Trasversales
Wu Ming 1

Los movimientos: hegemonía y autonomía

Revista Iniciativa Socialista (primera época de la actual revista Trasversales), número 70, otoño 2003. Carta escrita por Wu Ming 1 a Serge Quadruppani, novelista francés. Los textos del colectivo italiano Wu Ming (http://www.wumingfoundation.com) pueden reproducirse y distribuirse libremente, para fines no comerciales. Traducción realizada por Iniciativa Socialista, igualmente de libre distribución.

Querido Serge:
Contesto con gusto a tus perplejidades.
El tema que planteas (la autonomía de los nuevos movimientos y su relación con la izquierda institucional) merece reflexiones radicales pero no esquemáticas, rigurosas pero no rígidas.  Probablemente, me extienda en mi respuesta algo más de lo que esperabas, por lo que te pido excusas.
Cuando alguno de nosotros, en algunas entrevistas, ha constatado que la izquierda, tanto la italiana como la de otros lugares, no solamente resulta insuficiente o inadecuada, sino que se encuentra en estado ruinoso, y que sólo podrá salvarse si se refunda de arriba a abajo, no teníamos la intención, desde luego, de decir que esa fuese la tarea histórica de los movimientos.
Estamos convencidos de que los movimientos no son meros "grupos de presión" al servicio de la izquierda política, ni una especie de electroestimulador cardiaco para burocracias y funcionarios sin imaginación.
Los movimientos son y deber seguir siendo independentes. Su cualidad más importante es la mezcla de hegemonía cultural y  autonomía.
La hegemonía es lo que impulsa a tres millones de italianos a mantener la bandera de la paz en su balcón, aunque los vasallos e infanzones insisten en que la guerra en Irak ha terminado y han ganado "los buenos". La hegemonía es lo que ha permitido "agrietar el frente" belicista y ha decidido el éxito de la oceánica manifestación mundial del 15 de febrero de 2003.
Sin la hegemonía, solamente queda la marginalidad que se autocelebra poniendo "al mal tiempo, buena cara", sin posibilidad de obtener resultados concretos y llevar hacia adelante el conflicto.
La autonomía, por su parte, es lo que permite que los movimientos experimenten, sean origen de comunidad, tengan proyectos y prácticas que prefiguren la sociedad post-capitalista, sean autogobierno, autogestión y la más plausible alusión al camino que debe recorrer la comunidad humana.
Sin la autonomía, los movimientos se reducen a "opinión pública", mera materia prima para sondeos y estadísticas.
El error de fondo a menudo cometido es considerar a los movimientos como un "subconjunto" de la izquierda. Por el contrario, los movimientos libertarios /  igualitarios / solidarios / comunitarios,  precedieron por varios milenios al nacimiento de la izquierda. Ya eran activos en el seno del orden feudal y probablemente sobrevivirán a la desaparición de la izquierda. Para decirlo más claramente: lo que llamamos izquierda (con todas sus ortodoxias y herejías, en todas sus encarnaciones, desde la  liberaldemocratica  hasta la izquierdista) no es más que la institucionalización de un subconjunto particular de los movimientos,  subconjunto formado a partir de 1789, pasando luego por los años 1848 y 1917.
Los movimientos deben reaprender a pensarse más allá  de la izquierda y fuera de ella. Quienes forman parte de los movimientos y proceden del phylum o tronco de la izquierda (por más "herética" y, al menos en las intenciones, libertaria  que sea) deben pensar más allá de sí mismos y de su phylum.
Es necesario abandonar la representación bidimensional y la metáfora parlamentaria que ve todas las diferencias de posición como "más a la derecha que algo" o "más a la izquierda que tal otra cosa". La tierra no es plana, es esférica ligeramente achatada por los polos. Por otra parte, no es más que un guijarro suspendido en los cielos.
En los movimientos han existido y todavía existen componentes que la izquierda ha  ignorado o denigrado. Por ejemplo,  durante largo tiempo ha sido ajena a la tradición de la izquierda, excepción hecha de las corrientes anarquistas, la idea de que los humildes y los parias, los "condenados de la tierra", el subproletariado, puedan ser sujetos activos y no solamente manipulable "ejército de reserva" o hez de la sociedad. Esa idea la hemos heredado, por un lado, de aquellas corrientes culturales que desembocaron en el "nacionalismo negro", al que luego sobrepasaron, y, por otro lado, de las experiencias sintetizadas en la teología de la liberación.
Obviamente, los movimientos "meten los pies en en el plato", interfieren  también con la "política politicista" de la izquierda, y deben tener cabezas de puente, y promontorios  desde los que asomarse para ratificar conquistas, para seguir logrando el reconocimiento y la extensión de diversos derechos, para cerrar el paso a leyes y operaciones represivas, etc. Sin embargo, al hacer esto, los movimientos no deben nunca  dejarse arrastrar hacia una visión subalterna respecto a la izquierda política.
