Trasversales
Miquel Monserrat

Revolutionary Road: cine de género

Revista Trasversales número 14,  primavera 2009

Textos del autor
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Familias, ¡os odio! Hogares clausurados; puertas cerradas; celosas amas de la felicidad.
André Gide

Bajo la apariencia de "cine comercial", Sam Mendes ha hecho una formidable y subversiva película, basada en la novela de Richard Yates, abierta a lecturas antagónicas. Podría decirse que en esta película no impera la ética de "el Bien / el Mal", sino la de "lo bueno / lo malo".

Así, por ejemplo, he leído numerosas notas que describen a Frank (DiCaprio) como "buen hombre" (así, en Wikipedia, donde a April se la califica de "pretenciosa"). Yo he visto, sin embargo, un Frank que cae en ese tipo de abyección en la que los actos más terribles aparecen revestidos de normalidad. Dicho de otra forma: Frank es un hombre "normal", que, cuando las aguas se revuelven, hace cosas horribles. Cosas que, en otras circunstancias, podría no haber hecho, pero estrechamente relacionadas con la citada "normalidad".

Está película me recordó a Rosemary's baby, lo que explicaré más tade, y a Mad Men (en el tiempo figurado RR se sitúa más o menos cinco años antes que MM), ésta porque, aunque RR es una creación polifacética y abierta a múltiples lecturas, me habla ante todo de las relaciones entre mujeres y hombres, cuya anatomía realiza sobre una pareja presuntamente transgresora y anticonformista, no sobre familias que tratan de llevar su vida buenamente como pueden dentro de roles asignados y que, en cierta forma, admiran la "modernidad" de April y Frank.
RR no carga contra el conservador "aprovecha lo que tienes" ni hace elogio modernista de la "originalidad". De hecho, April y Frank son originales, pues como tal los reconocen sus vecinos y la originalidad es un reconocimiento externo, un reconocimiento que valora positivamente la diferencia inofensiva de aquellos que, sin embargo, siguen siendo nuestros, a diferencia de aquellos a los que podemos identificar como "otros", es decir, peligrosos. Tampoco plantea un pedante y elitista conflicto entre "la vida artística" y el "trabajo vulgar", ni emite mensaje alguno a favor de una u otra manera de vivir, ni elige entre Connecticut o parís. Lo que está en juego es la libertad, pero no entendida de una forma banal y ajena a la realidad social, sino en el marco de la vida que realmente tenemos y las opciones de que disponemos. Lo que está en juego es cómo vivir en una sociedad semejante a aquella (por ejemplo, la nuestra), tener algo de verdad bajo una compulsión social a la que difícilmente se puede sobrevivir sin adaptarse a la mentira. De ello sólo son conscientes un "matemático loco" -cuyo papel de coro griego, eminentemente trágico en este caso, me parece excesivamente  evidente- y el personaje interpretado por Dylan Barker, Jack, "secundario" que, para mí, es contrapunto imprenscindible, la grieta que se va abriendo en medio de tan "limpio" escenario. Jack, el hombre que, cuando no se puede resistir, ejerce la ética de la resistencia a la manera del bufón, como, en Cabaret, la ejerce un anciano sin hacer nada, quedándose sentado y mudo, ignorando "el cambio". La pajarita de Jack, la quietud absoluta del anciano, contienen en su dignidad a todas las rebeliones, las anuncian y las preparan.

Al parecer, Sam Mendes ha dicho que "Esta es una película sobre personas que quieren estar juntas y no pueden hacerlo". En parte tiene razón, pues April y Frank quieren seguir juntos y eso no resulta posible sin una grave renuncia. La de April, que ya no soporta esa vida y ofrece una alternativa (realista, pues, pese a quienes la califican de "utópica", tiene trabajo asegurado y bien pagado en París, como se evidencia en una de las escenas), o la de Frank, que en realidad gusta de esa vida aunque estaba insatisfecho en su trabajo... hasta el momento en que se le abren perspectivas laborales con papel protagonista. El antagonismo, el conflicto sin solución, no surge entre la marcha a París o el quedarse en la casa de  RR, sino de la exclusión del "camino revolucionario", es decir, de la posibilidad de seguir caminos diferentes. No hay solución si la disyuntiva es marcha a París, con April trabajando y Frank buscando sus sueños (que no tiene, aunque April se los atribuya), o quedarse en RR, con Frank progresando en la empresa y April cuidando criaturas. En tales términos, en los que se ignora que esas personas "no pueden estar juntas", el dilema se hace castatrófico.

