Trasversales
Juan Manuel Vera

Angelopoulos: la permanencia de un viaje

Revista Trasversales número 14, primavera 2009

Textos del autor en Trasversales



Como espectador, el cine de Theo Angelopoulos siempre ha constituido para mí una experiencia emocionante. Percibo en sus imágenes una fuerza sensorial inusitada, combinada, de forma innovadora, con la sorprendente inteligencia de su riqueza de significaciones. Creo que sus ficciones, abiertas a la belleza y al dolor, aportan una reflexión sobre lo histórico plena de matices y de aceptación de la complejidad de la vida social.
Ahora, una espléndida iniciativa comercial facilita aproximarse a unas obras que, en su mayor parte, nunca se estrenaron comercialmente en España. Intermedio ha lanzado al mercado español de DVD sus siete primeras películas. El primero de los dos packs previstos, ya editado, abarca sus realizaciones entre 1970 y 1977.
Volver a ver El viaje de los comediantes (O thiassos, 1975), la obra más importante de las ya disponibles, me ha llevado a recuperar el asombro y la admiración que me produjo la primera vez que pude contemplarla, veinte años atrás. Esta pequeña nota quiera dar cuenta de la permanencia del impacto de sus imágenes.
El viaje de los comediantes forma parte, junto a Días del 36 y Los cazadores, una trilogía sobre la trágica historia griega del siglo veinte, abarcando desde 1936 (los albores de la dictadura de Metaxas) hasta 1967 (la etapa previa al golpe de Estado de los coroneles). El viaje de los comediantes es la obra central de la trilogía tanto en lo cronológico (su desarrollo abarca el periodo comprendido entre 1939 y 1952, abarcando la segunda guerra mundial y la guerra civil griega) como en cuanto a su sustantividad y valores intrínsecos.
En esta obra, como en otras de Angelopoulos, se combinan tres planos de la representación: la de lo histórico, la de los personajes-actores-comediantes y la evocación directa o indirecta de un plano mítico.
La principal singularidad del director griego consiste en que su (re)presentación de lo histórico adquiere una centralidad desconocida en el resto del mundo cinematográfico. Lo histórico representado es protagonista de la obra y determinante y condicionante de las acciones de los actores/personajes. Así, la Historia no es el decorado de los comportamientos y acciones representados por los actores. Más bien, son los actores el instrumento que permite representar lo histórico. En Angeopoulos, histórico no es únicamente acontecimiento, es fundamentalmente momento social representado.
Lo extraordinario en la obra maestra que es El viaje de los comediantes se asienta en la originalidad formal con que se desvela la temporalidad histórica. Al jugar con secuencias únicas en las que se combinan distintos momentos temporales queda al descubierto que el protagonismo no corresponde a los espacios, ni a quienes lo habitan en un momento del tiempo, ni al tiempo meramente cronológico, sino a un tiempo social que aparece representado como trasversal al espacio y sobrepuesto de forma dominante al tiempo vital de los individuos.
Sin embargo, sería injusto reducir el valor de El viaje de los comediantes a esa maravillosa representación de lo irrepetible, de lo histórico. Esta obra magistral consigue, además, mostrar y revivir las experiencias de unos seres que viven en su tiempo histórico y no pueden sustraerse en su comportamiento a ese momento social. Con maravilloso aplomo y sensibilidad, Angelopoulos construye comedias, dramas y tragedias de unos individuos, unos comediantes, como partes vivas y sufrientes de una sociedad. Incluso cuando utiliza formas de alegoría universal (mitos literarios de la antigua Grecia, como el de Orestes) a través de experiencias humanas susceptibles de reinterpretase (no repetirse) en tiempos sociales e históricos distintos, esas alegorías/mitos no se convierten en abstracción de la realidad social e histórica sino en manifestaciones de un universal humano en un tiempo concreto, un lugar, un país, unas vidas. En resumen: arte emocionante construido con imágenes y músicas imposibles de olvidar. Transmite amor a las vidas atrapadas por el tiempo que les ha tocado vivir. Transmite pasión por la lucha contra la injusticia.
El viaje de los comediantes y La mirada de Ulises forman, en mi opinión, las cumbres de una obra cinematográfica capital, la de Theo Angelopoulos, digna de ser contemplada y pensada en profundidad. Un cine que pretende analizar, y construir, una imaginación colectiva, algo que va más allá de la simple memoria.
Así, 34 años después, podemos decir que el viaje de Angelopoulos sigue en marcha, que sus comediantes siguen impresionándonos, que su gran película se ha confirmado como una obra maestra clásica y plena de actualidad, que nos tiene algo que decir a los espectadores que deseamos un cine que nos golpee los sentimientos y las ideas, que nos exija algo más que una pasividad inerte.
Sus imágenes son una prueba insobornable de que la auténtica sabiduría cinematográfica es indisociable de la ética de la representación. El corazón de su arte consiste en  la capacidad moral de recrear/respetar la vida a través de imágenes, de invocar fantasmas que reviven otros tiempos, otras luchas, otros errores, otras esperanzas, otras miserias, otras miradas.

 

Trasversales