Trasversales
Ségolène Royal

Discurso de Dijon:
Alianza por la Igualdad


Revista Trasversales número 6,  primavera2007

Traducción de Trasversales a partir del texto en francés publicado en Désirs d'avenir

Licencia Creative Commons


 
Desde que comenzó esta campaña nunca había sentido tanta emoción, ni una responsabilidad tan intensa como la que siento hoy tras escuchar el testimonio de vuestros combates, vuestros compromisos, vuestros dolores, vuestros sufrimientos, vuestros deseos y vuestras esperanzas.
Este 7 de marzo en Dijon es un día importante, inscrito en la continuidad de una larga marcha de las mujeres, siglos de combate, silencio, soledad, injusticia, desigualdad y violencia, pero también de luchas y aspiraciones por una mayor igualdad. Porque mi convicción profunda es que si en Francia y en todo el planeta logramos que todo vaya mejor para las mujeres, entonces todo irá mejor para toda la humanidad.

Sí, la batalla de las mujeres siempre ha estado vinculada a la batalla de la izquierda y de los socialistas, a ese largo camino hacia la dignidad humana y el reconocimiento de lo más fundamental en la vida. Sí, inscribo el combate de las mujeres, que es el mío, en esta reivindicación innegociable y en la convicción, que recalco aquí, de que Francia será más fuerte porque conseguiremos hacerla más justa. Y esta reivindicación de justicia también quiero alzarla en favor de las mujeres. (...)
Me hace feliz veros a vosotras, las mujeres, tan numerosas, tan movilizadas, tan determinadas, en esta víspera del Día Internacional de las Mujeres, ese 8 de marzo que nos conecta a todas a lo largo de todo el planeta. También me hace feliz veros a vosotros, hombres, sin quienes nada sería posible, y que, al aceptar dar vuestro voto a una mujer, os habéis liberado de viejos prejuicios. Gracias a vosotras por haberos unido y reunido aquí, con la fuerza de una misma esperanza. Gracias a vosotros, los hombres, por haberos aliado a este deseo de cambio y de futuro.

Habéis resumido la situación, con voces diversas, a las que sumo la mía. Mirad todo lo que aún queda por delante: derechos a consolidar, a imaginar y a poner en práctica para que realmente viva la igualdad entre hombres y mujeres, la igualdad económica, igualdad cultural, social y educativa... Vuestra confianza y vuestro compromiso me dan la energía, el coraje y la sangre fría necesarias para la batalla singular de las elecciones presidenciales de 2007.

Estoy orgullosa de ser vuestra candidata presidencial. Sí, muy orgullosa. Estoy orgullosa porque el desafío planteado a Francia no se reduce a lo que pueda pasar durante los cinco próximos años. Teniendo en cuenta la profundidad de las crisis que evocaba antes, lo que ocurra va a afectar a Francia, sin duda alguna, durante una generación o incluso más. Y saludo a todos los jóvenes que están aquí, los jóvenes del MJS, los jóvenes de Ségosphère y a todos los que han dado un paso al frente, a todos estos jóvenes que se inscribieron masivamente en las listas electorales porque comprendieron que esta cita de una mujer con el pueblo francés les concernía. Y se preguntan si van a poder continuar construyendo el futuro de Francia y transmitiendo a la generación siguiente los valores que sienten como suyos. Eso es lo que está en el corazón del pacto presidencial que he forjado con vosotras y con vosotros, la certeza, la garantía de que cada persona podrá continuar progresando, que cada persona podrá participar en la recuperación de Francia, pero, sobre todo, de que cada persona podrá seguir dominando su destino, escogiendo su vida, sin verse sometida a las leyes del mercado, a la mundialización y al fatalismo, sin que la suerte de niños de ocho, diez o doce años parezca estar ya echada a causa del fracaso escolar. El pacto presidencial que os propongo es un compromiso contra esas cargas y fatalismos. Por eso os pido que lo toméis bajo vuestro control, que expresemos nuestro agradecimiento a quienes se unen y contribuyen a él. Y a éstos les pido que lo agarren y no lo suelten. Habéis tomado la palabra y os pido que la mantengáis y no renunciéis nunca a ella. Vosotras, vosotros, sois mi equipo de campaña.

