Trasversales
Aquilino Ginory

Bertolt Brecht: una obra cargada de futuro

Revista Trasversales número 4,  otoño 2006



 
Poeta, dramaturgo, ensayista, músico, hombre de radio y cine, renovador del teatro que se diferenció del teatro del momento, ya fuese el clásico aristotélico, ya el del contemporáneo surrealista Antonin Artaud. Marxista y encarnecido antifascista, defensor de la Segunda República española, compositor de canciones para los brigadistas que vinieron a defender la justicia. Su teatro épico es uno de los movimientos más importante del mundo de la cultura del siglo XX, imprescindible para entender una Europa entre guerras y a Alemania en particular, así como el auge y posterior victoria del fascismo. Su nombre es Bertolt Brecht y el pasado verano se conmemoró el 50 aniversario de su muerte.

Nació en Augsburgo en 1898, en un entorno familiar de clase media. Estudia medicina en Múnich, después de ser llamado a filas para la Primera Guerra Mundial como soldado sanitario. En los años veinte se estableció en su querida ciudad de Berlín, donde cosecharía sus mayores éxitos.
Su interés personal en hacer un nuevo teatro donde no tuvieses que implicarte ni identificarte con ninguno de los personajes de la función, le llevó a desarrollar un teatro social, crítico y mordaz contra el capitalismo reinante. Consideraba que el fascismo era una evolución del capitalismo, y llenó su teatro de gente tan grotesca como patética, fustigando a la burguesía y haciendo de ella un retrato odiosamente actual. Los tiburones, los piratas, chulos asesinos y ladrones, estafadores, empresarios sin escrúpulos, agitadores camorristas con fines conservadores y retrógrados, así como sus víctimas y las guerras y la pobreza del día a día de la clase trabajadora son los ejes centrales en la obra de Brecht. Sólo hay que ver La ópera de los tres peniques de 1929, hecha en colaboración con el músico Kurt Weill, para saber de qué estoy hablando. Una obra que se sigue representando año tras año en cualquier lugar del mundo. Hace 3 años, en el teatro de la Zarzuela, Calixto Beito hizo de ella uno de los montajes más extraordinarios que he visto, y, ahora mismo, nada más y nada menos que Alan Cumming y Cyndi Lauper hacen su Ópera en el mismo corazón de Broadway y está más viva que nunca. Para nuestra desgracia.

La meta estaba en hacer desde lo artístico un verdadero cambio social. Y eso le llevó al exilio en 1933. Desde que el nacionalsocialismo ganara las elecciones en 1933, toda su obra fue prohibida y sus libros quemados. Para él, uno de los periodos más duros -aunque creativo- de su vida sería el exilio que lo llevaría por Austria, Suiza y París, donde otra vez con Kurt Weill y Lotte Lenya montan Los siete pecados capitales, para mayor gloria del ballet de Balanchine, consiguiendo un éxito rotundo en su época. Más tarde montarían La grandeza y decadencia de la ciudad de Mahogonny, casi antecesora del trabajo de Lars von Trier en sus magníficas Dogville y Manderley.
Como buen hombre de su tiempo, probó con el cine dirigiendo dos cintas. Una es un olvidado trabajo, Mann ist mann,  de 1931, pero la otra es una joyita del séptimo arte y cuenta la historia de un barbero aburrido de cuidar las barbas de sus cliente y un buen día decide no levantarse de su cama. Pero su trabajo más conocido es de guionista, en Kuhle Wampe, dirigida por Slatan Dudow en 1933, un documental sobre la sociedad alemana en 1932.

Mientras que hoy día suena su Mack the knife en cualquier radio, en voces tan diversas como Bobby Darin, Ella Fitzgerald o el mismísimo Miguel Ríos, a Brecht no le fue tan bien en la que por entonces era “tierra de las oportunidades”, mientras que su amigo Kurt Weill trabajaba sin descanso colaborando con Fritz Lang, Mitchell Leisen o Dieterle. El origen socialista marxista adquirido desde su juventud influyó para ser marcado como comunista, conflictivo y peligroso. Años más tarde, en 1947, fue reclamado para declarar por el Comité de Actividades Antiestadounidenses, en aquella operación seudo fascista, ahora cuasi literaria caza de brujas. Otra vez la huida, hacia la vieja Europa esta vez, corriendo la misma suerte que el autor de La montaña mágica, Thomas Mann: dos fracasados en el peor momento político de Hollywood. Al serle prohibida la entrada en Alemania Occidental, tuvo que vivir en Austria después de pasar un año dando tumbos entre París y Zúrich. A principios de los 50 regresó a su Berlín, donde se dedicaría por completo y con toda su alma al teatro y la poesía. Allí moriría un cálido agosto de un ataque al corazón en Berlín.

Escribo este artículo en el día de la madre en Estados Unidos. Hoy, las mujeres de varias organizaciones se plantaron ante la Casa Blanca para pedir que pare una guerra mezquina, cruel y sin un final previsible, una guerra con miles de muertos civiles. Una guerra hecha por nuevos tiburones, canallas sin escrúpulos.
Para ellas y contra todas las guerras del mundo, estos versos del poeta:

¿Qué recibió la mujer del soldado
desde Praga, la viaja capital?
De Praga recibió un par de zapatos,
un saludo y zapatos de tacón.
Eso de Praga recibió.
¿Que recibió la mujer del soldado
de Varsovia, cruzada por el Vístula?
Recibió de Varsovia una camisa
de lino con un hermoso color.
Eso de Varsovia recibió


(De Scheweik en la Segunda Guerra mundial, 1942. Poemas y canciones. Alianza editorial. Versión de Jesús López Pacheco sobre la traducción directa del aleman de Vicente Romano)


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