Trasversales
Leonardo G. Rodríguez Zoya

Nuestra Tierra Patria y la reforma del pensamiento

Revista Trasversales número 3,  verano 2006

Este texto fue publicado en la edición impresa Nº5 de la Revista Humanimal correspondiente al trimestre Septiembre-Octubre-Noviembre de 2004. Leonardo G. Rodríguez Zoya coordina el excelente espacio Pensamiento Complejo




Vivimos un fenomenal subdesarrollo poético de nuestro espíritu y una tremenda inteligencia ciega producida por nuestra tecnociencia y nuestro sistema educativo. La palabra amor ha sido consagrada al oscurantismo político. La política se vuelve incapaz de responder a los problemas fundamentales y vitales del hombre, al mismo tiempo que esos problemas se politizan. Estamos en la edad media de nuestro sistema solar. Consagrados al inacabamiento y arrojados a la aventura desconocida de nuestra vida singular y del destino humano en plural. Somos frágiles y efímeros pero debemos aprender a resistir la crueldad del mundo. Vivimos en la prehistoria del espíritu y en la edad de hierro planetaria. ¿Seremos capaces de civilizar nuestras ideas? ¿De concebir una ética de la comprensión? ¿Podrá la humanidad dar a luz a la humanidad? ¿Podremos habitar poéticamente la tierra algún día?

La edad media del Sol

Nuestro sol, pequeña estrella, dulce luz en torno a la cual la vida es posible, surgió hace 5 mil millones de años. Tiene calculada una vida de 10 mil millones de años. Estamos, en efecto en la edad media del sol. Las primeras formas de organización viviente surgieron hace 4 mil millones de años, casi junto con nuestro sol; y nosotros, pigmeos y minúsculos humanos, hemos surgido a lo largo de un proceso complejo de unos 7 millones de años a través de la hominización. Puede entonces tener algún sentido preguntarse por nuestro universo y nuestra posición en él. ¿Qué hubiera pasado si la vida hubiese surgido más tarde? Probablemente no hubiera tenido tiempo de desarrollarse, y la emergencia de la conciencia humana se aproximaría entonces al punto cercano del bostezo de fuego final, a la oscuridad reinante del hielo y la sombra en nuestro planeta. Sin embargo hoy parece más probable y cercana la muerte de la humanidad justamente a causa de su propia ceguera y sus poderes autodestructivos que por el relámpago final de fuego de nuestro sol. La muerte está en nuestros dos horizontes: el del auto-aniquilamiento y el de la muerte cósmica.

La identidad humana y la perdición en el cosmos

Venimos de un universo que se creó al desintegrarse, que lleva en su origen lo desconocido, lo insondable, lo incognoscible. Ya sea un “suceso inicial” o un “accidente”, eso resulta inconcebible para nuestro conocimiento actual, y quizás también para las capacidades cognitivas de nuestro espíritu – cerebro. Sin embargo ese cosmos se autocreó, se autoprodujo y se autoorganizó. Luego de miles de millones de años, quizás con desechos de un sol anterior al nuestro, nació nuestro planeta Tierra en dependencia del Sol, ubicado en una zona periférica de la Vía Láctea, galaxia su vez marginal y perdida en el cosmos.
Sin embargo fue en nuestro astro periférico, donde por una mezcla de azar y necesidad surgió de un modo marginal en la historia de la tierra, la auto-organización viviente. Y de un modo marginal y reciente en la historia de la vida de una rama del mundo animal, a través de la hominización, surgió la especie Homo Sapiens.
He aquí nuestro planeta: La Tierra es una unidad compleja que es a su vez física-biológica-antropológica. He aquí al hombre: ser plenamente biológico y plenamente cultural. Sin embargo el hombre es troceado en fragmentos entre disciplinas y ciencias compartimentadas y aisladas. Hay que establecer un ida y vuelta (bucle recursivo) entre lo biológico y lo cultural. La humanidad no se reduce a la animalidad, pero sin animalidad no hay humanidad.
Hay que conectar y vincular los componentes de la unidad múltiple de la identidad humana, y esto implica revolucionar el concepto mismo de hombre y de humanidad. El hombre occidental (homo occidentalis) ha ignorado y marginado las raíces terrestres, físicas y biológicas del hombre. Hay que movilizar y re-ligar estas grandes identidades con las esferas de vida que son creadas y re-generadas por el mismo hombre: el espíritu, los mitos, la conciencia, las ideas.

