Trasversales
Sandro Mezzadra

Capitalismo, migraciones y luchas sociales
Notas preliminares para una teoría de la autonomía de las migraciones


Revista Trasversales número 11, verano 2008

Versión reducida de la comunicación presentada en el coloquio Indeterminate ! Kommunismus (Francfort, 7-9 novembre 2003) y publicada en la recopilación colectiva I confini della libertà. Per un’analisi politica delle migrazioni contemporanee, Roma, DeriveApprodi, 2004.
Traducido por Trasversales, sobre la base de la versión en francés hecha por Francisco Matheron (Multitudes número 19) a partir del original más extenso en italiano.

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1. Migraciones y capitalismo: ¡qué tema tan extenso! Restringiré el ámbito de mi intervención situándola en el marco de una serie de investigaciones sobre la movilidad del trabajo en el capitalismo histórico (particularmente, Moulier Boutang 1998 y Mezzadra 2001, cap. 2). Estas investigaciones han demostrado que el propio capitalismo se caracteriza por una tensión estructural entre, por un lado, el conjunto de prácticas subjetivas en las que se expresa la movilidad del trabajo y, por otro lado, el intento del capital de ejercer sobre ellas un control “despótico” vía la mediación fundamental del Estado.
De esa tensión deriva un dispositivo complejo, compuesto simultáneamente de valorización y de embridamiento de la movilidad del trabajo, así como de la forma de subjetividad correspondiente (Read 2003, cap. 1). Podría decirse que no hay capitalismo sin migraciones. El régimen de control de las migraciones (de la movilidad del trabajo) que siempre se afirma en cada circunstancia histórica determinada, constituye un elemento clave para reconstruir, desde un punto de vista específico pero también paradigmático, las formas general de sumisión del trabajo al capital, ofreciendo un punto de vista privilegiado para leer las transformaciones de la composición de clase.

En los últimos años, bastantes de nosotros hemos desarrollado la tesis de una autonomía de las migraciones, fórmula que quiere resaltar la irreductibilidad de los movimientos migratorios contemporáneos a las “leyes” de la oferta y la demanda que gobiernan la división internacional del trabajo, así como subrayar que las prácticas y reivindicaciones que se expresan exceden las “causas objetivas” que les determinan.
Haré algunas consideraciones preliminares y bastante esquemáticas para ahondar y afinar esta tesis, insistiendo en las consecuencias que emanan de ella desde un punto de vista teórico-político, consciente de que la crisis de la representación de los movimientos migratorios en términos de “flujos gobernables”, hoy particularmente evidente, lanza en realidad un desafío radical a toda política migratoria centrada sobre el concepto y la perspectiva de integración (Raimondi-Ricciardi 2004).

2. Para intentar reconstruir brevemente el desarrollo en los últimos 20 años de la corriente dominante en la investigación internacional consagrada a las migraciones, subrayemos en primer lugar que también debió reconocer, al menos parcialmente, la autonomía de las migraciones. En The Age of Migración, Stephen Castles y Marco J. Miller escriben:

“Las migraciones también pueden estar caracterizadas por una autonomía relativa, pueden desarrollarse de modo indiferente a las políticas gubernamentales... A menudo, las políticas oficiales no alcanzan su objetivo y hasta pueden provocar efectos opuestos a los esperados. Son las gentes, allende los gobiernos, quienes dan forma a las migraciones internacionales: las decisiones tomadas por individuos, familias y comunidades -a menudo a partir de informaciones imperfectas y de un abanico de opciones extremadamente reducido- desempeñan un papel esencial en la determinación del proceso migratorio” (Castles-Miller 2003, p. 278).