Ahí reside una de mis claves de la película. Dos derechos iguales, el de April a irse a París, el de Frank a implicarse en un trabajo que, por fin, le interesa. Pero en esa igualdad de derechos, que sólo puede realizarse siguiendo la vía revolucionaria, que no es una ni otra, sino el que cada cual siga su vía, irrumpe la asimetría con toda su brutalidad. Mejor dicho, no "irrumpe", sino que emerge, pues ya estaba presente desde el comienzo, como puede observarse en el momento del fracaso de la obra de teatro en la que actuaba April, cuando el paternalista y supuesto apoyo ofrecido por Frank conlleva una "tranquilizadora" devaluación de las aspiraciones de ella y una latente invitación a abandonarlas. En esa escena está en ciernes todo lo que nos encontraremos después: April, en casa, cuidando a sus dos hijos, Frank, de camino a su gris trabajo, como tantas personas que no son "grises" (nunca la vida lo es), pero que están obligadas a vivir de gris. Y el horror posterior.
En ese puente entre el fiasco de la obra y la "división del trabajo" que encontramos unos años después, todo ello en pocas escenas, ví ya una operación de neutralización de April. Una operación social, realizada sobre todas las mujeres, pero también una operación personal de Frank. No quiero decir un "complot" o un "plan", pues la dominación masculina no es pensada como tal, sino entendida por los hombres como "naturaleza".

Es verdad que a esa operación April no es ajena. También podríamos decir que las mujeres que soportan durante años la violencia de sus parejas no son "ajenas" a ella, ya que podrían romper de inmediato, al menos en algunos pa´sireds. Sin embargo ese tipo de discurso ignora la naturaleza de la opresión y de las bases materiales y simbólicas en que se asienta. El estatuto de vida establecido entre April y Frank no se basa en un consenso, sino en una dominación y en una asimetría, aunque April necesita que pasen algunos años para que explote un impulso incontenible para romper esa cárcel. Un impulso tan necesario y vital que, desde que surge, se nota que April sólo puede triunfar en él o morir.
Creo que es esencial, para cierto tipo de comprensión de la película, entender que en aquella sociedad -y me temo que en ésta- no eran alternativas "igualmente pensables". De hecho, era inaudito, excepcional, "enloquecido", que April, madre, fuese capaz de "pensar" y crear las condiciones para su propuesta parisina, aunque aún no pudiese reconocer claramente que esa era una vía para su emancipación y la "pensase" como una manera de que Frank tuviese tiempo para buscar ese nuevo camino que supuestamente añoraba. Frank era un "buen hombre", April se convierte en una "monstrua" por pensar que aún les quedaba París. Lo que la quedaba era un tercer hijo o la muerte. Y a Frank, un después de viudo "honorable" que lleva él mismo a sus hijos al parque, ¡pobrecito!

Si ya antes del giro pedido por April las relaciones de la pareja se habían anunciado como "neutralización" de ella, a partir de ahí asistimos a una operación de destrucción de April. Frank quiere una vida mediocre en la que brillar como oro falso. No una vida "vulgar", como la que llevan sus vecinos, mil veces mejores que él. Quiere una vida mediocre, esto es, falsa. Y no en su trabajo, en el que empiezan a abrírsele caminos que no desprecio, sino en sus relaciones. Necesita a toda costa que April esté en ese juego; sin ella, no sería nada, ni siquiera pavo real ante sus vecinos. La manera de "querer vivir juntos" es totalmente diferente. April quiere seguir juntos, Frank no está dispuesto a aceptar dejar de "vivir así".  Toda la película es la historia de una opresión y de los recursos para que ésta sea aceptada e interiorizada por April, desvalorizando su vocación, encerrándola en un hogar frío y aislado, mintiendo y, llegado el momento, recurriendo a la más cruel violencia.
Violencía, sí, y extrema. Aunque tal vez sea alucinación mia, porque no es una opinión compartida por muchas de las personas con las que he hablado de ella, la escena en la cocina es una violación. Una violación "estratégica", pues tiene como objetivo el sometimiento de April por medio de un nuevo embarazo. Eso se me hizo evidente en el mismo momento de ver la escena, antes de conocer las consecuencias. Como se me hizo evidente después el recurso a todo tipo de métodos para imponer a April un parto forzado, contra su voluntad. A April sólo se le dejaron dos puertas abiertas: o se suicidaba o trataba de quitarse de encima la nueva cadena que, por la fuerza, le habían colocado en su interior. Podía, claro está, haber salido de ese infierno antes. Pero para que muchas mujeres pudiesen llegar a plantearse unos años más tarde que la alternativa al horror familiar era la vida propia, las April tuvieron antes que afrontar el riesgo de muerte para salir de "los hogares clausurados". Y eso sigue pasando. Cada hombre que asesina a una mujer que ya no quiere seguir con él es un Frank. Y todos tenemos algo del "buen Frank".
Toda la franja de la película que corresponde a ese embarazo no querido y fruto de una violación es, en todo caso, uno de los espacios fílmicos que con mayor tensión y angustia he vivido. En cierta forma, es la tensión del gran cine de terror, hasta el punto de que, aunque no puedo razonarlo, vinculo RR con Rosemary's baby, de Polansky, pese a que los finales divergen radicalmente, ya que en La semilla del diablo es de claudicación, aceptando al hijo-monstruo impuesto, y en Revolutionary Road es de radical, aunque tardía, rebelión para eludir para sí misma una monstruosa vida, aún a costa de poner ésta en juego.
Cierto es que acaba muy mal, pero las rebeliones fracasadas son precursoras de las rebeliones triunfantes.
Este es un punto de vista. Existen otros muchos, posiblemente tan válidos como pueda serlo éste. El gran cine no dice, sino que nos dice. Es decir, logra que nos digamos. En todo caso, una obra maestra.



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