Trasversales
Françoise Bianchi

Una lectura plural de la génesis de la obra de Edgar Morin

Revista Trasversales número 16 otoño 2009

Textos de la autora en Trasversales

Françoise Bianchi es autora de Le Fil des idées, Paris, Seuil, 2001



Encontré la obra de Edgar Morin en 1974, cuando leí Le Paradigme perdu: la nature humaine, poco tiempo después de su aparición. Me impactó porque articulaba los datos de las ciencias contemporáneas con vistas a la elaboración de una antropología filosófica y porque prometía al mismo tiempo reconstruir el concepto de humanismo, algo requerido desde la inmediata postguerra pero marginado en el desarrollo de las ciencias sociales desde hacía 30 años. Emprendí entonces la relectura de toda la obra desde ese único punto de vista.
Pero durante mucho tiempo, a excepción de una comunicación al coloquio de Cerisy en 1986, no supe cómo relacionar mi interés por esta obra con un trabajo literario propio, salvo que me dedicase a estudiar las condiciones de su génesis.

Mientras que a Morin se le ha criticado a veces su eclecticismo o su dispersión, y pese a que en Francia es reconocido como sociólogo, en Inglaterra como intelectual de izquierda de significativa trayectoria y en América Latina y Japón como el pensador de la complejidad, de hecho yo iba comprendiendo que estas dimensiones de su obra germinaban en una fuente común y que, desde los primeros textos publicados, en ella se manifestaba el mismo vector interrogativo nunca desmentido, orientado por la pregunta sobre la naturaleza humana; un vector construido entre 1921 y 1951, año de su reconocimiento institucional y de su entrada en el CNRS, justo cuando algunas de sus publicaciones comenzaban a tener significativa audiencia. Desde 1951 esta obra será catalogada como sociológica, atendiendo a la “especialidad” del investigador. También a partir de ese año, Egdar Morin no escribirá más novelas, al menos que yo sepa, pero su diario personal acompaña siempre su reflexión y las lecturas literarias siguen teniendo siempre  una influencia determinante en su horizonte mental. También a partir de 1951, florecen  numerosas obras críticas que renovarán nuestra aproximación al texto y que orientarán de forma duradera los estudios literarios, algunos de los cuales se desarrollaron  en el mismo seno de la École des Hautes Études, a la que pertenecía el Centre d’Études des Communications de Masse, que sería precisamente el trampolín de las investigaciones futuras del escritor. En este recorrido, por tanto, también hay un aspecto institucional.

Hay, pues, muchas razones que permiten considerar esta fecha como un gozne pertinente para el despliegue de este pensamiento que, por ahora, culmina con los seis tomos magistrales de La Méthode, entre 1977 y 2004.

El corpus

Dos ensayos y una novela constituyen el corpus conocido y publicado en 1951, pero  en esos escritos se manifiestan varias tendencias sin que a esas alturas pudiera saberse cuál se impondría en su obra posterior.

En 1946, la reflexión de L’An zéro de l’Allemagne se apoya sobre la situación histórica inmediata y debe su existencia a la estancia del autor en Lindau, Berlín, Baden-Baden, a las condiciones de la derrota y de la ocupación de Alemania por los Aliados y a los grandes interrogantes históricos y políticos del momento. Sin embargo, los análisis del autor no se basan sólo en sus conocimientos históricos, ni en su formación política de militante con estatuto de “permanente” en el PC desde 1943, ni en sus funciones como delegado para la Propaganda en el Gobierno de los Aliados; esos análisis ponen en juego también  convicciones y, sin duda, aún más profundamente lo que Gerald Holton denomina thêmata, es decir, las obsesiones fundamentales que orientan las preocupaciones de los investigadores. Digamos, en resumen, que este ensayo se propone estudiar la situación del vencido con el fin de encarar su renacimiento y su metamorfosis. A decir verdad, estas  palabras no son aún pronunciadas por el autor, porque su vocabulario, así como su análisis, era aún muy tributario de la doctrina marxista, aunque ésta es ya superada a la vez que integrada, pues las preguntas  que Morin se hace sobre el papel de los rumores en la organización social o sobre la noción de crisis encontrará originales prolongaciones en su futura obra.

En 1947, Une cornerie parece dar la espalda a estas preocupaciones. Es una obra de ficción que transpone al medio intelectual de la posguerra los desengaños suscitados por el fracaso de la exposición sobre los crímenes nazis que el autor había querido organizar. El relato satírico y la farsa ridiculizan la atmósfera de aquellos años. “Novela existencialista”, dirán algunos críticos. En todo caso, sean o no de ficción, estas obras parecen ser sus primeras incursiones a recordar en el terreno literario. Edgar Morin vive entonces un periodo de incertidumbre e, influido por algunas intensas admiraciones,  duda si debe convertirse en escritor.