Han sido muy criticados los modelos teóricos neoclásicos (declinados en términos económicos y/o demográficos), que remitían las migraciones a la acción combinada de factores “objetivos” de push & pull [nt: combinación de factores que tienden a expulsar del lugar de origen con factores atractores hacia el lugar de destino]. La aproximación multidisciplinaria es la regla, la teoría de los “sistemas migratorios” llama la atención sobre la densidad histórica de los movimientos de población, mientras que la contribución de los antropólogos produjo investigaciones etnográficas muy interesantes sobre los nuevos espacios transnacionales en formación, a menudo verdaderos yacimientos de información para quien quiera describir los comportamientos y las prácticas sociales en las que se expresa materialmente la autonomía de las migraciones (Brettell-Hollifield, eds., 2000). La aproximación de la “new economics of migrations” (Massey y al. 1993, Portes 1997), que se impuso rápidamente como una especie de nueva ortodoxia en el debate internacional, subrayó la aportación esencial de las redes familiares y “comunitarias” en la determinación de cada fase del proceso migratorio, y, muy en particular, dio un nuevo impulso a investigaciones sobre las formas “étnicas” de empresa que toman cuerpo dentro de los espacios de las diásporas y transnacionales construidos por las migraciones (Jordan-Düvell 2003, p. 74).

3. En mi opinión, una crítica de la “nueva ortodoxia” debe partir del hecho de que seguimos ante una teoría de la integración social en el sentido pleno del término.

En primer lugar, en los términos clásicos del discurso público estadounidense en que se formó, la “nueva ortodoxia” termina, en gran medida, utilizando la referencia a las migraciones como confirmación de la movilidad social ascendente que caracterizaría al sistema capitalista y a la ciudadanía estadounidense. Los procesos de exclusión, de estigmatización y de discriminación, aunque subrayados con énfasis, figuran en este marco sólo como puros efectos colaterales de un capitalismo (y de una ciudadanía) cuyo código fundamentalmente integrador, lejos de ser puesto en tela de juicio, es considerado como continuamente reconstruido y reforzado por las propias migraciones.

En segundo lugar, la “nueva ortodoxia” conlleva una invisibilización sustancial de las luchas sociales y políticas de los inmigrantes, que determinaron sin embargo una renovación profunda de los sindicatos en los Estados Unidos y que han tenido un nuevo impulso tras el 11-S, llegando a expresarse durante otoño de 2003 en una iniciativa federal, la “Inmigrant Workers Freedom Ride” (Caffentzis 2003). Desde el punto de vista de la “nueva ortodoxia”, estas luchas son consideradas, todo lo más, como simples variables dependientes de un modelo de acceso a la ciudadanía esencialmente comercial (Honig 2001, p. 81).
Con un sólo gesto, se viene a proponer la imagen unilateral de una ciudadanía estadounidense en expansión continua, sin tener en cuenta el papel constitutivo jugado en su historia por la dialéctica inclusión/exclusión (principalmente a través de la posición ocupada por los extranjeros “ilegales”), ni la jerarquización interna de esa ciudadanía a través de estratos étnicos y “raciales”, que produjo verdaderas figuras de alien citizens (Ngai 2003, en particular p.5-9).

4. Sobre el telón de fondo hay que redefinir y ajustar la tesis de la autonomía de las migraciones. Por un lado, reafirmando el vínculo constitutivo del movimiento social de los inmigrantes (con los elementos de autonomía y de “excedente” que dan nervio a su perfil subjetivo) con la explotación del trabajo vivo, y, por otro lado, poniendo en primer plano las luchas de los inmigrantes. Estas luchas deberían ser tenidas en cuenta tanto por las modalidades bajo las cuales se determinan a lo largo de la experiencia migratoria como a título de referencia esencial para una nueva conceptualización del “racismo”, capaz de dar cuenta de su reestructuración continua en el seno de relaciones sociales caracterizadas por una presencia de inmigrantes que no son “víctimas” puras, sino, precisamente, sujetos que expresan resistencia y prácticas conflictivas innovadoras (Bojadzijev 2002).

