Trasversales
Lois Valsa

Teatro

Revista Trasversales número 17, abril 2010


Otros textos del autor en Trasversales


FUTUROS DIFUNTOS de La Zaranda (y otras obras de las que no voy a hablar que merecen la pena y a las que habría que dedicarles mucho tiempo y espacio) en el Español.

BAILANDO EN LUGHNASA de Juan Pastor y La Guindalera

COMEDIA PARA SIETE ACTORES DE Jaroslaw Bielski y Réplika Teatro

EL ARTE DE LA COMEDIA y LA DOULEUR en la celebración del 15º aniversario del teatro de La Abadía


La Zaranda, como cernidor que preserva lo esencial y desecha lo inservible, desarrolla una poética teatral que lejos de fórmulas estereotipadas y efímeras, se ha consolidado en un lenguaje propio, que siempre intenta evocar a la memoria e invitar a la reflexión (Programa de mano)

Els Joglars, también “futuros difuntos” en su última obra, ha sido y es, o ha sido y ha funcionado, como una auténtica religión con sus fieles creyentes (adeptos en las sectas) y adictos espectadores. Pero existe otro grupo de teatro, La Zaranda (Teatro Inestable de Andalucía la Baja), indudablemente no tan conocido como Els Joglars aunque sí muy seguido por un cierto público, y diferente en su concepción teatral, que también ha funcionado y sigue funcionando como una auténtica “religión/secta con sus fieles creyentes/adeptos”. Por esas concomitancias traigo a este grupo a colación y porque de nuevo ha pasado por Madrid con su obra Futuros difuntos (2008), que enlaza en muchos aspectos con el tema de Els Joglars tratado en la revista. Ha vuelto a Madrid y al Teatro Español, digo, para regocijo de sus fieles espectadores, y de sus críticos afines quienes, esta vez, como en el caso de Joglars, han tenido que hacer un esfuerzo mayor de comprensión y de apoyo al grupo que otras veces. Sobre todo porque, en su mayoría, viven de las glorias treintañeras, como en el caso de Els Joglars, de la mítica Zaranda y les cuesta mucho reconocer la cuesta abajo, espero y deseo que no decadencia, del grupo.

En relación a los críticos de teatro, esta vez ha habido división de opiniones acerca de esta obra: alguno la ha alabado a pesar de las reiteraciones (“En la obra está lo que ya conocemos…); y otro como en el caso del “neurótico obsesivo” han llenado la hoja de su reseña de otras historias, que no sé muy bien a cuento de que venían, para no tener que llegar a decir (en este caso argumentar) lo que “de verdad importa”. Es decir no han querido llegar más lejos en su crítica igual que muchos de sus fieles y autistas seguidores. Por mi parte, aunque no dejo de reconocer la potente trayectoria del grupo, o quizá precisamente por ello, y por añorar sus viejos tiempos, en parte del antiguo teatro Olimpia, tengo que confesar que les veo empantanados dándole vueltas al tiovivo de lo mismo, y utilizo algunas de sus metáforas más queridas, sin llegar a aportar savia nueva desde ya hace un tiempo. Y, claro está, muy lejos de lo que siguen proclamando algunos de sus críticos y espectadores adeptos y/o adictos y de lo que ellos mismos pregonaban en su magnífico programa de mano del Teatro Español. ¡Por cierto el más bello, en su factura, programa de mano que haya visto últimamente!

