Trasversales
Mike Marqusee

Lecciones de historia:
con el mismo rasero


Revista Trasversales versión electrónica número 3,  verano 2006; versión papel número 4, otoño 2006. Mike Marqusee (1953, New York) es escritor y periodista. Artículo traducido y publicado con autorización del autor.



Como judío, me han preguntado si estoy avergonzado por lo que ha estado haciendo Israel en Líbano. Mi respuesta es que estoy disgusto, enojado, aterrado, pero que no estoy avergonzado. ¿Por qué debería estarlo?
No tengo ninguna responsabilidad personal por esta actividad criminal, excepto, por supuesto, en la medida que no lleve a cabo aquellas acciones que pueda realizar para pararla. El problema para mí y para muchos otros judíos es que Israel emprende y justifica sus acciones en nuestro nombre. Asesina a civiles en Beirut, Qana o Gaza porque, en apariencia, tal violencia es necesaria para la seguridad de Israel, e Israel es necesario para la seguridad de los judíos de todo el mundo.

El verdadero peligro


La realidad es que no hay nada que ponga tan en peligro a los judíos como la propia política israelí. Es el comportamiento bárbaro de Israel lo que, de forma injusta pero que no puede sorprendernos, convierte a los judíos en blancos de la cólera, incluso en lugares en los que no hay significativos antecedentes históricos de antisemitismo.
El Gran Rabino del Reino Unido lo ve de otra forma. A finales de julio, durante el fin de una semana en la que había tenido lugar la intencionada destrucción de la infraestructura de Líbano y la matanza de al menos 300 civiles libaneses, él declaró: "Israel, nos enorgulleces".
Sus palabras son vergonzosas y me dan asco, pero lo que él dice no me representa, ni tampoco representa a todos los judíos del Reino Unido. De hecho, discrepan profundamente de él un número creciente de las personas en cuyo nombre pretende hablar.
Todo el asunto del orgullo o de la vergüenza colectivos está envuelto en la niebla de una dudosa metafísica. No entiendo por qué, por el hecho de ser judío, podría yo aprovecharme del crédito de Einstein, Freud o Bob Dylan. ¿Qué contribución hice a su genio? Inversamente, ¿por qué debo compartir las culpas de Ariel Sharon o Ehud Olmert?
Por supuesto, si todo un pueblo ha sido forzado a sentirse avergonzado de su misma existencia, como  ha ocurrido durante muchos siglos a los afroamericanos  o los dalits ["intocables"] indios, entonces es necesario un contrapuesto orgullo; ésa es la única manera de sacudirse la impuesta vergüenza colectiva. Sin embargo, ésa no es la situación actual de los judíos. La comunidad judía más grande del mundo, la de Estados Unidos, es, en general, rica y respetada, con miembros eminentes en casi todos los ámbitos de la actividad pública  y en cada una de las corrientes del espectro político. El problema de la comunidad judía en EEUU y Reino Unido no es que sufra una vergüenza colectiva, sino que padece una ceguera grave y a veces intencionada ante lo que se está haciendo en su nombre.