Si las francesas y los franceses me conceden su confianza, nuestra victoria no será solamente la victoria de una mujer, sino que abrirá nuevos espacios de libertad, de responsabilidad y de dignidad a todas las mujeres y, por tanto, también a los hombres. Sí, quiero que recorramos una nueva etapa en esta larga marcha por la dignidad y por el respeto, por el reparto equitativo de los derechos y de los deberes, con lo que, tal y como me dijo Michelle Bachelet en Chile, contribuiremos a los progresos de la humanidad.
Será así, simplemente, porque cada progreso de las mujeres es decisivo para todos los combates que hago míos. Cuando se repasan los siete pilares de mi pacto presidencial, nos damos cuenta, después de todo, que el tema de las mujeres tiene un papel principal. Cuando hablo de la lucha contra el paro, sé que las primeras víctimas del paro son las mujeres; cuando hablo de la lucha contra la precariedad, sé que el 80% de los trabajadores precarios son mujeres; cuando hablo de la lucha contra todas las formas de violencia, sé que las mujeres son sus primeras víctimas; cuando hablo del derecho de acceso a la formación profesional, sé que las mujeres son las más segregadas de la formación profesional; cuando hablo de derecho a la salud, de revalorización de los bajos salarios o de las pequeñas jubilaciones, sé que a nadie afectan más que a las mujeres.

Veis así hasta qué punto los combates sociales se concentran en torno a la reivindicación de igualdad para las mujeres. Veis hasta qué punto es preciso que Francia sea más justa para que Francia se recupere. Ese combate por la justicia es, en primer lugar aunque no exclusivamente, un combate por las mujeres. Este combate, ya es hora de señalarlo, puede ser ganado, junto a vosotras y vosotros, mujeres y hombres de progreso. Vamos a conseguirlo juntos.
Y, sobre todo, no dejemos que se insinúe en nuestras mentes la duda sobre nuestras capacidades y nuestra legitimidad, sobre nuestras habilidades, sobre nuestra anchura y nuestra estatura. Vosotras y vosotros, hoy aquí, en tan gran número, sois el principal desmentido a quienes han tenido la desfachatez de negar que las mujeres pueden avanzar en la igualdad. Os agradezco infinitamente la respuesta que hoy, aquí en Dijon, habéis dado.

Querría deciros en qué tradición de mujeres que han luchado por la igualdad inscribo el combate que hoy dirijo, y qué compromisos asumo para que las mujeres, como recomendaba Louise Michel, ocupen todo su lugar sin mendigarlo y sin someterse a la medida de un modelo masculino del que, por otra parte y afortunadamente, muchos hombre se distancian. Pues, añadía ella, nosotras las mujeres no tenemos la pretensión de arrancarnos el corazón de nuestros pechos, sino de vivir, de luchar, de crear con el sentimiento tanto como con la inteligencia.
Tenía razón Louise Michel al negar ese reparto falsamente “natural” que fue, durante siglos, la cómoda coartada para considerar como inferiores a las mujeres: para ellos, la razón; para nosotras, las efusiones sentimentales que mantienen a las mujeres en un estado de infancia perpetua. Ya es hora de que las mujeres salgan de la infancia, ha llegado nuestro tiempo.

En su sabrosa autobiografía, Yvette Roudy cuenta una anécdota que siempre encontré muy significativa. Estamos en 1981, François Mitterrand acaba de ser elegido y Pierre Mauroy le anuncia a Yvette la creación de un puesto de ministro de los derechos de las mujeres. En aquel momento, Yvette felicita alegremente a Pierre Mauroy por ser el titular. “No”, responde él, “tú eres la ministra de los derechos de las mujeres”. Yvette añade esto: “si hubiese nacido chico, no me habría sorprendido tanto, como tampoco me habría sorprendido si yo procediese de la burguesía y estuviese dotada de prestigiosos títulos universitarios”. Hacía falta un gobierno de izquierda para levantar ambas barreras conjugadas. Gracias, querida Yvette, por habérnoslo recordado. También debemos arreglar nuestras propias cabezas.

