Trasversales
Uri Avnery

Rottweilier de EEUU

Revista Trasversales número 3,  verano 2006. Uri Avnery es una destacada personalidad del movimiento por la paz israelí. Texto escrito el 26 de agosto de 2006



En su último discurso, que enfureció a tanta gente, el presidente sirio Bashar al-Assad pronunció una frase digna de atención: "cada nueva generación árabe odia a Israel más que la anterior". De todo lo que se ha dicho sobre la segunda guerra de Líbano, éstas son quizás las palabras más importantes.

El producto principal de esta guerra es el odio. Las imágenes de muerte y destrucción en Líbano entraron en cada hogar árabe y, de hecho, en cada hogar musulmán, desde Indonesia a Marruecos, desde Yemen a los ghettos musulmanes en Londres y Berlín. No durante una hora o un día, sino durante 33 días sucesivos, día tras día, hora tras hora. Los cuerpos destrozados de bebés, las mujeres llorando sobre las ruinas de sus hogares, los niños israelíes que escriben "saludos" en los proyectiles que serán lanzados sobre los pueblos, Ehud Olmert perorando sobre "el ejército más moral del mundo" mientras que la pantalla mostraba un montón de cadáveres.
Los israelíes ignoraron estas imágenes; es más, de hecho apenas aparecieron en nuestra televisión. Por supuesto, podíamos verlas en Al Jazeera y algunos canales occidentales, pero los israelíes estaban mucho más preocupados por los daños ocasionados en nuestras ciudades norteñas. Los sentimientos de compasión y empatía hacia los no-judíos han perdido aquí su filo hace ya bastante tiempo.

Pero es un error terrible ignorar este resultado de la guerra. Es mucho más importante que la colocación de algunos miles de soldados europeos a lo largo de nuestra frontera, con el visto bueno de Jezbolá. Podrá perjudicar aún a otras generaciones de israelíes, cuando los nombres de Olmert y Halutz estén muy olvidados y ni siquiera Nasrallah recuerde el de Amir Peretz.

Para que quede claro el significado de las palabras de Assad hay que situarlas en su contexto histórico. El proyecto sionista en su conjunto ha sido comparado al trasplante de un órgano en un cuerpo humano. El sistema inmunitario natural se subleva contra el implante intruso, el cuerpo moviliza toda su energía para rechazarle. Los médicos utilizan una potente medicación para superar el rechazo, a veces durante mucho tiempo, incluso hasta la muerte del cuerpo afectado, del que forma parte el órgano trasplantado. Por supuesto, esta analogía, como cualquier otra, se debe tratar con prudencia. Una analogía puede ayudar a que las cosas se entiendan, pero sólo eso.
El movimiento sionista ha implantado un cuerpo extraño en este país, que entonces era parte del espacio árabe-musulmán. Los habitantes del país y toda la región árabe rechazaron la entidad sionista. Desde entonces, el asentamiento judío ha tomado raíces y se ha convertido en una auténtica nueva nación arraigada en el país. Su capacidad defensiva contra el rechazo ha crecido. Esta lucha se ha desarrollado durante 125 años, haciéndose más violenta de generación en generación. La pasada guerra fue otro de sus episodios.
¿Cuál es nuestro objetivo histórico en esta confrontación? Un idiota dirá que resistir al rechazo con dosis cada vez mayores de medicamentos, facilitados por EEUU y el mundo judío. Los más idiotas agregarán: "No hay solución. Esta situación durará siempre. No puede hacerse otra cosa que defenderse guerra tras guerra. Y la siguiente guerra ya está llamando a la puerta".

