Trasversales
Lois Valsa

Off-Beat

Revista Trasversales número 12, otoño 2008


En torno a Esto no es música. Introducción al malestar de la cultura de masas, J. L. Pardo, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2007, 492 páginas.

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La “diversión” es lo único que no puede comprarse con dinero (Paul McCartney)

No es fácil transmitir la densa y rica reflexión sobre la cultura de “masas”, “burguesa”, “popular”, “democrática”, o “tecnológica”, según se quiera denominar, que lleva a cabo J. L. Pardo en su último y magnífico libro. Lo que sí es muy fácil es “traicionar” sus ideas, e incluso su “espíritu”, sobre todo cuando frente a la pluralidad de caminos que abre esta investigación de profundo calado al tiempo que de, aparentemente, superficial “diversión” (“verter en moldes inesperados”), incurrimos en una interpretación unidireccional o, peor, sectaria del texto. Estamos, al menos ésa es la sensación que yo tengo al leerlo, ante un libro postmoderno, fragmentariamente abierto, no dogmático y ajeno a capillas filosóficas y musicales. Su lectura me produce la sensación de estar pescando y filosofando en medio de un mar a veces risueño y placentero, y a veces tenebroso y vertiginoso, de aguas a veces calmas y a veces embravecidas, a veces superficiales y a veces profundas o muy profundas, en un océano siempre estimulante y retador, que sin duda requiere de varias lecturas para poder llegar a algún puerto posible pero incierto. Así me enfrento con gusto a un texto muy crítico pero al tiempo muy conciliador y preñado de un debate dialogante que trata de indagar, con una gran coherencia de forma y contenido, en una nueva forma de “ensayo” de investigación filosófica que al tiempo implique a los lectores, les interpele, les exija y les deje libres para seguir variados itinerarios, para ir de delante a atrás o al revés, para divagar y releer una y otra vez. ¡Texto abierto y lectura abierta! Pero si uno no lo lleva a “su” terreno “especializado” (arte, filosofía, música) reseñarlo se vuelve tarea muy complicada.

Por ello, aunque por momentos me sienta tentado a volar o a zambullirme a fondo, debe quedar claro que este texto no pretende ser un ensayo filosófico sino que sólo trata, al menos en esta primera aproximación, de dar una somera cuenta, muy ceñida al texto, de lo que considero sus muchas virtudes. Porque bajo su apariencia “pop” esconde una investigación muy elaborada y profunda sobre la preocupación del filósofo por cómo pueden hoy enfrentarse los acuciantes problemas de la (post)modernidad. En una entrevista reciente aclaraba: Siempre he defendido que el oficio del filósofo no es buscar soluciones sino determinar los problemas, perfilar y formular adecuadamente las preguntas. En esta búsqueda Pardo trata de guiar a sus lectores desde lo que se sabe hasta lo que no se sabe, de forma parecida a las canciones de Los Beatles que, según él, llevan a sus oyentes a “descubrirlas” por lo que siempre aprenden algo nuevo. Como lector le agradezco, como imagino se lo agradecerán otros lectores al tiempo que sus alumnos e incluso sus colegas, este “no-manual” que intenta aunar, y las letras de las músicas contribuyen gratamente a lograr dicho propósito, música y pensamiento en un terreno común teniendo en cuenta las transformaciones culturales y las nuevas formas comunicativas siempre en busca de otras formas expresivas. Un texto transversal como auténtico ejercicio de pensamiento transdisciplinar que funde muy bien lo intelectual y lo sentimental, las biografías y algo de autobiografía, la sociología y la vida cotidiana, la historia y la antropología, en los límites de lo académico y lo no académico, erudito sin ser pedante, brillante sin ser apabullante. Se necesitan muchos libros como éste en un país en que la enseñanza pública en general, y la superior no digamos, está francamente hecha un asco.