Llegué al socialismo a través del feminismo, aunque al principio no era un feminismo teóricamente muy constituido o sólidamente documentado. No, era una suerte de feminismo instintivo y juvenil, que desde la adolescencia me hizo negar el lugar que la tradición asignaba a las mujeres en la familia, creyendo que así se les hacía un bien: estudios cortos, matrimonio precoz, asignación al hogar. Aquella vida, con la dependencia financiera que derivaba de ella, no era lo que yo quería. Debo a la escuela el haberme liberado, debo a mis profesores el gusto por aprender y el descubrimiento temprano de que la escuela aseguraría mi independencia intelectual, profesional y financiera.
Después, en el curso de los años, descubrí otro horizonte, otras rutas escolares, cuya existencia ni siquiera sospechaba en mi pueblo de origen. Más tarde, comprendí la dimensión del largo, muy largo, combate de las mujeres y me crucé con las figuras de aquellas que, en su tiempo, se negaron a doblar el espinazo. Me son queridas, ellas marcaron el camino, me siento obligada por su coraje y reivindico su legado. Y, a riesgo de dar la impresión de falta de modestia, pero convencida de que este valor femenino no debe ser dejado en manos de los que pretenden monopolizarlo, coloco en esa línea de mujeres a Juana de Arco, esa muchacha del pueblo y rebelde a la que se reprochó haber tomado las armas contra el invasor y, mayor trasgresión aún para los pueblos, haber llevado ropa de hombre. Jamás tuvo veinte años y supo vencer su miedo. Y coloco a Christine de Pisan, erudita y poetisa, apasionada por la filosofía y la política, que conoció la pobreza y tuvo tres niños a su cargo, familia monoparental antes de que tal expresión se usase, mujer que decidió vivir de su pluma, privilegio masculino, y que denunció la condición impuesta a las mujeres de su época.

Por supuesto, también coloco en esa línea a Olympe de Gouges, cuya declaración de derechos de la mujer proclamó valerosamente: “La mujer tiene derecho a subir al cadalso, debe entonces tener también el derecho a subir a la tribuna”. Lo que posiblemente se conoce menos es que su ideal de igualdad civil y política de los hombres y de las mujeres le condujo a reclamar la abolición de la esclavitud, la educación nacional, la justicia social, la protección materno-infantil. El tribunal le reprochó haber olvidado “las virtudes que convienen a su sexo”. Fue guillotinada.
Pues bien, aquí, en Dijon, digo que si soy elegida presidenta de la República, Olympe de Gouges entrará en el Panteón, este monumento tan poco acogedor para las mujeres y que lleva en su frontispicio “A los grandes hombres, la patria agradecida”. Se unirá a María Curie, conducida allí por la izquierda en 1995, y expresaremos a estas mujeres valerosas el reconocimiento del pueblo francés.
Y en la Francia de ultramar las mujeres se alzaron codo a codo con los hombres. La historia las olvidó a menudo: contra el restablecimiento por Bonaparte de la esclavitud, abolido por la Revolución, en Guadalupe la mulata Solitude y Marie-Rose Toto participaron activamente en la resistencia dirigida por Louis Delgresse en 1802. La primera fue ahorcada al día siguiente de su parto y la segunda, herida, fue conducida al verdugo sobre parihuelas. Lucharon por nuestros valores, forman parte de nuestra historia y por eso esta tarde evoco su memoria y quiero que entren en los libros de historia de la República francesa.

