Trasversales
Edgar Morin
Esperando nuestra mariposa

Revista Iniciativa Socialista 77, otoño 2005. Texto de la conferencia pronunciada por Edgar Morin el 5 de abril de 1999 en el Salón Dorado de la Casa de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, en el marco del Ciclo de Conferencias de la Escuela de Gobierno para Jóvenes organizado por el Instituto Provincial de la Administración Pública. El título original de la conferencia es “Los desafíos de fin de siglo”, que, en definitiva, son los mismos que los que hoy podríamos denominar “desafíos de comienzo de siglo”.

Herencias del siglo XX

En el último año del siglo XX, la Guerra de Kosovo se hace realidad como las guerras con las que se inició el siglo. No sabemos qué puede suceder para el futuro, para el siglo que viene. De todos modos estamos, hoy día, al fin del siglo XX, por lo que ya podemos hablar de sus herencias.
Hay una herencia evidente: la muerte. Es evidente la presencia de la muerte en las dos guerras mundiales, que marcaron los comienzos del siglo. La guerra y las muertes en todos los campos de concentración, las guerras y muertes de la purificación étnica o racial.
El último mensaje de estos tipos de muerte, las megamuertes, que se calculan en millones de personas, es la muerte potencial del género humano que traen las armas nucleares. Con la diseminación y miniaturización de las bombas nucleares hay una posibilidad de eliminación real del género humano.
Es un siglo de muerte porque se aliaron dos barbaries: una barbarie que viene desde lo hondo de los tiempos históricos, con las destrucciones de ciudades y de civilizaciones, una barbarie que no terminó con el fin de los imperios de la antigüedad. Esta barbarie de muerte, de tortura, de odio y de fanatismo se ha aliado con una barbarie fría, helada, anónima, posibilitada por un desarrollo técnico y científico que generó una capacidad gigantesca de destrucción y de manipulación.
Los médicos y los biólogos esperan la liquidación de todas las enfermedades microbianas y virales. Pero se observa una rebelión de los microbios de la tuberculosis, de la sífilis, de enfermedades resistentes a los antibióticos, conjuntamente con la aparición de nuevos virus, especialmente el SIDA. Se percibe también una liberación de fuerzas de muerte internas, que surgen de nuestras mentes humanas. Porque se debe saber que en cada persona hay una lucha interna entre su voluntad de vivir, de gozar de la vida, contra fuerzas de autodestrucción, fuerzas de muerte (lo que Freud llamaba “instinto de muerte”). Y hoy día se evidencia, con la utilización de drogas, que se encuentra presente esta posibilidad de liberación de poder autodestructivo.
Muerte y también muerte de la modernidad. Esto no significa que llegó otra cosa, que podemos llamar Posmodernidad, porque posmodernidad es una palabra vacía; porque pos significa poca cosa, no hay ningún contenido. En una entrevista, una periodista inglesa me preguntó qué iba a llegar después de la posmodernidad. Yo le dije que llegaría la “pos posmodernidad”, y después la “pos-pos posmodernidad”. Y esto no significa, de hecho, nada.
Pero lo que significa la muerte de la modernidad, en el sentido de la significaciones de la modernidad, es que ha muerto la fe en la omnipotencia benéfica de la técnica. También ha muerto la fe en el desarrollo económico como motor del desarrollo humano. Hallamos ahora que no basta un desarrollo técnico y económico para el desarrollo de las potencialidades humanas. La fe en el progreso como ley necesaria de la historia humana también murió. También la fe en la aventura conquistadora y victoriosa de Occidente. Hoy día, podemos ver que la aventura de Occidente conduce a un tipo de muerte, la muerte ecológica, la destrucción de la biosfera. Por todas estas razones, debemos cambiar el sentido de la aventura, porque la aventura occidental conduce al suicidio nuclear o al suicidio ecológico.
