Trasversales
David Casacuberta

Cognición distribuida y educación para la ciudadanía

Revista Trasversales número 8,  otoño 2007

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Nunca me ha gustado la palabra “usuario” para referirnos a las personas que utilizamos Internet. Implica un modelo de empresa y cliente que pasa por alto muchas otras realidades que la Sociedad de la Información ofrece. En castellano disponemos de la expresión “internauta”, que no es ningún préstamo lingüístico del inglés y que ciertamente tiene fuerza, pero tampoco me convence. Está anclada en una vieja visión de la red en la que el internauta en cuestión sólo podía saltar de página en página, “surfear” la web se llamaba entonces. Los anglosajones desarrollaron “netizen” para cubrir los aspectos sociales y políticos que implica utilizar Internet, pero aparte de que el juego “netizen/citizen” no se puede trasladar al castellano, no me motiva nada “netizen” por estar todavía basada en la misma vieja ideología de Internet.
John Perry Barlow lo capturó de forma clara y concisa en su texto “Declaración de Independencia del Ciberespacio” donde proponía que Internet sería un nuevo espacio, el ciberespacio, sin relación con el llamado “Mundo real”. Una nueva frontera donde el mundo viejo no tenía cabida, especialmente la política tradicional. Si una cosa está clara ahora mismo es que la Red es un lugar para incidir en la realidad y transformarla, no para intentar eludirla.

¿Así pues, cómo deberíamos llamarnos? Mi propuesta es que no necesitamos ninguna palabra nueva para designarnos, así que propongo que recuperemos para la era digital el honroso título de ciudadano. ¿En qué consiste ser un ciudadano o ciudadana en la Sociedad de la Información? Este texto busca dar pistas para resolver la cuestión y al mismo tiempo mostrar como podemos utilizar la idea de ciudadano en la Sociedad de la Información para entender un poco mejor cómo se ha transformado en este siglo nuestro concepto de ciudadano.
Si queremos entender qué significa ser ciudadano de la Sociedad de la Información, necesitamos comprender qué carácterísticas nuevas ha facilitado Internet en nuestras relaciones sociales. La tentación es siempre partir del acceso a la información. Después de todo, hablamos de “sociedad de la información”, “tecnologías de la información”, etc. Pero el potencial de Internet no reside en su facilidad a la hora de darnos acceso a la información. Un  poderoso aforismo me viene a la mente: “Internet es un océano de sabiduría… de dos centímetros de profundidad”. Disponer de más información no significa ser más sabio ni políticamente más activo. Especialmente cuando una parte significativa de ese “Océano de sabiduría” son mensajes de correo que nos ofrecen participar en una substanciosa estafa al pueblo de Nigeria, vídeos de amigos borrachos cayendo al suelo en YouTube, foros para discutir quién debería ser el ganador del último concurso televisivo o la última fotografía escandalosa del famoso de turno.

Podríamos proponer entonces el hecho de cómo Internet nos deja ser emisores y no meramente receptores. Nos acercamos más a la verdad, pero aún queda un trecho. Fue toda una revolución ser capaces de publicar nuestros propios textos, música u obras de arte, sin tener que pasar por el filtro del editor, discográfica o comisario. Pero también significó toneladas de trivialidades lanzadas al océano de Internet, que sólo permitió que el nivel de sabiduría ascendiera algo menos de un milímetro.
Sin embargo ello no es tan significativo como la forma en que nos convertimos en autores, recuperando los esquemas de comunicación de la sociedad indusrtrial, con sus virtudes pero también con todos los vicios. La  mayoría de bloggers escriben como si fueran versiones virtuales de los columnistas de los diarios; muchas veces con la misma actitud de endiosamiento y elitismo. La inmensa mayoría de los textos se organizan no como procesos sino como objetos acabados, normalmente por una persona que deja el texto fijado.

La verdadera revolución en Internet consiste en hacer mucho más factible, funcional y relevante la cognición distribuida. De forma genérica, por “cognición distribuida” me refiero a los procesos de creación, procesamiento, contrastación y difusión del conocimiento en los que los procesos mentales no tienen lugar en una sola cabeza, sino que están distribuidos en varias cabezas así como en diversos instrumentos y tecnologías.
Un ejemplo bien sencillo es cómo nos ayudamos de una calculadora para hacer una serie de sumas. Al basarnos parcialmente en la calculadora para proceder al cálculo, el proceso mental de sumar las cantidades no tiene lugar solamente en nuestra cabeza, pero tampoco tiene lugar exclusivamente en la calculadora. Es por tanto un proceso de cognición distribuida. En la jerga filosófica se la da el nombre algo pretencioso de mente extendida. A pesar de su pomposidad, no es mal instrumento para pensar el proceso, es como si nuestra mente se extendiera fuera de si misma y dejara ciertos procesos a cargo de herramientas u otras personas.
Un grupo interdisciplinar que analiza un problema de forma conjunta es un ejemplo de cognición distribuida. Así, un cocinero y un dietista trabajan conjuntamente para desarrollar un menú que es a la vez saludable y sabroso. Tenemos ahí un proceso cognitivo que no tiene lugar exactamente ni en la cabeza del cocinero ni en la del dietista, sino en ambas a la vez.