La Tierra Patria

El conocimiento del cosmos no ha permitido que el cosmos penetre en nuestros espíritus. Concebimos la humanidad fuera del cosmos. Somos extranjeros de ese cosmos que nos rodea y del cuál hemos surgido. Debemos enraizar la humanidad en el cosmos para recuperar una parte de nuestra identidad olvidada y marginada. Venimos del cosmos y moriremos con él.
El universo mismo se dirige hacia la muerte. Tenemos que tomar conciencia de nuestra finitud y renunciar a los falsos infinitos. Estamos perdidos, irremediablemente perdidos y no hay salvación si esto significa escapar a la perdición. Pero si salvación quiere decir escapar de lo peor, entonces es posible continuar nuestra aventura y trabajar en el plano cotidiano, en la esfera práctica de cada uno por cultivar una ética de la comprensión, de la fraternidad, del amor; para intentar por lo menos evitar una muerte prematura de la humanidad e intentar regar nuestro jardín terrestre, lo que quiere decir civilizar la tierra conservando la unidad – diversidad humana. No habitaremos nunca el paraíso terrestre, no alcanzaremos jamás la flor soñada ni recuperaremos el pétalo perdido; estamos condenados al inacabamiento y a la ausencia de fundamento último. En el horizonte pasado y lejano está lo incognoscible de lo cual emerge lo cognoscible. Sin embargo estamos en un mismo hogar en el cosmos: nuestra TIERRA – PATRIA, a la que debemos reconocer como el techo común donde nuestra vida es posible. Debemos reconocernos como hermanos de la comunidad de destino planetaria, como miembros de la comunidad de muerte y sufrimiento terrícola.
El evangelio de la perdición es re-ligioso en su sentido literal: quiere decir volver a unir, llama a no fragmentar y a no dividir. Las religiones con dioses situaban la proa visionaria en la esperanza de un más allá, de una salvación meta-humana. El hombre ha creado sus religiones de salvación terrestre: la fe en la razón, el progreso de la ciencia, la sociedad sin clases. El evangelio de la fraternidad sería una religión terrícola, no supraterrestre ni tampoco de salvación terrestre.
Si queremos que la Tierra sea un lugar habitable para todos, entonces parece urgente y necesario una profunda transformación de nuestras sociedades y de nosotros mismos. Ahora es necesario problematizar al hombre y a su conciencia. Se exige una auto-crítica y un examen ético de nosotros mismos, de nuestro pensamiento y modos de conocimiento.