Comprender el presente

Cuando un pueblo tiene una larga historia como víctima de persecución, es difícil hacer el necesario reajuste de nuestra autopercepción para comprender un presente en el que las víctimas se han convertido en verdugos. Precisamente por eso es tan imprudente e imperdonable la demagógica deshonestidad de quienes se proclaman líderes de la diáspora judía.
Por ejemplo, el Gran Rabino tuvo realmente mucho descaro al declarar que "Durante 58 años, Israel ha hecho todo lo que una nación podría hacer en la búsqueda de la paz, y su recompensa ha sido la violencia y el terror."
Así, en tono de certeza absoluta avalada por la autoridad religiosa, el rabino oculta bajo la alfombra la historia de nuestra propia época. Parecería que no ocurrió la limpieza étnica  que afectó en 1948 a un número de palestinos cifrado entre medio millón y 700.000, proceso facilitado por atrocidades racistas como la masacre de civiles desarmados en Deir Yassin. Ni la invasión de Egipto en 1956 por Israel, confabulado con británicos y franceses en un intento flagrante de reimponer la autoridad colonial y recuperar el canal de Suez. Ni los 39 años de ocupación de Cisjordania y Gaza, ni la incautación de tierra y agua, ni la  construcción de asentamientos ilegales en los territorios ocupados, ni el intento de afianzar esta apropiación de territorio erigiendo la "cerca de seguridad" -más adecuadamente conocida como el "muro del apartheid"-, ni el asesinato selectivo de líderes políticos palestinos; ni la demolición de decenas de miles de hogares palestinos, ni la detención sin cargos de miles de palestinos, ni el asedio sobre Gaza que, sólo en el último mes y usando alta tecnología, ha matado a 170 palestinos, incluyendo 40 niños, y ha herido a más de 650... En el particular mundo del Gran Rabino, nada de esto sucedió.
Ni, claro está, tampoco dice nada sobre las agresiones previas de Israel a Líbano. Mucho antes de que Jezbolá fuese siquiera un rumor, Israel cruzaba la frontera y mataba a civiles libaneses. Organizó ataques militares a gran escala en 1978, 1982 (Ariel Sharon supervisó la gratuita masacre de refugiados desarmados en los campos de Sabra y Chatila), 1985 (operación "puño de hierro"), 1993 (operación "ajuste de cuentas") y 1996 (operación "uvas de la ira"). Desde su retirada formal del sur de Líbano en el año 2000, según observadores de la ONU Israel está implicado en incursiones transfronterizas casi diarias, principalmente por medio de aviones de combate, pero también utilizando fuerzas de tierra que actúan como comandos, como ocurrió muy recientemente, en mayo de este año, cuando un aliado de Jezbolá fue asesinado  con un coche-bomba, operación  que  muchos atribuyen a miembros del Mossad.
Israel afirma que sus acciones en Líbano son actos de autodefensa, pero eso es insostenible. Antes del reciente ataque israelí, las fuerzas de Jezbolá no habían tomado como objetivo a civiles israelíes desde hace una década. En 2002, un informe del Congressional Research Service estadounidense observaba que " desde 1994 no se han atribuido a Jezbolá ataques terroristas importantes". La captura por Jezbolá de soldados israelíes, que precipitó la última invasión, fue un grave error, pero no amenazaba la existencia de Israel y no representaba una escalada significativa en la lenta y larga ebullición de las tensiones fronterizas. Jezbolá sólo comenzó a lanzar sus cohetes contra Haifa una vez comenzado el bombardeo de Beirut por Israel.
Israel pide respeto a sus propias fronteras, pero no demuestra ningún respeto a las fronteras de los demás. Justamente, insiste en el derecho de sus ciudadanos a vivir libres de terrorismo, pero desencadena terrorismo sobre los ciudadanos de otras tierras, repetidamente, con gratuita crueldad, sin arrepentimiento alguno.
Rabino, si lo que hace Israel te enorgullece, entonces es que has olvidado las tradicionales enseñanzas éticas judías, o quizás nunca las hayas asimilado realmente. En su lugar, has abrazado el racismo y el neocolonialismo que han convertido el sueño sionista en una pesadilla global. Cuando dices que los israelíes "han cogido una tierra solitaria y le han hecho florecer y dar fruta," niegas la misma existencia de otros pueblos que vivieron en Palestina y la cultivaron durante generaciones antes de la llegada de los primeros colonos sionistas en el siglo XIX.

Diversas lecciones

Me parece que el Gran Rabino y otros que hablan como él han extraído una trágicamente perversa lección del holocausto y de la extensa historia del antisemitismo. Parecen creer que esta historia ha dotado a los judíos, o más bien a quienes dicen representar a los judíos, con prerrogativas especiales negadas a otros: la prerrogativa para invadir y ocupar otras tierras, para negar derechos humanos elementales a otros. Para mí, la lección de nuestra historia judía es absolutamente diferente: cuando cualquier grupo de seres humanos está sometido a persecución e injusticia, todos los seres humanos debe ser solidario con ellos.
La experiencia judía también ofrece a palestinos y libaneses algunas lecciones: que no debemos permitir que las cosas atroces que se hayan hecho contra nosotros se conviertan en excusa para perder nuestro propio sentido de la decencia humana, nuestro propio respeto a la vida humana, sea cuál sea su atuendo religioso, étnico o nacional.

19 agosto 2006


Trasversales