También hay una pérdida de fe en la posibilidad de construir “el mejor de los mundos”, el que se pensaba que se obtenía con los instrumentos de pensamiento occidental, desde Descartes a Karl Marx, ya fuese la sociedad de armonía o perfección, el grandioso porvenir del comunismo soviético o el porvenir de bienestar de la sociedad industrial occidental. Y ése es el fracaso de la religión que pregonaba la salvación terrestre. Yo creo que podemos hacer un mundo mejor, pero no podemos hacer el mejor de los mundos.
También hemos perdido el futuro. La pérdida de la fe en el progreso significa la pérdida del futuro. La humanidad está viviendo desde sus orígenes una aventura desconocida. Estamos en la conquista de la conciencia, del bien saber, por el carácter desconocido del futuro de la aventura humana.
Todas estas cuestiones son para mí la primera herencia del siglo XX: una herencia de muerte que incluye la muerte de la modernidad.
Pero hay una segunda herencia que es la herencia del germen, del embrión para un nuevo nacimiento. Porque el género humano no nació de una vez por todas como Homo sapiens hace 100.000 años. Hay varios nacimientos sucesivos, en un proceso que llamamos proceso de hominización, que comienza cuatro millones de años atrás. En este proceso de hominización, el primer nacimiento fue la domesticación, la utilización de herramientas por el Homo habilis. Con él surge la posibilidad de la primera técnica. El segundo nacimiento es el del Homo erectus, que conquistó para sí el fuego y con quien emerge nuestro lenguaje, el que permite transmitir la cultura. La cultura es evidentemente lo más característico de la humanidad.
El Homo sapiens desarrolla un mundo imaginario, el mundo de la aventura, de los dioses, de los genios, de los espíritus. Todo este mundo es imaginado por la mente humana. Y este mundo es muy poderoso: por una idea, se puede matar.
El último nacimiento conocido es la aparición de las sociedades de la historia. Previamente, contábamos con sociedades de la prehistoria, sociedades arcaicas, sin ciudades, sin agricultura, sin política, sin Estado, ni religión ni ejército. La civilización histórica desarrolló todo esto. Y al mismo tiempo, se desarrollaron las guerras, la filosofía y el pensamiento. En la actualidad, estamos en el principio de un nuevo nacimiento, porque estamos ante el fenómeno de la globalización, la mundialización. Este fenómeno se inició con Colón, con Vasco da Gama: desde entonces, las culturas se ponen en contacto unas con otras, por lo que puede ser que asistamos al nacimiento de una ciudadanía planetaria. Esta era planetaria, por el momento, es una edad de hierro, donde cada progreso se paga con destrucciones, esclavitudes, dominaciones. Pienso que estamos también en una edad de bajo flujo de la mente humana. Como decía Einstein, sólo una pequeña parte de la mente humana es utilizada, hay posibilidades gigantescas que no se han utilizado.
En esta situación hablamos de la pérdida del futuro, y al mismo tiempo hablamos de una multiplicidad de futuros posibles que no podemos ver pero podemos pensar. Un futuro posible es la muerte de la humanidad con las armas termonucleares, un futuro de regresión a una Edad Media planetaria donde se encontrarán únicamente pequeñas islas de civilización.
Pero también podemos pensar un futuro de transformación. En las transformaciones, hay dos ramas o posibilidades. Una optimista, como la visión de Alvin Toffler, que dice que la técnica, lo informático, permite la libertad, la emancipación humana, los libres contactos, la supresión de la explotación, etc. Pero también hay otro futuro posible: el del avasallamiento. Hoy estamos avasallados por la técnica, debemos controlar un proceso ya desencadenado, debemos “dominar la dominación” que ejerce la técnica sobre nosotros. Y no únicamente las fuerzas técnicas: también las fuerzas liberistas de la economía que ninguno controla (porque ni los capitalistas más fanáticos controlan estos procesos).

