Trasversales

Gilberto Gil

Política y cultura

Revista Iniciativa Socialista (primera época de la actual revista Trasversales) , número 67, invierno 2002-2003. Gilberto Gil es músico. Texto escrito siendo ministro de Cultura de Brasil.


La elección de Luiz Inácio Lula da Silva fue la más elocuente manifestación de la nación brasileña a favor de la necesidad y urgencia del cambio. No un cambio superficial y meramente táctico en el ajedrez de nuestras posibilidades nacionales, sino un cambio estratégico y esencial, que penetre hondo en el cuerpo y el espíritu del país. El ministro de Cultura entiende así el mensaje enviado por los brasileños, a través de la consagración popular del nombre de un trabajador, del nombre de un brasileño profundo, sencillo y directo, un brasileño al que todos identificamos como nuestro igual y como nuestro compañero.

En ese mismo horizonte, entiendo el deseo del presidente Lula de que yo asuma el Ministerio de Cultura. De forma práctica, pero también simbólica, ha escogido a un hombre del pueblo, como él mismo lo es. A un hombre que se comprometió en un sueño generacional de transformación del país, un negro-mestizo implicado en los movimientos de su gente, un artista que nación de los fundamentos más generosos de nuestra cultura popular y que, como su pueblo, nunca renunció a la aventura, la fascinación y el desafío de lo nuevo. Por eso asumo como una de mis tareas centrales sacar al Ministerio de Cultura del alejamiento en que se encuentra hoy respecto a la vida cotidiana de los brasileños.

Quiero que el Ministerio esté presente en todos los recovecos de nuestro país. Quiero que este Ministerio sea la casa de todos los que piensan y construyen el Brasil. Quiero que sea, realmente, la casa de la cultura brasileña.

Por cultura entiendo algo que va mucho más allá del ámbito restrictivo y restringido de las concepciones académicas, o de los ritos y liturgias de una supuesta "clase artística e intelectual". Como alguien ya dijo, Cultura no es "una especie de ignorancia que distingue a los estudiosos", ni solamente lo que se produce en el ámbito de las formas canonizadas por los códigos occidentales, con sus sospechosas jerarquías. Y, del mismo modo, nadie va a oírme pronunciar la palabra folclore. Los vínculos entre el concepto erudito de folclore y la discriminación cultural son, más que estrechos, íntimos. Folclore es todo aquello que no se encuadra, por su antigüedad, en el panorama de la cultura de masas, algo producido por gente inculta, por "primitivos contemporáneos", como una especie de enclave simbólico, históricamente atrasado, en el mundo actual. Las enseñanzas de Lina Bo Bardi me previnieron definitivamente contra esa trampa. No existe folclore, lo que existe es cultura.

Cultura como todo aquello que, en el uso de cualquier cosa, va más allá del mero valor de uso. Cultura como aquello que, en cada objeto que producimos, trasciende lo meramente técnico. Cultura como fábrica de signos de un pueblo. Cultura como conjunto de signos de cada comunidad y de toda la nación. Cultura como el sentido de nuestros actos, la suma de nuestros gestos, el significado de nuestras habilidades.

Desde esta perspectiva, las acciones del Ministerio de Cultura deberán entenderse como ejercicios de antropología aplicada. El Ministerios debe ser como una luz que revela, en el pasado y en el presente, las cosas y los signos que hicieron y hacen que el Brasil sea el Brasil. Así, el sello y foco de la cultura se colocará en todos los aspectos que la revelan y expresan, para que podamos tejer el hilo que nos une.

No corresponde al Estado hacer cultura, pero si crear las condiciones para el acceso universal a los bienes simbólicos, proporcionar las condiciones necesarias para la creación y producción de bienes culturales, ya sean artefactos o hechos mentales, y promover el desarrollo cultural general de la sociedad. Porque, al invertir en las condiciones de creación y producción, estaremos tomando una iniciativa de consecuencias imprevisibles, pero con toda seguridad brillantes y profundas, ya que la creatividad popular brasileña, desde los tiempos coloniales hasta hoy, fue siempre más allá de lo que permitían las condiciones educativas, sociales y económicas de nuestra existencia. En verdad, el Estado nunca estuvo a la altura del hacer de nuestro pueblo, en las más variadas ramas del gran árbol de la creación simbólica brasileña.

