Trasversales
Edgar Morin

Pensar el Mediterráneo
y mediterraneizar el pensamiento


Revista Trasversales número 3,  verano 2006

Texto publicado gracias a la gentileza de Edgar Morin, que ha permitido su reproducción en Trasversales, y al espacio Pensamiento complejo, que ha cedido la traducción en que nos hemos basado. El texto data de 1996, pero mantiene la actualidad de lo que en él hay de esencial.



La insostenible complejidad del mundo

Nos es necesario concebir la insostenible complejidad del mundo, en el sentido en que es necesario considerar a la vez la unidad y la diversidad del proceso planetario, sus complementariedades y al mismo tiempo sus antagonismos. El Planeta no es un sistema global sino un torbellino en movimiento, desprovisto de centro organizador: hay actualmente una hegemonía provisional (de la que no se sabe si será duradera) pero no un imperio mundial organizado, ni siquiera “un nuevo orden mundial”. La hegemonía de los Estados Unidos, que ha permitido el apoyo a las dictaduras militares en los momentos de la guerra fría, no ha sido jamás totalitaria como lo fue la dominación soviética, lo que conlleva sus ambivalencias. Se hace necesaria una consideración de la imagen ambigüa y compleja de la hegemonía americana. El planeta está en peligro: la crisis del progreso afecta a la humanidad entera, ocasiona rupturas por todas partes, hace crujir las articulaciones, determina repliegues particularistas; las guerras se reavivan, el mundo pierde la visión global y el sentido del interés general. Por doquier la veracidad, en la ciencia, en la técnica y en la industria, se tropieza con los problemas que plantean la ciencia, la técnica y la industria.
No estamos ya en la última etapa antes de acceder al “porvenir radiante”. No nos encontramos en el momento de finalización de la historia humana, estamos todavía en la prehistoria del espíritu y en la edad de hierro planetaria.
el río anuda al mar su lamento obstinado” (Pablo Nerura)
Tantos problemas dramáticamente unidos hacen pensar que el mundo no está solamente en crisis, está en ese estado violento donde se enfrentan las fuerzas de la muerte y las fuerzas de la vida, lo que podemos denominar como agonía. Aunque solidarios, seguimos siendo enemigos unos de otros, y el desencadenamiento de los odios de raza, religión o ideología ocasiona siempre guerras, masacres, torturas, odios, desprecios. La humanidad no llega a alumbrar Humanidad. No sabemos todavía si se trata solamente de la agonía de un viejo mundo, que anuncia un nuevo nacimiento, o de una agonía mortal.
Es posible que la gran amenaza que pesa sobre el planeta llegue de la alianza entre dos barbaries: la primera, llegada desde el fondo de épocas históricas, trae la guerra, la masacre, la deportación, el fanatismo. La segunda, gélida, anónima, llega de nuestra civilización tecnoindustrial, no conoce más que el cálculo e ignora a los individuos, sus cuerpos, sus sentimientos y sus almas.
Y, sin embargo, de modo correlativo y antagonista a la tecno-economía mundial, al mismo tiempo se ha desencadenado una segunda mundialización desde el principio de la era planetaria. Es la mundialización del humanismo, de la idea de los derechos humanos, del principio de libertad, igualdad y fraternidad; es la mundialización de la idea democrática; la mundialización de la idea de solidaridad humana.
La multiplicación de las comunicaciones de todas clases permite la transmisión de informaciones desde todos los lugares del planeta; permite también la comprensión entre los humanos de culturas y nacionalidades diferentes. La mundialización de la inter-comprensión humana progresa aunque las incomprensiones progresen más rápidamente.
Una política para la segunda mundialización necesitaría no sólo una o varias instituciones reguladoras en la cumbre como punto de mira, sino que debería estar animada por un espíritu de civismo terrestre. Éste ha aparecido ya bajo formas diversas: las asociaciones propiamente cívicas, desde Ciudadanos del Mundo, fundada por Gary Davis inmediatamente después de la guerra mundial, más tarde el Club de Roma, hasta la Alianza por un mundo responsable y solidario y el Club de Budapest. La Fundación Gorbatchov, las asociaciones humanitarias como Médicos sin Fronteras, las asociaciones de defensa de los Derechos humanos como Amnistía Internacional, las asociaciones de defensa de las minorías amenazadas de exterminio como Survival International, las asociaciones de protección de la biosfera como Greenpeace, las múltiples y multiformes ONG, verdaderos caldos de cultivo de ideas y de actividades, la abundancia en el mundo pobre de iniciativas de solidaridad rural o urbanas. Todo ello nos indica que el civismo planetario, si engloba la dimensión humanitaria, también sobrepasa y concierne a todas las dimensiones humanas.
Es ahí, en el contexto y en el complejo mundial, donde hay que situar nuestro Mediterráneo. Lleva en él la crisis del mundo aún viviendo su crisis particular. Igual que el mundo necesita una mundialización de comprensión y de solidaridad, el Mediterráneo necesita una mediterraneización de comprensión y de solidaridad; igual que el mundo no puede salvarse más que con la ayuda de una religión de la fraternidad humana, del mismo modo el Mediterráneo no puede salvarse más que con la ayuda de una religión de la  fraternidad mediterránea, igual que el mundo necesita tomas de decisión para problemas comunes de vida y de muerte, igual el Mediterráneo necesita tomas de decisión para sus problemas nucleares, ecológicos, militares.