El homo sapiens-demens: complejizar al homo


El progreso de los conocimientos acerca del hombre y la humanidad, produce también terribles regresiones en la comprensión de la condición humana. La razón no sólo engendra elucidación y una cierta explicación de los fenómenos, sino que también tiende a racionalizarse, a encerrarse en sí misma y a producir una razón y una inteligencia ciega. El desarrollo disciplinario de la ciencia produce una hiper-especialización tal que el complejo humano es troceado en fragmentos dentro de las ciencias sociales, y polarizado entre ellas y las ciencias de la naturaleza.
El marxismo parte de una antropología restringida, el hombre de Marx es fundamentalmente homo faber y homo economicus. Pero ¿dónde está la poesía, el sentimiento, la vida, el juego? Es necesario complejizar al hombre genérico de Marx. También en nuestras sociedades técnico-científicas-capitalistas-occidentales hay una primacía del homo sapiens-faber-económicus-empíricus que produce una valorización hiper-prosaica del hombre. El estado de prosa remite al trabajo y a las obligaciones, nos coloca en una situación utilitaria y funcional. Así el modo de vida poético es marginado a la esfera privada, individualmente restringida y al alcance de quienes pueden obtener las condiciones de beneficio y rentabilidad para acceder al goce y el ocio.
Es necesario tomar plena conciencia de las necesidades poéticas del hombre. Tanto en la vida práctica cotidiana como en el campo del saber científico es necesario complejizar y enriquecer el concepto restringido de homo. El hombre necesita una concepción de hombre que no mutile y desmigaje al hombre, hay que complejizar y complementar la visión unidimensional que define al ser humano por la racionalidad (homo sapiens), por la técnica (homo faber), por las actividades utilitarias y de beneficio (homo economicus) y por las actividades obligatorias (homo prosaicus). Se vuelve fundamental retomar la idea de hombre genérico de Marx y enriquecerla a través de algunos caracteres complementarios y antagonistas.
El ser humano es:
sapiens – demens (racional y delirante, del mito, de la afectividad)
faber – ludens (hombre del trabajo y hombre del juego)
empírico – imaginario
económico - dilapidador
prosaico – poético
Necesitamos una concepción de humanidad que por un lado no margine ni disuelva al individuo en la sociedad; y que, por otro, permita relacionar nuestra identidad plenamente psico-individual-social-histórica con la naturaleza (identidad biológica-animal) y con nuestra Tierra Patria (identidad terrícola). Esta concepción de homo complexus debe arraigarse en nuestras conciencias y en la ciencia misma. Debería posibilitarnos desarrollar un pensamiento que intente reunir y organizar los componentes biológicos, culturales, sociales e individuales de la complejidad humana.
La relación complementaria–antagonista [sapiens – demens] esbozada anteriormente debe unirse a una concepción trinaria de humanidad que permita superar el estancamiento sociológico que sólo puede ver parcialmente la relación individuo —-> sociedad y que queda ciego ante la tercera pata de nuestra tríada: la especie.
La relación [individuo – sociedad – especie] es complementaria y antagonista, la trinidad no es una pirámide jerárquica, no hay una relación de superioridad entre los términos, cada una de las instancias remite a la otra y no pueden concebirse aisladamente. El individuo es producto de la sociedad que lo produce y lo socializa a través de la inscripción en él de la cultura. Al mismo tiempo la sociedad es producto de las inter-relaciones entre individuos.
En definitiva los tres términos son los medios y los fines los unos de los otros; y no es posible ni jerarquizarlos ni reducirlos.
Por una reforma del pensamiento y una reforma de la educación
La interrogación inicial sobre nuestra posición en el cosmos y la unidad múltiple de la identidad humana nos permitió delinear la importancia de una conciencia terrícola que nos permita situarnos como miembros de la comunidad de destino planetario. Luego hemos intentado complejizar y enriquecer el concepto de homo. Ahora es necesario apuntar al agujero negro de nuestra ceguera. Debemos interrogarnos sobre nuestro modo de pensar y de conocer, y sobre el status del saber en nuestras sociedades. Esta inquietud no apunta tanto a vislumbrar una metodología para conocer lo que ignoramos, sino más bien a esbozar un principio de método, es decir un camino que permita interrogarnos desde una posición autocrítica y autoobservadora. El meollo de la cuestión está en la ignorancia y ceguera que produce nuestro propio conocimiento y en la insuficiencia de nuestro método de conocimiento.

La democracia cognitiva

Parecería haber una expansión descontrolada del saber, al que sólo pueden acceder expertos por medio de la especialización y el conocimiento técnico. En este contexto, el saber es producido menos para ser pensado y articulado que para ser capitalizado de manera utilitaria, anónima e irresponsable. Por lo tanto el ciudadano pierde el derecho al conocimiento y a un pensamiento capaz de interrogar los problemas vitales y fundamentales que son relegados al conocimiento anónimo de los expertos. Vivimos en un profundo déficit democrático del saber; urge plantear la exigencia de una democracia cognitiva que permita re-situar el saber y el conocimiento en nuestras sociedades.