En preciso tener humildad, por tanto. Pero, al mismo tiempo, el Estado no debe paralizarse ni optar por la omisión. No debe expulsar de sus hombros la responsabilidad de formular y ejecutar políticas públicas, volcando toda su apuesta en mecanismos fiscales y dejando la cultura al vaivén de los vientos y entregándola a los sabores y caprichos del dios mercado. Está claro que las leyes y los mecanismos de los incentivos fiscales son de la mayor importancia. Pero el mercado no es todo ni lo será nunca. Sabemos muy bien que en materia de cultura, así como en salud y educación, hay que examinar y corregir las distorsiones inherentes a la lógica del mercado, que siempre está regida, en última instancia, por la ley del más fuerte. Sabemos que es preciso, en muchos casos, ir más allá del inmediatismo, de la visión de corto alcance, de la estrechez, las insuficiencias e incluso la ignorancia de los agentes del mercado. Sabemos que es preciso suplir nuestras grandes y fundamentales carencias.

Por tanto, el Ministerio no puede limitarse a ser una hucha que atiende a una clientela preferencial. Debo, pues, hacer una matización. Al estado no le corresponde hacer cultura, salvo en un sentido muy específico e inevitable: formular políticas públicas para la cultura es, también, producir cultura, pues toda política cultural forma parte de la cultura política de una sociedad y de un pueblo, en un determinado momento de su existencia. En el sentido de que toda política cultural expresa aspectos esenciales de la cultura de ese mismo pueblo y, también, de que es necesario intervenir, aunque no según la cartilla del viejo modelo estatalizador, sino para despejar caminos, abrir espacios abiertos, estimular, apoyar. Para hacer una especie de do-in [técnica de masaje y "digitopuntura] antropológica, dando masaje en puntos vitales, pero momentáneamente despreciados o adormecido, del cuerpo cultural del país. Para, en definitiva, avivar la viejo y atizar lo nuevo. Porque la cultura brasileña no puede ser pensada fuera d se juego, de esa dialéctica permanente entre tradición e invención, en una encrucijada de matrices milenarias e informaciones y tecnologías punta.

En consiguiente, no se trata solamente de expresar, reflejar, mostrar. Las políticas públicas para la cultura deben ser encaradas, también, como intervenciones, como carreteras principales y vecinales, como caminos necesarios, como atajos urgentes. En suma, como intervenciones creativas en el ámbito de lo real, histórico y social. Por eso, la política de este Ministerio, la política cultural del gobierno Lula, a partir de este mismo instante pasa a ser considerada como parte del proyecto general de construcción de una nueva hegemonía en nuestro país y de una nación realmente democrática, plural y tolerante. Como parte y esencia de un proyecto consistente y creativo de radicalidad social, como parte y esencia de la construcción de un Brasil para todos.

Pienso que el presidente Lula está en lo cierto cuando dice que la actual oleada de violencia, que amenaza con destruir valores esenciales de la formación de nuestro pueblo, no debe ser atribuida sin más a la pobreza. Siempre tuvimos pobreza, pero nunca hubo tanta violencia como ahora. Y esta violencia viene de las desigualdades sociales. Sabemos que lo que aumento en Brasil durante las últimas décadas no fue la pobreza y la miseria, que, tal y como indican las estadísticas, disminuyeron un poco. Pero, simultáneamente, Brasil se convirtió en uno de los países más desiguales del mundo, quizá el que posee la peor distribución de la renta de todo el planeta. Ese escándalo social es lo que explica, básicamente, el carácter que la violencia urbana ha asumido recientemente entre nosotros, subvirtiendo, incluso, los antiguos valores del bandidaje brasileño.

O Brasil acaba con la violencia o ésta acaba con Brasil. Brasil no puede seguir siendo sinónimo de una aventura generosa, pero siempre interrumpida. O de una aventura sólo nominalmente solidaria. No puede seguir siendo, como decía Oswald de Andrade, un país de esclavos que teman ser hombres libres. Tenemos que completar la construcción de la nación, incorporando a los segmentos excluidos, reduciendo las desigualdades que nos atormentan. O no podremos recuperar nuestra dignidad interna ni afirmarnos plenamente en el mundo. No podremos sustentar el mensaje que debemos enviar al planeta, como nación que se promete el ideal más alto que una colectividad puede proponerse: la convivencia y la tolerancia, la coexistencia de seres y lenguas múltiples y diversos, la convivencia con la diferencia e, incluso, con lo contradictorio.