Por no remontarme más atrás, ya en su trabajo anterior, Los Que Ríen los Últimos (2006), la metáfora del tiovivo dando vueltas y más vueltas sin cesar me iluminaba al respecto al grupo al que veía de la misma manera, o sea dando vueltas y más vueltas sin cesar a los mismos temas una y otra vez. Y ya entonces me entraron muchas dudas sobre si La Zaranda no estaba ya abocada a un Callejón Sin Salida. Entonces, el dilema que se me planteaba era si el problema provenía solamente de aquel texto para mí endeble, o si el problema de fondo era además su mismo modelo de teatro que estaría entrando en crisis. Esta vez, de nuevo, aunque alguna crítica y la mayoría de sus fieles les ha alargado la vida con un dulce suero que por desgracia no les va a llevar a reflexión profunda alguna, se me ha vuelto a plantear el mismo dilema. Sin embargo, sus creyentes/adeptos les jaleaban supuestas gracias (en el estreno concretamente recuerdo a un espectador que no paraba de reírse de todo). ¡Maldita gracia que les veía yo sumido en un profundo sopor! ¡Teatro metafísico! ¡Teatro letárgico para mí y relajante sin duda! ¿Cómo ha podido llegar a aburrirme de tal forma La Zaranda? Sólo lograba salir del sopor iluminado por su bella plástica visual impregnada de pintura española (Velázquez y Ribera) y de grabados de Goya al que han literalmente fusilado.

Una vez más, pues, La Zaranda nos ha representado un auto sacramental laico, un auto en el que para penetrar en su significado último hay que “entrar en Religión” ya que sus “reglas”, las de La Orden, sólo las conocen sus sacerdotes y sacerdotisas que zahieren y fustigan al primero/a que se le ocurra abrir la boca para decir algo que no sean alabanzas al grupo ¡Es que tú no conoces las “claves” para entrar en la interpretación de la obra! Pero esta vez si tengo muy claro que el texto de esta obra es muy endeble y no se coge ni con pinzas a pesar de sus buenas intenciones de crítica de lucha de los locos por el vacío de poder que se produce en el manicomio. En este sentido, Alfonso Armada se ha desmarcado en su pequeña reseña (Estampas de frenopático) del ABC Cultural del coro de la crítica “bienpensante”: Pero pese a algunos hallazgos estéticos entre Velázquez y Ribera y muñecotes que se balancean como suicidas, la fórmula parece agotada en estos Futuros difuntos con citas de Kantor y Beckett. La pericia de los actores que procesionan y se ríen de su propia orfandad acaba repitiéndose como el ajo. La ironía atroz acaba convirtiéndose en su carcoma, y el deterioro no es de la realidad sino el de los intérpretes, incapaces de salir de una noria teatral que deben hacer trizas si no quieren morir ¡Grandes similitudes veo yo aquí también con la última obra de Joglars!

No puedo estar más de acuerdo con estas pocas pero contundentes líneas de su Butaca de Godot: en ellas Armada les hace al final una advertencia, que yo creo infielmente de buena fe, que deberían tener muy en cuenta los futuros difuntos y que de ninguna manera deberían desde luego despreciar (¡otra similitud con Joglars!). Por mi parte, por último, creo que a La Zaranda precisamente le sobra mucho Quevedo (risa sobre los demás) y necesitan mucha risa cervantina, humor cervantino, para empezar por reírse de sí mismos. Pero quién sabe: a lo mejor se produce el milagro y siguen conectando de esta forma con nuevas generaciones y siguen dándole vueltas a la noria. Espero y deseo que en La Zaranda se produzca un milagro de verdad que les haga resucitar. Me gustaría seguir disfrutando con ellos: a mí el teatro no me aburre, ¡no dejo que me aburra!, porque siempre intento buscar nuevas y diferentes propuestas creativas.

En el teatro Español me gustaría habla de las interesantes obras (Escenas de un matrimonio/Sarabanda, aquí representadas seguidas, con las dificultades que esto conlleva, a partir no tanto de las películas sino de un texto) de Ingmar Bergman que ya se habían montado, y con gran seguimiento de público, en Barcelona, con dramaturgia y dirección (y también interpretación) de Marta Angelat. Hay que destacar en general un buen reparto que encabeza el gran Francesc Orella y su pareja Mónica López. A mí me ha sorprendido gratamente la eficaz, al tiempo que imaginativa, escenografía de Max Glaenzel. Pero sería para hablar largo y tendido de todo esto.

