Trasversales
Miquel Monserrat

El reparador: alegoría de la xenofobia

Revista Trasversales número 11  verano 2008

Textos del autor
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El reparador, Bernard Malamud, Ed. Sexto Piso, 2008

Con The Fixer (1967), Malamud (1914-1986) ganó el Pulitzer. La reciente edición en castellano de Sexto Piso no podía ser más oportuna en estos tiempos de xenofobia creciente en toda Europa, no sólo en la Italia de Berlusconi.
El contexto histórico de la novela es el zarismo y el antisemitismo ruso de comienzos del siglo XX. Pero tampoco puede ignorarse que la novela fue escrita después del Holocausto y del Gulag. El feroz, e interesado, antisemitismo del poder, así como el no menos feroz, en parte manipulado pero en parte también interesado, de la población, conecta directamente con el Holocausto y el nazismo. Sin embargo, la parafernalia procesal y los empeños en hacer aparecer a los judíos como culpables confesos de algo más que el mero hecho de ser judíos, parece inspirado en todo lo que sabemos sobre el aparato de represión del estalinismo. Ese hacedor de chapuzas judío, pero ateo, acusado de haber cometido un crimen practicando un supuesto e increíble ritual “judaico”, me trae a la memoria a esa anciana campesina rusa que, según contó María Ioffe, decía que ella y su marido habían sido acusados de tractoristas (hasta ese punto llegaba lo mucho que ella sabía de ese trotskysmo del que eran acusados).

El libro habla de un antisemitismo que aún sigue presente en muchos lugares del planeta, aunque tienda a ser ignorado por los que parecen creer que la justa y necesaria solidaridad con el pueblo palestino ante la invasión y la brutal opresión de la que es culpable el racista Estado de Israel sería perjudicada por el reconocimiento de la dimensión histórica del Holocausto como acontecimiento histórico singular. Pero, a la vez, nos habla de cualquier xenofobia, del riesgo de ser “el otro” cuando se imponen las fuerzas de la barbarie. Por ejemplo, del riesgo de ser gitano en Italia, de ser “sin papeles” en Europa. Riesgos, sin duda, mucho menores a los de ser judío en la Rusia zarista, y no digamos ya en la Alemania nazi, pero el odio se sabe cómo comienza pero no cómo termina hasta que ya ha ocurrido lo irreparable.

Pero no menos interesante resulta la evolución personal de Yakov, un “pobre hombre” rural pero no campesino, con un oficio resultante de carecer de oficio, solitario, no sólo después de haber sido abandonado por su mujer sino ya desde mucho antes, sin estudios, pero autodidacta, tratando de encontrar vida en los libros y sobre todo en Spinoza. Yakov, en prisión, se va creando a sí mismo como hombre libre, transformándose, convertido de repente en gigante capaz de resistir las torturas y las ofertas tentadoras del Poder, no por estar poseído de grandes ideologías, sino simplemente por no querer hacer aquello que le parece ignominioso. Pero quizá la mayor expresión de esa mutuación tenga lugar respecto a su mujer, a la que por fin parece llegar a entender en un brevísimo y peculiar encuentro.

Afortunamente nadie nos pide ser Yakov en nuestro país. Pero quizá si pudiésemos tratar de inspirarnos en algunos otros personajes del libro capaces de solidaridad y compromiso, como Bibikov, Shmuel u Ostrovsky. Cierto es que hoy en España los judíos son otros, pero, sí, también tenemos “judíos”. Por ejemplo, esas criaturas que según la directiva de la vergüenza podrán ser expulsadas hacia terceros países en los que nadie les conozca ni les quiera.

A mi entender, The fixer forma parte de toda la gran literatura, autobiográfica o de ficción, surgida en el siglo XX para ajustar cuentas con el Holocausto, con el Gulag y, también, con las turbias propensiones hacia el totalitarismo y la exclusión presentes en las democracias, que no sobrevivirán si no las defendemos y si no las mejoramos y las hacemos más incluyentes.


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