Trasversales
David Casacuberta

Ciberactivismo y alfabetización digital

Revista Trasversales número 1,  invierno 2005-2006

David Casacuberta Sevilla es profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona.


¿Dónde nos encontramos ahora?

Las tecnologías evolucionan mucho más rápido que las personas. Por ello, inevitablemente, hay un decalaje entre lo que éstas ofrecen y cómo las utilizamos.
Ello es especialmente cierto en lo que hace referencia a las estrategias de acción y comunicación. Inevitablemente, hay un impasse entre una nueva aplicación y su uso correcto desde una perspectiva organizativa. Este problema es especialmente molesto en momentos de transición: seguimos utilizando una tecnología de la misma forma en que se utilizaba hace dos años cuando en realidad los usos de ésta han cambiado mucho y nuestras propuestas pueden acabar convirtiéndose en contraproducentes. De este tema quiero hablar aquí: de la forma en que encaramos la comunicación y el activismo digitales en la red, e incluso de la imagen que desde la izquierda se tiene de lo que implican las tecnologías de la información y la comunicación.
Hay una maldición que encuentro particularmente interesante. Algunos dicen que es china, otros la asignan a la cultura judía. Independientemente de su origen, creo que nos ayuda a pensar. En la versión china sería “Que el cielo te haga vivir tiempos interesantes.” Y eso es lo que tenemos los ciberactivistas por delante. Se han acabado ya aquellas distopías “humanistas”, muchas veces provinientes de pensamientos progresitas, que hablaban de la tecnología como alienación, y aquellos intelectuales que afirmaban que nunca escribirían con un ordenadoor porque rompería su ritmo narrativo u otras excusas similares.
Afortunadamente, también se han acabado esas utopías tecnoeconómicas de “hágase usted rico rápidamente en Internet”. Aunque sentaron muchas de las bases de qué es Internet que todavía están en el fondo del pensamiento organizativo de muchas empresas y colectivos.
Sin embargo, no ha surgido nada potente a nivel ideológico para substituir estas percepciones. Básicamente nos encontramos en un momento de mínimos. Así, por un lado, tenemos claro que la sociedad del conocimiento contiene a la vez fuertes promesas de potenciar la cohesión social y de reducir las desigualdades, pero al mismo tiempo contiene grandes amenazas de aumentar esas desigualdades.
También somos conscientes de la más clara amenaza, la brecha digital, pero ya no tenemos tan clara la solución. Cada vez más expertos, tanto dentro del campo tecnológico como del humanista, tienen claro que el problema de la brecha digital no se soluciona simplemente creando más infraestructura y repartiendo ordenadores para todos.
Se están creando por tanto, nuevos escenarios y estamos replanteándonos una de las tareas básicas del ciberactivista: la e-inclusión. Ya no se trata simplemente de cablear ciudades y pueblos, poner un ordenador en cada casa y enseñar a todo el mundo a utilizar los navegadores, el correo electrónico y el procesador de textos. Están apareciendo nuevos escenarios, nuevos paradigmas que pueden ayudarnos a potenciar las vertientes positivas de la sociedad del conocimiento y a reducir las negativas.
Antes, sin embargo, me gustaría apuntar los pilares del ciberactivismo actual, así como destacar los problemas que implican.

