Trasversales
Agustín Lozano de la Cruz

Eduardo Galeano medallista de la palabra

Revista Trasversales número 16 otoño 2009


Agustín Lozano de la Cruz es escritor. Su obra más reciente es la novela “Guerra ha de haber”, publicada por Tiempo de Cerezas Ediciones.





Podrán prohibir el agua, pero no la sed”. Eduardo Galeano.

Eduardo Galeano (Montevideo, 1940) visitó una vez más Madrid el pasado 29 de septiembre para recibir la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes, galardón con el que la institución madrileña distingue a los más destacados autores del panorama internacional. El último en recibirla había sido Umberto Eco, en mayo de 2009. A diferencia del semiólogo italiano, que estuvo brillante pero manteniendo con el público las distancias propias del ámbito académico, Eduardo Galeano se mostró conversador, locuaz y cercano. Tal vez sea esa complicidad con sus lectores el motivo por el que fue recibido con una ovación que se prolongó durante varios minutos. Se adivinaba en la cálida acogida el cariño de los asistentes hacia uno de los siempre escasos escritores que mantiene una férrea lucha por los Derechos Humanos, hasta el punto de que probablemente sea más reconocido por esta faceta de “dar voz a los sin voz” que por su producción literaria. Había algo de abrazo colectivo en ese aplauso que arropó su entrada en la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes, algo de sentido homenaje hacia su persona pero sobre todo hacia quienes Galeano defiende y representa con una envidiable constancia.

El escritor uruguayo escogió con cuidado en su discurso inicial la siguiente anécdota, con la que sin duda quiso devolver la bienvenida a quienes allí estábamos a través de Federico García Lorca. No mediante una cita o unos versos, sino gracias al recuerdo de un viejo amigo de Galeano, un autor teatral que fue de los primeros en representar en España obras de Lorca tras la larga dictadura franquista. Al acabar una de tales representaciones, la compañía teatral se sorprendió al ver que el público pateaba el suelo con estruendo, en lugar de corresponder con los habituales aplausos. Años después, Eduardo Galeano sacó a su amigo de la duda asegurándole que aquel entrechocar de pies estaba dirigido al poeta granadino en su tumba secreta. Puesto que seguía mal enterrado, qué mejor manera de homenajearlo que haciendo temblar la tierra. Enseguida nos contó que, al referir esta misma anécdota en una de sus muchas conferencias en España, el auditorio respondió de idéntica e improvisada manera: pateando el suelo en un nuevo tributo a Lorca, ante el estupor maravillado de Eduardo Galeano. Se diría que cosas así sólo pueden ocurrirle a personas como él.

El autor de “Las venas abiertas de América Latina”, quizá su libro más celebrado, pasó luego a conversar con el periodista Juan Cruz. Comenzó refiriéndose, en el contexto de un reciente viaje a distintas universidades estadounidenses, al desconocimiento existente sobre la figura del político Robert Carter. A pesar de tratarse de uno de los protagonistas de la Revolución americana, ninguno de los universitarios que acudieron a escuchar a Galeano sabían nada sobre él. La razón de que haya sido marginado por la Historia: Robert Carter fue el único de los “padres fundadores” de Estados Unidos que, además de defender de palabra la abolición de la esclavitud, tomó la decisión de liberar a los esclavos que trabajaban para él. Cerca de 500 personas consiguieron la libertad gracias a Carter, que se convirtió así en el responsable de la mayor manumisión de esclavos conocida en Estados Unidos, y en algunos casos incluso llegó a alquilar terrenos para alojar a los recién liberados. “Vale la pena vivir por lo que uno cree, no por lo que a uno le conviene creer”, sentenció el uruguayo al respecto.
Lanzó también al aire diversas reflexiones en torno a la actualidad, recreándose en su gusto por señalar las muchas paradojas que nos rodean: acerca de la ineficacia de la ONU, donde los cinco mayores productores de armas en el mundo son los mismos cinco países con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y por tanto quienes mandan en el negocio de la paz; sobre el hecho de que en Estados Unidos el ministro de la guerra se denomine Secretario de Defensa, cuando las acciones bélicas de este país nunca son en defensa de su territorio sino que se basan en atacar a otros. Se quejó Galeano del sometimiento de la población a una dictadura universal del miedo, principalmente del miedo al otro representado en el extranjero, supuesto portador de virus que acaban por resultar menos peligrosos de lo anunciado.

Siguiendo con la globalización (en este punto conviene recordar una de sus muchas frases célebres: “Ahora las torturas se llaman apremios ilegales. La traición se llama realismo. El oportunismo se llama pragmatismo. El imperialismo se llama globalización. Y a las victimas del imperialismo se los llama países en vía de desarrollo”), Galeano la definió como gran generadora de desigualdades, a la vez que impone la uniformización de las costumbres, del pensamiento y de las emociones para conseguir (de nuevo la paradoja) que el comportamiento humano en casi todos los rincones del planeta sea cada vez más similar, más asimilado a la propia globalización.

Eduardo Galeano construye sus ficciones recurriendo a la fábula, a la memoria, al cuento no se sabe si apócrifo o auténtico, a la narración mítica que despierta en el presente ecos de las injusticias que siempre han sido. “El libro de los abrazos” es una buena muestra de ello. En tono de fábula nos transmitió un episodio de su infancia, cuando en el colegio dio muestras de la ya incipiente rebeldía que iba a marcar su vida. La maestra hablaba maravillas de los conquistadores, en concreto de Vasco Núñez de Balboa.  “Fue el primer hombre en divisar desde lo alto de una montaña, al mismo tiempo, los dos océanos, el Pacífico y el Atlántico”, pongamos que aleccionaba la maestra. Eduardo Galeano, siendo como era un mocoso, levantó la mano para preguntar: “¿Pero que los indios eran ciegos?”. El resultado fue su expulsión de la clase y, andando el tiempo, la medalla de oro de la palabra.


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