Trasversales
Juan Manuel Vera

Leyendo a Castoriadis

Revista Trasversales número 2,  primavera 2006

“Cuál será el sentido que le darán a su vida las futuras colectividades es algo que no podemos decir nosotros en su lugar. Pero, al menos, sé lo que yo querría que fuera ese sentido. Sería la creación de seres humanos que amen la sabiduría, que amen la belleza y que amen el bien común”
Cornelius Castoriadis


Castoriadis es un pensador singular y multifacético. Ajeno a cualquier escuela, constituye la voz propia de un anticapitalismo encaminado a la defensa radical de la creación democrática.
La singularidad de Castoriadis se manifiesta en la naturaleza multidisciplinar de su obra. En un tiempo en el que predomina la parcelación y segmentación del conocimiento, supone la integración de métodos y enfoques filosóficos, políticos, psicoanalíticos y socio-históricos, afirmando que el exceso de especialización puede esterilizar algo esencial: la amplitud de las perspectivas necesarias para pensar los espacios humanos. En resumen, un autor difícil de clasificar para la taxonomía academicista e incompatible con la apología del pensamiento débil. Tal vez por ello su minoritario prestigio intelectual vaya acompañado con la calificación de heterodoxia, como si su obra fuera un adorno excéntrico, alejado del centro de las ideas generales de la época.
Indudablemente, quienes contribuyen a demoler el pensamiento heredado tardan en ser aceptados. Para las personas influidas por la tradición marxista la lectura de Castoriadis sigue siendo un ejercicio pendiente, como si les resultara demasiado doloroso asimilar su brutal demostración de la completa inconsistencia del materialismo histórico como pensamiento emancipatorio. Por otra parte, para los liberales de mente abierta también supone un ejercicio notablemente incómodo aproximarse a su desarrollo crítico sobre las incongruencias del orden político y social existente.

El principal interés de la obra de Castoriadis es su capacidad de proveernos de instrumentos útiles para abordar esta época tan compleja, tan llena de riesgos y de oportunidades. Por tanto, considero que deberían leerle todos aquellos que estén convencidos de que la ortodoxias del siglo veinte son meros cadáveres. Y tampoco deberían dejar de hacerlo los que piensan que las luchas contra la economización del mundo, por los derechos sociales y por las libertades individuales son completamente necesarias.
Recrear el curso de sus libros y de los principales temas que desgranó en ellos exigiría un análisis específico. De los años cincuenta a los noventa del pasado siglo elaboró una condena radical del totalitarismo estalinista, reflexionó sobre las nuevas vías del desarrollo capitalista, criticó al marxismo como filosofía de la historia, desarrolló una teoría del imaginario social y de la función de la imaginación radical, investigó la raíces del proyecto de autonomía e indagó sobre el ascenso de la insignificancia en la sociedad contemporánea. En este artículo no se abordarán sistemáticamente esos núcleos esenciales, me limitaré a unas breves reflexiones personales suscitadas por su pensamiento.

El horizonte de la indeterminación

Castoriadis representa una perspectiva esencial para comprender la acción humana como creadora de determinaciones provisionales. Dado que no existe una flecha de la historia estamos obligados a asumir nuestras propias responsabilidades sin confiar en creencias teleológicas.
Nuestro mundo se encuentra, tras la desaparición del sistema bipolar nacido al final de la Segunda Guerra Mundial, sometido a un proceso de gran incertidumbre. El plano histórico de la época se caracteriza por la crisis terminal de la ideología del progreso y por la disolución de las identidades tradicionales en el marco de una sociedad en la cual el proyecto vital de un trabajo para toda la vida ha desaparecido en apenas una generación.

Ni las democracias electorales occidentales, ni las viejas fuerzas políticas que la integran, ni una ciudadanía hiperindividualizada, parecen capaces de generar un nuevo equilibrio constructivo. Mientras tanto, las fuerzas centrífugas adquieren rasgos más dinámicos y más agresivos. La ofensiva neocon en EEUU y la presidencia de Bush, el fundamentalismo vaticanista de Wojtila y Ratzinger, la aparición de los nuevos fenómenos del integrismo islamista, la parálisis de Europa, los movimientos migratorios masivos, etc., son sólo la superficie de una potencial entropía del mundo globalizado.
En un horizonte de indeterminación la posibilidad de acción humana se contrapone a cualquier teología del poder y a la mixtificación ideológica. Castoriadis expresó muy claramente este reto al afirmar que “en todos los dominios de la vida, y tanto en la parte desarrollada como en la parte no desarrollada del mundo, los seres humanos están actualmente en vías de liquidar las antiguas significaciones y tal vez de crear otras nuevas. Nuestro papel consiste en demoler las ilusiones ideológicas que les dificultan esta creación” (El mito del desarrollo, Kairos, 1979, p.226).