Los desafíos de fin de siglo

El desafío fundamental para el siglo que viene es generar la capacidad para regular y controlar el desarrollo incontrolado de la ciencia, la técnica y los procesos económicos: esto es algo fundamental.
Esto no significa que todo lo que venga de la ciencia sea peligroso, al contrario, tenemos hoy muchos beneficios del desarrollo científico, incluyendo lo genético, que tiene un poder de manipulación pero también un poder de mejoramiento de los genes. Hay genes deficientes, pero la creación y el control de lo genético no se debe hacer en el sentido de una normalización, de hacer un “hombre normal”, como les gusta a los dictadores totalitarios. Necesitamos la diversidad humana lo mismo que la diversidad de la cultura.
En la historia humana se han tomado como desviaciones las creaciones de los más grandes en el arte, en la música, en el pensamiento, en la religión. Desviado es Moisés, es Jesucristo, es Mahoma. Nosotros debemos ver todas estas cosas para poder usar correctamente las nuevas posibilidades. Ver todas las posibilidades que brinda la técnica, la informática, las computadoras, las redes de inteligencia artificial que se desarrollan en el planeta.
Todo esto es ambivalente: Internet da la posibilidad de comunicación y de comprensión y a su vez puede ser utilizada por narcotraficantes y especuladores. La técnica y todas las cosas humanas son ambivalentes, como la palabra humana.
También debemos analizar el papel de la afectividad. Podemos ver que hay una insuficiencia de amistad y de amor en el mundo. Y podemos ver que hay un exceso de amor, pero de amor petrificado, dedicado a abstracciones, a ilusiones, falsas divinidades, ídolos y también a pequeños fetiches.
A estas alturas sabemos que no se puede separar la afectividad de la inteligencia, no se puede seguir con la falsa oposición inteligencia-afectividad. Es evidente que la afectividad, el furor, también el odio y el amor, pueden hacer de nosotros personas ciegas, pero no hay una racionalidad sin esa afectividad, sin ese amor por el conocimiento, sin esa pasión por la verdad. También la afectividad moviliza nuestra curiosidad.
El amor da la posibilidad de comprender, de comprender a otros. Con él podemos concebir nuestras finalidades humanas de comprensión, de fraternización, de “humanizar la hominización”. Como podemos concebir finalidades, hemos de intentar alumbrar y adelantar el futuro con la visión de estas finalidades.
Por otra parte, en cuanto a la creación del futuro, debemos entender que hay una imposibilidad de predicción que viene del hecho de que las cosas nuevas, en principio, son invisibles, porque tienen un nacimiento microscópico. Por ejemplo, el descubrimiento del código genético fue un hecho invisible para los biólogos de las universidades en Francia. Se necesitaron 10 años desde el otorgamiento de un premio Nobel para crear la cátedra de Biología Molecular. Y la biología molecular y la genética tienen un poder de transformación humana.
Lo mismo las experimentaciones de Enrico Fermi en Italia, al inicio de los años 30, sobre la estructura del átomo, eran cosas que pasaban por especulaciones, sin ninguna posibilidad de utilización práctica. Fue en la Segunda Guerra Mundial cuando se dio impulso a la utilización de la energía del átomo.
Lo nuevo, lo microscópico, lo invisible es una desviación porque no corresponde con las ideas conocidas. El caso de Jesús era un caso tan pequeño que no parecía un acontecimiento. También los acontecimientos de la conversión de Pablo fueron en su momento insignificantes, pero fueron fundamentales para toda nuestra historia. Podemos tomar también el manifiesto comunista de Marx: los pensadores del socialismo del siglo pasado fueron ignorantes del impacto que provocaría en la historia humana.
Entonces podemos ver que no podemos ver.