Entonces, en esta víspera del 8 de marzo, que si los franceses quieren puede convertirse en un 8 de marzo histórico, ¿en qué punto se encuentra el país de los derechos humanos en lo que se refiere a los derechos de las mujeres? No puede darse una respuesta categórica, ya que la situación de las mujeres pone de relieve las paradojas de la República inconclusa. Para las mujeres ha llegado el momento de un orden justo. Por supuesto, ya hemos hecho parte del camino, y eso se lo debemos, en primer lugar, como nos recuerdan todos los testimonios expresados, a las movilizaciones de las mujeres y de los hombres que les apoyaron. Entre ellas, en particular, las promovidas por el Movimiento de Planificación Familiar, que impulsó la legalización de la contracepción en 1967. La contracepción, como analizó muy bien Françoise Héritier-Oger, no es sólo el derecho a escoger ser madre, sino también el derecho de todas las mujeres a disponer de sí mismas, lo que constituye a la persona en el sentido jurídico del término. Sin aquella experiencia, dice ella también, a otros les habría costado más influir sobre las mentalidades. Con la contracepción los derechos de las mujeres se vuelven verdaderamente pensables, y por tanto aceptables y realizables. Por eso y porque no estoy dispuesta a aceptar que no disminuya el número abortos entre las jóvenes, en mi pacto presidencial la contracepción será libre y gratuita para todas las chicas de menos de 25 años.
Las movilizaciones insolentes y masivas de las militantes feministas de los años 70 han permitido el paso desde la omnipotencia paternal a la autoridad de ambos progenitores, así como el divorcio por mutuo consentimiento. Gracias a la vigilancia de las asociaciones de mujeres y a la fuerte voluntad política de la izquierda y de sus representantes electos, entre los que había pocas mujeres y fue preciso también que muchos hombres se comprometiesen sin temor al ridículo, se reclamó y votó el reembolso de la interrupción voluntaria del embarazo con François Mitterrand, el reconocimiento de la violación como lo que es, un crimen, la ley Roudy y Génisson sobre la igualdad profesional, las leyes sobre la feminización de los nombres de oficios, sobre el acoso sexual y moral y el acoso en el trabajo, así como otras acciones de las que estoy orgullosa: la píldora del día siguiente dispensada gratuitamente a las menores en los establecimientos escolares, la reforma de la autoridad parental, la creación del permiso de paternidad, la posibilidad de que las madres transmitan sus apellidos a su hijo y, por último, el plan de construcción masiva de guarderías infantiles, interrumpido por la derecha y cuya antorcha retomaré instaurando, como parte del pacto presidencial, un servicio público para la primera infancia y la obligación de escolarización para todos los niños a partir de los 3 años de edad. Y a pesar de todos estos avances, ¡cuántas contradicciones tenaces y cuántas diferencias persistentes, cuántas desigualdades nuevas que se suman a las antiguas!