Capitalismo y proyecto de autonomía

El capitalismo es el rey pero, como en el cuento, está desnudo. El hundimiento del comunismo totalitario en Europa nos ha mostrado en toda su rotundidad esa desnudez. El sistema-mundo está sometido a la lógica aberrante de una expansión sin límites en la cual el planeta entero se pone al servicio del crecimiento. Lo único importante es que los indicadores cuantitativos aumenten incesantemente, mientras el medio ambiente, la individualidad, la cultura, la sociedad, el propio ser humano, sólo son instrumentos, factores subalternos, cuando no una mera mercancía más.
La lógica del capitalismo realmente existente es una lógica sin proyecto, incluso en los países privilegiados. Lo que hay es una huida hacia adelante de una sociedad que no está dispuesta a pensar a fondo sobre sí misma y hacia dónde va. En esas condiciones los individuos no se convierten en ciudadanos plenos. El dominio de lo económico es una forma de autoengaño, dotando a los individuos de una identidad ficticia sobre la base de la metástasis del consumo de masas que pretende ocultar el vacío de todo valor sustantivo. Una ilusión. Y las ilusiones son poderosas fuerzas productivas del mantenimiento del sistema. Recordando a Freud, una ilusión no es sólo una creencia errónea, es una creencia errónea sostenida por un deseo, un error investido por la pasión de ocultar la realidad.

La aportación anticapitalista castoridiana constituye un intento fecundo de dar una nueva forma al proyecto emancipatorio de los ilustrados y de los movimientos obreros y de poner de manifiesto el absurdo del crecimiento económico ilimitado como único proyecto social.
El proyecto de autonomía se opone a toda verdad revelada, incluida la teología economicista y propone centrar los esfuerzos en una doble necesidad, nuevos objetivos políticos y nuevas actitudes humanas. Es la pretensión modesta e inabarcable de que los seres humanos tomen las riendas de su destino. El proyecto creativo de la democracia forma parte de la lucha cotidiana contra los viejos y nuevos enemigos de la libertad y la igualdad, contra la racionalización capitalista y el riesgo latente de un conformismo generalizado.
Entropía y estado de la sociedad
Pero, ¿es posible una política de la autonomía? ¿Estamos aún a tiempo de evitar que los dioses cambien una vez más de máscara y sus agentes nos introduzcan nuevamente en una nueva era de oscuridad, plenamente heterónoma? Estas preguntas nos llevan a la interrogación sobre el grado de decadencia de los valores de Occidente, e incluso sobre la posibilidad de una crisis antropológica que obstruya la propia capacidad de autorreproducción del sistema.


La utilización del concepto de insignificancia advierte sobre el riesgo de un proceso de destitución en la actual democracia electoral, el contradictorio régimen de compromiso nacido del equilibrio entre las oligarquías liberales y las mayorías sociales, proceso que supondría la lenta desintegración de los valores que aún la sustentan. Sin compartir excesos puntuales de pesimismo histórico, es pertinente intentar dar cuenta del estado de la sociedad, y de la acelerada pérdida de la capacidad de dar sentido de la vida individual y colectiva en las sociedades occidentales. Ese diagnóstico debe ser contrapesado con las señales de creatividad social que en la última década ha mostrado el nuevo activismo social y por las posibilidades de los instrumentos de innovación comunicativa. En todo caso, el pensamiento de Castoriadis es sustancialmente antielistista y, por tanto, un aviso del peligro de una entropía social motivada por la falta de protagonismo de los ciudadanos. Nada que ver con un Spengler o un Ortega.
Para evitar ese riesgo de entropía es indispensable el desarrollo de una nueva etapa de creación histórico-social. No sabemos si tendrá lugar en nuestro horizonte vital. Pero en todo caso, lo que tiene sentido es intentar contribuir a ello, y la única forma de hacerlo es intentando ser ciudadanos, es decir, seres autónomos. La lucha por el sentido de nuestra vida individual es la lucha por dar sentido a nuestras acciones. Decir autonomía individual y social, es decir proyecto humano y ateísmo absoluto (no sólo frente a las creencias religiosas, sino también respecto a cualquier sistema cerrado y que se pretenda plenamente determinado).

