Trasversales
José Enrique Martínez Lapuente

Laia: un eco fugaz de su recuerdo

Revista Trasversales número 10, primavera 2008





De passió partexen mes paraules / De dolor mis palabras han nacido
Ausias March

Oigo en una emisora de radio una frase que me sorprende: “Si bien es cierto que Franco murió en la cama... la dictadura fue derrotada en la calle.” Me sorprende, digo, esta frase, por lo acertado de su expresión, la cual afirma una realidad dual de muy difícil comprensión en la época, cuando la única salida aceptable para una inmensa mayoría de militantes antifranquistas no era otra que la ruptura. En efecto, había que romper con un pasado arbitrario y criminal, de general oprobio, y abrir las puertas de la democracia exigiendo cuentas (que no revancha) a quienes se comprometieron hasta las cachas con la dictadura.
Las cosas, evidentemente, no se han desarrollado en el sentido que exigía nuestro deseo... y ahora, muchos años después, cuando ya son numerosos  los protagonistas de aquel tiempo que van desapareciendo, se hace necesario recordar que la democracia y las libertades no cayeron del cielo... Fueron, efectivamente, conquistadas en la calle... y con no poco sufrimiento y esfuerzo.

Muchas personas dedicaron largos años de su vida, arrostrando en algunos casos toda clase de riesgos, para que el sueño de una España plural y democrática, más justa en su estructura económica y social, fuese realidad algún día. Una de esas personas fue Marisa Fernández González, nuestra entrañable Laia.
Su muerte prematura, acaecida el pasado 29 de noviembre de 2007, trae a mi memoria el esplendor de unos años que, si bien difíciles, anunciaban ya la esperanza de un futuro prometedor. Laia, que fue una de las pocas mujeres militantes en la difícil tarea de reconstruir el POUM –en año tan lejano e incierto como el de 1976–, se había distinguido ya entonces como una firme defensora, en toda clase de luchas, de los principios democráticos que alentaban las reivindicaciones de la clase trabajadora, de los estudiantes y del movimiento ciudadano.

Tuve la suerte de compartir con ella esos años, de vivirlos –con la ilusión de cambiar muchas cosas– participando sin excusas en toda clase de actos: huelgas, plantes y manifestaciones, reuniones y asambleas jalonaron una larga trayectoria que dio comienzo en el seno de algunas asociaciones de vecinos que, durante el decenio de los setenta, perfilaban ya la punta de lanza de un nuevo tejido social que sí perseguía la ruptura con el orden social existente.

Sin embargo, por encima de esos avatares, ahora se impone en mi recuerdo su intensa vitalidad, su alegría, aquellas enormes ganas de vivir para comprender, abrazar y amar apasionadamente la Vida. Aun a pesar de dificultades sin cuento. Pues, preciso es recordarlo también: la de Marisa Fernández González no fue una existencia fácil. Como joven trabajadora –crecida en el seno de una familia de origen gallego emigrada a Barcelona–, muy pronto se vio en la tesitura de tener que compartir sus horarios laborales con los escolares y universitarios. Estudiante de Químicas, su temprana vocación por esa disciplina no pudo cumplirla al no poder prescindir de su trabajo. Orientó entonces sus pasos hacia la carrera de Historia, que culminó con éxito para dedicarse más tarde a la enseñanza. Y cuando logra asentar su vida, cuando todo parece que discurre al fin por la senda más o menos prevista, una terrible enfermedad que ha durado diez años, nos la arrebata brutalmente del mundo.

Frente al hecho inapelable de su muerte, sólo cabe recordar el sentido de su vida... Que ella quiso dedicar, en la medida de sus fuerzas, a transformarla para hacer de la existencia un valor supremo con carácter absoluto de dignidad y de justicia.
Si bien las ciegas leyes que rigen la Naturaleza y el Tiempo nada saben de esa aspiración, la misma late y sigue latiendo en corazones que, como el de Laia, no aceptan que la vida siga en manos de extraños augures y oscuros designios. Sabemos –en realidad, siempre lo supimos– de lo imposible de ese deseo; mas el mismo, por el simple hecho de existir y manifestarse, hace que la humanidad evolucione, que apenas se detenga... que el conocimiento humano pueda trascender sus propios límites hasta encarnarse en una región que, entre la realidad y el sueño, produzca las condiciones necesarias que aseguren otro género de Vida. La que Ella sueña –como Laia ahora– desde el más remoto, olvidado e ignoto rincón de sus orígenes.

Que esta nota de urgencia, apenas un eco fugaz de su recuerdo, sea no sólo un breve tributo de despedida... sino también, y ante todo, de reconocimiento a su memoria, presente y viva en el pensamiento de cuantos compartimos con ella el placer de la aventura y el amor al camino.

Barcelona, febrero de 2008

 

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