Este libro de Pardo, como él mismo señala, surgió de una imagen muy conocida y famosa como es la portada del Sgt Peppers Lonely Hearts Club Band (El club de los corazones solitarios) de los Beatles, que, en esta estupenda edición de Círculo de Lectores que contiene, además de una bibliografía de libros, una de discos, se puede ver en blanco y negro al final con sus personajes-icono numerados hasta 71, y en color, con las imágenes de los Beatles al natural y también como figuras de cera del museo de Madame Tussaud, al comienzo del libro, y a Hitler que se le coló en la portada en color (lo confiesa el artista Peter Blake que realizó esta obra de arte “pop”) cuyo suelo está plagado además de miniaturas. Dicha imagen había quedado impresionada en la retina del filósofo cuarenta años atrás y no había vuelto a reparar en ella, porque entre otras razones, nunca tuvo una copia en su casa, hasta que por causa de su libro anterior (1), del cual éste es en parte (y Eco y los Beatles su bisagra) la secuela, la contempló de nuevo “asombrado y perplejo”. “Lapsos de tiempo que no parecían pertenecer a biografía ni a historia alguna, aparentemente vacíos”, le dieron, sin embargo, a la imagen una “intensa animación” despertando el sentimiento primero que brotó de su contemplación. Allí estaban juntos y revueltos un montón de personajes que su abuelo comunista y otros de su generación nunca hubiesen puesto en comunión como por ejemplo Karl Marx y Einstein junto a Marilyn Monroe. De la misma forma que muchos de ellos ponían en duda que los discos de los Beatles fuesen música (“Esto no es música” que da título al libro).

Este libro es también un homenaje explícito a los chicos de Liverpool y sus dieciséis capítulos son como cortes de un Long Play, concretamente de la obra excepcional que para Pardo es Abbey Road que se abre con Come together y se cierra con The End y Her Majesty. Además de a otras muchas músicas (Blues,  Jazz...) y a muchos otros grupos. Con mucho sentido del humor Pardo reconoce que iba para músico pero que al final se dedicó a la filosofía por lo que sus damnificados pasaron a ser una minoría. Muchos títulos de los capítulos, a veces poco sugestivos, se han sacado de letras no sólo de los Beatles sino de los Rolling Stones, de Bob Dylan y de otros grupos. Las letras no siempre son fáciles de ensamblar en los textos pero a veces el encaje está muy bien logrado. En el libro hay capítulos totalmente dedicados a los Beatles (14 y 15), a su evolución, desde sus inicios hasta su disolución en 1970, y especialmente a la ruptura de Lennon y McCartney. Pero la gran aportación de Pardo es el señalar una nueva manera de tocar llamada coloquialmente “off-beat” (fuera del pulso “oficial” marcado por los golpes de la batería): el tiempo “off-beat” es la metáfora de la que se vale Pardo para replantear la “inversión” musical, ligada a la “inversión social” que trasluce y proclama la portada (4), al “dejar sonar”, “hacer oír” un tiempo sin identidad y sin historia” entre dos “beats” de un tiempo histórico, o sea eso que, con una expresión de Pierre Boulez que gustaba mucho a Deleuze, podríamos llamar “el tiempo no pulsado”, un tiempo sin latido (off-beat”). El vuelo “inverso” de Bird (Charlie Parker), al evadirse del ritmo básico en cualquier momento del intervalo entre dos latidos, va a impregnar todo el texto de Pardo de la misma forma que los ritmos de los negros americanos descendientes de los esclavos contaminaron a la música y a la sociedad blanca de los años cincuenta y facilitaron el pleno advenimiento de la sociedad de masas.

La portada, que podría haberse llamado La Familia o La sociedad del espectáculo, pasaba a ser así al tiempo un auténtico friso de la época y las biografías de bastantes de sus personajes “afortunados” son las que Pardo irá desgranando en el libro. Aquella portada, según él, en contraste con Las Meninas de Velázquez, en las que el pintor se introduce en la obra, que Foucault consideraba una representación de la representación clásica y de la definición de espacio que ella abría, es una representación de la representación contemporánea y de la definición del espacio que ella abre porque en el espacio vacío del soberano se introduce la “soberanía popular”. Se introducía así una “deliberada impresión de desjerarquización, de igualación, que tenía un claro aire de provocación”: ¿Cómo no encontrar abusivo el colocar a Stockhausen y a Sonny Liston al mismo nivel? ¡Un desprecio olímpico por las jerarquías culturales!
Aquella portada de los Beatles sugería que la división cultural (la jerarquía de los productos del espíritu) era el trasunto simbólico de una división social (la jerarquía de los poderes económicos) radicalmente arbitraria e injusta, y el cuestionamiento arrogante de la primera… Su rechazo de la supuesta distinción esencial entre alta y baja cultura les había permitido atisbar “otra manera” (que desde la perspectiva de la reacción conservadora y de la crítica de la vieja izquierda sólo podía ser percibida como un “desorden” tan desagradable como los tumultos callejeros) (páginas 403-404).