Es evidente en todo caso que las migraciones no se determinan dentro de un espacio vacío. Es imposible comprender las migraciones contemporáneas sin tomar en consideración las transformaciones radicales y catastróficas provocadas en los años ochenta en tantos países africanos por los Programas de ajustamiento estructural del FMI, o, a partir de los años setenta, las inversiones hacia el extranjero de las multinacionales, con la creación de las “zonas de producción para la exportación” y el trastorno de la agricultura tradicional (Sassen 1988). La tesis de la autonomía de las migraciones establece una barrera de seguridad que la separa de toda apología estetizante del nomadismo: subrayando que los fenómenos evocados también han sido respuestas a los levantamientos sociales y a las demandas de ciudadanía características de la fase de “descolonización”, se propone poner en evidencia la riqueza de los comportamientos subjetivos que, en este campo de experiencia, se expresan en las migraciones. A la luz de la tesis de la autonomía de las migraciones, los elementos de turbulencia que las caracterizan cada vez más (Papastergiadis 2000) aparecen como excedentes estructurales respecto a los equilibrios del “mercado del trabajo”. En torno a este excedente se juega la redefinición continua de dispositivos de explotación, con efectos que irradian al conjunto del trabajo vivo contemporáneo.

5. Seamos claros: de esto se trata cuando se habla de un gobierno global de las migraciones (Düvell 2002), designando así un régimen estructuralmente híbrido de ejercicio de la soberanía, cuya definición y funcionamiento son producidos con el concurso de los Estados nacionales (que en esto muestran la persistencia de su papel en el guión cinematográfico de la “globalización”, aunque cada vez sea menos exclusivo), de formaciones “posnacionales” como la Unión Europea, de nuevos actores globales como la Organización Internacional para las Migraciones y de Organizaciones no gubernamentales con fines “humanitarios”. Aunque sus efectos más inmediatos son el fortalecimiento de las fronteras y el afinamiento de los dispositivos de detención/expulsión, este régimen de gobierno de las migraciones no apunta a la exclusión de las personas migrantes, sino más bien a valorizar, situar en proporciones económicas y explotar los excedentes (los elementos de autonomía) característicos de los movimientos migratorios contemporáneos.

El objetivo no es de ninguna manera cerrar herméticamente las fronteras de los “países ricos”, sino establecer un sistema de diques para producir en última instancia, repitiendo la expresión de un investigador americano que nos es particularmente próximo, “un proceso activo de inclusión del trabajo migrante a través de su clandestinización” (De Genova 2002, p. 439).
Esto nos da una clave para comprender las declaraciones de Claude-Valentin María cuando afirma, en un informe de la OCDE, que el trabajo inmigrado empleado “clandestinamente” en la economía informal es, bajo muchos aspectos, emblemático de la fase actual de la globalización (María 2000). Intentemos captar algunos de estos aspectos desde nuestro punto de vista.

Podemos afirmar que el migrante clandestino es la figura subjetiva en la que la mayor “flexibilidad” del trabajo, presente en primer lugar como comportamiento social del trabajador o de la trabajadora, se enfrenta a los más duros dispositivos de control (y, en última instancia, de negación) de esta flexibilidad. No se trata de ver en el “migrante clandestino” una nueva vanguardia potencial en el seno de la composición global de clase, sino de leer, a través de esta posición subjetiva específica, la composición del trabajo vivo en conjunto, caracterizada, en su dimensión tendencialmente mundializada,  por una alquimia variable de “flexibilidad” (movilidad) y de control, según una escala fuertemente diversificada.

Desde este punto de vista, la misma categoría de mercado del trabajo, con las segmentaciones que lo caracterizan (Piore 1979), nos deja percibir toda su fragilidad. Se abre así la vía a un análisis del “encuentro” (para repetir la categoría marxista) de la fuerza de trabajo y del capital, en la cual se ponen en juego relaciones de dominación y de explotación, de forma inmediata y precisamente en torno al gobierno de la movilidad. Estas relaciones, con su violencia constitutiva,  reparten ininterrumpidamente las cartas y deshacen los pequeños modelos teóricos, mostrándonos, por ejemplo, la contemporaneidad de las extracciones de plusvalía absoluta y plusvalía relativa, de la subsunción formal y de la subsunción real del trabajo bajo el capital, del trabajo inmaterial y del trabajo forzado, lo que manifiesta a la luz del día el vínculo estructural entre la new economy y las nuevas formas de acumulación primitiva, con sus nuevos cercamientos.