Los protagonistas del cambio

Una política de la autonomía no significa ni reducción de la actividad social a las actuaciones institucionalizadas ni una ilusión movimientista en lo emergente. El cambio que nos interesa no es ni plenamente institucional ni completamente extrainstitucional. Sus fuentes son mixtas y su desencadenamiento impredecible.
¿Cómo surgiría la capacidad de cambiar el imaginario social desde las instituciones si sólo pudiera emerger allí? Pero también, ¿de donde surgiría el cambio sin tener en cuenta que las instituciones son lugares donde se manifiestan las antinomias del sistema?
La política de la autonomía supone una crítica radical de los conceptos de estrategia y de programa y de la distinción entre fines y medios. Primero: no se puede luchar por la autonomía con métodos heterónomos. Segundo: la política no consiste en la búsqueda de un lugar privilegiado desde el que teledirigir una revolución o una reforma política o social.

Con los conceptos de autonomía y ciudadanía se plantea una problemática del cambio social más compleja y matizada que la que puede derivar de categorías filo-marxistas como la de hegemonía-pueblo o la de potencia-multitud. A pesar del interés que tienen esas aportaciones hay que desconfiar de cualquier creencia en estructuras dotadas de conciencia. La debilidad intrínseca de la multitud de Negri es que parece construirse desde la fe en la inevitabilidad de la construcción de nuevos sujetos y en la sabiduría inmanente de las masas (como si toda creación o potencia fuera ontológicamente positiva).
Desde la perspectiva de la autonomía no hay sujetos colectivos predeterminados que originen un vector estable de decisiones humanas. Lo que hay es una compleja relación entre procesos institucionales y movimientos sociales que puede, en determinadas condiciones, en medio de la lucha por la ampliación de las libertades democráticas y la igualdad social, dar lugar a nuevas creaciones históricas, donde sea posible un mayor autogobierno de la sociedad (incluyendo consustancialmente formas de autogestión de los espacios laborales y vecinales).

En resumen, la política que nos interesa es irreductible a los viejos esquemas de clase y de vanguardia. Castoriadis no intentó legitimar un nuevo leninismo laico, sino dar cuenta de algo más modesto y poderoso: la posibilidad (e inseguridad) de todo movimiento democrático real y vivo.
La praxis política necesaria supone que haya posibilidades “de lucha por objetivos que sean realizables, que tengan sentido más o menos inmediato y a la vez puedan proyectarse y articularse con una perspectiva global y mediata” (“La crisis actual”, Zona Erógena nº 29, 1996). En la concepción de la autonomía no hay más sujeto que los ciudadanos y ciudadanas. Y todas las instituciones construidas por ellos, organizaciones, asociaciones, centros de expresión, instituciones representativas, administraciones..., son espacios de desarrollo del imaginario social instituyente y en ellos puede manifestarse el contenido de la lucha actual, concreta y cotidiana, por la libertad y la igualdad.
Castoriadis nos obliga a centrarnos en lo importante, en el presente, olvidando definitivamente cualquier arbitrismo utópico. Al reconocer el contenido actual del proyecto de autonomía no hacemos otra cosa que dar sentido a las actividades y luchas que surgen de nuestra voluntad de ser ciudadanos libres.


Una bibliografía amplia de Castoriadis está disponible en Agora Internacional; asimismo existe amplia información y textos sobre Cornelius Castoriadis en castellano en Magma y en la Fundación Andreu Nin.
Materiales introductorios en castellano sobre Castoriadis son los siguientes libros: Castoriadis 1922-1997 (Juan Manuel Vera, Madrid, Ediciones del Orto, 2001), Magma. Cornelius Castoriadis: psicoanálisis, filosofía, política (Yago Franco, Buenos Aires, Biblos, 2003), Cornelius Castoriadis y el imaginario radical (Nerio Tello, Madrid, Campo de ideas, 2003) y la introducción de Xavier Pedrol a los Escritos políticos de Castoriadis (Madrid, Libros de La Catarata, 2005).
El número 54 de Archipiélago reúne un interesante conjunto de artículos sobre Castoriadis. También tienen interés los monográficos de Anthropos nº 198, 2003 y de Metapolítica nº 8, 1998.
Un resumen sumario de la trayectoria intelectual de Castoriadis puede leerse en la “Advertencia” de Enrique Escobar y Pascal Vernay a Sujeto y verdad en el mundo histórico-social, Buenos Aires, FCE, 2004.


Trasversales