En 1951, aparece L’Homme et la mort, su primera gran obra. No sólo consagra a su autor, sino que también permite contemplar la fecundidad de su temática. Plantea que la conciencia traumática de la muerte individual genera la humanización de las sociedades, que responden a ello con representaciones colectivas estructuradas -los mitos que relatan los orígenes- y por rituales de  paso que domestican el horror de la desaparición integrándolo en un proceso de metamorfosis. La obra se apoya sobre los arquetipos de las creencias mágicas, particularmente la creencia en “el doble”, para mostrar que el ser humano no vive sólo de  pan, sino también de representaciones que estructuran la vida personal y social, constituyendo la esfera de las ideas producidas por la especie humana, que, a su vez, en construida por esas ideas. En eso encontramos, además del punto de arraigamiento metafísico y existencial de la obra, un estudio de la estética y de la producción artística como respuesta antropológica y cultural al rechazo de la muerte, aunque el término noología (1), tomado de Teilhard de Chardin, todavía no figura en este libro, cuyos análisis deben mucho a la literatura.

A estas publicaciones, además de algunos artículos más circunstanciales, hay que añadirles varios textos inéditos.
La Rhapsodie du satyre du métro es una obra bufonesca en la línea del Raymond Queneau de Temps mêlés (1941), en tanto que exploración de las formas, aunque más tímidamente y con menos virtuosidad. En la obra de Raymond Queneau se pueden destacar, por otra parte, algunas situaciones novelescas satíricas de las que el investigador-sociólogo sacará partido en cuanto a la construcción de su método y de sus corolarios. Dicho de otra forma, la obra de Edgar Morin, que se refiere a la sociología y que él mismo califica como antropofilosófica, hunde sus primeras raíces en la literatura, de manera que se le pueden aplicar los principios del análisis literario para mejor acotar sus orígenes e intereses, con tanta más razón cuando, entre las obras inconclusas de la época, Rimbaud. Les secrets de l’adolescence constituye un esbozo de análisis literario, en forma de notas fragmentarias. La lectura de Rimbaud y, en particular, de Une saison en enfer, salpica la redacción de sus Carnets y de su correspondencia con los amigos, estudiantes y miembros de la Resistencia durante la guerra. Este interés se prolonga, por tanto, en una reflexión crítica sobre el trayecto del poeta, con el que, en aquel entonces, el escritor reconoce cierta hermandad en la medida de haber vivido también  el destino banal de aquel que descubre que “la verdadera vida está ausente”. Una vía de acceso con un propósito original, aunque no plenamente lograda.

El pensamiento político, metafísico y antropológico será acompañado por un relato de ficción en dos volúmenes, L’Ile de la mort y L’année a perdu son printemps, del que sólo queda la primera versión mecanografiada. Es una novela muy autobiográfica que transpone el traumatismo personal de la muerte de la madre al narrador-niño, que finalmente sobrevive a la prueba de la muerte-renacimiento que le imponen las circunstancias, prometiéndose a cambio, para pagar la deuda de su supervivencia, resucitar a su madre algún día. Una temática susceptible de interpretación simbólica y psicoanalítica fecunda tratándose de un escritor.
De esta forma puede ser convocada toda su obra, en un vasto sistema de ecos y reflejos, colocado ante un abismo que muestra tanto la permanencia y el resurgimiento como los ahondamientos y las transformaciones de una temática original cuya germinación irriga el conjunto de la obra.

Los métodos

La interpretación psicoanalítica, que se presta muy bien por añadidura al género autobiográfico, permite construir el rastro del efecto de sentido en la obra dentro del marco de este corpus, sobre todo si se busca apoyo en diversos referentes.
El lugar ocupado por las figuras familiares en los textos autobiográficos de Edgar Morin, la sobrevaloración de la figura maternal, los conflictos latentes del adolescente con el entorno comercial, la incomprensión entre padre e hijo, los inhibidos reproches mutuos: todo esto puede ser interpretado en términos de conflicto edípico “trivial”, mientras que la pregnancia (2) y recurrencia de los relatos de la infancia que salpican  la obra teórica hasta llegar a Vidal et les siens invitan a leerlos como una construcción permanente de la novela familiar según Freud.

