaciones políticas, sindicales y asociativas sólo se cristaliza una pequeña parte de las experiencias vitales de los trabajadores. En muchos casos se alzan como obstáculo a la comprensión de la realidad y a la movilización de la memoria de las experiencias pasadas. Los efectos de la competencia entre las organizaciones restringe aún más el alcance de la comprensión y de las posibles intervenciones y voces propias de los trabajadores, las mujeres o los jóvenes. Las subjetividades rebeldes, elementos fundamentales de todo cambio, encuentran poco lugar dentro de sus rutinarios marcos.
Estas barreras pierden intensidad o colapsan cuando el espacio de oposición se despliega en las calles, las empresas, las universidades o en Internet. En movimientos como la huelga de noviembre-diciembre de 1995, el de los jóvenes contra el “Contrato primer empleo” o la huelga general en Guadalupe a principios de 2009, surge la posibilidad de que cada participante desarrolle los recursos de energía e imaginación que posee, lo que no permiten las estructuras instituidas y más o menos burocráticas.
El origen de un espacio público de oposición puede ser una simple reclamación que sólo afecte a una parte de la población, pero la dinámica de este espacio puede transformarle en espacio de propuestas para una sociedad no mercantil. En este sentido, es muy ilustrativo el movimiento en Guadalupe, que comenzó haciendo frente al alza de los precios de los productos derivados del petróleo y desembocó planteando la pregunta “¿cómo vivir bien juntos?”.

La fuerza de soñar

Esta perspectiva no se fabrica en pequeño comité dentro de cuatro paredes sino que se prepara y fecunda  con análisis adecuados, siempre renovados, derivados de propensiones activas en esta sociedad y en todos sus dispositivos. Todo depende de la capacidad de librarse de lo que llamo “la dictadura de lo inmediato”, que consiste en denunciar sólo los golpes más recientes que nos ha dado el adversario, sin imaginar un horizonte global para las luchas y para diferentes formas de contestación a lo que existe.
Concluyamos dando la palabra Oskar Negt: “Quien se entrega plenamente al presenteestá condenado a responder constantemente ante hechos consumados [...] Por otra parte, quien no puede encontrar la fuerza para soñar no encontrará la fuerza para luchar. El impulso cotidiano para mirar más allá del horizonte de un solo día se aplica también a la ciencia. Los que no tienen fuerza para soñar no encontrarán la fuerza para entender realmente las cosas”.

25 de junio 2009


Trasversales