Norte y sur

¿Cómo establecer comprensión entre sur-Europa y nor-África siendo sur el norte del otro y siendo norte el sur del otro? Hoy todo parece oponer una Europa de la apertura a un islam del hermetismo. Pero en el pasado el islam fue Bagdag, Granada, Estambul, apertura y tolerancia religiosa; el imperio otomano de religión musulmana toleró en su seno pueblos ortodoxos, católicos, judíos cuando la Europa católica extirpaba y expulsaba de su seno todo lo que era islámico. La paradoja es que fue la intolerancia y absolutismo católico quienes provocaron el nacimiento por reacción del laicismo europeo.
Derramando una parte de su savia religiosa en la religión del Estado-Nación, la Europa occidental permitió el desarrollo de una esfera laica, privada y pública. En el mundo islámico (salvo Turquía) el nacimiento reciente del Estado-Nación se ha disociado muy mal de una concepción teológica de la política. Sami Naïr explica muy bien por qué y cómo el carácter laico fue eliminado en Argelia.
Es preciso añadir que, en las naciones euroccidentales, la relación antagonista/complementaria entre capital y trabajo, patronos y asalariados, izquierda evolutiva y derecha conservadora ha podido determinar sociedades igualmente democráticas y capitalistas donde el mundo salarial ha sido protegido progresivamente por el Estado asistencial. Por el contrario, las naciones árabe-islámicas emancipadas recientemente no han conocido un diálogo semejante, han padecido la opresión sin contrapartida de los poderosos, de las dictaduras burocráticas militarizadas. Todo pasa como si la oposición entre estos dos mundos atendiera no a la naturaleza de sus religiones sino más bien a un desfase histórico de uno a dos siglos.
Así Europa fue convirtiéndose progresivamente en aperturista mientras que el islam en retroceso, dominado, se convertía en hermético. Pero la potencialidad tolerante existía en el islam religioso. La potencialidad laica está presente en el mundo árabe y podría manifestarse en una coyuntura histórica nueva que supondría el establecimiento de relaciones verdaderamente iguales entre el mundo árabe-musulmán y el mundo occidental, que necesita finalizar con la política y la mentalidad de dos pesos y medidas, manifestando unas verdaderas comprensión y cooperación. Nos encontramos evidentemente muy lejos, pero se trata de una condición sine qua non para el diálogo, necesaria a la restauración de un Mediterráneo común. Reconozcamos que la lógica actual responde más bien a lo que Huntington llama la guerra de las civilizaciones.
Europa podría suministrar una capital aportación cultural al diálogo mediterráneo norte-sur, oeste-este: la de la problematización que procede del renacimiento; problematizar el mundo, la naturaleza, Dios, el hombre. La aportación del diálogo, es decir el juego fecundo de oposición de las grandes ideas Verdad/Duda, Razón/Religión, Creencia/Ciencia; la tolerancia propia del estado laico, no sólo la tolerancia en primer grado, que acuerda el derecho de expresión a las ideas que juzgamos erróneas o hasta detestables, sino también la tolerancia en segundo grado, que conlleva la consciencia de que lo opuesto a nuestras verdades profundas son otras verdades profundas, y que es, por consiguiente, la consciencia de la parte de verdad que hay en la idea enemiga. La racionalidad no solo crítica sino autocrítica, que, siempre abierta y en movimiento se opone a la razón fría, arrogante y cerrada; la resistencia al anatema, a la intimidación, al juicio de autoridad.
Ciertamente, estas virtudes no son dominantes en Europa, han sido y permanecen minoritarias, pero aún están vivas. La otra aportación de Europa sería política, no sólo en defensa e ilustración de la idea de democracia, sino también en el ejemplo asociativo de la Unión Europea y la generalización de la idea de asociación, necesaria tanto a los países del Magreb como al conjunto de los países árabes, y a los distintos países mediterráneos.
La construcción de una Europa política y cultural, más allá de la economía, sería el desarrollo de una Europa de la diversidad donde su parte mediterránea tendría su especificidad y su autonomía. Las nociones de Europa y de Mediterráneo tienen interferencias; la segunda no es la frontera de la primera. No se puede reencontrar el Mediterráneo mas que dejando de percibirlo como frontera y considerándolo como bien común y comunicador. El desarrollo de la Unión Europea debería ser obligatoriamente policéntrico: con sus señas de identidad se formaría un gran conjunto, báltico-nórdico, y otro latino y de carácter mediterráneo. De este modo, españoles, franceses o italianos, podríamos ser cada vez más europeos al mismo tiempo que más mediterráneos. Además, la Europa de la diversidad podría ver así el libre desarrollo de su parte islámica, ya se trate, al oeste, de las personas de origen magrebí  m (Francia) y turco (Alemania), ya, al este, los albaneses, bosnios y turcos.
La tragedia israelo-palestina paraliza terriblemente, ¡lástima!, toda posibilidad de progreso en este sentido. Y la superación de esta tragedia, evidente por el reconocimiento de una soberanía nacional palestina y una cooperación entre los estados de Oriente Medio, es el camino obligado para la nueva solidaridad mediterránea. Desarrollar la interdependencia mediterránea, es dirigirse hacia el desarrollo de la solidaridad.
Desgraciadamente el progreso en la cooperación europea está alterado por la catástrofe histórica que constituye la autodestrucción de Yugoslavia, bajo los ímpetus serbios y croatas. Verdadera Nación-Encrucijada, Yugoslavia unía en sí misma a la Europa del oeste católico y a la del este ortodoxo separadas desde más de un milenio, a cristianos y musulmanes, ambos fuertemente laicizados. Esta bisagra, este lazo de unión ha sido quebrado, con un desgarro del que surge la nueva fisura este-oeste y norte-sur. En lugar de ser reconocido e integrado, el Islam europeo ha sido disociado y masacrado en Bosnia, aplastado con el rechazo de que Turquía sea parte de la Unión Europea. Su última posibilidad estaría en Francia, a menos que bajo el efecto de un impulso xenófobo tienda a la formación de guetos.