Una crítica, pues, demoledora no tanto en sus “contenidos”, en su “mensaje”, como en su forma. Aquel ataque sarcástico contra la meritocracia provenía, no por casualidad, de cuatro jóvenes de familias trabajadoras de Liverpool a los que un “don” inmerecido de la fortuna, “gratuito”, facilitaba el “éxito” (en la música en su caso y en el de Sonny Liston el boxeo), y no precisamente el trabajo abnegado de la burguesía trabajadora o de la clase trabajadora. Un efecto parecido a éste del don gratuito es el del chiste, o mejor de la risa provocada por el chiste, que según Levi-Strauss define la “facilidad” o “la gratuidad” frente al carácter esforzado del argumento; o de la “comicidad” (3)) que según Bourdieu pone el mundo patas arriba y corroe las jerarquías socialmente establecidas (4), diluye las diferencias de clase y provoca “juntas” y “revueltas” como la de la portada de los Beatles en la que incluso los personajes de “alta cultura” se han convertido, quizá a su pesar, en iconos de la cultura popular.

La portada de los Beatles es, pues, la imagen propulsora de la “inversión” social (“facilidad”, “gratuidad”, “milagro” de “llegar a ser alguien” o “hacer algo grande” frente a la “carrera” del impensable ascenso social) que, igual que la “comicidad” como la versión ridícula de la gran aventura y de la hazaña, o como la escultura (“Nuestro Pueblo”) de Rodia (en la portada) como primera manifestación del arte “pop” es la versión ridícula de los rascacielos donde hace “carrera” Superman, aporta la “cultura popular”, urbana y propia de la gran sociedad industrial (en sus variadas formas de espectáculos como el folletín, los Music hall, la Zarzuela, etc., o en el cine o en la música de los cincuenta) como “reclamo de la felicidad que les había sido negada” a las clases trabajadoras del siglo diecinueve, frente a la alta cultura, aunque hoy estén ya difuminadas, como relación simbólica de conflicto con respecto a la alta cultura, igualmente indefinible si no es por contraste con la cultura popular, “que se deriva de las restricciones de acceso a la educación profesional superior”. Pardo, sin embargo, no cree que tenga algún sentido ponerse a discutir entre alta cultura y cultura popular. Piensa que la diferencia entre ambas esferas es un trasunto de la división de clases y le importa más ver cómo se fueron difuminando las fronteras entre una y otra. Porque cuando los productos de la cultura popular alcanzan el umbral en el cual sobrepasan el lugar que la división social les tenía asignados y se imponen más allá de toda frontera de prejuicios, se intenta sancionarlos, se hizo antes y se hace ahora, de dos maneras. La primera es otorgándoles una “legitimación estética” aplicándoles los cánones de la alta cultura lo cual acaba siendo penoso. Por lo que se intenta otro tipo de legitimación “moral” que acaba en una beatificación patética. ¡No son, pues, “bellos” ni son “revolucionarios”! Y la democracia de masas, por su aspecto igualador, es en general bastante cómica por lo que siempre queda la sospecha de que la igualdad sea sólo una broma, pero una buena broma es aquella que siempre merece la pena tomarse en serio.