Cuando funcionan bien, estos agentes sociales agrietan el frente capitalista, lo que es solamente uno de los efectos mensurables del terremoto, no el terremoto mismo. En pocas palabras: los movimientos contra la guerra han dado la posibilidad a los gobiernos de Francia y de Alemania de obstaculizar o retrasar el unilateral camino de Bush hacia Bagdad. Este es uno de los efectos visibles en la "escala Mercalli" de los sismólogos anticapitalistas. ¡Pero esto no significa que Chirac y los movimientos hayan marchado juntos!
La posición de Jacques Chirac no era desinteresada. Era un epifenómeno, pero al examinarla podemos entender en qué medida tres años de movimientos han influido en la mentalidad en Europa, impulsando al 80% de los ciudadanos del continente a rechazar el horror de la nueva "guerra [preventiva] de los treinta años".
Observamos la crisis de la izquierda con la misma mirada "sismológica": es una consecuencia de la irrupción de los movimientos es la escena pública. Cualquier cosa que la izquierda haga o no haga en este país en los próximos años será -para bien o para mal- una consecuencia de tal irrupción y del trabajo de todos nosotros.
Este trabajo debe continuar con una perfecta autonomía en cuanto a proyecto y expresión, presionando de cuando en cuando sobre los diversos frentes y resquebrajándolos, actuando sin paranoias. No seríamos, de hecho, independientes si estuviésemos excesivamente preocupados por los riesgos de "recuperación", empeñados en distinguir al 100% cada uno de nuestros pasos de los pasos dados por los núcleos dirigentes de la izquierda. El sindicato COBAS no es realmente independiente de la CGIL, puesto que cada paso que da lo hace en controversia con la CGIL o la sombra de ella.
Autonomía es actuar como sientes y crees justo.
Decir que la vieja izquierda está en crisis irreversible no implica que sea tarea nuestra salvaguardarla. Si quiere y puede, se salvará a sí misma, dándose la vuelta como si fuese un calcetín.
Ciertamente, esto plantea un problema: en ciertos aspectos, hay que suplir a la vieja izquierda. Durante los últimos años, en Italia y en otros lugares, la ausencia de una decidida oposición legal y "reformista" ha forzado a los movimientos a sustituirla, a colocarse a la defensiva, a proteger lo existente contra el avance de lo peor, como en el caso del artículo 18 del Estatuto de los trabajadores, de la escuela pública, del Estado de bienestar, etc. En otros países y en otros periodos esta tarea de  "conservación razonable" correspondía a la socialdemocracia. Los movimientos deberían poder dedicarse libremente a llevar hacia adelante la tendencia hacia lo común y la comunidad. Deberían poder dedicarse libremente a federar las experiencias nacidas desde abajo, sobre el terreno, etc. Si la crisis de la izquierda nos deja atados a la acción defensiva, ¿tendremos espacio y tiempo para hacerlo?
El riesgo que se corre es que, mientras se defienden los viejos patrimonios patrimoniales relacionados con el Estado y las administraciones públicas (como el welfare, o Estado de bienestar), el capital invada los nuevos espacios (los empleos, las redes y su economía del don, el software libre, los embriones de economías del apoyo mutuo y el intercambio justo, etc.).
Te será fácil rebatirme: esta izquierda no defiende esos viejos territorios; de hecho, frecuentemente abre el camino a los depredadores, privatiza, reestructura, etc. La pregunta es entonces ésta: ¿no podría ser mejor tener una izquierda (diferente) activa en la retaguardia, mientras que los movimientos se situan en los puestos más avanzados?
También en este caso es necesaria una mirada desencantada y sismológica sobre la cuestión de la ONU y la batalla que ha tenido lugar entre la "coalición de los dispuestos" y las delegaciones de los países contrarios a la guerra.
Esta izquierda, de golpe y porrazo, fetichiza a la ONU y su papel, piensa que el "multilateralismo" pasa por ella y, sobre todo, piensa que el multilateralismo consiste en un equilibrio de poderes entre estados-nación.
Por el contrario, nosotros pensamos que los movimientos están construyendo una esfera pública no-estatal. En cuanto a la ONU -recordemos que en sus primeros años la Internacional Situacionista hizo propuestas provocadoras para la reforma de la UNESCO-, hemos llevado algunos razonamientos a su lógica consecuencia: "Decís que la ONU experimenta un nuevo impulso. Bien, si es así, y si es verdad que, como ha escrito el New York Times, la oposición a la guerra es la segunda superpotencia mundial, ¿cómo es que esa superpotencia no está representada en el Palacio de cristal [edificio de la ONU en Manhattan]?". En resumen: desenmascaramos el bluff.
Querido Serge, me he extendido bastante, pero quería ser claro y abordar el tema desde todos los los puntos de vista que se me ocurrían en este calurorosísimo día. He escrito esta carta en las páginas de un desgastado cuaderno, paseando por Villa  Pamphili, en Roma, deteniéndome de rato en rato para fijar nuevas impresiones, abusando de la paciencia de mi compañera.

8 de junio de 2003
Trasversales