Y a veces las personas pueden convertirse en mentes e instrumentos a la vez. Por ejemplo, en una cola -aunque sea algo tan simple como comprar el pan- el proceso mental global es la interacción no sólo entre las mentes del panadero y los diferentes compradores, sino también entre la mente del panadero y la configuración física de la cola. Así, el panadero no tiene que recordar en qué orden ha de atender a la gente, la estructura física de la cola le permite desarrollar el proceso sin recurrir a su memoria, como en el caso de la calculadora, que evita que tengamos que hacer cálculos mentalmente.
Es fácil ver cómo Internet es el reino de la cognición distribuida: un blog con sus comentarios es el resultado del trabajo conjunto de varias mentes. Incluso  una sencilla página con enlaces es un proceso de cognición distribuida. Pero lo más importante es cómo las tecnologías de la información posibilitan técnicamente procesos de cognición distribuida masiva que resultaría difícil de organizar de forma analógica. Un ejemplo claro es la Wikipedia, una enciclopedia colectiva desarrollada por literalmente miles de usuarios que crean artículos, los revisan, los debaten, ofrecen material multimedia para completar los artículos, etc.

Resulta extraño que la cognición distribuida sea un concepto tan poco utilizado y conocido. Después de todo, es la forma más natural de conocimiento, especialmente en esta época de alta tecnología y comunicación digital. Sin embargo, continuamos con imágenes de cognición intracraneal, por decirlo así. Tanto si pensamos en arte como en ciencia, la imagen estándar es el individuo solitario, absorbido en sus pensamientos, que genera belleza y conocimiento. Sin duda es una de las reliquias del pensamiento dualista, que separa radicalmente materia y mente, que nos impide ver la cognición como un proceso mucho más distribuido y en red, al seguir creyendo que la única unidad posible de conocimiento es esa mente inmaterial.
Ello nos obliga a replantearnos nuestra visión de los que nos movemos en Internet. No somo simples usuarios que consumen un producto fabricado por otros, al estilo de espectadores televisivos. Tampoco somos simplemente emisores que colaboran a aumentar la cantidad de ruido en las comunicaciones digitales. Somos unidades en elaborados complejos de cognición distribuida que permiten no sólo la transmisión de conocimiento, sino la misma creación de conocimiento mientras interactuamos en Internet. Así deberíamos imaginarnos la categoría de ciudadano en la nueva sociedad de la información: creador de conocimiento en procesos en red.

Desde esa perspectiva, podemos reanalizar los derechos en la sociedad de la información -los  también llamados ciberderechos- desde una perspectiva de constitución de procesos; ecológica, podríamos decir, si nos permitimos la metáfora de imaginar la información como un ser vivo organizado en Internet como un ecosistema. Así, un derecho básico como el acceso a la Red puede entenderse como un requisito necesario para obtener procesos de cognición distribuida ecológicamente sanos. De la misma forma que un ecosistema en el que todos los constituyentes son muy similares genéticamente tiene muchas más probabilidades de desaparecer que uno que ofrezca mayor diversidad, un sistema de cognición distribuida con mayor diversidad en las informaciones y conocimientos es un sistema mucho más potente, estable y con posibilidades que uno en el que todos los participantes compartan la mayoría de datos y creencias.

De la misma forma podemos entender el derecho a la alfabetización digital. No se trata simplemente de que todos tengamos derecho a acceder a este nuevo medio. El medio necesita el mayor número posible de participantes para ser lo más exitoso y completo posible. De la misma forma, la libertad de expresión es una condición necesaria para el desarrollo de estas estructuras digitales de cognición distribuida. Tal y como expresó el desarrollador informático John Guilmore, la censura debería considerarse como un daño a la estructura de la red.

Así, al cambiar nuestro concepto de ciudadano, de cuáles son nuestros nuevos derechos, tareas y funciones en la sociedad de la información, necesitamos cambiar también la relación entre política y ciudadano. El poder político de cada ciudadano como elemento participante en un proceso de cognición distribuida es demasiado importante para desperdiciarlo en solamente llamados a nuestras diversas elecciones. De la misma forma que ni arte ni ciencia son resultado de los procesos solitarios de las mentes de pintores o físicos, la política no es resultado de economistas o legisladores portentosos encerrados en torres de marfil, con los ciudadano como “usuarios” de su política, sino un proceso distribuido en el que todas las mentes cuentan y colaboran.


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