Por otro lado, he podido disfrutar en Madrid de la magnífica obra (Bailando en Lughnasa) del gran autor irlandés Brian Friel (1929) que ha vuelto a representar, después de diez años, ahora en su sala Guindalera, el grupo que dirige Juan Pastor, quién se declara devoto admirador de este autor, quién, para Juan Pastor, sería nada menos que el Chéjov del siglo XXI. Al mismo tiempo, sólo caben alabanzas (y ya la crítica de los principales periódicos les ha dado la importancia que se merecen y la Guía del Ocio les ha colocado en primer lugar, curiosamente el fin de semana en que finalizaba su representación), ante al enorme y en general completo trabajo actoral de este montaje estupendamente interpretado, bailado (coreografía de Elvira Sanz) y muy bien dirigido por Juan Pastor que aquí también ha vuelto además al escenario en el papel del misionero. Sólo caben también loas para una sala tan pequeña (representar una obra como ésta que requiere de cinco actrices y tres actores supone un gran esfuerzo económico y esto es lo que explica que haya estado tan poco tiempo en cartel una obra que merece ocupar espacios más grandes), que ha logrado crear “su” público fiel que la ha llenado día tras día y no sólo en esta obra sino en la mayoría de sus anteriores trabajos. La Guindalera ha sido, además de aclamada por crítica y público, recompensada por el programa “El Ojo Crítico” de RNE con el Premio de Teatro 2009; e incluso sus producciones, por ejemplo, el texto de Ramuz, La historia del soldado se representan fuera de su sala madrileña.

En Bailando en Lughnasa, una posible réplica a Tres hermanas, y para mí desde luego muy melancólica, retrata la decadencia del mundo rural en Irlanda ante una imparable industrialización que aunque llega tarde (la obra se desarrolla en 1936 y uno de los protagonistas vendrá a España a luchar con las Brigadas Internacionales) va a barrer los vínculos familiares de unas hermanas que aquí son cinco y no tres como en la obra del gran autor ruso. Como telón de fondo late la tensión entre lo católico (y su moral represora de costumbres que hace que choque el mundo de los sentidos y la razón) y lo pagano (mundo celta del dios Lugh y sus fiestas que aún perduran que aún perduran en ese mundo aunque ya muy cambiadas) representado, paradójicamente, por el misionero cristiano que vuelve “convertido” al paganismo africano. En esta sala ya habían montado antes El juego de Yalta en 2007 y Molly Sweney en 2008, las otras dos obras de la trilogía de la que esta última es la más importante, e incluso considerada por muchos como su obra maestra. Por su parte, Juan Pastor confiesa que es el autor contemporáneo que más le gusta. Pero los montajes de la compañía varían y la próxima obra de la sala va a ser La última cena de Ignacio Amestoy. “Mis montajes son muy caseros, trabajamos con despojos”, remata Juan Pastor, quién en pareja con Teresa Valentín Gamazo (en esta obra realiza el vestuario), fundó la compañía hace diez años y que desde hace seis ocupa esta sede de la calle Martínez Izquierdo en Diego de León. Con la inestimable ayuda de su hija, ya reconocida como una gran actriz, María Pastor.

Otra sala alternativamente resistente y “confabulada”, ya con una larga trayectoria de veinte años, es Réplika Teatro, que acaba de poner en escena Comedia para siete autores, otra obra del gran creador polaco, no sólo teatral sino también de composición musical, B. Shaeffer quién aquí lleva a cabo una auténtica deconstrucción del trabajo teatral, dirigida por el director de la sala Jaroslaw Bielski y magníficamente interpretada por sus siete actores. Antes ya habían representado en esta misma sala otra obra del mismo autor (Cuarteto para cuatro actores). Por otra obra suya, Alicia atraviesa el espejo, obtuvo un premio Juan Bravo de Segovia al mejor espectáculo para niños y jóvenes. Toda una labor teatral la que llevan a cabo en su sala de Justo Dorado, cerca de Guzmán el Bueno, que se ha continuado ininterrumpidamente hasta este momento desde la mítica representación en la sala de Alguien voló desde el nido del cuco.