Es cierto que hay más mujeres instruidas y más asalariadas, pero también hay cada vez más paradas y trabajadoras en precario. Es cierto que hay más leyes sobre la igualdad profesional, pero sigue presente el techo que crea las disparidades en cuanto a la carrera profesional y el salario. Es cierto que existe la ley sobre paridad, pero todavía son muy pocas las representantes electas y muy lenta la evolución política y sindical hacia una presencia mixta de mujeres y hombres. Es cierto que la libertad de disponer de su cuerpo fue por fin reconocida a las mujeres, pero demasiado a menudo eso se confunde con las desigualdades de acceso a la salud y con los pretendidos derechos de algunos a hacer de las mujeres cosa y mercancía, particularmente en la publicidad. Es cierto, han tenido lugar las metamorfosis de la familia, pero se ha mantenido el monopolio femenino del trabajo doméstico. Y también es preciso que todo esto cambie y que cambie mucho.
Las mujeres son las primeras víctimas de las mutaciones contemporáneas del mundo asalariado y, a escala planetaria, de una mundialización desenfrenada y mal controlada: crecimiento de la precariedad, incremento de la explotación salarial bajo todas sus formas. Las mujeres son las primeras víctimas del recorte de los sistemas de protección, del hundimiento de las solidaridades, de la brutalidad de las relaciones sociales.
Necesitan que el poder público reequilibre las relaciones de fuerza y vuelva a establecer un orden justo allí donde reina un liberalismo sin fe ni ley, un liberalismo que no sólo promueve la injusticia sino que además es despilfarrador. Así entiendo yo un Estado fuerte.
Por eso, cuando me comprometo en el pacto presidencial a ciertas reformas profundas lo hago ante todos los asalariados y ciudadanos, hombres y mujeres, pero como ya he dicho, esto permitirá avanzar también a las mujeres y resolver una parte de sus problemas.
Por ejemplo, la lucha contra el trabajo precario, incentivando a las empresas a transformar los contratos precarios, temporales y de interinidad en contratos indefinidos, no sólo hace justicia a los asalariados en general, ya que la mayoría de los trabajadores pobres son mujeres. Éstas representan el 82% de los empleos a tiempo parcial.
Cuando me comprometo con una renta de solidaridad activa, que permitirá la mejora en hasta un tercio de sus recursos a todo beneficiario de las prestaciones mínimas sociales que encuentre un nuevo empleo, esta medida va a beneficiar masivamente a las mujeres, que son el 70% de los asalariados y beneficiarios de los mínimos sociales que serán afectados por esta renta de solidaridad activa, gracias a la cual ya no volverá a ocurrir que alguien vea su nivel de vida disminuido... por haber encontrado un trabajo.
Cuando me comprometo en el pacto presidencial con la formación profesional, se garantizará la paridad en la utilización de los créditos a ella destinados. Quiero que los beneficiarios de la formación profesional sean mujeres en un 50%, no en un 20-25% como ocurre hoy, pese a que ellas son quienes más necesidades tienen en este ámbito.
Cuando me comprometo con el aumento de las pequeñas jubilaciones y de la prestación mínima de vejez, sé que me dirijo masivamente a las mujeres, titulares de más del 83% de las pequeñas jubilaciones inferiores al salario mínimo y que representan también un porcentaje similar de quienes reciben la prestación mínima de vejez.
Cuando me comprometo en la creación de un servicio público de la primera infancia, por supuesto lo hago ante padres y madres, pues reivindico la paridad parental. Pero sé muy bien que todavía recae pesadamente sobre las mujeres la carga de la conciliación de la vida familiar y de la vida profesional. En ellas he pensado, en primer lugar, al proponer este servicio público de la primera infancia para que puedan encontrar estructuras capaces de recibir a los niños con calidad, diversificadas y con un funcionamiento garantizado, de forma que les permita contar con una seguridad en su trabajo, porque la seguridad, en su sentido amplio, y la invención de seguridades nuevas se encuentra en el corazón del pacto presidencial y es su hilo conductor. Esto se observa claramente al constatar el incremento de los actos brutales, de las precariedades. Ese es el balance que nos deja la derecha, hay que reconstruir todo para inventar las nuevas seguridades que necesitamos para enderezar Francia.

Ya he dicho que el primer texto legal que será presentado ante la Asamblea Nacional será la ley marco contra la violencia sobre las mujeres. ¿Cómo se puede soportar, cómo se puede tolerar que en el país de los derechos humanos haya tanto silencio sobre una plaga tan insoportable? ¿Cómo se puede tolerar que, muriendo una mujer cada tres días bajo los golpes de su cónyuge, estos crímenes, que no sólo dañan a las mujeres, sean tapados por la ley del silencio? Hace falta poner fin a esta ley del silencio. Cuando una mujer es golpeada en el domicilio familiar, también los niños sufren cruelmente. Diré, incluso, que al plantearse el fracaso escolar de algunos niños habría que hacer un esfuerzo de aproximación a su sufrimiento sicológico. Es sabido que hay una reproducción del modelo paternal, es decir, que el mismo niño que sufrió la violencia familiar va a reproducir este modelo familiar, convirtiéndose en víctima en un doble sentido, víctima por haber sufrido la violencia y, en cierto sentido, víctima por ser autor de los golpes que va a infligir a su cónyuge. Este círculo infernal puede ser quebrantado si se quebranta la ley del silencio y si las mujeres, al igual que los hombres -pues creo que pueden ser ayudados- asumen que esta reproducción de los modelos machistas no es una fatalidad. Conseguiremos quebrantar este círculo de violencia ayudando a hombres y mujeres a mantenerse en pie, fomentando desde el comienzo el respeto mutuo entre los chicos y las chicas por medio de la educación cívica que se impartirá en la escuela.