Conservación y revolución


Si queremos salvar a la humanidad de la autodestrucción, debemos desarrollar dos conceptos que eran, hasta hoy, antagónicos: el concepto de conservación y el concepto de revolución. Hoy debemos asociarlos para conservar el género humano. Si queremos salvar a la humanidad debemos cambiar.
Pero también el concepto de revolución debe cambiar, pues la revolución no es la tabula rasa, la destrucción del pasado. El porvenir necesita todos los gérmenes culturales del pasado. Necesita la conservación de la filosofía antigua. De la filosofía china, de Schiller, de Shakespeare, de Dostoievski: debemos conservar todos los tesoros de la cultura humana.
Y debemos tener en cuenta la finalidad que llamo “la Tierra-Patria”. Porque el proceso de globalización tecnoeconómica no nos da raíces en nuestro planeta. Tierra-Patria es un concepto que remite a que tengamos verdaderas raíces en nuestro planeta. La noción de Patria es una noción muy rica, muy compleja. Porque es una noción al mismo tiempo femenina y masculina. Empieza con la noción de padre, -Pater- y el género de la palabra es femenino. Digamos que en ella está la sustancia maternal y la sustancia paternal.
Hay otras lenguas como el inglés que la definen como Home, la casa, el hogar. Debemos entender que no se debe eliminar nuestra patria. Debemos seguir siendo franceses, o argentinos y además latinoamericanos, obviamente. Pero hay otra patria que puede salvaguardar las diversas patrias. Todos nosotros vivimos en una patria común: la Tierra. Es de la Tierra que nació la vida, es de la vida que se desarrolló una rama de antropoides que se volvieron humanos tras el proceso de hominización.
Somos hijos e hijas de nuestra tierra. También hay una identidad común a todos los humanos que proviene de los genes, de la psicología, de la afectividad. Una identidad que es generadora de una infinita diversidad. Diversidad de personalidades individuales y diversidades de culturas. Y la misión fundamental es comprender la unidad de la diversidad y la diversidad de la unidad.
Es decir, para el porvenir el desafío consiste en salvar la unidad y desarrollar las diversidades.
La noción de patria también supone una identidad común. Y la tercera acepción de la definición de patria es que es una comunidad de destino. Es evidente que tenemos una comunidad de destino que tiene sus raíces en el pasado. Esta es una herencia del siglo XX: el descubrimiento de una comunidad de destino de vida y de muerte de todos los humanos, de todos los continentes.
Algunos movimientos de ciudadanos, organizaciones no gubernamentales internacionales - Médicos sin Fronteras, Amnesty Intenacional, Survival Internacional y otros- son un fenómeno muy complejo, porque al mismo tiempo se desarrollan dos mundializaciones antagonistas, complementarias pero sobre todo antagonistas. Una mundialización es técnica y económica: tiende a la homogenización, a la anonimización, a la dominación de la economía sobre todas las otras facultades humanas. La otra mundialización empezó con Montaigne, con Bartolomé de la Casas. Hombres que venían de otras culturas, capaces de ver los valores de las civilizaciones de la América latina precolombina. Que ven la unidad de los seres humanos y no razas superiores e inferiores.
Hay un humanismo del orgullo que busca la dominación. Pero hay un humanismo que dice que todos los humanos tienen los mismos derechos y la misma dignidad. Debemos desarrollar la mundialización de la fraternidad y pienso que para ayudar a ello hay dos productos que salieron de la historia de la cultura de Europa.
El primero es la racionalidad, no únicamente la racionalidad crítica, sino también la racionalidad autocrítica, que conoce sus límites y que critica la tendencia de los occidentales a pensar que son los propietarios de la razón. La racionalidad autocrítica se encuentra en Montaigne, Voltaire, en Rousseau, en los pensadores alemanes de la escuela de Frankfort. Es una tendencia que debemos desarrollar. También debemos desarrollar una idea maravillosa de Pascal: la idea de fe incierta. La fe es una certidumbre incierta. Esa es la complejidad de la mente humana. Unamuno lo decía en uno de sus poemas: “sin duda no hay fe”. La lucha interna detrás de la fe es una cosa permanente e inherente a la fe. Y pienso que la fe incierta no significa no respetar la de otros.
Me parece que hoy día hay una nueva agonía, en el sentido de lucha interna entre fuerzas de vida, de nacimiento, y fuerzas de muerte. Es ésta la palabra y ésta la lucha que nosotros queremos.