La gente sabia dirá: nuestro objetivo es lograr que el cuerpo acepte el trasplante como uno de sus órganos, de forma que el sistema inmunitario ya no quiera tratarnos como a un enemigo que debe ser eliminado a cualquier precio. Y si éste es el objetivo, debe convertirse en el eje principal de nuestros esfuerzos. Lo que quiere decir que cada una de nuestras acciones se debe juzgar según un simple criterio: ¿sirve a ese objetivo o lo obstaculiza?
Según este criterio, la segunda guerra de Líbano ha sido un desastre. Hace 59 años, dos meses antes del comienzo de nuestra guerra de independencia, publiqué un folleto titulado "Guerra o paz en la región semítica". Sus palabras iniciales eran:
"Cuando nuestros padres sionistas decidieron crear un 'refugio seguro' en Palestina, tenían ante sí dos posibles caminos.
Podrían aparecer en Asia Occidental como un conquistador europeo, que se ve a sí mismo como cabeza de puente de la raza 'blanca' y amo de los nativos, como los conquistadores españoles y los colonos anglosajones en América. Eso es lo que hicieron los cruzados en Palestina.
La segunda vía era considerarse como una nación asiática que volvía a su hogar, una nación que se considera como heredera del patrimonio político y cultural de la raza semítica y que está preparada para unirse a los pueblos de la región semítica en su guerra de liberación contra la explotación europea
".
Como es bien sabido, el Estado de Israel, que fue establecido algunos meses más tarde, eligió la primera vía. Tendió su mano a la Francia colonial, intentó ayudar a Gran Bretaña a recuperar el canal de Suez y, desde 1967, se ha convertido en la hermanita de Estados Unidos.

Eso no era inevitable. Por el contrario, a lo largo de los años ha habido un creciente número de indicios de que el sistema inmune del cuerpo árabe-musulmán está comenzando a incorporar el trasplante, como un cuerpo humano acepta el órgano de un pariente cercano, y está preparado para aceptarnos.
Uno de esos indicios fue la visita de Anwar Sadat a Jerusalén. Otro, el tratado de la paz firmado con nosotros por el rey Hussein, descendiente del profeta. Y, lo más importantemente, la decisión histórica de Yasser Arafat, líder del pueblo palestino, para hacer las paces con Israel.
Pero tras cada enorme paso adelante, vino un paso israelí hacia atrás, como si el transplante rechazase ser aceptado por el cuerpo en que está implantado. Como si se hubiese acostumbrado tanto a ser rechazado que hiciese todo lo posible para inducir al cuerpo a que lo rechace aún más.

En ese contexto deben ser calibradas las palabras de Assad júnior [nacido en 1965, hijo del anterior presidente sirio], miembro de la nueva generación árabe, al finalizar la reciente guerra.
Una vez evaporados, uno tras otro, los objetivos específicos de la guerra planteados por nuestro gobierno, una nueva razón fue puesta encima de la mesa: esta guerra era una parte del "choque de civilizaciones", la gran campaña del mundo occidental y de sus altos valores contra la bárbara penumbra del mundo islámico. Esto, por supuesto, recuerda algunas de las palabras escritas hace 110 años por el padre del sionismo moderno, Theodor Herzl, en el documento de fundación del movimiento sionista: "En Palestina... constituiremos para Europa una parte del muro contra Asia, y serviremos como vanguardia de la civilización contra la barbarie". Sin saberlo, Olmert casi repitió esta fórmula en su justificación de su guerra, para satisfacer al presidente Bush. De vez en cuando, alguien inventa en EEUU un lema vacío pero fácilmente digerible, que domina el discurso público durante cierto tiempo. Parece que cuanto más estúpido es el lema, más oportunidades tiene de convertirse en el faro que guía a los medios académicos y mediáticos, hasta que aparece otro lema y le reemplaza.