El subdesarrollo científico

El experto es supuestamente el sujeto capaz de resolver los problemas vitales y fundamentales, justamente por su supuesta especialización y supuesto conocimiento pertinente. Pero paradójicamente es este tipo de inteligencia y pensamiento hiper-especializado el que se vuelve incapaz de abordar de un modo no mutilante y simplificador los problemas fundamentales de nuestro tiempo.
La universidad y la investigación producen una mutilación y una ceguera en el corazón mismo del saber. Hay un nuevo oscurantismo que proviene de quienes creen detentar la luz de las letras y la reflexión científica. Desde el comienzo de los estudios universitarios se nos convence de lo necesario que es la especialización en un campo puntual de nuestra ciencia. Se nos inyecta en el imaginario científico, que considera imposible un conocimiento que sea capaz de articular y pensar las cuestiones generales y los problemas fundamentales, porque son demasiado generales, abstractos y no operacionalizables. De ese modo somos convertidos en verdaderos científicos, en correctos estudiantes, en valorados especialistas, en investigadores pertinentes, que al encontrarse con otros ciegos miembros de la comunidad científica en congresos, charlas y mesas redondas no percibimos nuestra ceguera puesto que todos compartimos el mismo paradigma de pensamiento que controla todo nuestro campo cognitivo.
De este modo se opera una separación y fragmentación entre los saberes producidos en diferentes campos disciplinarios puesto que quedan incomunicados y no pueden ser articulados. La Microfísica dialoga poco con la Macrofísica. La Antropología no se encuentra casi nunca con la Ciencia Política. La Biología problematiza al cerebro. La Filosofía interroga al espíritu. La Psicología se pregunta por la mente. Todas fragmentan y desmigajan, a su modo, el complejo humano. Las ciencias no sólo no se comunican entre sí, sino que se excluyen las unas a las otras. Pero por otro lado, también la ciencia misma sufre ceguera y mutilación porque es incapaz de cuestionarse, se vuelve incapaz de reunir sus conocimientos y reflexionarlos.

Los hijos de la ciencia anónima

En todas nuestras universidades reina hoy una ciencia anónima que se funda en la exclusión del cognoscente. Hay un subdesarrollo de los espacios de auto-reflexión y auto-crítica. Vivimos en la carencia total de momentos colectivos que inviten y promuevan a los estudiantes a pensarse y reflexionarse como estudiantes, y a los docentes a hacerlo como tales. Y esto es lo que profundiza nuestra ceguera y hace de nuestras ciencias las hijas más ciegas de sí misma. Sin embargo éste es el signo más cotidiano y menos problematizado, y también el más preocupante puesto que revela que nuestras “disciplinas” (sociales, humanas, físicas, biológicas) tienen el mal de la hipertrofia del conocimiento sin sujeto. Nosotros mismos (estudiantes, docentes, investigadores, académicos) estamos fuera de la ciencia, autoexpulsados del conocimiento que creemos poseer justamente a causa de nuestra irreflexión sobre nuestro conocimiento y sobre nosotros mismos. En general se reflexiona muy poco sobre el conocimiento, y menos aún sobre los sujetos que producen y reproducen el saber de una disciplina.
Debemos valernos de nuestro pensamiento no sólo para pensar, sino también para interrogar nuestro modo de pensamiento y organización de los conocimientos. Debemos reorganizar nuestro sistema mental para reaprender a aprender, para concebir a la ciencia como praxis social, para concebirnos a nosotros como sujetos activos y regeneradores del conocimiento, para alertarnos sobre los errores, cegueras e ilusiones de nuestro propio conocimiento.