Por último, voy a referirme a La Abadía, que, coincidiendo con la celebración de sus quince años desde la inauguración con el Retablo de Valle Inclán, parece que, después de una irregular temporada (ver mi texto del Festival de Otoño 2009 en la revista RGT por ejemplo), ha recuperado su gran nivel, o sea el alto nivel que yo siempre he apreciado en la mayoría de los montajes de este gran teatro. Primero lo hizo con el autohomenaje que supuso El arte de la comedia, una magnífica comedia del napolitano Eduardo de Filippo, un autor poco conocido en Madrid (más en Valencia y Cataluña), y al que por esta iniciativa de La Abadía hemos tenido la oportunidad de ver, y sobre todo disfrutar de su genio autoral, en Madrid. Porque esta obra ha sido uno de los momentos teatrales más importantes en Madrid. El Arte de la comedia es puro teatro, como teatro dentro del teatro y como desarrollo sicológico al más puro estilo pirandelliano en forma de comedia de la que se va a nutrir después el gran Darío Fo. Esta importante obra cuenta además con una buena dirección de Carles Alfaro, una eficaz escenografía como de un teatro en ruinas que entronca con el tema del que se trata, y una estupenda interpretación (Por citar algunos actores como Enric Benavent y Pedro Casablanc que bordan su papeles pero sin que desmerezca el resto) por parte de un magnífico elenco de actores de la casa de las sucesivas generaciones de actores que incluso variaban según los días. Con estos enormes actores La Abadía celebra con todas las de la ley su aniversario.

Segundo, con La douleur, una obra homónima y autobiográfica de Marguerte Duras (1914-1996), representada, para desilusión de muchos, sólo durante cinco días, que ha sido dirigida por el polifacético (cine y ópera) director Patrice Chereau, premio de teatro de Europa (2008), en colaboración con Thierry Thieû Nan. En un escenario desnudo, a excepción de una mesa y varias sillas, se pone a prueba la capacidad interpretativa de la gran actriz, ya multipremiada con cuatro César, Dominique Blanc, una de las actrices fetiche del director francés, que en esta obra alcanza una intensidad dramática, digna de elogio. La douleur (“el diario de una ausencia dolorosa” según reza el programa de mano) es un denso monólogo que se desarrolla en un momento (abril de 1945) en que la Francia hasta ahora ocupada por los nazis empieza a liberarse. En un diario extraviado la escritora había narrado este periodo de su vida en el que esperaba ansiosa la vuelta de su marido encerrado en el campo de concentración de Dachau (en la obra se citan también otros campos). Su relato autobiográfico va ganando, gracias al enorme trabajo de esta gran actriz, en intensidad, a medida que avanza: si en un primer momento resulta premioso luego gana altura con el discurso filosófico-moral de la autora para lograr su climax en la parte final con la vuelta del cadavérico Robert L. Juego continuo de palabra y silencio que encarnan la angustia de la espera primero, luego la de saber si está vivo o muerto, y por último la de saber si ha sido liberado. Una primavera, la de la liberación de París, que para ella se convierte en pura agonía, siempre en busca de la mínima señal de que pueda estar aún vivo a través de la Resistencia (aparece aquí el camarada Mitterrand bajo el nombre de Morland) para enfrentarse al final con la terrible presencia de su cuerpo desnutrido, hasta que por fin vuelva a tener hambre como clara señal de recuperación.

En esta obra se critica el nazismo y también se critica a De Gaulle y se dan las cifras escalofriantes (seis millones de judíos asesinados en los crematorios y once millones de personas asesinadas en total). Esta obra es así una defensa de la memoria histórica frente al olvido pero en ella no late el odio ni la venganza sino las preguntas sobre el ser humano que luego se haría Robert Antelme en su libro, La especie humana, en el que no maldice contra los alemanes sino que tiene la valentía de trascender ese periodo y preguntarse por el hombre.


 

Trasversales