Hay un proverbio turco que dice: “Las noches están encintas y nadie puede decir qué día será el venidero”. En esta situación de incertidumbre tenemos dos vías. La primera vía es la apuesta, porque no sabemos si vamos a encontrar el éxito para nuestra finalidad de hermandad, de amistad, de cooperación. Tenemos que hacer la apuesta, porque una apuesta es no tener la certidumbre del éxito.
La conciencia de la ecología de la acción nos indica que debemos desarrollar una estrategia de control permanente de la acción, para modificar nuestras acciones en función de la información de todo lo que puede advenir, de los acontecimientos nuevos.
La otra vía es un modo de pensar no compartimentado, no fragmentado, a diferencia del que todavía se enseña en la escuela y en la universidad. Un pensamiento capaz de contextualizar las informaciones en los hechos, capaz de globalizar, de integrar las informaciones y los hechos. Un pensamiento capaz de comprender la complejidad del mundo en el cual nos encontramos. Sin este tipo de pensamiento no es posible sobrevivir, no es posible luchar contra la muerte. También necesitamos la razón abierta y autocrítica. Y necesitamos la compasión, que significa sufrir juntos, sufrir con el otro. También significa tener la misma pasión por las cosas, por las finalidades, por todo. Y significa tener pasión por el otro, pasión de amor. Compasión en una palabra clave, que espero que abra el camino de la compresión. Sin ella no se puede hacer nada, no sólo por la cultura, por los pueblos, las naciones, sino también por los vecinos, los próximos, nuestras familias, los niños y niñas, los abuelos y los amigos. No se puede unir nada si no existe compasión, porque la compasión es una necesidad vital para la proximidad y para nuestra tierra.
Saber qué hay que esperar del futuro, es una cuestión difícil. Si queremos medir el grado de esperanza, es una cuestión muy difícil.
Las esperanzas son casi nulas, porque ¿qué significa probabilidad? La posibilidad de que ocurra un hecho en un tiempo y lugar dado. ¿Y qué cosas son probables hoy día? La diseminación nuclear, el suicidio ecológico, los problemas demográficos, las guerras, la lucha de las civilizaciones. Las probabilidades son todas terribles. Pero cuando se analiza la historia humana se ve que los acontecimientos más decisivos, los más importantes, fueron acontecimientos improbables.
Por ejemplo, en el siglo V AC., un ejército gigante -del Imperio Persa- llegó a Grecia para pelear contra una pequeña ciudad que se llamaba Atenas. Es evidente que el enorme poder del ejército persa nos da como probabilidad la destrucción total de la pequeña Atenas. Pero dos veces, durante dos guerras, la pequeña ciudad, con la inteligencia de sus generales y la voluntad de sus ciudadanos, rechazó al Imperio Persa. Como consecuencia, tenemos el nacimiento de la democracia y el nacimiento de la filosofía. Lo inesperado llega. Y pienso también en el años 1940 y 1941 para los europeos, para los franceses. El año 1940 fue el desastre total para el ejército francés: la ocupación por el ejército nazi y la ocupación de casi toda Europa durante 1941. En ese mismo año el ejército nazi llegó a las puertas de Leningrado, a las puertas de Moscú, a las puertas del Cáucaso, para la fundación, como decía Hitler, de un Imperio para los próximos mil años. Y en un año todo cambió: el ataque a Pearl Harbour, la defensa de los ingleses en Libia y la resistencia de los rusos delante de Moscú.
Hay que esperar lo improbable, ésa es la apuesta.

Y una metáfora última
Yo hablo de los procesos actuales, que son procesos de muerte, de descomposición y de desintegración. De este estado de descomposición debe salir una recomposición, un nuevo nacimiento.
Tomemos el caso del gusano: el gusano en un momento dado va a encerrarse en una crisálida. Cuando se encierra, todo su sistema inmunológico, hecho para rechazar a los enemigos exteriores, se vuelve contra sí mismo y empieza un proceso de autodestrucción.
No se destruye el sistema nervioso, pero sí el sistema alimentario, porque la mariposa va a comer cosas diferentes que el gusano. Pero el proceso de destrucción es el proceso de construcción de otro. Otro que es el mismo y al mismo tiempo totalmente diverso. Diferente.
La mariposa es una cosa extraordinaria. Al terminar de salir de la crisálida, existe un instante eterno: es el momento de la espera hasta que la mariposa puede abrir sus alas (ya que hay una gran humedad en las alas de las mariposas). Ese proceso de metamorfosis, que se repite desde hace millones de años, nosotros lo estamos viviendo por primera vez, y no sabemos qué va a salir. Estamos esperando nuestra mariposa.


Trasversales