Repensar la reforma

En América Latina hace falta una reforma universitaria; pero sobre todo, en la medida en que ésta pueda conectarse con una reforma del pensamiento. La lucha exige un doble principio de revolución / conservación. Mantener los actuales logros de la educación pues la universidad debe ser ante todo un espacio para preservar y salvaguardar: el pensamiento, la reflexión, el conocimiento, el pasado, la memoria. Pero esta conservación es estéril si se torna dogmática y cerrada. Es cierto que las instituciones educativas son presas de una enorme burocratización y rigidez, y en ellas muchos docentes e intelectuales se han anclado en sus soberanías disciplinarias para ejercer la mera “transmisión de conocimientos”. Como “verdaderos pensadores e intelectuales” que creen ser, marginan al alumno-estudiante a la posición del no saber, a la pasividad y al acopio de información, conceptos y teorías. Estos docentes favorecen así la formación de “cabezas bien repletas de conceptos”, pero no “cabezas bien puestas” capaces de pensar y auto-reflexionarse. Es por eso que la reforma universitaria exige también una dimensión revolucionaria, porque lo que hay que replantear totalmente son las relaciones: estudiante – docente – universidad y por otro lado ciencia – conocimiento – sociedad.
No se trata simplemente de un cambio, por así decirlo programático, de democratización de las universidades, de generalización del estado de estudiante, de concursos públicos a cargos docentes, de aumentos de sueldos, de cambios en el contenido de los programas; si bien todo esto lo reconocemos como necesario, este conjunto de reformas gira en torno al gran agujero negro que es nuestro modo de pensamiento.
La reforma del pensamiento debería llevarnos a una nueva organización de nuestro saber, lo cual implicaría la reforma-reorganización de las instituciones educativas. Parece necesario reformar nuestras mentes para cambiar la educación. Pero es necesario reformar la educación para reformar el pensamiento. El círculo parece enviciado e infinito. ¿Quién encarará esta reforma? ¿Cómo llevarla adelante? ¿Quién educará a los educadores? Quizás comience por algunos pocos marginados y marginales que se sientan animados por regenerar la educación, por quienes consideren que una enseñanza educativa es una pieza clave en todo proyecto antropolítico (es decir una estrategia política que apunte al desarrollo humano en el sentido pleno de la relación trinaria individuo-sociedad-especie). No importa si estos sujetos son estudiantes, docentes, eminentes académicos o profesionales notables. No es posible enunciar un sujeto providencial a priori, como tampoco es posible enunciar programáticamente los pasos para una revolución de las cabezas, es decir para una reforma del pensamiento.

La prehistoria del espíritu y la edad de hierro planetaria

No podemos sustraernos ni a la esperanza, ni a la desesperanza pero debemos confiar en las potencialidades ocultas y no desarrolladas de nuestro espíritu. Tanto la ciencia, como el mito, como la religión, como el derecho y la poesía emergen de un mismo cerebro – espíritu humano capaz de producir infinidad de diversidades e infinitas cegueras. El cerebro de 1500 cm3 que dispone el homo sapiens surgió hace 100.000 años, sin embargo sapiens no pudo utilizar muchas de sus potencialidades que estaban ocultas e inutilizadas, pero que han posibilitado miles de años después la emergencia de un Mozart, Gandhi, Marx, DaVinci, Stalin, Hitler, Platón. Estamos en la prehistoria de nuestro espíritu, la mente humana tiene aún muchas potencialidades que no se han expresado y que tampoco podemos imaginar. Es posible, urgente y necesario que desde nuestras posiciones anónimas y marginales trabajemos por crear lazos y vínculos comunitarios que nos permitan volver a unir y articular lo que ha sido separado. Que trabajemos por una reforma del pensamiento que nos haga menos ciegos y mutilantes de nuestras prácticas científicas y profesionales. Es posible, aunque no probable en lo inmediato, que podamos salir de la edad de hierro planetaria y cultivar nuestro jardín terrestre. La misión compete al hombre genérico en su dimensión más poética y prosaica. Es una tarea antropo-histórica que nos involucra como individuos, como miembros de nuestras comunidades científicas, como pertenecientes a la comunidad de problemas y destino latinoamericanos y como hermanos de nuestra Tierra-Patria. El comienzo para regenerar la humanidad está en nosotros, por más minúsculos y marginales que nos sintamos, porque de hecho lo somos, sabiendo que avanzamos hacia un destino incierto en una aventura desconocida.


Bibliografía:

- Morin, Edgar. La Cabeza bien puesta. Buenos Aires. Nueva Visión. 1997.
- Morin, Edgar. Tierra - Patria. Buenos Aires. Nueva Visión. 1995.
- Morin, Edgar. Introducción al pensamiento complejo. Madrid. Gedisa. 1995.
- Morin, Edgar. El Método V. La humanidad de la humanidad. España. Cátedra. 2002
- Morin, Edgar. Introducción a una política del hombre (1965). España. Gedisa. 1997.



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