El 8 de marzo es también un día internacional. Querría saludar de nuevo a quienes, procedentes de otros países, vecinos o lejanos al nuestro, os habéis unido a este encuentro. Si nos incumbe hacer avanzar los derechos de las mujeres en nuestros países respectivos, sabemos también que este combate es profundamente internacionalista, fundado sobre una solidaridad que no se para ante las fronteras.
Querría, por tanto, que pensemos en Ingrid Betancourt, prisionera de las de FARC desde hace cinco años, y que mantengamos nuestra movilización por su liberación. Se lo prometí a sus hijos y no quiero que pase otros cinco años en cautividad. Querría también expresar mi solidaridad con las militantes feministas iraníes llevadas ante los tribunales de Teherán por haber organizado, en junio de 2006, una concentración considerada como ilegal. Era, sin embargo, una manifestación pacífica que pretendía llamar la atención sobre las discriminaciones de las que las iraníes son víctimas en la legislación actual.
Por fin, querría transmitir a Aminata Traoré, que sabe bien cuánto me interesa esto, mi convicción de que el desarrollo de los países del Sur y, en particular, de África, pasa forzosamente por las mujeres: ellas tienen la energía, tienen el tesón, efectúan el 80% del trabajo agrícola, pero sólo tienen acceso al 5% de los créditos bancarios. Por eso quiero reformar en profundidad la ayuda al desarrollo, para que las mujeres, gracias a los microcréditos o las ayudas directas, dispongan de los medios para realizar los proyectos de los que son portadoras, ya que tales proyectos, sobre energías renovables, educación, salud, agricultura sostenible, lucha contra todas las enfermedades o control reproductivo, se encuentran en el corazón mismo de los resortes que pueden permitir a África salir de la situación en que se encuentra. Ayudaremos a las mujeres africanas, les daremos los medios de realizar sus proyectos y levantar su país.
A los jóvenes franceses cuyos progenitores llegaron desde otros lugares, quiero decirles que son los hijos legítimos de la República, sea cual sea su origen. Francia les necesita, necesita su energía, su talento, su voluntad de dirigir su propia vida. Confío en ellos. La República del respeto, que quiero dirigir junto a vosotras y vosotros, hará una lucha intransigente contra las discriminaciones y se esforzará por crear en todos los ámbitos de la vida cotidiana las condiciones de una verdadera igualdad que, a fin de cuentas, hará que Francia, uniendo a todas las suyas y a todos los suyos, sea más fuerte.

Y no quiero olvidar a todas las que han intervenido en los debates participativos, a las centenares de miles, incluso millones, de mujeres que se encuentran solas y que han venido a decirme “nunca hemos sido tomadas en consideración en los discursos políticos, pese a que sobre nosotras, tanto si somos muy jóvenes como si somos muy mayores, se acumulan todas las dificultades”. Sí, son las mujeres quienes son golpeadas en mayor grado por la soledad, las que deben afrontar en solitario la educación de los adolescentes, las que con mayor frecuencia son abandonadas por sus esposos, las que se encuentran muy solas en la viudez y al alcanzar edades avanzadas. Ellas, una vez llegadas a la tercera generación, soportan sobre sus espaldas, cuando crecen la precariedad y el desempleo, el apoyo a la generación siguiente y a sus nietos, mientras que también son las que sostienen a la cuarta generación, a sus progenitores e incluso a los de sus maridos, al igual que cargan con la atención de las personas con algún tipo de discapacidad.
Todas estas cargas recaen sobre millones de mujeres. A todas ellas quiero decirles que vamos a recuperar el servicio público, colocándolo al nivel que se merece en cuanto a las estructuras de acogimiento, la salud, los recursos de apoyo de todo tipo, la mediación familiar. A todas estas mujeres sobre las que carga de forma tan pesada todo aquello que hoy constituye el vínculo social invisible y no remunerado, les digo que no sólo no las olvidaré, sino que voy a ocuparme de ellas.