Las circunstancias del nacimiento -estrangulado por el cordón umbilical- impulsan a orientarse hacia los trabajos de Otto Rank sobre Le traumatisme de la naissance. Rank retoma así la más eminente explicación de Freud, que remite todas las situaciones de angustia a la reactualización fisiológica (la de respirar) del nacimiento, de donde nacería el deseo regresivo de retorno al útero materno, para estudiar mejor cómo la simbolización y la idealización artísticas constituyen su superación. El arte como compensación suprema de la angustia primitiva, ya que reposaría en la proyección del cuerpo maternal hacia el mundo entero. En suma, el traumatismo de la separación con la madre y el deseo regresivo de fusión podrían encontrar para el artista su resolución en la creación de una obra, gracias a la mediación del mecanismo psíquico de proyección-identificación que pretende reemplazar una realidad por otra. La referencia a estos trabajos permite mostrar que los relatos sucesivos de la muerte de la madre en la obra de Edgar Morin, reactualizando la angustia de separación, permiten también trascenderla en la creación, llevando a cabo un desplazamiento del cuerpo materno hacia la humanidad, lo que conduce a comprender la coherencia del trayecto político y filosófico del pensador.

Pero, por añadidura, estos análisis teóricos clásicos y canónicos pueden ser articulados afortunadamente con las investigaciones más recientes de Didier Anzieu, que conciernen particularmente al “Yo-Piel” (3). La noción se apoya sobre los trabajos anteriores de Winnicott, que mostró la importancia del modo en que el bebé es llevado y manipulado. Para Didier Anzieu, así se constituye el envolvente narcisista de “Yo-Piel” y el fantasma originario de una piel común con la madre. El acceso a la autonomía pasará por la necesaria “desfusión”, la rotura, el rasgado de esta piel común. Didier Anzieu propone comprender a partir de esa noción el proceso que actúa en la creación artística e incluso en la lectura:  la palabra del autor permite reconstruir el envoltorio  psíquico originario, tejiendo  una piel simbólica. Se puede interpretar así  L’Ile de la mort, novela inconclusa y de juventud de Edgar Morin, aún inédita. El narrador-niño supera en ella  el deseo regresivo de fusión suicida para aceptar vivir sin la madre que la muerte acaba de quitarle, pero haciéndose la promesa de resucitarla un día en el “cuerpo de la obra”, parafraseando el título del trabajo de Anzieu.

Como ya se habrá comprendido, la referencia a las teorías psicoanalíticas resulta particularmente heurística (4) para comprender el proceso de creación. Pero lo mismo ocurre si nos basamos sobre el corpus de la psicología cognoscitiva y el trabajo de Charles Mauron, que también coloca la figura materna en el centro de la creatividad, que nacería, para el crítico, de la conciencia de una fusión perdida, siendo la obra partícipe desde entonces en el trabajo de duelo y en las proyecciones que lo acompañan.
El trauma inicial genera en la obra moriniana dos parejas de obsesiones contradictorias y nunca totalmente superadas: deseo de muerte por culpabilidad fantaseada, pero también deseo de renacimiento en la promesa de resurrección simbólica. Sin embargo, aunque estas obsesiones sean fácilmente localizables en los textos de juventud, apenas aparecen en ellos  las “metáforas obsesivas” que, según Mauron, deberían apoyar el análisis y constituirían lo que designa como el mito personal propio del escritor, en este caso la metamorfosis de la oruga que se hace mariposa, que, sin embargo,  esmaltará ampliamente la obra posterior.

La referencia a los trabajos epistemológicos de Gerald Holton también resulta ser un complemento profundamente fecundo. El método del filósofo concierne sobre todo a los descubrimientos científicos que construyeron nuevos modelos de interpretación de los fenómenos, y Gerald Holton relaciona las intuiciones fulgurantes de los investigadores con las “opciones”, elecciones personales escogidas más o menos conscientemente desde “la misma infancia” de los sabios. No sólo propone censar estos “thêmata” en sus obras, sino también descubrir su rastro en la disposición del discurso científico ya formado. Encontramos tres parejas de ellos en la obra de Edgar Morin: fusión-separación, muerte-renacimiento y naturaleza-cultura, vectores antagonistas pero complementarios del pensamiento, aunque, en su caso, las contradicciones jamás se resuelven en la síntesis marxista. El concepto de “complejidad”, más tardío, mantendrá la contradicción viva en el corazón de la visión, propuesta en El Método, del ser humano dentro del cosmos, de lo viviente y de la historia. Finalmente, creo que estos tres thêmata pueden permitir comprender el lazo que establecen las palabras-maleta, las palabras compuestas, entre el pensamiento y el lenguaje. A menudo se le reprocha a Edgar Morin su uso, como si se tratase de una coquetería sistemática o del reconocimiento del fracaso de la  reflexión, sin darse cuenta de que, por el  contrario, manifiestan el intento de encontrar en el lenguaje los medios para construir una realidad que se propone leer desde un nuevo ángulo. Señalemos que este lenguaje moriniano es más tardío y  acompañará a la formalización del pensamiento complejo.