6. Tenemos que volver a hablar de la “nueva ortodoxia”, examinando uno de los aspectos en los que parece conceder lugar destacado a la “autonomía de las migraciones”: aquel en el que trata la aportación fundamental de las redes familiares y comunitarias. Criticando la imagen abstracta del individuo racional como protagonista de los movimientos migratorios, durante mucho tiempo presupuesta por la aproximación neoclásica, Alejandro Portes escribe: “Reducir todo al plano individual significa limitar la investigación de modo inaceptable, excluyendo toda posibilidad de utilizar como base de análisis unidades más complejas, como las familias, las redes de parentesco y las comunidades” (Puertas 1997, p. 817).

No es difícil establecer un paralelo preciso entre la crítica dirigida a la economía neoclásica por la “new economics of migration” y la critica comunitarista de la teoría liberal. Paralelo confirmado por las posiciones sobre la inmigración sostenidas por Michael Walzer, para el que la principal aportación de las “olas migratorias” hacia Estados Unidos reside precisamente en que los inmigrantes regalan a la sociedad de acogida correctivos comunitarios, un suplemento afectivo al vínculo social continuamente cuestionado por el desarrollo del capitalismo (Walzer 1992). Creo que tal paralelismo debería advertirnos contra todo uso acrítico de las referencias a las redes familiares y comunitarias.
Es evidente, como brillantemente demostró Bonnie Honnig en un importante libro (2001, p. 82-86), que la inspiración “progresista” de Walzer tiene todos los requisitos para ser anulada por una serie de discursos que enfatizan la importancia del papel de las personas migrantes (algunas más que otras, por supuesto) para una restauración de los roles y códigos sociales puestos en tela de juicio en Occidente por los movimientos de las últimas décadas.

¿Consideración abstracta o poco perspicaz? Muy al contrario: todo un sector comercial, en fuerte expansión, en el que operan las agencias matrimoniales transnacionales, nació alrededor de una petición masculina de renormalización  patriarcal de los roles de género dentro de la familia, ofreciendo “mujeres dóciles y afectuosas” para las que “sólo cuentan la familia y los deseos del marido” (Honig 2001, p. 89). No es preciso decir que la xenofilia alimentada por el exotismo y por un imaginario de “nueva masculinidad” tiene todas las condiciones para  transformarse en xenofobia a poco que bastantes de estas mujeres presentadas como “dóciles y afectuosas” resulten estar interesadas exclusivamente en obtener sus papeles de residencia y aprovechen la primera ocasión para salir pitando.

7. Una vez más, creo que las líneas de fuga seguidas por estas mujeres -a las que convendría añadir los comportamientos de tantas trabajadoras del sexo “extracomunitarias” en la Europa de Schengen (Andrijasevic 2004)- nos ofrecen un punto de vista privilegiado para abordar la subjetividad de las personas migrantes. Evidentemente no se trata de retornar a la economía neoclásica y pensar las personas migrantes a través de la figurilla abstracta del individuo racional.
Me parece que en esto tenemos mucho que aprender de la investigación feminista sobre migraciones, por el simple hecho de que se desarrolló en un campo teórico marcado por una crítica radical de tal imagen (en la literatura más reciente, Ehrenreich-Hochschild, éd. 2003). Lo que nos es descrito como una feminización creciente de las migraciones (Castles-Miller 2003, p. 9) constituye por otra parte un campo extraordinario de investigación.