En este proceso, el papel de la cultura no es ya táctico o estratégico, sino central: el papel de contribuir objetivamente a la superación de los desniveles sociales, pero apostando siempre a la realización plena del ser humano.

La multiplicidad cultural brasileña es un hecho. Paradójicamente, también lo es la unidad cultural unidad básica, incluyente y profunda. En verdad, podemos decir que la diversidad interna es hoy uno de nuestras señas de identidad más nítidas. Es eso lo que hace que un habitante de la favela carioca, vinculado a la samba y a la macumba, y un caboclo amazónico, que cultiva carimbís y encantados, se sientan igualmente brasileños. Como bien dijo Agostinho da Silva, Brasil no es el país de esto o aquello, sino el país de esto y aquello. Somos un pueblo mestizo que viene creando, desde hace siglos, una cultura esencialmente sincrética. Una cultura diversificada, plural, pero que es como un mismo verbo conjugado por personas diversas en tiempos y modos diversos. Porque, al mismo tiempo, esa cultura es una cultura tropical sincrética tejida al abrigo y a la luz de la lengua portuguesa.

Antes me referí al plano internacional, no por casualidad. La política cultural debe contaminar a todo el Gobierno, como una argamasa de nuestro nuevo proyecto nacional. De ese modo, tendremos que actuar transversalmente, en sintonía y sincronía con los demás ministerios. Algunas de esas colaboraciones se dibujan de forma casi automática, en casos como los ministerios de Educación, Turismo, Medio Ambiente, Trabajo, Deportes, Integración nacional. Pero no todos recuerdan una colaboración lógica y natural, en el contexto en que estamos viviendo y en función del proyecto que tenemos entre manos. Me refiero a la colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores. Si hay dos cosas que atraen irresistiblemente sobre Brasil la atención, la inteligencia y la sensibilidad internacionales, son, sin duda, la Amazonia, con su biodiversidad, y la cultura brasileña, con su semiodiversidad. Brasil aparece, con sus diásporas y sus mezcolanzas, como un emisor de mensajes nuevos, en el contexto de la globalización.

Junto al Ministerio de Asuntos Exteriores, tenemos que pensar, modelar y difundir una imagen de Brasil en el mundo. Tenemos que posicionarnos estratégicamente en el campo magnético del Gobierno Lula, con su énfasis en la afirmación soberana de Brasil en el escenario mundial. Y, sobre todo, debemos saber que el mensaje que Brasil debe dar al mundo, en un momento en que se extienden por el planeta discursos agresivos y estandartes bélicos, es el mensaje de un ejemplo de convivencia entre opuestos y de paciencia con lo diferente.

Sabemos que las guerras son provocadas, casi siempre, por intereses económicos, pero no sólo por eso, también se preparan en las esferas de la intolerancia y el fanatismo. Y en este ámbito Brasil tiene lecciones que dar, a pesar de lo que digan ciertos representantes de instituciones internacionales y sus portavoces internos, que, intentando expiar sus culpas raciales, se esfuerzan en encuadrarnos en un molde de hipocresía y discordia, componiendo un retrato de nuestra gente interesado y usurero, que no les convence ni a ellos mismos. Sí, Brasil puede dar algunas lecciones, en el ámbito de la paz y en otros campos, como su propensión permanentemente sincrética y transcultural. Y en eso no vamos a ceder.

En resumen, con esta forma de entender nuestras necesidades internas y la búsqueda de una nueva inserción de Brasil en el mundo, va a actuar el Ministerio de Cultura, según los principios, los indicadores de ruta y los faros del proyecto de cambio del que el presidente Lula es hoy la encarnación más verdadera y profunda. Este Ministerio será el espacio de la experimentación de nuevos rumbos. El espacio de la apertura hacia la creatividad popular y los nuevos lenguajes. El espacio de la disponibilidad para la aventura y la osadía. El espacio de la memoria y de la invención.


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