Desde la perspectiva comunicativa tenemos el uso masivo de correo electrónico como herramienta de comunicación, aunque para grandes eventos empieza a aparecer también el SMS como herramienta alternativa. Esta estrategia viene apoyada mediante la web del proyecto o del colectivo detrás de éste, en la que se amplía la información para aquellas personas interesadas.
La estrategia del correo electrónico con web asociada plantea graves problemas, resultado de este decalaje que mencionábamos entre nuestra idea de cómo utilizar una tecnología y cómo ha evolucionado ésta mientras tanto. Hace unos años, cuando el correo electrónico no era tan claramente una herramienta de trabajo y el correo no solicitado estaba menos presente, resultaba muy funcional enviar correos para informar sobre una situación. Sin embargo, ahora esta estrategia resulta mucho más complicada. El correo electrónico es sobre todo una herramienta de trabajo, en el que una serie de mensajes urgentes nos esperan con lo que esas interesantes informaciones sobre unas movilizaciones para salvar un parque natural en peligro de “recibir” una urbanización acaban en la papelera sin ni siquiera haber sido leídas, si no es que nunca llegaron a nuestro buzón porque fueron eliminadas previamente como correo no solicitado.
El móvil parece funcionar mejor, aunque su uso resulta claramente bastante limitado, para situaciones que requieren movilizaciones rápidas ante hechos claramente desestabilizadores que faciliten la transmisión en red, como las movilizaciones después del atentado de Al-Qaeda en Madrid.
Desde la perspectiva de la e-inclusión, el paradigma es el del telecentro: un espacio gratuito en el que se ofrece acceso a Internet y clases básicas sobre cómo utilizarlo. Esta estrategia también plantea problemas. En primer lugar, muchas veces falta material educativo específico que pueda conseguir que ese colectivo excluido al que estamos enseñando cómo utilizar Internet le pueda resultar útil. El resultado final es que en esos cursos se potencia básicamente cuestiones lúdicas como los video-juegos (especialmente en adolescentes) y un aprendizaje formal sobre como copiar carpetas o rellenar un formulario on-line que luego no tiene ninguna aplicación real en la vida del excluido.
En paralelo, esos cursos no están adaptados al contexto, a la realidad social específica de los excluidos, con lo que el resultado final es que acaban pensando que “eso de Internet no va con ellos”, con lo que se desmotivan y en general se les transmite el efecto contrario de lo que se buscaba: una desconfianza sobre las nuevas tecnologías, la idea de que Internet es una cosa de ricos, etc.
Así, nos encontramos ante un paradigma del uso de Internet para el ciberactivismo basado en la novedad y en una especie de necesidad abstracta de conocer: “hay que estar en Internet”. Pero sin planes claros de desarrollo de contenidos o propuestas específicas, confiando en la posibilidad de “llegar a muchos” con estrategias como correos masivos, tirando de nuestra agenda de correos, sin pensar si esa información va a interesar realmente a la persona con la que contactamos. La misma estrategia a la hora de organizar campañas de alfabetización digital tiene como resultado final que una serie de personas se lancen a aprender cosas sobre Internet y cómo utilizar los ordenadores y al cabo de un tiempo abandonen esos cursos pues piensan que Internet no va con ellos.
Por no disponer, ni siquiera tenemos datos fiables acerca del efecto de las campañas ciberactivistas o de e-inclusión. Podemos informar de que hemos enviado 50.000 correos, pero nunca sabremos cuántos fueron leídos. Podemos decir que las conexiones ADSL en España han aumentado un 20%, pero no sabemos si tienen un uso educativo o emancipador o simplemente se usan para descargarse música y películas.
Otro peligro de este paradigma es dejarse seducir por la novedad, tal y como se hacía en los tiempos de la burbuja puntocom. Muchas veces, ese deseo de epatar lo único que consigue es desarrollar acciones o proyectos que resultan difíciles de usar, tanto para el ciudadano al que está destinado el proyecto como para la persona encargada del mantenimiento. Además, se trata de proyectos que resultan muy caros, cuando hay alternativas económicas mucho más baratas y, finalmente, muchas veces el resultado final es la decepción al comprobar que habíamos caído en el síndrome de “la solución en busca de un problema” y que lo que hemos desarrollado no sirve realmente para solventar el problema real.