Paralela a la inversión social y musical, Pardo desarrolla a su vez la “inversión” filosófica como “inversión del platonismo” (5) que nos puede servir como eje vertebrador de la lectura del libro. Esta inversión es la que lleva a cabo Nietzsche cuando va más allá de las disputas sobre los valores “técnicos” de la obra de arte y más allá de los valores “éticos” de la moral del Bien y del Mal. Según Pardo, la dialéctica, imperfecta por el mito, de Platón es perfeccionada y corregida por Hegel (convierte poesía en historia) y luego por los darwinistas del siglo XIX que identifican bien platónico con utilidad. Contra este platonismo perfeccionado y corregido se rebelan Nietzsche y Deleuze. Según éste, Kant, y tras él, Hegel (“Espíritu Absoluto) y Marx “La Economía”), siguieron alimentando la “mala ficción” fiel en lo esencial a la imagen de un “progreso” presidido por la figura teológica de un “final feliz”. Pero Pardo amplía el campo crítico al mostrar no sólo las insuficiencias de marxismos y darwinismos en general sino también los “excesos” y “delirios” nietzscheanos y postnietzscheanos (Bataille, Foucault, Deleuze y Guattari, Derrida) que condujeron a verdaderos callejones sin salida no sólo “estéticos” sino también “políticos”; si no me equivoco sólo se salva de la quema, porque “la poesía es realmente el infierno”, María Zambrano como “izquierda poética nietzscheana”.

Así como Bataille descubrió, primero con fascinación y luego con horror, la existencia de una derecha nietzscheana (y sadeana) en el seno del fascismo y tuvo que experimentar dolorosamente cómo resonaban en ella sus declaraciones sobre la soberanía exorbitante, así también Deleuze y Guattari tuvieron que asistir al modo en que sus consignas acerca de la “liberación de los pueblos oprimidos del Deseo” y de la aceptación del delirio histórico-político del inconsciente en términos de raza y de nación se reciclaban en las fantasías inverosímiles del nacionalismo, en las políticas “diferencialistas” de la identidad y hasta en el discurso soberanista del terrorismo. (páginas 464-5). Pardo concluye: Pero el escollo principal de estos pensadores no fue sólo el descubrimiento de una “derecha nietzscheana” en el seno de los movimientos reaccionarios, nacionalistas, neoconservadores o para-fascistas, sino la ya mentada “afinidad” entre el capitalismo y la “revolución molecular”, la “simpatía” hacia el diablo, que les colocó en una imprevista y asombrosa situación de coincidencia objetiva con una derecha post-liberal que no dudó en convertirse al nietzscheanismo empresarial de la globalización. (página 465).

“Inversión”, pues, en la que la retórica revolucionaria de la izquierda nietzscheana fue pasando inadvertidamente al lado derecho de la “división” y aquel discurso subversivo fue empleado para promover exactamente lo que los “revolucionarios” querían, es decir, la destrucción del Estado del Bienestar. ¡Terrible “salida del desierto”!

Sin embargo, a lo ancho del libro, Pardo no ha dejado de buscar antídotos que, por otra parte, ya existían en Platón, en Nietzsche y en Deleuze, quien, frente a Hegel, los había buscado no en Marx, para él insuficientes, sino en Nietzsche. Este libro, además del largo espacio dedicado a la genial trayectoria de Nietzsche, le hace un homenaje explícito a Deleuze, y especialmente a lo que supuso la aparición de Lógica del sentido en 1969, filósofo que Pardo introdujo en España y de quien fue traductor (6). Según Deleuze, el simulacro al subir a la superficie hace caer bajo la potencia de lo falso (fantasía) al modelo y a la copia. Hace imposible el orden de las participaciones, la fijeza de la distribución y la determinación de los personajes. Para Pardo, Deleuze comprendió a la perfección la intención del arte pop en el que lo artificial que es siempre una copia de copia que es llevada al punto en que cambia de naturaleza y se convierte en simulacro: la cultura de masas es reproductiva, infinitamente machacona en el calco de sus artificios pero, a fuerza de repetir y repetir, “puede” producirse algo nuevo e inesperado, algo inadmisible e irrecuperable. (página 354) Otro antídoto, y puede chocar ya que es considerado por algunos como “conservador” prototipo de la alta cultura, es Adorno: Es dudoso que el nihilismo superado y aumentado sea de otra calaña que el nihilismo “recto”….y que el “potlach” entendido al modo de Bataille pertenezca a otra genealogía distinta de la cultura de la depredación que parece invertir… El casi imperceptible meneo de la cola de un perro o de un caballo podría bastar para disipar la ilusión de “inversión” o de “superación”. También hay antídotos en el “optimista” Benjamín (En la Revolución de Julio se disparó en París contra los relojes de las torres). Pero el antídoto por excelencia de Pardo es R. S. Ferlosio, y Adorno es muy valorado por Ferlosio, a quien sigue en sus libros y en sus citas y a quien hace un homenaje directo en una nota de la p. 41 en la que celebra su trabajo intelectual. Me sumo con humildad a este acto de celebración porque pienso lo mismo que Pardo.