Las fuentes

Sin embargo, aunque este examen de la obra a la luz de varios referentes, procedentes del psicoanálisis o de la psicología cognoscitiva, sea esclarecedor y convergente en lo que hace a la  elaboración de hipótesis sobre la génesis de la obra, no podemos tampoco prescindir de un análisis de las fuentes.
No he tenido acceso al diario íntimo, pero he trabajado partiendo de sus Carnets de la época, donde se mezclan  direcciones, referencias bibliogáficas, citas, autores y títulos que hay que leer o en curso de lectura. Una simple enumeración de todo esto sería fastidiosa, y analizar todas sus lecturas habría sido agotador, por lo que se hace necesario elegir. ¿Cómo hacerlo? Algunas recurrencias resultan muy significativas, tratándose de Rimbaud, Malraux, Pascal,  Rousseau, Dostoievski… También hay que dejar lugar destacado a  autores y obras reconocidas por Morin como fundadoras de su ser, y que he releído en esa perspectiva, como Anatole France, Romain Rolland, Roger Martín du Gard… Finalmente, hay que tener en cuenta el contexto de estimulación literaria e intelectual de la calle Saint-Benoît en torno a Margarita Duras, Robert Antelme y Dionys Mascolo, lo que puede apoyar la búsqueda de referencias intertextuales. Por supuesto, este estudio de las fuentes es incompleto y permanece abierto. He dado privilegio a la importancia de las fuentes literarias en la juventud, dejando el estudio de las fuentes filosóficas para más tarde, al abordar, en particular, el momento de la formalización del pensamiento.

También habría que estudiar más precisamente las relaciones de este pensamiento con las influencias de los años 1950-1970, sus relaciones polémicas con el estructuralismo entre otras cosas, pero también sus relaciones con la epistemología contemporánea; en esto me limitaré a señalar las premisas de futuros debates. A este respecto, la correspondencia con Julien Benda puede parecer completamente significativa de una rotura paradigmática en el ámbito de  la historia de las ideas.
Más pertinente aún sería el estudio de la mezcla de géneros en la obra de Edgar Morin. No es un simple ensayista. El descubrimiento de la influencia original de la literatura sobre esta obra muestra convincentemente que se trata de la obra de un escritor que seguirá presente más tarde en sus diarios y ensayos, un escritor que explora la mezcla de los géneros y el juego con la enunciación, particularmente en  Le vif du sujet y Vidal et les siens.

Ante todo, esta obra se despliega en un contexto histórico, político e ideológico muy particular, aunque en este aspecto sólo pretendo poner los jalones de futuras interpretaciones. Acogiéndose a un calendario de acontecimientos bien conocidos, el eje puesto sobre la doble resistencia llevada, primero contra el fascismo y luego en el seno del Partido Comunista, arroja luz sobre las decisiones tomadas. Tampoco es anodina la controversia sobre el estatuto de la cultura en el seno de la ideología, que dará lugar a los debates y a las exclusiones de los años 1950, pues en ella se manifiesta la chapa de plomo ideológica que ha pesado  sobre la libertad del debate intelectual en Francia por lo menos durante medio siglo, y cuyas secuelas aún paralizan a la inteligentsia, incluso tras la caída del comunismo. Aún más, la obra de Edgar Morin puede situarse también como gozne de lo que Michel Foucault habría designado como un cambio de episteme (5), una nueva reconfiguración del saber, lo que hace necesario un estudio de la recepción de la obra. La noción kuhniana (6) de cambio de paradigma está en el corazón de los trabajos morinianos y exige que profundicemos en ella.

Éste es el esbozo de un balance derivado de la lectura plural de la génesis de esta obra que se despliega a ojos vista en direcciones muy diversas, pero cuya coherencia está asegurada por la recurrencia de preocupaciones que han ocupado un papel referente desde el mismo origen. Podría decirse que esta coherencia también es teleológica, ya que es la que construye el crítico-lector de la totalidad de la obra al volver sobre los pasos de la creación con el fin de devanar el hilo que la tejió.

Paris IV-Sorbonne
7 de enero de 2002

Notas (de la traducción)

1. Edgar Morin define el término noología como: “ciencia de las cosas del espíritu, de las entidades mitológicas y de los sistemas de ideas, entendidos en su organización y su modo de ser específico”.
2. La RAE define el término pregnancia así: “ Cualidad de las formas visuales que captan la atención del observador por la simplicidad, equilibrio o estabilidad de su estructura.”
3. Puede verse una breve explicación del concepto “Yo-piel”, hecha por el propio Anzieu (1923-1999), en:
http://www.geomundos.com/salud/psicosocial/el-yo-piel-por-didier-anzieu_doc_9634.html
4. La RAE define el término heurística, de frecuente uso filosófico, como “Técnica de la indagación y del descubrimiento”.
5. La RAE define episteme como “Conjunto de conocimientos que condicionan las formas de entender e interpretar el mundo en determinadas épocas”
6. Referencia a la obra de Thomas Samuel Kuhn (1922-1996), autor de La estructura de las revoluciones científicas.



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