El camino

No existe verdadera comunicación más que cuando no sólo hay comprensión mutua de las diferencias, sino también, pese a las diferencias, un sentimiento de identidad común. El problema preliminar está en la necesidad de asumir y reconocer la paradoja de una identidad mediterránea a pesar de diferencias y oposiciones de religiones, culturas, historia, y situación económica.
De ahí la necesidad de un cierto número de condiciones no menos preliminares:
- la consolidación del sentimiento y de la consciencia mediterránea en el seno de los países euro-mediterráneos, que necesita la constitución de una entidad consultiva permanente no sólo entre las naciones europeas que bordean el Mediterráneo, sino también entre las provincias o regiones específicamente mediterráneas en  el seno de estas naciones, y el desarrollo de movimientos de ciudadanos mediterráneos;
-un afianzamiento análogo entre los países afromediterráneos y los países mediterráneos de Oriente Medio;
-la reintegración de pleno derecho y en plena igualdad de la componente islámica en Europa mediterránea, lo que supone la integración de Turquía en Europa, el reconocimiento integral de Bosnia-Herzegovina como nación europea, la integración de la inmigración en Francia.
En la historia del siglo pasado y de este siglo, la inteligencia ha jugado un papel decisivo en las tomas de conciencia de identidades comunes. Es labor de los intelectuales mediterráneos predicar, defender e ilustrar la conciencia y la identidad mediterránea. De ahí la necesidad de una unión transnacional de los intelectuales mediterráneos.
Al mismo tiempo es necesario promover una reforma de pensamiento por la vía de una reforma de la educación. La forma de pensamiento disyuntivo que hemos recibido nos hace incapaces de escoger la unidad en la diversidad, asi como la diversidad en la unidad. O bien percibimos lo diverso que yuxtaponemos u oponemos, o bien percibimos una unidad y nos volvemos incapaces de escoger las diferencias. Ahora bien, es preciso llegar a un tipo de pensamiento que pueda hacernos concebir, que como decía Leibnitz, “el uno conserva y salva lo múltiple”.