El libro de Pardo rompe con el modelo de la lógica narrativa lineal (aunque al texto trata de darle un cierto orden cronológico) que ha entrado en crisis y ha dado pie a otros modelos distintos como son la “sociedad-riesgo” (Beck), la “sociedad-red” (Castells), el “estado de excepción” (Agamben), que, por cierto, no entran en la bibliografía de Pardo, y el más popularizado de la “sociedad líquida” (Bauman), a quien cita con más frecuencia junto con la “corrosión del carácter” (Sennet). A través de ellos, y frente al estado de malestar actual, Pardo hace una defensa del hundido (incluso propagando la idea de que el estado de bienestar había sido un error de la misma índole que el fascismo y el totalitarismo soviético, al tiempo que no les importaba sustituir el estado de derecho por el estado de excepción) estado social o “estado del bienestar”. O sea de la “soberanía popular”, y no “nacional”, que nos recuerda que el “pueblo soberano” no es una comunidad pre-política dotada de una identidad étnica o culturalmente homogénea sino un totum revolutum cuya consistencia nace de un pacto constitucional (en este caso, el Estado social) (página 89). Pardo valora que la gente luchó para que las instituciones funcionasen y por el estado de bienestar que emerge paralelo a la cultura popular (que muestra dos facetas: una más plástica y visual y otra más literaria).

Para su canto fúnebre del “Estado de bienestar” Pardo lleva a cabo una última “inversión”, la antropológica, recuperando El don (1950) de M. Mauss a través de Sennet (El respeto, 2004): La asimetría entre el trabajo y las prestaciones sociales es el fundamento de la rama maussiana del socialismo. Para Mauss, tomando como sugerencia el Potlach y para romper con el ethos capitalista de devolver a cada uno exactamente lo que “se merece”, la reciprocidad es el fundamento del respeto mutuo y al devolver prestaciones no contables a los individuos se pasaba por alto las diferencias de clase y de riqueza. Lo cualitativo no se puede determinar por lo cuantitativo que es la “traducción” del “deber” a términos contables exactos o sea la mercantilización excesiva de las relaciones entre los hombres. Esto lo compara Pardo con la inversión musical: Igual que sucede con la música no pulsada, la que suena off-beat, cuando se convierte en compás explícito y asentable (p. 408). E incluso las críticas del 68, la revolución convertida en comedia, contra la “zona ciega” y contra lo que aún contenía el estado de bienestar de tutela moral (las políticas sociales se ejercían sin dar palabra a los destinatarios) no pueden ocultar para Pardo la rectitud del principio (prestaciones sociales como “cobrar por nada” o “disparidad radical” -Deleuze- o imposibilidad de cuadrar las cuentas entre la producción y la acción que está en la base del platonismo) al cual obedecía el proyecto del Welfare State puesto en marcha después de la catástrofe que supuso la segunda guerra mundial como vínculo social entre sus víctimas como algo “sagrado” que no se puede “pagar” ni saldar con equivalentes monetarios ni con el principio de utilidad ni puede reducirse al “trabajo” y a la “producción” y que desbarata la idea de que el trabajo en cuanto tal eleva el espíritu (y la fórmula de Auschwitz: “el trabajo os hará libres”).