Amigas y amigos, no pido que me votéis porque soy una mujer, pero soy una mujer y conmigo llega el cambio, el verdadero cambio político. Conmigo, la política nunca más volverá a ser como antes. Ayudadme a seguir siendo yo misma y seguid unidas y unidos en tan gran número.
El homenaje que me hacéis, la felicidad que me aportáis, las tomo como estímulo para seguir siendo yo misma, y para eso podéis contar conmigo.
Por otra parte, las circunstancias me ayudan un poquito, ya que no quiero dejarme encerrar en un modelo que, por definición, no existe, ya que es una gran novedad no reducible, por tanto, a ninguna identificación. También por eso os agradezco estar aquí y alentarme a hacerlo.

Soy una mujer, soy una madre, y lo asumo en mi relación con el poder. Por eso, cada vez que hay que optar, opto por la vida. Por supuesto, en mí habla esta pertenencia, pero superándola, mezclando los géneros en un universal común. Lo que habla en mí sobrepasa mi propia identidad para dejar que lo humano se despliegue en vuestro nombre, derribando las barreras que nos encierran y las cortapisas que nos retienen. Entonces, osemos hacer esta nueva apertura, osemos hacer este cambio radical. Estamos viviendo, y el mundo entero nos mira, un momento histórico, un momento magnífico para todos los hombres y para todas mujeres de este país que tienen ganas de mirar adelante, porque el combate de las mujeres es, en verdad, un combate emancipador de los hombres y de las mujeres. Con una larga lucha hemos conquistado derechos, pero, por el bien de la humanidad, ante nosotros se abre una inmensa tarea. Desde el Norte hasta el Oeste, desde el Este hasta el Centro, en París, Beauvais, Grenoble, Rennes, Lille, Belfort, Dunkerque, Rouen, Dijon, todos estos encuentros me han dado prueba de vuestras aspiraciones y de vuestros intereses, de aquello que os compromete y nos compromete en una candidatura como mujeres de este país y como hombres abiertos y favorables a esta novedad histórica.
Quisieron doblegarme, quisieron que dudase del combate y de la batalla que libro a mi manera sobre un complejo tablero. Quisieron hacerme dudar del compromiso que hago mío desde hace tan largo tiempo. Dije que, conmigo, la política no será nunca más como antes, y hay que conseguirlo. Pero, para esto, será necesario unir y aumentar el voto de las mujeres, no dejarse encerrar en funciones limitadas, siempre las mismas, que no se parecen en nada a lo que las mujeres hacen o pueden hacer en política.

Y me dirijo también a todas las que vinieron, a veces tímidamente, y me dijeron: carecemos de estatuto. Les pregunté, “¿no tenéis estatuto?”. Sí, somos cónyuges de artesanos, de comerciantes, de agricultores, de empresarios, a menudo trabajamos en la sombra. Estas normas, por supuesto, avanzaron gracias a las leyes de la izquierda, pero todavía son muchas las mujeres que no se atreven y se dicen a sí mismas: “esto no es para mí, no llegaré hasta allí jamás”. Cuántas mujeres, dirigentes de empresas, de todo tipo de pequeñas empresas, me han dicho “cuando nos presentamos en el banco para pedir un crédito bancario”, y estoy citando un ejemplo reciente, una ostricultora de mi región que acababa de crear su empresa, “me preguntan el nombre de mi marido”. Ella dice “mi marido no es ostricultor”, y entonces la preguntan “¿Cuál es el nombre de su padre?”... “Pero mi padre no es ostricultor”. En la Francia de 2006 había banqueros que necesitaban un nombre de hombre para dar un préstamo.
Así que, mujeres, ¡atreveos! Alzad la cabeza, Francia os necesita, tomad la iniciativa, cread vuestras empresas y vuestros empleos, asumid vuestras responsabilidades y ocupad vuestro lugar. Necesitamos que lo hagáis.