Está claro que nos encontramos ante  procesos profundamente ambivalentes. Analizando la situación de las trabajadoras domésticas filipinas en Roma y en Los Ángeles, Rhacel Salazar Parreñas (2001) pone en evidencia el complejo juego característico de una buena parte de las migraciones femeninas contemporáneas, en el que se combinan simultáneamente la fuga de las relaciones patriarcales de los países de origen, la asunción sustitutiva del trabajo afectivo y de cuidado que ya no quieren ejercer las mujeres occidentales “emancipadas” y la reproducción de las condiciones de subordinación de clase y de género.
Podría profundizarse en este discurso si dispusiésemos de más materiales sobre las migraciones femeninas dentro del “Sur global”, particularmente en lo que afecta a los movimientos de la fuerza de trabajo que han sostenido la productividad de las “zonas de producción para la exportación”. No obstante, puede afirmarse que las migraciones van acompañadas de procesos de desagregación (pero también, naturalmente, de recomposición permanente y de nueva puesta en juego) de los sistemas tradicionales de pertenencia, haciendo insostenibles, analítica y políticamente, la tan corriente imagen del migrante en la literatura internacional sobre migraciones, que presenta a cada persona migrante como sujeto “tradicional”, totalmente sumergido en redes familiares y comunitarias, ante el cual el individuo occidental se considera desvinculado en aras de su propio confort o para expresar su resentimiento.
Retomando una imagen lacaniana, a la que se podría fácilmente encontrar precedentes en Marx, la persona migrante es un sujeto “barrado”, que vive una relación compleja y contradictoria con la pertenencia, sea cual sea la definición que a ésta se dé. Para elaborar una lectura política de las migraciones contemporáneas debemos partir de esta “barra”, que, simplificando, es el lugar de encuentro entre la acción individual y las condiciones temporales y espaciales que la circunscriben y la inscriben bajo la influencia de una privación irreparable.

8. Evitemos cualquier equívoco: la “barra” sólo es una metáfora, quizá no demasiado afortunada. Cuando se habla de la condición de las personas migrantes, conviene manejar las metáforas con precaución. Ya evocamos, desmarcándonos de ella, una tendencia difusa, sobre todo en los “cultural studies” anglo-americanos, a producir en torno a las migraciones apologías desencarnadas y estetizantes del nomadismo y del desarraigo. Y cuando se examina la posición absolutamente privilegiada de la referencia al refugiado o al migrante en el debate filosófico y político-teórico contemporáneo (de Derrida a Agamben, de Hardt y Negri a Balibar, por citar sólo algunos nombres), no podemos eludir la  impresión de que en la proliferación de metáforas e imágenes evocadoras terminamos perdiendo de vista la experiencia material -sensible- de las personas migrantes, con su carga de ambivalencia.

Para hablar como el recordado Edward Saïd, se corre el grave riesgo de olvidar que “el exilio es algo fascinante de pensar, pero terrible de vivir” (Saïd 1984, p. 173). A favor del empleo de un lenguaje metafórico, pero también como saludable advertencia sobre sus límites, podemos sin embargo citar un extraordinario libro y reportaje fotográfico (A Seventh Man) de los años setenta, que se proponía precisamente ilustrar la experiencia de los trabajadores inmigrantes. En él se leía: “El lenguaje de la teoría económica es necesariamente abstracto. Cuando nos proponemos capturar y comprender las fuerzas que determinan la vida del migrante, necesitamos una formulación menos abstracta. Necesitamos metáforas,  y las metáforas son provisionales, no reemplazan a la teoría” (Berger-Mohr 1975, p. 41).
Treinta años más tarde, podemos añadir que tenemos aún mayor necesidad de metáforas porque vivimos una situación (la del capitalismo mundializado contemporáneo, cuyas migraciones nos permiten comprender algunos rasgos especialmente innovadores) en la que parecen definitivamente caducadas las distinciones tradicionales entre economía, política y cultura. Una situación en la que ya no es posible hablar de explotación y de valorización del capital sin intentar al mismo tiempo comprender las transformaciones de la ciudadanía y de las “identidades”. Una situación en la que ya no es posible hablar de clase obrera sin dar cuenta al mismo tiempo de procesos de desarticulación en el ámbito de las pertenencias que la configuran irreversiblemente como multitud; procesos que llevan grabado el signo indeleble de la subjetividad del trabajo vivo.

La condición de las personas migrantes precisamente se sitúa en el punto de encuentro de estos procesos y, en el fondo, las discusiones filosóficas más abstractas entre las que hoy figuran en primer plano están dominadas por la urgencia de reflexionar sobre estos procesos.

9. Querría llamar la atención sobre otro problema: la definición política de la condición de las personas migrantes. Una vez establecido el carácter paradigmático de tal condición, y evidenciados los elementos de autonomía, de “excedente”, que dan nervio a las migraciones contemporáneas consideradas como movimiento sociales, ¿cómo podemos y debemos comprender las luchas de las personas migrantes? ¿En qué perspectiva se inscriben, aquí y ahora?