Cuestionar el modelo actual

Creo, por tanto, que tenemos que ir repensando nuestras premisas acerca del mundo digital y de cómo podemos actuar en él. A continuación, un listado de lo que considero los puntos más acuciantes:
1) La división digital no es una marca en el suelo que separa pobres y ricos, sino una gradación que toma muchos matices y definiciones. Un inmigrante que va esporádicamente a un cibercafé a chatear con su familia puede estar más preparado para la sociedad de la información que un catedrático universitario que tiene un despacho con una terminal y una conexión a 4 megas pero que no usa nunca. A veces rechazamos una vía específica de acción basándonos en prejuicios sobre quién está conectado y quién no.
2) Cada vez está más clara la necesidad de pensar la inclusión social como algo no meramente económico. No se trata de asegurar simplemente una distribución equitativa de los recursos, aunque evidentemente es importante. Hay que asegurar también la redistribución de recursos no materiales, especialmente conocimientos y habilidades cognitivas en estos momentos en que entramos en la sociedad de la información.
3) La alfabetización digital tiene muchas dimensiones. No se trata simplemente de tener un conocimiento instrumental de cómo utilizar el ordenador y desarrollar una serie de acciones básicas. Hay toda una serie de conocimientos asociados, como reconocer la necesidad de obtener cierta información, saber donde localizarla, poderla representar con el formato adecuado, organizar esa información desde una perspectiva multimedia, etc. Necesitamos pasar de un modelo instrumental de la alfabetización digital a un modelo informacional de la alfabetización digital. Este es el punto en el que el educador deja de ser un mero “profesor de informática” para convertirse en un activista: el punto en el que a través del ordenador queremos enseñar a los ciudadanos a desarrollarse en democracia de forma completa, a saberse asociar y organizarse digitalmente.
4) La creación colectiva como instrumento de emancipación y sus límites. Una de las mejores formas de asegurarse de que los contenidos están bien adaptados a las comunidades a las que van dirigidas es precisamente animar a la comunidad a crear sus propios contenidos. Sin embargo, necesitaremos igualmente una mayor implicación en el desarrollo de los contenidos. La creación colectiva es un sano ejercicio democrático, pero tiene sus límites. Sobre todo porque es fácil crear círculos viciosos. Los ciudadanos con los conocimientos y habilidades adecuadas crean contenidos desde sus propias coordenadas sociales, culturales y lingüísticas. Eso potencia que otras personas en las mismas coordenadas se conecten y generen a su vez contenidos similares de manera que al final se convierten en los contenidos de facto. Tenemos así una división en el ámbito de contenidos y lenguas. ¿Qué interés podría generar en un campesino del Perú conocer las opiniones de Britney Spears sobre la virginidad? Y, en caso de que le interesen, ¿estarán en un idioma que pueda entender? Necesitamos crear una serie de contenidos mínimos dirigidos a los que normalmente están excluidos digitalmente para romper este círculo vicioso.
5) Innovación socio-tecnológica. En lugar de simplemente buscar nuevos gadgets tecnológicos hemos de buscar propuestas de activación de comunidad que realmente solucionen problemas, en caso contrario nuestro proyecto resultará inútil. Un ejemplo de solución tecnológica en busca de un problema son los portales de “Amigo de un amigo” que en principio nos pueden conectar con cualquiera aprovechando esa cadena: Soy amigo de Pepe, que es amigo de Joan que a su vez juega al paddle con Aznar de manera que tengo una posible cadena para quedar un día con Jose María Aznar en caso de que me apeteciera.
Sobre el papel este proyecto está muy bien, pero si alguno ha probado realmente uno de estos sitios habrá visto que son básicamente inútiles. En primer lugar, la gente entra en una especie de locura por “tener amigos” y así es fácil encontrar personas que tienen más de doscientos contactos. El objetivo inicial del programa se ha transformado en demostrar quien es más sociable porque tiene más “amigos”. Evidentemente ese tipo de comunidad es imposible de gestionar con lo que esos proyectos sólo sirven para recibir mensajes no solicitados de vez en cuando y perder el tiempo viendo quién conoce a quien.
Por el contrario, un proyecto bien planeado, que parte de un problema y busca una solución es Meetup. Este programa permite organizar eventos presenciales a partir de la información contenida en el código postal. Si uno quiere organizar una evento,  para protestar por la política cultural del Ayuntamiento de Salamanca, pongamos por caso, simplemente uno crea un mensaje dirigido al colectivo interesado en cuestiones culturales cuyo códigos postales esté en Salamanca y cercanías. A través de un sencillo sistema de votación, los miembros del grupo acuerdan un día para verse. Todo automático y fácilmente usable para organizar un evento que puede implicar a centenares de personas. Con Meetup uno puede organizar debates políticos, movilizarse contra un abuso en un barrrio e incluso hacer campaña electoral. Howard Dean hizo un inteligente uso de Meetup para organizar su campaña electoral. Mientras que los otros candidatos necesitaron de una financiación enorme para poder ir visitando miles de ciudades, Dean tenía garantizado que cualquier localidad a la que fuera ya habría gente interesada, reunida a través de Meetup, con lo que sus esfuerzos económicos en publicidad se pudieron reducir ampliamente.
6) Más allá de la página web con enlaces. La naturaleza no profesional de muchas acciones ciberactivistas hace que al final sean de muy poco uso real. Una página que se actualiza de uvas a peras, con la información claramente anticuada, es difícil de localizar, y cuando se consigue, resulta de poco interés. Es importante ir más allá de esa web y ser sistemático a la hora de ofrecer contenidos, aplicaciones informáticas, listados de colectivos, comunidades, expertos, cambiar el modelo de página web octavilla por el de página web recursos con base de datos.
7) Planteamiento menos uniforme de las TIC. Hablamos de las TIC como si fueran un medio uniforme, al estilo de la televisión, cuando la realidad es que está formada por tecnologías y dispositivos muy diferentes. Las posibilidades sociales y la forma de trabajar con un chat, un navegador o el correo electrónico son muy diferentes entre sí, por no hablar del uso de diferente hardware (móviles, PDAs, el simputer) e incluso se notan las diferencias –prácticas y filosóficas– entre sistemas operativos.

Conclusión

Vivimos sin duda tiempos interesantes. Pero no es necesario convertirlos en una maldición. Una maldición que construimos nosotros empeñados en pensar que las cosas son iguales a hace cinco años, cuando la realidad es que han cambiado muchísimas cosas. Necesitamos como el agua una revisión de nuestros presupuestos de cómo es la realidad y cómo podemos interactuar con ella. Sirvan estas notas para ayudarnos a todos a replantear nuestros objetivos y estrategias de modo más acorde con la realidad tecnológica y social actual.



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