El último ejemplo es el lema "choque de civilizaciones", acuñado por Samuel P. Huntington en 1993 (tomando el relevo del "fin de la historia").
¿Qué choque de ideas hay entre la musulmana Indonesia y la cristiana Chile? ¿Qué lucha eterna entre Polonia y Marruecos? ¿Qué une a Malasia y Kosovo, dos naciones musulmanas? ¿O a dos naciones cristianas como Suecia y Etiopía?
¿En qué son más sublimes las ideas de Occidente que las de Oriente? El imperio musulmán otomano recibió con los brazos abiertos a los judíos que huyeron de las llamas del "auto de fe" de la inquisición cristiana en España. La más cultivada de las naciones europeas democráticas eligió a Adolf Hitler como líder y perpetró el Holocausto, sin que el Papa alzará su voz para protestar.
¿En que son superiores los valores espirituales de EEUU, actual Imperio de Occidente, a los de India y China, las estrellas en ascenso de Oriente? El propio Huntington se vio obligado a admitir que "Occidente no ganó el mundo no por la superioridad de sus ideas, sus valores o su religión, sino por su superioridad en la aplicación organizada de la violencia. Los occidentales olvidan a menudo este hecho, los no-occidentales nunca lo olvidan".
En Occidente las mujeres sólo consiguieron el voto en el siglo XX, y la esclavitud fue abolida en la segunda mitad del siglo XIX. Y el fundamentalismo también está ahora levantando cabeza en la principal nación de Occidente.
¿Qué interés, por el amor de dios, tenemos en ofrecernos voluntariamente como vanguardia política y militar de Occidente en este imaginario choque?

Lo cierto, evidentemente, es que todo este cuento del choque de civilizaciones sólo es una cobertura ideológica para algo que no tiene ninguna conexión con las ideas y los valores: la determinación de EEUU para dominar los recursos del mundo, especialmente el petróleo.
La segunda guerra de Líbano es considerada por muchos como una "guerra por poderes". Es decir: Jezbolá es el doberman de Irán, nosotros el rottweiler de Estados Unidos. Jezbolá consigue dinero, cohetes y apoyo de la República Islámica, nosotros conseguimos dinero, bombas de racimo y apoyo de Estados Unidos.
Es verdad que se exagera. Jezbolá es un movimiento libanés auténtico, arraigado profundamente en la comunidad chiíta. El gobierno israelí tiene sus propios intereses (los territorios ocupados) que no dependen de Estados Unidos. Pero no hay duda de que hay mucha verdad en la consideración de que esta guerra también ha sido una guerra librada a través de intermediarios.
Estados Unidos está luchando contra Irán porque Irán tiene un papel dominante en la región en la que están localizadas las más importantes reservas de petróleo del mundo. No se trata sólo de que Irán esté sentado sobre enormes depósitos de petróleo, sino también de que con su ideología islámica revolucionaria también amenaza el control estadounidense sobre otros países petroleros vecinos. El petróleo, recurso en declive, se hace cada vez más esencial en la economía moderna. Quien controla el petróleo controla el mundo.

Estados Unidos atacaría a Irán incluso aunque ese país estuviese poblado por pigmeos devotos de la religión del Dalai Lama. Hay una llamativa semejanza entre George W. Bush y Mahmoud Ahmadinejad. Uno tiene conversaciones personales con Jesús, el otro tiene línea directa con Alá. Pero el nombre del juego es dominación.
¿Qué interés tenemos en implicarnos en esta lucha? ¿Qué interés tenemos en ser mirados -adecuadamente- como los lacayos del mayor enemigo del mundo musulmán en general y del mundo árabe en particular?
Deseamos vivir aquí dentro de 100 años, dentro de 500 años. Nuestros intereses nacionales más básicos exigen que extendamos nuestras manos a las naciones árabes que nos aceptan, y actuemos junto con ellas para rehabilitar esta región. Eso era verdadero hace 59 años, y lo será dentro de otros 59 años.
Los pequeños políticos como Olmert, Peretz y Halutz no puede pensar en estos términos. No ven más allá de sus narices. ¿Pero dónde están los intelectuales, que deberían tener más alcance de miras?
Puede que Bashar al-Assad no sea uno de los grandes pensadores del mundo. Pero su declaración debería ciertamente hacer que nos tomásemos un tiempo para pensar.

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