Para esbozar algunas respuestas parciales, pero también para indicar los límites de nuestra imaginación política, querría referirme a dos libros que coloco entre las contribuciones más importantes a los debates teórico-políticos de estos últimos años: La mésentente, de Jacques Rancière, y Democray and the Foreigner, de Bonnie Honnig. Las principales líneas del razonamiento de Rancière son bien conocidas, por lo que puedo permitirme  simplificarlas aquí: la política existe sólo como subjetivación de una “parte de los sin parte”, que, actualizando “la contingencia de la igualdad, ni aritmética ni geométrica, de los seres hablantes cualesquiera”, subvierte la “cuenta de las partes” (la arquitectura distributiva) en la que se apoya lo que Rancière, siguiendo a Foucault, denomina police [policía] (Rancière 1995, p. 50 sq.).

Es difícil resistir la tentación de leer la referencia a la  “parte de los sin parte”, en la que se centra todo el razonamiento de Rancière, a través del prisma de la lucha de los y las sin papeles de 1996, un año después de la publicación de La mésentente. Rancière es, por otra parte, el primero que da pie a tal lectura, cuando subraya que los “inmigrados” eran un sujeto relativamente nuevo en Francia, por la simple razón de que veinte años antes eran denominados “trabajadores inmigrantes” y tenían una parte precisa en el mecanismo distributivo de un régimen determinado (fordista, añadirían algunos) de “police” (ibid, p. 161 sq).

Convertidos en sin parte, los inmigrados (las personas migrantes, como preferimos decir) venían a ser candidatos “naturales” al papel de “parte de los sin parte”. Tal y como nos han mostrado las luchas proletarias y las luchas de las mujeres, la acción política y la consiguiente reinvención de lo universal sólo pueden surgir de la subjetivación de ese papel de “parte de los sin parte”.
En otro marco analítico, el razonamiento de Bonnie Honig retoma, en lo esencial, el de Rancière: criticando de modo bastante convincente la homología de la imagen (xenófila) del extranjero como sujeto que tiene algo dar y la imagen (xenófoba) del extranjero como sujeto que pretende “coger” algo de la sociedad en la que se establece, Honig, en un gesto absolutamente fascinante, propone trastocar los términos e intentar pensar “que esto es precisamente lo que los migrantes tienen que darnos” (Honig 2001, p. 99). En otros términos, las prácticas por las cuales, según Honig, se expresa la ciudadanía de las personas migrantes (incluso en un contexto de exclusión de la ciudadanía jurídicamente codificada) pondrían estructuralmente en tela de juicio el fundamento de la democracia y reanudarían su movimiento allende su configuración institucional, hacia una profundización y una  recualificación intensiva y extensiva, más allá de las fronteras del Estado nacional.
La referencia a Rancière es explícita, a través de una concepción de la política en la que las reivindicaciones de quienes no entran en la “cuenta” de los regímenes de “police” son las impulsoras del surgimiento de “nuevos derechos, nuevos poderes, nuevas visiones” (ibid., p. 101).

10. Detengámonos un instante sobre la imagen de la “comunidad política” que toma así cuerpo. “La comunidad política es una comunidad de interrupciones, de fracturas, puntuales y locales, por la que la lógica igualitaria viene a separar a la comunidad policière de sí misma” (Rancière 1995, p. 186). Parece claro que estamos ante lo que se puede llamar una teoría de la “democracia radical”, en el sentido de que el surgimiento político de la parte de los sin parte es pensado como momento de desarticulación de un régimen específico de “police”, un momento de apertura que, no obstante,  sólo puede culminar en otro régimen de “police”, con sus partes y su “parte de los sin parte”.