El pensamiento meridional

El mundo está cada vez más sometido a un pensamiento lineal, cuantitativo y especializado. Un pensamiento semejante no percibe más que la causalidad mecánica, justo  en el momento en que todo obedece, cada vez más, a la causalidad compleja. Reduce lo real a todo lo que es cuantificable, se vuelve ciego al sufrimiento, a la alegría, a la pasión, a la poesía, a la felicidad y a la desgracia de nuestras vidas. Produce ceguera no solamente sobre la existencia, lo concreto y lo individual, sino también sobre el contexto, lo global, lo fundamental. Trae consigo una división, una disolución y, finalmente, una pérdida de responsabilidad. Favorece a la vez las rigideces de la acción y el laxismo de la indiferencia.
Contribuye a la regresión democrática en los países occidentales donde todos los problemas técnicos surgidos escapan a los ciudadanos en provecho de expertos, y donde la pérdida de la visión de lo global y de lo fundamental deja libre camino, no sólo a las ideas parcelarias, más herméticas, sino también a las ideas globales más hondas, a las ideas fundamentales más arbitrarias, comprendidas sobre todo entre los técnicos y científicos mismos (de ahí el primado del programa en detrimento de la estrategia, la hiperespecialización en detrimento de la competencia general, la mecanicidad en detrimento de la complejidad organizacional). Ignora al individuo viviente y su calidad de sujeto, y por tanto también las realidades humanas subjetivas.
La lógica de eficacia, predicción, cálculo, hiperespecialización, cronometría, se ha extendido fuera del sector industrial, principalmente en el mundo administrativo donde su organización estaba ya prefigurada por la organización burocrática. Está amparada por numerosos espacios de la actividad social: como dijo Giedeón, la mecanización toma el mando. Se convierte en dueña: primero en el mundo urbano, después en el mundo rural donde transforma a los campesinos en agricultores, y convierte aldeas y pueblos en suburbios...
Invade la vida cotidiana: regula viajes, consumo, ocio, educación, servicios, y provoca lo que Geroge Ritzer llama macdonalización de la sociedad. Se extiende sobre el planeta. Así la racionalidad hermética produce la irracionalidad.
El “pensamiento único” no es más que una rama economicista del pensamiento reductor disyuntivo que reina en todos los espacios, y que guía igualmente a los perdonavidas de este pensamiento único.
El pensamiento disyuntivo y el pensamiento reductor, incapaces de afrontar  los desafíos de los problemas planetarios, son también incapaces de tratar los problemas mediterráneos. El pensamiento cuantitativo es ciego ante las cualidades mediterráneas.
El Norte ha desarrollado el pensamiento reductor, cuantitativo y disyuntivo. El pensamiento del norte anglosajón está hecho para gestionar y tratar la prosa de la vida, los problemas de organización técnicos, prácticos y cuantificables. Así pues, la prosa sobrevive mientras que la poesía es vivir: un pensamiento meridional, como ha dicho justamente Cassano, integra el arte de vivir, la poesía de la vida.
El Mediterráneo necesita un pensamiento que vincule, reconozca y defienda las cualidades de la vida, el arte de vivir, la sabiduría, la poesía, la comprensión. El pensamiento meridional que propone Cassano es precisamente un pensamiento complejo. El pensamiento complejo se convierte necesariamente en un pensamiento meridional, es decir mediterráneo.

Maternizar y sacralizar

Es preciso tratar de despertar y de sacralizar el Mediterráneo. Debemos regenerar la comunicación trícontinental para que cese la terrible denegación de justicia con la que Occidente juzga siempre lo que es islámico o árabe según el principio de dos pesos y dos medidas.
Debemos encontrar y sacralizar la esencia profana del Mediterráneo, que reside en la apertura, la comunicación, la tolerancia y la racionalidad. Debemos remediterraneizarnos como ciudadanos de la comunicación y de la complejidad. Debemos volver a sentir la religión de lo que nos une. Y debemos,  para resacralizar el Mediterráneo, reencontrar la sustancia materna, debemos adorarla en el hijo. Sin maternidad, no hay fraternidad. Es nuestra unión afectiva, mística, religiosa a nuestro Mar lo que, a través de tanto dolor y miseria, de negligencias y de injusticias, puede darnos cuando menos la alegría de ser mediterráneos. Encontremos nuestra madre nuestra, en nuestro mare nostrum. Será para nosotros fuente de poesía vital.
En este final de milenio, la nave-Tierra navega en la noche y la bruma. Nuestra Tierra es, según la antigua definición de la voz planeta, un astro errante. Estamos ante la gran aventura desconocida. Nuestras esperanzas, sin ser utópicas, son improbables.


El principio de esperanza puede ser restaurado, pero sin certeza “científica” ni promesa “histórica”. Es una posibilidad incierta que depende mucho de las tomas de conciencia, de las voluntades, del coraje, de la suerte... Las tomas de conciencia se convierten en urgentes y prioritarias.
Hemos visto que el problema mediterráneo era a la vez local, regional, y mundial. A situaciones mundiales, regionales y locales se hacen necesarias respuestas a la vez mundiales, regionales y locales.



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