 Por mi parte valoro especialmente esta “inversión antropológica” de Pardo muy poco común en autores que no sean antropólogos a los que cuesta mucho dar ese giro antropológico que a mi manera de ver es fundamental ya que creo que sólo así se llega a cuestionar radicalmente, p.e. desde el “intercambio simbólico” primitivo, el puro “intercambio económico” introducido por el mercado autorregulador como principio totalizador del capitalismo como único sistema que ha producido la “avalancha” (Deleuze). Me faltan en su bibliografía dos autores para mí fundamentales, Karl Polanyi (7) y el polémico Baudrillard, que aquí por cuestión de espacio y para no aumentar el volumen del libro de Pardo no voy a desarrollar, pero que, a mi manera de ver, son quienes, además de hacernos ver otros principios sociales ajenos y radicalmente diferentes a los de la “sociedad de mercado con mercado autorregulador”, nos podrían también ayudar a entender por qué se ha llegado a esta situación, y cómo se está en ella, de Estado de malestar en la que domina plenamente el Mercado, un Mercado mundial o global y su tiempo fundamental que lo único que, literariamente, no puede soportar es el tiempo no pulsado, sin identidad ni destino, “off-beat”. ¡Otra gran aportación de Pardo la del tiempo “off-beat”!

NOTAS:


(1) La regla del juego, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2004. Este libro fue Premio Nacional de Ensayo en 2005.
(2) El ritual de “inversión” musical se produjo, según Pardo, el 24 de enero de 1962 cuando los Beatles fueron elevados por Brian Epstein desde los sótanos de The Cavern hasta las alturas del éxito.
(3) “Lo cómico”, ese orden en el cual el destino está subordinado al carácter y el “beat” es solamente ocasión de pulsar lo no pulsado, sugiere una cierta inverosimilitud en el sentido que son “inverosímiles” las aventuras de Chaplin, y Charlot entre otros sería el personaje cómico por excelencia, pero una inverosimilitud rigurosamente “inversa” con respecto a la que afecta a los personajes de destino. En relación a Chaplin se ha podido ver, en la Fundación “La Caixa” de Madrid una muy interesante exposición Chaplin en imágenes con importantes actividades paralelas como un estupendo ciclo de cine en julio en el que se confrontaba a Chaplin con Keaton y un magnífico ciclo de conferencias en octubre precisamente para repensar a Chaplin más allá del icono de Charlot. El final de Candilejas es el réquiem del burlesco (“lo cómico”) y Chaplin acabará siendo perseguido y siendo sustituido por otro héroe como Superman.
(4) Me viene a la memoria Batjín y sus estudios de la inversión provocada por el Carnaval y la Fiesta en general en la cultura popular de la Edad Media.
(5) Lo que Deleuze -con mayor o menor razón en lo que se refiere a Platón- llama “platonismo”: La persistencia de la fábula del sentido de la historia como coartada para mantener a los simulacros enterrados en los sótanos de la representación y como justificación inmunda del sufrimiento inútil. (pp. 339-40). Deleuze está llamando Platonismo a la “causa profunda” de que el pensamiento occidental (a su modo de ver) no haya conseguido ser, a lo largo de toda su historia, suficientemente radical, suficientemente revolucionario. Su diagnóstico es que esto ha sucedido porque la filosofía se ha mantenido en lo esencial fiel a ese ámbito de la representación señalado desde el comienzo por Platón, ámbito en el cual está fatalmente inscrita esa “tendencia que se manifiesta en la división dialéctica que, mediante el mito, excluye a los pretendientes sin linaje ….Pero al tiempo que realiza este diagnóstico, Deleuze tiene la sensación de haber encontrado en la propia obra de Platón- particularmente en “El Sofista”- lo que podríamos llamar el “remedio” contra esa “enfermedad”, el antídoto contra el “derechismo filosófico” presuntamente inevitable… El fantasma o el simulacro que se inclina “perversamente” hacia la izquierda absoluta… La fantasía es lo único que puede escapar al ámbito de la representación y crear un ámbito antiplatónico. Algo que Deleuze llama “disparidad” y cuyo descubrimiento atribuye a Nietzsche: es el triunfo del falso pretendiente. Simula al padre, al pretendiente y a la novia en una superposición de máscaras… La simulación es la fantasía en cuanto tal (p. 353)
(6) El último libro traducido por Pardo de Deleuze: Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), Pre-textos, Valencia, 2007, 370 páginas.
(7) Maldito parné. La bolsa o la vida, Lois Valsa, Archipiélago, nº 39, 1999.

 

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