En este 8 de marzo de 2007 llamo a las mujeres y a la fuerza de su voto para que, gracias a su participación, transformen el mundo, aunque yo no sea la imagen de la encarnación tradicional del poder. Llamo a las mujeres para que impongan un orden justo, diferente y abierto. Llamo a las madres y a las hijas para que la política cambie por fin, para que por fin cambie nuestra vida. Llamo a los hombres y a las mujeres de este país para cuestionar esquemas demasiado simples. Reconociendo la igualdad en la diferencia, tenemos todo por ganar. E igual que se habla de libertad, igualdad y fraternidad, hoy quiero hablar, si me aceptáis esta palabra, de la sororité [solidaridad entre hermanas].
Y quiero decir a las mujeres que claro que, afortunadamente, hay libre opción política, pero yo he observado a muchas mujeres, porque son muchas las que me escriben o vienen a las reuniones, y veo a las que dudan, a las que no han llegado a colocarse aún sobre el tablero político. A ellas les digo que salgan de la interiorización de una situación de dominación, pues creo que también es preciso recordar a todas esas mujeres confinadas en la esfera de la intimidad y que realizan trabajos no cualificados. ¿Qué sería Francia sin todos estos trabajos no cualificados? Quiero rendir homenaje a todas estas mujeres a las que tanto cuesta llegar a fin de mes y conciliar la educación de sus niños y la dureza de su trabajo. Vendedoras, cajeras, secretarias, aprendizas, ayudantes sanitarias, trabajadoras vinculadas a las industrias zapatera y textil,  trabajadoras de los servicios de limpieza, de vigilancia, de cuidado a las personas, las asistentas, mujeres negras, mujeres blancas, mujeres del Magreb, mujeres que madrugan, mujeres de las empresas agrícolas tan mal pagadas y tan poco reconocidas: os pido que les transmitáis vuestro reconocimiento.

Demos prueba de buen humor y no tengamos miedo a afirmar que la mujer es un animal político, como el hombre. Pero la política es un duro combate que se desarrolla en un entorno brutal. Reivindico la posibilidad de hacer política de otro modo, sin tener que ampararse en esa brutalidad, pues el rechazo de la brutalidad y de las violencias forma parte del combate emancipador.
Sintámonos vivos, estad conmigo, no por mí misma, sino porque quiero construir con vosotras, con vosotros, esta nueva Francia que ya apunta. Encarnad estos deseos de futuro, colocaros en la vanguardia de la emancipación. Las mujeres y los hombres que combatieron erguidos y marcaron nuestra historia colocan ahora su mirada sobre nosotras, sobre nosotros. Sin dejar que nos cambie, haremos de este poder otra cosa y lo haremos de otra manera.

La cuestión de las mujeres tiene hoy aquí, en Dijon, un valor simbólico para las mujeres y para los hombres. Este 8 de marzo de 2007 está entre vosotros y ante vosotros una mujer. Había que encontrar una bandera diferente e inesperada. ¿Y si la mujer fuese la ironía de la historia?
Dejémonos llevar por esta ironía constructora y fundadora, para decir que el cambio profundo es posible, que se es capaz de imaginar otro mundo, que se es capaz de crear juntos un orden justo que ponga fin a todas las formas de desorden, precariedad y violencia para construir una Francia que se vuelve a alzar. Os lo pido: id hacia quienes os rodean, convencerles, despertad el imaginario colectivo porque lo que está en juego, lo repito, no son sólo los cinco años próximos, sino mucho más.
Va a haber que hacer sitio a la imaginación, a la voluntad política, va a haber que enfrentarse con todas las camarillas, va a ser preciso mirar de otro modo los talentos que Francia desperdicia y darles una oportunidad de expandirse y desarrollarse.

Va a ser necesario empujar hacia delante con todas las energías, va a ser necesario intentar que Francia se reencuentre consigo misma y vuelva a echar semilla, en su diversidad, en su autenticidad, en sus tradiciones positivas, pero con toda su capacidad de mirar el futuro sin miedo. Os lo digo: juntos, no tenemos miedo. ¿Queréis esa Francia más justa? ¿Queréis esa Francia más fuerte? ¿Queréis construir ese deseo de futuro?
Entonces, vamos a conseguirlo, vamos a avanzar juntos, será difícil, va a haber momentos muy duros. Cuento con vosotros, pues vosotros sois mi equipo de campaña.
¡Adelante, viva la República, viva Francia!



Trasversales