Seamos claros, no se trata de rebajar el trabajo de Rancière ante la obra que lanzó el debate sobre la democracia radical: Hegemony and Socialist Strategy. Towards a Radical Democratic Politics, de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. El libro de Rancière es, en mi opinión, infinitamente más rico e interesante, en primer lugar porque plantea el problema de la producción de la democracia, en lugar de situar a ésta, como hacen Laclau y Mouffe a partir de su reinterpretación del concepto de hegemonía, como algo dado, coincidente en última instancia con la generalidad de la “articulación política” que se opone al carácter estructuralmente “parcial” de las luchas sociales singulares (Laclau y Mouffe 1985, p. 169). Sin embargo, debe reconocerse a Laclau y Mouffe el mérito de haber anticipado una constelación de problemas destinada a marcar un largo ciclo histórico. El movimiento global de estos últimos años ha inscrito su propia acción en un marco de referencia que, en el sentido amplio del término, puede ser definido como “democrático-radical”, de lo que es clara ilustración la “naturalidad” del lenguaje de los derechos empleado por este movimiento.
Incluso las propuestas teóricas más interesantes de estos últimos años (las de  Hardt-Negri y Holloway, por citar dos bastante alejadas en muchos aspectos), si bien renuevan y fuerzan profundamente el marco, no ofrecen alternativa efectiva a la profundización (intensiva y extensiva, como hemos visto con Honig) de la democracia.

Para volver a las personas migrantes, tanto la investigación de Étienne Balibar como nuestras propias prácticas políticas y teóricas se han desplegado esencialmente en el mismo escenario.

11. El problema no es solamente la naturaleza “contrafactual” de estos discursos sobre la democracia, en el sentido de que la evolución de las democracias efectivas ha ido en estos últimos años en dirección muy diferente. Sin recaer en dogmas y certezas que es bueno abandonar al pasado sin nostalgia, hay que preguntarse si es posible imaginar de nuevo una discontinuidad en la historia política de la democracia moderna, una ruptura en la continuidad de la dominación y de la explotación en las que se apoya el modo de producción capitalista. Ese era, en el fondo, el “sueño de una cosa” marxista, la revolución, el comunismo.

No se trata de jugar de nuevo la baza de comunismo contra la democracia, sea cual sea la manera de definir ésta.  Aprendimos a distinguir –lo que parece perder de vista a menudo Slavoj ÎiÏek, sin perder el mérito de llamar la atención sobre el tipo de problemas abordados en estas líneas (ÎiÏek 2004, p. 183-213)- entre la democracia como sistema institucional de equilibrio (en términos clásicos: como forma de gobierno) y la democracia como el movimiento capaz de articular políticamente un conjunto de exigencias subjetivas que excede tanto la codificación institucional de la ciudadanía como la trama de relaciones mercantiles.

Vistas en conjunto, la crisis de los sistemas de welfare en Europa occidental y la crisis del “socialismo real” nos muestran precisamente esta desconexión (Piccinini 2003). El hecho es, sin embargo, que entre la democracia como forma de gobierno y la democracia como movimiento debe determinarse una relación, que, en las lógicas de la democracia, sólo es pensable bajo las formas de la equivalencia (de la “cuenta de las partes”, usando los términos de  Rancière). Manteniéndonos en el ámbito del problema aquí tratado, los elementos de “excedente” y de autonomía que caracterizan las migraciones contemporáneas sólo pueden conseguir reconocimiento, en la perspectiva de la democracia radical, a través de una mediación con el conjunto de las proporciones sobre las que se funda la ficción del mercado del trabajo, sin poder sin embargo poner en cuestión su violencia constitutiva.

Para decirlo de otro modo, lo que se manifiesta a plena luz y lo que, por otra parte, ha sido puesto en evidencia por las vicisitudes y, finalmente, el fracaso del “marxismo analítico” es la irreductibilidad de la explotación a cualquier tipo de teoría de la justicia.
Quizá podamos ponernos provisionalmente de acuerdo sobre una nueva metáfora: el comunismo es hoy concebible como suplemento de la democracia radical, interno a su horizonte pero irreducible a sus lógicas, como indicador de los límites del movimiento democrático y del campo de las posibilidades teóricas que en él están  estructuralmente excluidas.
Creo que nuestro trabajo sobre la autonomía de las migraciones va en esta dirección, en la medida en que pone en evidencia la trama rica y subjectiva de las exigencias que, en las migraciones contemporáneas, se expresan bajo formas que no pueden ser reducidas a la dialéctica del reconocimiento democrático.

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